Sobre mi posición, un enorme álamo blanco Populus alba daba una extensa sombra, por cierto, nada apetecible en la fresca mañana. Grandes ramas del árbol inmersas en la orilla aparentaban la estructura de un manglar, por lo cual, me sentía algo enjaulado entre toda la maraña del ramaje. Aun así, el fugaz torpedo azulado desfilaba delante de mis narices con velocidad endiablada, sorteando hábilmente todo el enramado sombrío.
Cuando
pasó un tiempo prudente, supe que la coraciforme no iba a satisfacerme. Escuchaba su afinado reclamo en ambas direcciones, pero todo ello, no entraba
en mis planes si no incluía la susodicha rama.
Me hizo olvidar la tensa espera un andarríos grande Tringa ochropus al posarse sobre un troco medio sumergido, al que posteriormente dirigí toda mi atención.
No
tengo preferencias, aunque a veces, para tener una idea práctica es mejor y más
sugerente apostar por una especie que mueva el proyecto vigente.
Voló hasta la orilla del carrizal y seguí sus evoluciones. Sin embargo, el ave no estaba muy convencida del lugar y tomó la dirección de mi observatorio. Poco se me tenía que ver para que no advirtiera el andarríos mi presencia, cuando al posarse sobre una piedra bajo la dichosa rama del martín pescador me mirara con esos ojitos negros de azabache, emprendiendo seguidamente un vuelo de huida con susto incluido.
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