martes, 29 de enero de 2013

Un fragmento ribereño en la crecida del Ebro


 
El Ebro es el río más caudaloso de la península y ha superado estos días los 2200 metros cúbicos por segundo. En su momento álgido superó los siete metros de altura. Ante semejante avalancha de agua dinamizada por fuerza y velocidad, no ha hecho más que dificultar la actividad habitual de las aves que viven de sus aguas. En estos casos, estas riadas suponen un tremendo atractivo para mucha gente empeñada en fotografiar el hecho como recuerdo. A pesar del frío, la gente no faltó a la cita con el Ebro y su bravura esporádica. Aunque el día era gris, no me perdí el paseo para ver la gran crecida del río y la reacción de sus criaturas. Quería saber como se desenvolverían con tanta cantidad de agua, agua capaz de complicar la existencia de cualquiera de ellas a pesar de sus adaptaciones acuáticas. Como prácticamente toda la original ribera estaba anegada, las aves buscaron nuevos destinos y, esos destinos eran los buscadísimos remansos, donde nadar y bucear supone un esfuerzo menor. El martín pescador frecuenta lagunas freáticas del Ebro donde el agua conserva su claridad fuera de la corriente turbia que arrastra sedimentos, las cigüeñas, garzas reales y garcetas grandes además de gaviotas vadean aguas someras que cubren los campos de labor.
Como sospechaba, a los pies de La Basílica del Pilar bajo el alto muro de contención quedó un pequeño terreno de ribera de apenas diez metros cuadrados donde se hacinaban aparentemente sin problemas dos cormoranes (Phalacrocorax carbo), dos grajillas (Corvus monédula), dos pinzones (Fringilla coelebs), una gallineta (Gallinula chloropus), cuatro azulones (Anas platyrhynchos) y un zampullín chico (Tachybabtus ruficollis) que era la estrella de todas las personas curiosas asistentes.
El pequeño zampullín parecía algo cansado y apenas se adentraba en aguas rápidas, los cormoranes, menos incómodos ante las miradas de la gente, desde la orilla utilizada como posadero buceaban en el remanso aprovechando su calma para sorprender, tal vez, a los peces que pudieran reposar ocultos. A los que parecía faltarles terreno era a los ánades reales cuyos machos montaron una trifulca de cuidado, menudos son los azulones cuando no quieren compartir nada con sus semejantes.



Zampullín chico (Tachybabtus ruficollis) Plumaje invernal.

Cormorán grande (Phalacrocorax carbo) Joven.
Gallineta (Gallinula chloropus)




Pelea entre machos de ánade real (Anas Platyrhynchos)
Grajilla (Corvus monédula)
Pinzón vulgar (Fringilla coelebs)

sábado, 26 de enero de 2013

Milanos reales (Milvus milvus)




Un grupo de 14 milanos reales sobrevolaba, hace unos días, unas tablas amplias de alfalfa ya segada a orillas del Ebro. La razón de su entregada prospección, como pude comprobar después, era la de alimentarse del cadáver achicharrado y agusanado de un gato que, quizá pudo morir electrocutado en el transformador próximo de un recinto industrial. El gato, seguramente, encontró la muerte buscando calor y abrigo para escapar del frío reinante y, algún empleado de eléctricas lo extrajo y tiró fuera. Con la ayuda de un zorro, los restos pudieron viajar hasta el enclave mencionado.

Son aves muy desconfiadas los milanos reales y, en los comederos, suelen rondar mucho la presa antes de bajar a por ella salvo que antes lo hagan otras aves. En este caso, el primero en bajar fue el aguilucho lagunero (Circus aeruginosus), que por cierto, aprovechó muy bien el tiempo invertido en la carne hasta saciarse a gusto. Después llegó la pareja de cornejas (Corvus corone) y, por último, lo hicieron los milanos reales (Milvus milvus). Dos de ellos se atrevieron a bajar y el resto, desde el aire sin dejar de volar, pasaban rasos sobre los restos tratando de intimidar a sus congéneres y, prender en un descuido, algún trozo de carne transportable para consumirlo en un lugar apartado. Es atractivo ver el carrusel de milanos en torno al cebo, maniobrando hábilmente acechando y mirándose unos a otros siguiendo atentamente el curso del más desesperado incapaz de soportar el espoleo del hambre. Está visto que, parece que ninguno quiere ser el primero en bajar sin prever las medidas oportunas de seguridad.











