Ya escuché el otro día la voz del más
machacón de los escríbanos. De discreto plumaje, iba desempolvando sus trinos
para alcanzar el grado conquistador aceptable para las hembras. Por supuesto,
además, con la idea de atajar el paso a otros competidores en su parcela
llegado el momento.
El escribano triguero Emberiza calandra es el menos agraciado
en cuanto a la coloración de su plumaje comparado con el resto de sus
parientes. Todas sus referencias coinciden con la misma descripción; coloración
pardusca de pájaro estepario, casi más cercano por ello a los aláudidos que a
los escríbanos.
La primavera lo espera. Su canto se
convertirá en una sintonía fácil de distinguir de entre todas las demás, con un
sello muy suyo por inconfundible.
Volará de un lado para otro,
rellenando entre la mies temprana, el ambiente sosegado de su canto rayado.
Desde habituales e imprevistas atalayas sonará incansable y, en trayectos
cortos, volará con sus patitas colgando como perezoso de recogerlas, dispuestas
para la siguiente parada.
Si hay algo que me gusta de este pájaro, es su permisividad a la hora de observarlo. No es tan receloso como otras aves.
Es muy activo en el periodo más
importante de su vida; la reproducción. Por ello, tendrá que acelerar y afinar
todas sus capacidades con objeto de envolver a la hembra mediante sus cualidades para sacar adelante una, dos e
incluso tres nidadas. Se creía que el macho de triguero era polígamo, pero parece que no es así; dependiendo, evidentemente, del criterio de cada uno de los expertos. Claro está, que será ella quien se encargue prácticamente del
grueso de la cría.
¿Qué sería de la primavera sin el
chirriante canto del triguero, el verdecillo o los estridentes vencejos?
Ruidosos sí, pero…, ¿quién se atreve con unos meses de calor sin el bullicio de
estas escandalosas aves cual estampida de críos saliendo del colegio iniciadas
las vacaciones…?
Vamos, que se note la fiesta de la
vida con la llegada de la primavera.