jueves, 25 de noviembre de 2010

Búho real (Bubo bubo): el superpredador (1)




Es el turno del coloso de las rapaces nocturnas, el búho real, un ave con las dimensiones de una gran águila. Esta rapaz de 72 cm de altura con una envergadura de 180 cm y 3200 gramos de peso, es un gigante que se desplaza con el sigilo de un fantasma y la capacidad mortífera de un águila real. Gracias a un plumaje compuesto por miles de filamentos que amortiguan el impacto del aire, estas aves consiguen un vuelo insonorizado (la extravagante funda peluda que se pone a los micrófonos ambientales de TV consigue el mismo efecto, mitigar el molesto ruido del viento). Una visión privilegiada, una capacidad auditiva extraordinaria y unas garras con afiladas uñas, completan el equipo del superpredador por excelencia.

Me imagino que conocéis la cotidiana costumbre cinegética propia de todas las rapaces nocturnas: salida al anochecer, ocupación de la atalaya de caza, detección de la presunta presa mediante la vista y el oído y, tras un veloz picado, la captura. Curiosamente, el búho real llega algo más lejos en sus habilidades. Aparte de acercarse mediante la localización auditiva en noches cerradas a otras aves para cazarlas, sobrevuela las lomas al atardecer, planeando a baja altura para sorprender a sus víctimas si salen asustadas de sus encames o no les ha dado tiempo de aposentarse. Hay una privilegiada secuencia ocurrida hace unos años que no tuve la fortuna de presenciar, aun estando en el mismo lugar de los que si la disfrutaron. Luis Lorente, José Manuel Sánchez y Domingo Trujillo se introdujeron en una enorme cueva donde tiempo atrás se encerraba a las reses ovinas, buscaban murciélagos. Con el ruido y las luces de la linterna ahuyentaron a una chova piquirroja. Salieron apresuradamente a su paso y consiguieron alumbrarla para que pudiera posarse en algún extraplomo rocoso, pero antes de alcanzar la cima mientras se elevaba casi en vertical, el búho real la interceptó en vuelo, y ante la mirada atónita de los observadores, la rapaz atrapó al córvido y desapareció del escenario.

Actualmente la densidad de escopetas por metro cuadrado debe de ser tan alta que, quizá por ello, los búhos reales necesiten acercarse tanto a los pueblos en busca de alimento. En Mediana de Aragón pude escucharlo este verano sobre un tejado (seguramente un joven). Ululaba irritado ante la presencia de un perro que no paraba de ladrarle. La rapaz tal vez, se acercó al pueblo a la búsqueda de palomas. Pero no acaba aquí la cosa. Me cuenta Fernando Tallada que en una de sus observaciones nocturnas y a vista de prismáticos sobre un tejado al que apenas llegaba la luz de las farolas del pueblo, quedó perplejo mientras veía incrédulo a un búho real arañando e intentando mover las tejas para alcanzar con las garras a los pájaros de su interior. Qué cosas, creemos saberlo todo sobre los animales conocidos y…, hay que ver, lo que da de sí este búho.

Cuando el búho real levanta el vuelo durante el día, tal vez ahuyentado por nuestra inoportuna presencia, una larga cohorte de hostigadores forman tras de él una insoportable estela que durará el tiempo que la rapaz tarde en posarse. La enorme aversión que otras aves sienten hacia esta gran estrigiforme es fácilmente comprensible, basta simplemente, con dar un repaso hacia la lista de sus presas, lista que trataré en la siguiente entrada.

ADVERTENCIA: las imágenes de la próxima entrada son bastante desagradables. Pero, son un documento crucial que muestra la gran capacidad predadora del búho real.

El perímetro de ambos ojos, compone una marcada concavidad formada por un entretejido manto de pequeñas plumas espigadas, que dejan pasar el sonido hacia los oídos. Funcionan como unos receptores parabólicos con los que recibe la dirección de los sonidos orientándose infaliblemente.

Las garras están armadas con afiladas uñas de unos 5 cm de longitud; sus tarsos y dedos emplumados, llegan hasta las uñas para insonorizarlas cuando se descuelgan; y las almohadillas plantares, van provistas de lóbulos que garantizan la sujeción de la presa si esta es resbaladiza como los ofidios, anfibios o peces.

La textura aterciopelada es característica en el plumaje de las rapaces nocturnas, sirve para silenciar el vuelo.

Con las alas desplegadas, el borde de ataque de la primera pluma de las rémiges primarias y la escotadura de la segunda, van provistas de un “borde desflecado” que elimina la vibración y el ruido del viento durante el vuelo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

El autillo (Otus scops)


El color de sus ojos es de un característico amarillo azufrado. Los penachos cefálicos son minúsculos pero visibles y, detrás del negro dibujo del disco facial, se halla el pabellón auditivo.