Poco margen de acción dejan los desconfiados milanos reales para fotografiarlos en escenas de vuelo. Cada movimiento del objetivo era seguido con inquietud por todos ellos; con un ojo en la comida y otro en mi escondite.

domingo, 20 de enero de 2013

Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus)




Destacado sobre el raso horizonte, el aguilucho lagunero, parece dibujar el contorno del carrizo al recortarlo con su vaivén aéreo. Como el resto de rapaces del género Circus, sus vuelos son rasantes y las alas en forma de “V” les hacen inconfundibles. Sube y baja suavemente,  prospectando la laguna -su hábitat típico- de un lado a otro a una velocidad ralentizada de unos treinta Km/h. registrando minuciosamente el terreno bajo sus alas; contra el viento puede rebajarlos a 15 Km/h. A veces, saliendo súbitamente de la línea del carrizal,  asusta y ahuyenta a las aves que navegan tranquilamente. Cuando atisban una presa descuidada, la lentitud del planeo se transforma en un picado súbito desde muy baja altura para calar sobre ella. Su alimentación incluye huevos y pollos de aves acuáticas y ejemplares en periodo de muda o sorprendidos mientras incuban en el nido. Captura además gazapos, roedores, reptiles, ranas, peces e insectos. La visita a comederos artificiales o granjas de todo tipo de animales es una fuente importante de alimento, más habitual de lo que parece en esta mediana rapaz. Como los milanos negros, visita también las carreteras en busca de animales atropellados; he visto numerosas veces aguiluchos laguneros comer de los gatos, etc. que yacen en la cuneta. Son menos asustadizos que los milanos negros y, éstos últimos si la presa no es muy grande, prefieren prenderla con sus garras sin dejar de volar para comérsela en un lugar apartado. Suele ser más habitual en los jóvenes aguiluchos alimentarse de carroña dada su escasa experiencia como cazadores. El oportunismo llama la atención de muchas rapaces, donde el lagunero, haciendo gala de su irascibilidad, sabe hacerse hueco para acceder a la carnaza extendiendo sus alas entre multitud de milanos y algún ratonero. La enorme singladura de la rapaz de los humedales en busca de alimento, le lleva incluso, hasta lugares esteparios donde no hay agua en kilómetros a la redonda. 







 
la serie fotográfica muestra la postura defensiva de la joven hembra de aguilucho lagunero sobre los restos de alimento. Defiende la carne del vuelo rasante de los milanos reales que, mostraré próximamente en la entrada siguiente.
 

miércoles, 16 de enero de 2013

Pardal; el gorrión brasileiro




El pardal (Passer domésticus) es originario de Oriente Medio. Comenzó su dispersión a través de Europa y Asia, llegando a América alrededor de 1850. Se calcula que pudo llegar a Brasil alrededor de 1903, cuando el entonces alcalde de Río de Janeiro Pereira Pasos autorizó la suelta de este pájaro proveniente de Portugal.
Hoy se distribuye prácticamente por casi todos los países del mundo, considerándose una especie exótica y bioinvasora.  

 

Me había sentado en un banco, el único banco a la sombra de todo el parque del caluroso febrero estival brasileño. El calor era similar al de una piscina repleta de brasas, no apto para un baño. Desde allí sorprendí a la inagotable pareja de pardales o gorriones trasegando frente a mí con comida para sus pollos. Casi entre ceba y ceba, un momento de descanso bajo la sombra les otorgaba una pequeña tregua entre el acarreo incesante de alimento. Fue tal la angustia que me produjeron que, seguidamente, abandoné el banco por no entorpecerles lo más mínimo; en fin, abandonar la sombra fue como tirarme de lleno a la piscina.

 
 

Las plumas totálmente pegadas al cuerpo expulsan el contenido de aire aislante para conseguir la máxima refrigeración de esta hembra de gorrión brasileño (el calor que soportaban se manifiesta sobradamente en esta imágen).
 
Las plumas como los pelos conducen mal el calor, por ello, se consideran elementos atérmicos estableciendo entre la piel y el medio ambiente una efectiva barrera que sirve a las aves para mantener la temperatura media normal de su cuerpo (38º a 45 º). Aumentan o disminuyen la retención del aire contenido en el plumaje dependiendo de su necesidad aislante mediante el cierre o el ahuecamiento del mismo. Dicho plumaje tiene la función específica de termorregulación, que es vital para el ave. Esta propiedad le defiende de los cambios térmicos exteriores manteniendo una temperatura constante.

