domingo, 2 de mayo de 2010

Reciclaje sin lucro.



El reciclaje actual no me convence y me toca la moral enormemente. Es un tocomocho bien entramado. Lo tengo muy claro, pienso reciclar lo menos posible con "el modelo derroche". Por no reciclar de este modo, dejé incluso de consumir agua embotellada entre otros artículos con envoltorio no reutilizable. Todos los malditos productos de consumo van empalagosamente envueltos, generando infinidad de desperdicios que por no tener un coste de retorno para facilitar su control, son tratados con descuido y desinterés por el consumidor. Unos se reciclan y otros se abandonan en cualquier lugar. Basta con ver el cauce de nuestros ríos y las afueras de nuestros pueblos y ciudades; todo el paisaje se complementa con la basura arrojada por gente sin escrúpulos. Gente sin duda, guarra por herencia genética.

Intentar encontrar establecimientos donde la venta de productos sea a granel, es una aventura “harto difícil”. La recogida de la leche con la típica lechera o el pan con la bolsa de tela como elementos útiles para trasladar los alimentos, pasaron a la historia. Eso sí era auténtico reciclaje, el uso continuado del mismo material no desechable.



La correcta gestión de la madera en nuestros montes supone un gran empuje económico para poblaciones que viven de ella.

Cómo recuerdo las patatas dentro del caldero sobre la lumbre que iban destinadas a la alimentación del tocino; era incontenible la tentación de comerlas pequeñas y recién hechas.



El pórtico de madera de encina soporta la zona de la fachada principal de la casa. Me fascina la obra hecha con materiales del lugar y la austeridad con que los moradores la construyeron. Aunque su edad es desconocida, la planta tiene algunos siglos; el resto de la casa, fue reformada en los años cincuenta.

Antes de la reforma no había puerta, y dentro se albergaba la pareja de mulos. Una barra de hierro cruzada en el marco no impedía que el Macho (mulo) lo sobrepasara ocasionalmente.



Unas viejas maderas ornamentales de las barras cortineras se pueden convertir, transformándolas, en curiosos soportes para colgar elementos de cocina o cualquier otro objeto.

Los candiles, eran antiguas lámparas con un vaso menor interpuesto llamado candileja, donde se vertía el aceite. Tenía apoyada en el pico una mecha de algodón que, prendiéndose, daba una luz algo más fuerte que la de las velas.



Este humilde mueble para la cubertería es una muestra tangible de sencillez creativa al alcance económico de antaño.


Efectivamente, este ostentoso mueble clásico no tiene cabida en una casa de labradores. La vitrina noble, fue un regalo que no deseché; en primer lugar, suponía la donación de un mueble con carga sentimental por parte de sus dueños. Un mueble con historia y recuerdos que acepté con respeto.

En su interior guardo los pucheros, unos recipientes muy habituales y apropiados para cocinar frente al fuego del hogar.



Las lecheras, eran los mismos envases de siempre para acudir a por la leche durante años y consumirla después de hervida.


Quién sabe si por el orificio bajo de la puerta pasó la ágil gineta o un escuálido gato hambriento. Los musulmanes fueron habitantes de estas tierras antes de que Alfonso I conquistara toda la comarca.



Puerta de acceso a las escaleras. Como se puede apreciar, tallada a mano. Por guardar la esencia de tan singular trabajo, la dejé como siempre ha estado desde su origen.


Latas de gasas, de harina lacteada Nestlé, etc., dos botellas de ceregumil y una de gaseosa junto a un elemento de madera para medir pequeñas cantidades de cereal. Todo era aprovechable en tiempos difíciles.


Rellano de acceso a las habitaciones. La cómoda, fue restaurada con mucha dedicación y tiempo, partiendo de un montón de madera apilada irreconocible.

Con cuatro hierros bien organizados, se disponía de una eficaz estructura para apoyar la palangana y la toalla.



Habitación de la chimenea. Este pequeño cuarto tenía la ventaja de ser el más caliente en invierno. Aquí dormía el abuelo.


La cama del abuelo, su gayata y un viejo baúl sin restaurar. Subí la cama al granero para disfrutar de esta reliquia durante la noche y despertar con el privilegio de ver a través de la ventana el vuelo de buitres, vencejos reales, chovas y todas las criaturas posibles del lugar.


