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viernes, 10 de abril de 2020

Pajarera bueyera


Dormidero de Garcillas bueyeras.

Otra opción para no acercarse a las pajareras durante la cría, es esperarlas en sus arboledas de otoño e invierno. Bueno, no es lo mismo disfrutar de su plumaje nupcial, mas vistoso que, el del resto del año, menos colorido. Sin embargo, las criaturas son las mismas; tanto la algarabía que montan al concentrarse, como la vivacidad y colorido al aposentarse en sus dormideros ribereños después de la reproducción.

En la ciudad de Zaragoza, a orillas del Ebro, cuyo cauce discurre al pie de la basílica del Pilar y bajo el imponente Puente de Piedra, podemos presenciar el alboroto de estos medianos ardeidos ya desde el otoño. Cualquier paseante las puede contemplar sin temor a molestarlas caminando por los tramos pertinentes del paseo. Al atardecer acuden prestas a ocupar sus respectivos posaderos, no sin las disputas diarias para defender su pequeña parcela. Gregarias sí, pero, no revueltas. Aquí se respeta el metro cuadrado correspondiente como si se tratara del espacio nidal.

Dando paso al invierno avanzado las visitas crecen, agrupándose estas garzas por centenares junto a sus parientes las garcetas comunes Egretta garzetta, éstas últimas en cantidades inferiores.
Llevan las garcillas bueyeras Bubulbus ibis unos cuantos años congregándose en este reducto ribereño urbano. Seguramente, la urbe las proteja del exceso de viento y frío tan "corriente" por aquí.


Disputa entre la que llega queriendo ése sitio y, la que no va a permitirlo.

Bonitas pero, con genio.

Advirtiendo, tal vez que, ni se te ocurra venir aquí.


La llegada de la primera rayada de sol al amanecer es ideal para acicalarse.


Rascada de cabeza, donde no llega el pico (para aliviar el picor o ahuecar el plumaje cefálico).


 Y, cómo no, sacudida del plumaje.




Abandonadas las ramas de los álamos, otra quedada en un islote del río. Una gaviota patiamarilla Larus michahellis descansa junto a ellas.


No podía faltar la grandullona de las garzas, la real Ardea cinerea.


Por último, la majestuosa panorámica vista desde el paseo. Qué maravilla para un amante de las aves.