 

Con el plumaje semiahuecado, la cámara de aire se ajusta a un día fresco en la primavera de esta hembra de gorrión español.

“La mañana de Santiago está nublada de blanco y gris, como guardada en algodón. Todos se han ido a misa. Nos hemos quedado en el jardín los gorriones, Platero y yo.
¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces, llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Este cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquél ha saltado al tejadillo del alpende, lleno de flores casi secas, que el día pardo aviva”.

(LXIII) De Platero y yo; extracto.  
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Algo similar a Juan R. Jiménez me ocurre cuando fuera de España topo con el eterno gorrión, pájaro de compañía allá donde vaya, criatura añorable por rondadora, capaz de arrancar una leve sonrisa de complicidad en mis paseos. Muchas veces, coincido con éste oportunista taimado mientras espera paciente la porción de migajas, su porción.

domingo, 13 de enero de 2013

Disputa entre buitres por la ubicación de un nido.


 

Ya sabéis que este blog no es una exposición fotográfica (las imágenes, de pésima calidad, han sido ampliadas y retocadas) sólo pretendo mostraros escenas que interpreto como interesantes y, la crudeza de este duelo creo que lo es.

Mantener un territorio explotado en exclusividad es básicamente fundamental para conseguir un alimento determinado, atraer o mantener al otro miembro de la pareja y seleccionar el lugar de nidificación. Por ello, es crucial para muchas especies encontrar rentabilidad entre beneficio y costos. Vamos, que el desgaste que supone defender un extenso territorio sea compatible con la existencia de alimento necesario y un lugar adecuado para criar. Para el buitre leonado (Gyps fulvus) cuya fuente de alimento es impredecible (no se sabe nunca donde habrá un futuro cadáver) actuar en comunidad beneficia el hallazgo durante la búsqueda siguiendo las pautas características del resto de congéneres. Así pueden prospectar enormes áreas de terreno en busca de animales muertos sin el enorme desgaste que supondría proteger de rivales inmensos territorios. Es más fácil defender una plaza frente a la comida mediante cortas peleas en una rotación que oferta a la mayoría de ejemplares la posibilidad de comer. Otra cosa muy distinta es defender el espacio de nidificación.
 Valle del río Mesa 5- 1- 2013
Mientras el sol enmascara la faz del cortado calizo con un luminoso anaranjado, me dispongo a realizar la escucha territorial del búho real. Aunque estoy alejado del peñón de los buitres, los ejemplares, muy desconfiados, no dejan de sobrevolarlo inquietos. Algunos se posan pero, enseguida emprenden el vuelo. No me duelen prendas en reconocerlo, y sé, que todo el revuelo es debido a mi presencia; cuando salimos al campo por muy buena intención que llevemos, siempre trastornamos de algún modo la actividad de las aves. Pero, los humanos existimos y, en gran número, por lo tanto, el estrés en las aves asume la impertinencia de nuestra figura. Sin embargo, hay una condición que supera el miedo al ser humano y es la defensa del espacio de nidificación, jamás había visto nada igual. Se dice que, “a río revuelto, ganancia de pescadores” y estos trastornos pasajeros gestan oportunidades únicas como la de invadir un nido ajeno y la consecuente obligación de defenderlo su regente. Esta mezcla provoca la explosiva reacción de lucha entre dos ejemplares adultos que ya se han olvidado de mí. La primera y alborotada contienda deja plasmada la violencia de estas grandes aves que llegan a caer desde los cinco metros de altura en que se encuentra el nido hasta la base del cortado, ninguno sale herido. Poco después (plasmado en las fotografías) se reaviva la batalla, el griterío es infernal apresándose con las garras y a picotazos; la hembra aparece pero, seguidamente, abandona el lugar temerosa de los belicosos contendientes. El vencedor, tal como aparece en la última imagen, aguanta sujetando boca arriba a su oponente durante unos quince minutos sin moverse. La rendición culmina con la expulsión del invasor y su persecución en vuelo.









En esta posición mantiene el vencedor al vencido cerca de quince minutos.