El granero y algunos aperos para trabajar en el campo. Una decoración que jamás pasará de moda, ni hará olvidar mi pasado. 


Un viejo collerón del mulo. Su función era la de anclar y amortiguar el pesado arrastre del arado.


Una foto entrañable y de gran valor para mí. Yo soy el de la izquierda. Advertiréis entre otras cosas, la gran similitud de nuestros pabellones auriculares.

Los mulos eran grandes trabajadores en tareas agrícolas. En este caso el Macho, como lo llamábamos, era un equino curioso, obediente y bonachón. A escondidas en la cuadra le ofrecía algunas patatas y manzanas. El sonido característico de estos frutos triturados por sus molares, llamaba la atención de mis tíos que no tardaban en regañarme.

Hago mía la frase de Félix Rodríguez de La Fuente: “amo a cualquier animal como a cualquier ser humano”. En estos casos, lo políticamente correcto me importa poco, o nada.

Para terminar; sólo deseo que miréis detenidamente el contenido de las fotos y saquéis vuestras propias conclusiones. Demasiada opulencia en una sociedad, creo que mal acostumbrada y egoísta.



miércoles, 14 de abril de 2010

DESFILADERO DE CALMARZA



La luz de la luna se funde lentamente con la alborada, iluminando poco a poco, un nuevo y esperanzador día. Entre los altivos farallones calizos, se van adivinando las oquedades, anfractuosidades, y afiladas aristas rocosas talladas por el eficiente paso del tiempo. Al comienzo del día, las aves se preparan ordenadamente para afrontar las novedades que puedan acaecer durante la rutina cotidiana. El día se compone de veinticuatro horas, sin embargo, son veinticuatro horas llenas de emociones y marcadas sensaciones, transmitidas, por un paisaje capaz de compartir sus criaturas y el espacio, también con tu mirada.



Cuando el sol da de lleno en el frente rocoso…



los alimoches desde su dormidero disfrutan sin moverse, de su ligero calor.





Donde había oscuridad, ahora hay luz y calor. Los buitres lo saben, y se reúnen en este punto desde generaciones.


Los más rezagados y perezosos, ocupan los lugares más expuestos al viento.



Cuando el sol permite la creación de corrientes térmicas, los buitres, grandes planeadores y conocedores de este medio favorecedor de sus desplazamientos, aprovechan para partir prospectando sus zonas de campeo.


La silueta del buitre leonado puede resultar monótona por su abundancia, pero para mí su vuelo, es francamente deslumbrante y recreador.



El narciso amarillo (Narcissus assoanus) abunda sobre todo, en las repisas inaccesibles de los roquedos formando nutridos mantos amarillos. Éste, solitario y aislado, llamó mi atención gracias a su situación de abandono.



El macho de carbonero común (Parus major), madrugador, anda en busca de alimento entre las ramas, el suelo del soto, y tablas de cultivo.


Hembra de carbonero común.


El macho de pinzón común (Fringilla coelebs), manifiesta su estado prenupcial cantando desde las ramas altas.



Al atardecer, el cortado que desaloja al sol por la mañana, recibe al final del día sus últimos rayos. Mañana, será otro día con sensaciones incombustibles.


sábado, 10 de abril de 2010

La cultura de los imbéciles


Así tratamos, o vemos en España, nuestra cultura. Es hora de limpiar nuestra mala imagen.


-A un lado, la maltratada literatura; esa sensación personal y emocionante de uno, de varios, e incluso de millones de lectores al compartir el mismo contenido, la misma ilusión, y la misma senda de vivencias con autores y protagonistas de un verdadero arte: la escritura con su encuadernación. Una cultura para heredar cómo tradición perpetua.

-Al otro; el impostor. La miseria, la barbarie y la ignorancia por imposición.


miércoles, 7 de abril de 2010

Bajo el mismo tejado


La tórtola turca (Streptopelia decaocto), observa ajena la maratón de gorriones y estorninos para hacerse con una vivienda. Ella, es menos exigente y ya incuba en algunos lugares.


En los tejados, impera la locura. Todas estas aves de medio urbano, se afanan en la búsqueda de oquedades para nidificar.

