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sábado, 31 de agosto de 2019

Nidos de golondrina común en cueva




Se me pasó el tiempo a la velocidad de la luz, y cuando quise reaccionar, los pollos ya volaban hace días. 
Estaba demasiado acostumbrado a los nidos de golondrina común Hirundo rustica dentro de casas abandonadas, y localizar tres en el interior de una cueva me sugirió la idea de observarlos desde fuera con el telescopio (complicado por la falta de luz). 
No pudo ser, simplemente tenía curiosidad por este tipo de emplazamiento, cuya especie debió de abandonar hace siglos a cambio de la bonanza humana gracias a la explotación de animales estabulados. Los insectos asociados a la ganadería, generaría una fuente asegurada de alimentación para estas aves, y su interior, el lugar idóneo para criar. 





Se ha pensado que la golondrina  común ocupaba grutas y acantilados en su origen, y fue modificando sus costumbres hasta adaptarse a la especie humana, siguiéndola en su civilización (Wicht 1.978). 

La escena de las golondrinas en la cueva fue como volver a sus orígenes, pero, sin renunciar a la presencia humana y sus cultivos. Patrullando en este caso las tablas de alfalfa cuyo ciclo productivo genera un cúmulo de humedad, propicia para los insectos de los que se alimentan. Todo esto, no lejos de un establo caballar.


Nido de golondrina en cueva. La adherencia a la piedra es extraordinaria. 


Había tres construcciones en el interior, que son las mostradas en estas tres imágenes seguidas.


El mimetismo de la construcción sorprende mucho.


Ejemplar con un fragmento de paja antes de mezclarlo con  barro para dar consistencia al nido.






miércoles, 24 de agosto de 2016

Golondrinas en una ventana soleada


Desde el cable cercano al soporte incrustado en la fachada de la casa del pueblo, canturreaba el macho de golondrina todas las mañanas. Mi vieja cama, heredada con mucha estima, ni siquiera estaba pintada por no borrar la huella de mis antepasados que en ella se apoyaron. Muy pegada a la ventana abierta, con la persiana desenrollada, conectábamos el pájaro y yo a través del hueco de sus lamas de madera. Daba igual si no quería madrugar, el charloteo de la golondrina a primeras horas, alboreando, me llevaba a la ventana. Allí la veía tan radiante, arrancándome una sonrisa atento a su voz delicada y musical. -No puedo dormir más pero, escuchándote, me alegras el alma-. No creo que estés cantando sólo para marcar tu territorio, pienso que lo haces para alentar a toda la comunidad de seres vivos a disfrutar de un nuevo día de sol y momentos por vivir. El comportamiento mecánico que los científicos os achaca, es sólo para gente cuadriculada. Las golondrinas tenéis el don de acelerar el corazón de las personas que lo tienen. Estos días, os echo mucho de menos en la calle. Los cables de mi ventana están vacíos y, las mañanas desde entonces, son más largas. Tampoco el colirrojo tizón, más madrugador que el gallo, se puede escuchar; las obras en las casas los han dejado sin posibilidades para anidar.



Pero bueno, en esta ocasión he combatido la nostalgia acercándome a otra ventana para revivir de nuevo aquellos días. Una ventana con sus jambas y alfeizar todavía azulados de cal. Azul de blanquear la ropa y aplicado con la brocha de encalar y su alargadera de caña. El paso del tiempo, ha desgastado el azulete y afloran las hebras donde el color tenía más densidad, quedando claroscuros al desprenderse las capas.
Es una familia bulliciosa de golondrinas que ha anidado dentro del habitáculo. Atravesando el hueco de la ventana de cristales quebrados entran y salen estruendosas, acaparando mi atención; alegrándome el día. A estas horas de la mañana el sol es suave y, muy importante para las aves, como para la vida de la mayoría de los seres vivos terrestres. Entre sus mayores beneficios está la síntesis de la vitamina D en la piel, indispensable para el metabolismo del calcio.
La vitamina D tiene un rol muy importante en la puesta de huevos, la calcificación del ave y la supervivencia de los embriones. Es indispensable para el correcto metabolismo del calcio.
La glándula uropigial (la glándula sebácea se encuentra en la base de la cola en la parte posterior y superior de muchas especies de aves) produce precursores de vitamina D, que extienden sobre las plumas con el pico durante el acicalamiento normal. Cuando el ave se expone a la luz ultravioleta (la porción UVB), los precursores se convierten en la vitamina D3 activa, que luego se ingiere cuando el ave se acicala de nuevo. 

Macho y joven de golondrina soleándose placenteramente.


El placer de una buena sesión solar en las golondrinas se aprecia indudablemente por las posturas atípicas mostradas en las imágenes, rara vez visto con facilidad en las aves pero, efectuado por todas y de un modo muy similar en instantes muy concretos de relax. 
Satisfecho de nuevo, con la oportunidad de atesorar otra imagen inexistente en mi memoria, me voy entusiasmado al poder contar con el documento mostrado en esta entrada.