miércoles, 30 de septiembre de 2015

Y… ¿SI DEJAMOS EN PAZ AL ÁGUILA DE BONELLI?


Hay días soleados, tan luminosos, tan agradables que, por extraordinarios, aceleran nuestro mecanismo neurológico alborotándolo, otorgándonos por ello, un plus extra de ganas de vivir. Esa sensación la he vivido muchas veces, precisamente, en días tan señalados como el expuesto. Me ocurrió de nuevo frente al desfiladero calizo hace unas semanas y volví a soñar. Es la entrada a un barranco dominado por grises y rojizos, ribeteado por el verdor perenne de sabinas, enebros, romeros y matorral abundante bajo un inmaculado azul celeste. Pero ya no, ahora no aparecen sus siluetas por más que mi imaginación las recuerde cicleando sobre la entrada, sobre el viejo puente de la rambla y el muladar donde perduran vetustos los huesos de aquellos animales que dejaron su vida trabajando dócilmente las tierras del labrador.  Aquel destello sobre la roca, el vibrante rumor de sonoros picados en el canal del barranco, correspondían a la magia del águila de Bonelli.  Hace muchos años que los pacíficos buitres leonados planean sin recibir sus violentos ataques. Se derrumbaron las poblaciones adyacentes de esta irascible rapaz, cuya descendencia, fortalecía su presencia aportando nuevas generaciones que consolidaban distintas regiones. Y, las parejas aisladas, desconectadas, con pocos recursos cinegéticos y demasiada presión humana, terminaron por sucumbir. Tal vez, fuera lo que ocurrió también con ésta pareja del río Mesa.
Los que tengáis cierta predilección por el águila de Bonelli,  viviendo incluso cerca de ella y orgullosos de compartir territorio, entenderéis lo que trato de transmitiros. En el cañón del río Mesa queda todavía una interesante variedad faunística, sin embargo, uno no se acostumbra al enorme vacío heredado por su ausencia. 


Tradicionalmente conocida como Águila Perdicera, SEO propuso el cambio de nombre por el de  Águila-azor Perdicera, imitando al modelo de nomenclatura británica. Pero, el fuerte arraigo tradicional recuperó el antiguo nombre. Personalmente, prefiero el de Águila de Bonelli que no arrastra el sangrante lastre de comedora de perdices. 

Los primeros datos sobre la población española datan del siglo XIX (Saunders, 1871, De Habsburgo, 1889) aunque, poco clarificadores. Otras estimaciones, más fiables, cifraron la población española del águila de Bonelli alrededor de 500 parejas iniciada la década de 1970 (Garzón, 1975); en 1986, 600-700 parejas (Real, 2003) y en 1990 775 parejas, 679 seguras y 76 probables (Arroyo et al., 1990). En el año 2000 con datos aportados por las Comunidades Autónomas al Ministerio de Medio Ambiente, se alcanzaron valores similares con 658-721 parejas (Real, 2003).
En el censo de 2006 se consiguió un promedio de 776 parejas españolas pero, esta falsa mejora poblacional obedecía más a un intenso y exhaustivo rastreo censal que a una recuperación.
Se confirmó la desaparición de 116 parejas en nuestro territorio en el periodo de 1980-1990 (Arroyo et al., 1995) por lo que, muy al contrario, la tendencia general de la población española parece ser regresiva.


Ya se tienen demasiados datos sobre la biología de esta rapaz, habiéndose realizado infinidad de seguimientos tanto de sus desplazamientos como de su comportamiento y capacidad reproductora.
Hemos puesto al día prácticamente todo el problema pasado y presente del águila de Bonelli, llegando incluso, a incomodarla en exceso por molestias continuadas, utilizando métodos y artefactos de estudio que podrían perjudicarla más que beneficiarla. Es posible también, que estas prácticas puedan poner en peligro la estabilidad reproductora de determinadas parejas. Las capturas para el radio marcaje, la desconocida afección del emisor acoplado a su dorso, la posterior recuperación del mismo y la bajada a los nidos para extraer muestras a los pollos, son actividades a olvidar por su riesgo innegable; se debería insistir en la opción más efectiva que es una vigilancia intensiva general para extremar su protección en todos los sentidos.

Para finalizar, os dejo este curioso mensaje de la mano y conciencia del escritor y naturalista Joaquín Araujo, rescatado de la revista La Garcilla nº 107, dando voz a las aves martirizadas por el peso de la “ciencia”.

Estimados extraviados:

¡Basta ya!

Desvelados todos nuestros secretos necesitamos descansar.
No queremos aparatos de radio mochila, ni anilladas las patas, ni ver a tantas de las nuestras encarceladas sin resultados.
Lo vivo, sobre todo lo que está acabándose, como nosotras, no puede depender tanto de tratados, decretos o despilfarradores programas de reproducción artificial.
Habéis gastado en fracasar mucho más de lo que hubiera asegurado libertad y futuro para nuestra especie.
Mata también mucho la burocracia. Como el veneno, de nuevo vasto y cotidiano; como la perdigonada; como la escasez de vida que habéis logrado. Nos ataca que tantos conviertan la ciencia en otra mercancía. Porque eso es la última plaga para las últimas águilas imperiales (y de Bonelli).
No queremos más experimentos. No nos dediquéis más laboratorios, ni jaulas, ni inseminaciones.
¡Dejadnos seguir siendo por el viejo y seguro camino de la libertad!
Si tanto os preocupa nuestro porvenir, dadnos paz y soledad, que son más eficaces y muchísimo más baratas.
Confiando en una pronta y al fin sensata alianza, os envía un fuerte abrazo:


                                        El Águila Imperial (y de Bonelli)

Águila de Bonelli Aquila fasciata con emisor. 
Estos aparatos tecnológicos no han contribuido nada en la recuperación de la especie.