Hace quince días que se hicieron las fotos, y lo único que ha cambiado, son las prisas para encontrar el espacio idóneo donde sacar adelante a sus futuros pollos. El cielo, todavía se empeña en mostrar su habitual tono grisáceo.



Estornino negro (Sturnus unicolor), emitiendo su habitual silbido. Este gran plagiador, puede imitar con destacado parecido el canto de la oropéndola, el torcecuello, el carbonero común y la grajilla, entre otros.


La mayor corpulencia de los estorninos sobre los gorriones, les convierte en privilegiados inquilinos de los huecos más adecuados.


Hembra de gorrión (Passer domesticus), a la entrada de su futuro nido.




Macho de gorrión interesándose por este atractivo y espacioso bajo-teja.


Reunión de gorriones. El plumaje nupcial de los machos, aún no está completo.

viernes, 26 de marzo de 2010

La mañana del mochuelo

 
Con los primeros rayos del sol asoma precavido el mochuelo, asentándose poco a poco en su espaciosa repisa. Con la pata recogida para no perder calor, vigila sereno y acomodado. 

Las noches del mochuelo (Athene noctua) son siempre muy ajetreadas, sobre todo, en primavera. La pequeña rapaz nocturna mediterránea, ya tiene la reserva de su lugar de cría. Aquí, en abril o mayo, cuando comience la reproducción y se haya establecido la pareja, traerán al mundo a su descendencia.

Esta breve cronología fotográfica, revela la cotidianeidad del mochuelo poco después de salir el sol. Es un aspecto importante en su metabolismo la absorción de la luz solar, no sólo para conseguir ese ajuste térmico corporal, sino además, para activar y fijar el calcio y la vitamina D a los huesos.

Ahora es importante el reposo, y más, tras una noche activa en la caza de insectos y pequeños micromamíferos de los que se alimenta.

Su carácter permisivo, me ha dado la oportunidad de fotografiarlo en su ambiente y conducta natural.


Mientras los transeúntes a su paso bajo la terrera no hagan ningún movimiento extraño, o inapropiado, el pequeño búho les acompañará con la mirada, sin la necesidad de retirarse al interior del hueco.


Esto son palabras mayores. Si el riesgo viene por lo alto, volando; ya sean urracas, cernícalos, milanos o grajillas, entonces lo mejor es ponerse a cubierto.


Para el etólogo Vitus Dröscher; el ligero dormitar es para muchos animales un substituto, eminente y de importancia vital, de las horas de sueño perdidas.

martes, 23 de marzo de 2010

Amarillo chillón



Desde finales de enero, se ve a los machos de verdecillo (Serinus serinus) copando todas las ramas altas de los árboles de sotos y parques. Su catarata de voz, su canto chirriante y monótono, inunda con estridencia todo el espacio, y con ellos, la primavera parece adelantarse. Las hembras, les escuchan atentamente desde las ramas más bajas. Los futuros pretendientes tienen una labor muy dura para destacar como tenores y, ofrendar un óptimo territorio.







En cambio; el monte de carrasca, romeros, sabinas y aliagas, está sembrado de narcisos amarillos (Narcissus assoanus) muy amarillos, pero silenciosos y coquetos; cabizbajos pero resplandecientes y, agradablemente perfumados.

Estas llamativas florecillas sobre tallos que no superan los 25 centímetros, han florecido ya desde febrero, y su floración dura hasta el mes de mayo. Allí donde da el sol, gracias a la escasez de otras plantas que puedan arrebatárselo, crece solitariamente y también agrupado este deslumbrante narciso amarillo.






jueves, 18 de marzo de 2010

Una chova muy especial

Primavera de 1997


Un córvido, es lo más parecido a un perro pero cubierto de plumas. Así me lo ha parecido siempre que he tenido la fortuna de convivir con algún ejemplar criado en cautividad.




Todo comenzó bajo el imponente farallón calizo de “Peña Palomera”, cerca de Jaraba (Zaragoza). Un mal nacido, había tiroteado a palomas, grajillas, y cómo no, a los padres de una pequeña chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax). Todas las aves, aparecían esparcidas víctimas del escopetero irracional. Solamente había sobrevivido un ejemplar, que unas personas recogieron asustado. Les comenté mi intención de llevarla al centro de recuperación, si ellos, no tenían inconveniente. Y no lo tuvieron.

