Llegaron las avefrías Vanellus vanellus, que no veía desde hace tiempo con estos inviernos pasados nada fríos. En esta ocasión, empujadas por esta fuga de tempero (hecho accidental y aislado por estos fenómenos cíclicos gélidos) y aparecieron más ejemplares que en las corrientes invernadas.
Con la llegada de estas aves, recordé aquella ola de frío de enero de 1985. No fue un buen año para ellas. Entre los días cuatro y diecisiete de enero del año en cuestión, España entera sufrió los rigores de una ola de frío provocada por una masa de aire ártico, que procedente del norte de Europa alcanzó la Península. Sin obviar el resto de días por su crudeza, el valle del Ebro fue un canalizador de viento gélido y seco que endurecía el paisaje y despellejaba los labios.
Las
orillas del Ebro, galachos y terrenos de cultivo; todo en general, estaba
congelado. Muchas avefrías que venían precisamente escapando de la trampa
mortífera del intenso frío del norte, se encontraron bastos terrenos helados de
donde no podían extraer los invertebrados con que alimentarse. La inanición fue
haciendo estragos en ellas. Debilitadas por el hambre, eran presa fácil de
predadores y del viento que las estampaba contra los árboles o cualquier punto
elevado. Llegué a ver incontables ejemplares muertos, además
de montones de plumas como muestra de su malogrado destino.
En las noticias se hicieron eco de la dramática mortandad de estas aves a causa de la devastadora ola de frío. No he logrado el reportaje de la noticia en Internet.
Aquel invierno de 1985 fue la ola de frío más mortífera. Por si fuera poco, en dos semanas murieron 38 personas sin hogar congeladas por el frío. Dos semanas en gran parte de la península a una temperatura de diez grados bajo cero.
Sirva esta entrada para su recuerdo.