Al final, ni la recogió el encargado del centro a causa del trabajo pendiente, ni yo se la acerqué. Ambos, por falta de tiempo.




Son aves sociables las chovas, y se afianzan pronto a sus cuidadores, por lo que alimentarla no fue difícil.

Pasó los días de cuidado y atención en el interior de una galería acristalada y espaciosa, donde escasamente daba el sol, pero, le permitía ejercitar la musculación alar con pequeños vuelos. Sacándola varios días a la semana, disfrutaba en su ambiente rupícola, aprovechándose además, del necesario baño solar. Mediante extrañas posturas, ofrecía al sol cada parte de su cuerpo, entregándose a un profundo éxtasis de placer. Meterla en la caja de vuelta a casa, era una operación algo complicada, que resolvía con pequeñas argucias. No era fácil.

Durante una de las últimas salidas, la Chova, lucía un plumaje negro brillante, irisado y completo, además de un vuelo firme, aunque inexperto. Aquel día, saltó enérgicamente de mi hombro ante la presencia de una rapaz que, afortunadamente, resultó ser un halcón abejero. Reconozco que lo pasé mal, pues el córvido realizó la maniobra más indebida.




Era este lugar en principio, el elegido para liberar más adelante a la joven chova piquirroja, pero tan sólo, habitaban la cortadura tres parejas de la misma especie con sus jóvenes volantones. Uno de ellos, de su edad, había sido devorado por el búho real, a juzgar por el montón de plumas hallado. El lugar, lo descarté de inmediato.



Joven de búho real (Bubo bubo)

El último día la Chova lo pasó en soledad. Ya era capaz de deambular con seguridad libremente por los cortados de su nuevo hogar. Había descubierto un espléndido bando de jóvenes chovas piquirrojas acompañadas por adultos que me hostigaban, como es natural, al verme en su compañía. Trataba de lanzarla contra ellas, buscando el efecto explicado por Konrad Lorenz con sus grajillas en cautividad, cada vez que éstas, se perdían atraídas por las alas de los bandos de cornejas a las que seguían casi obsesivamente. Pero no daba resultado, la Chova volvía a mi hombro, o a mi cabeza.




Incluso, un día entero en libertad del córvido, no fue suficiente para romper ese lazo de impregnación conmigo, y al marcharme estando ella a más de 300 metros, pensé que se quedaría allí, sin embargo, potentes graznidos delataron su intención bajando hasta mi hombro a la velocidad del rayo. Ese día fue el definitivo, y sabía cómo hacerlo. Esperé a la penumbra, y deposité a mi preciada Chova en lo alto de una covacha segura y resguardada, quedándose inmóvil como estaba previsto.




Al siguiente día, lunes, volví después de trabajar, era las ocho y media de la tarde. Le traje algo de comida, la llamé, y enseguida apareció. La adaptación al lugar, se iba completando correctamente.

El martes, no tuve noticia del negro córvido; lo busqué y lo llamé desesperadamente sin querer encontrar nada más que su voz de respuesta. Volví a casa con enorme pesar y cavilación. Me consolaba, no haber hallado restos de plumas.




De nuevo regresé sobre el páramo pedregoso del roquedo calizo. La fui llamando al mismo tiempo que la buscaba inquieto, cada vez más nervioso, puesto que sumaba el segundo día desaparecida. El sol declinaba poco a poco, y la luz se iba consumiendo como las esperanzas de encontrarla. Era tarde, y escuché aproximarse al grupo de chovas concentradas para pasar la noche. Al sobrevolarme, volví a llamarla con fuerza desatada, y el bando fue superándome a la vez que se alejaba. A punto de derrumbarme, una de las chovas se descolgó de la bandada posándose en lo alto de un bloque de roca; en principio, pura casualidad, pero…, al mostrarle la comida y llamarla simultáneamente, agitó las alas exactamente igual que lo hizo al ser alimentada durante la cría. Respiré aliviado, y más, cuando después de permanecer escasos segundos mirándome, emprendió de nuevo el vuelo reincorporándose a su nueva familia.
Probablemente, y según Konrad Lorenz, la joven Chova había sido aleccionada por los adultos de la comunidad. Esa breve duda en el córvido, lo demostraba claramente: se había roto nuestro vínculo familiar definitivamente. Ya, era libre.