Éste que os presento en la entrada de hoy, es el búho más pequeño que habita en nuestro país. Mide unos 21 cm, lo que equivale a un palmo de nuestra mano aproximadamente. Para hacernos una idea del tamaño extremo de estos dos búhos reproductores en España; autillo y búho real, podemos comparar el peso y envergadura de ambos: siendo de 145 gr. de peso y 54 cm de envergadura en el autillo; frente a los 3200 gr. de peso y 180 cm de envergadura en el búho real. Prácticamente, es como comparar un mirlo con un águila real. Como en el cárabo, su plumaje tiene dos fases de coloración: la gris y la parda, en las cuales predomina la correspondiente tonalidad con la que visten los ejemplares independientemente.
A finales de octubre, nos abandona la última partida migradora de estas minúsculas rapaces nocturnas para dirigirse al África tropical, donde pasarán el invierno. Y, a partir de finales de febrero regresarán de nuevo, expandiendo por sotos y arboledas para nuestro deleite, su aflautado canto de notas muy cortas, monótonas, pero dulces e intensas. Es fácil ver a estas aves durante las primeras horas de la noche en zonas urbanizadas con arbolado, como las recuerdo yo, a la luz de las farolas del Canal Imperial de Aragón. Durante sus escarceos amorosos y persecuciones, uno podía pasar largo rato incluso, viéndolas atrapar polillas alrededor de las luminosas farolas en compañía de los murciélagos. Precisamente, la condición de ave insectívora está mermando notablemente su población, a causa de la abusiva utilización de pesticidas agrícolas.
No quiero olvidarme por último, de los dos desvencijados chopos casi centenarios de las afueras del pueblo de Mediana de Aragón, plantados a orillas de la acequia para que dieran sombra cuando se utilizaba antaño su cauce como lavadero. El espeso follaje de estos colosos, no alcanza a cubrir las ramas muertas de sus copas desmochadas, sin embargo, la cobertura de sus hojas y las anfractuosidades de la madera albergan con discreción a una pareja de autillos. El coro agudo de sus voces audibles durante la primavera y el estío, alegra el corazón oscuro de las noches calurosas de la huerta. A veces, el énfasis melodioso se escucha incluso durante las horas del mediodía. Aunque queramos descubrirlos, nos resultará imposible localizarlos, al estar bien pegaditos e inadvertidos al lado de la corteza del tronco o de las ramas. Bien mimetizados para sacar partido de su críptico plumaje, burlan la curiosidad de los viandantes cuando son escuchados.
- ¿Qué bicho emite ese sonido tan agudo y machacón? se preguntan indagando con la mirada perdida.


La fase de coloración de este ejemplar es la gris, aunque la comparte en minoría con ligeros matices pardos. En la fase parda, sería al contrario; el color dominante correspondería al pardo rojizo.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Lechuza campestre (Asio flammeus)

Desde lo alto de un espolón rocoso localicé hace tiempo multitud de plumas esparcidas, algunas, demasiado complicadas de recuperar. Las había dispersas por la superficie del cantil y sujetas entre las grietas y plantas rupícolas. Con estas plumas de lechuza campestre (búho campestre, en la actualidad), completaba el pequeño catálogo personal de plumas del conjunto de rapaces nocturnas ibéricas. Precisamente, como dato de interés, existía un caso confirmado de cría de esta rapaz cerca del lugar mencionado de la provincia de Zaragoza (F. Tallada Obs. Personal).

La lechuza campestre es una visitante regular, procedente de países atlánticos europeos. En septiembre comienza la migración postnuptial alargándose hasta noviembre, y con más activos que en la prenupcial que se concentra en el mes de abril. Se reproduce esporádicamente en la Península y Baleares; probablemente se trate de ejemplares que tras una irrupción invernal de la especie se quedan a reproducirse (Asensio et al, 1992).

Este es un búho habitante de espacios abiertos y estratos herbáceos, acompañados ocasionalmente de zonas húmedas. Prospecta la lechuza campestre de modo similar a cualquier aguilucho durante sus cacerías, siendo crepuscular y nocturna; tampoco desaprovecha la tarde ni la mañana para tal fin. Aunque captura algún pajarillo e insectos, su alimentación se basa principalmente en los micromamíferos: ratones, musarañas y topillos, destacando a los micrótidos y concretamente a (Microtus arvalis). La población anual de esta especie de topillo se estimaba en 100 millones en años normales, pero en el verano de 2007 pudieron alcanzar por lo menos los 700. Estas hordas de roedores pusieron en jaque a los agricultores castellanoleoneses, al despuntar la estampida demográfica que provocó la ira de estos campesinos castellanos, cuya alarma desbocada, les hizo justificar el veneno para erradicarlas. Desde siempre, los escopeteros llevan aniquilando a los principales combatientes naturales de estas plagas; los cernícalos, aguiluchos, ratoneros, lechuzas campestres etc. Y, todavía en muchos cotos se sigue practicando esta vergonzosa actividad contraproducente, evocadora de la desaparecida “Junta de Extinción de Animales Dañinos” de la etapa franquista que, defendía contra natura la cosecha de especies cinegéticas como único bien de interés general, y que para protegerla, abatía sin contemplaciones a rapaces y animales sospechosos por doquier, desnudando los campos de su presencia necesaria.

Al final, según un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la plaga de topillos que asoló Castilla y León desapareció de forma natural y no por los tratamientos aplicados con rodenticida que se llevaron a cabo. Estos venenos indudablemente, pudieron afectar negativamente a la biodiversidad con resultados preocupantes.

Retomando la escena del desplumadero, dichas plumas pertenecían a un ejemplar joven de lechuza campestre, llegada como migrador prenupcial. Tuvo el ave, la mala fortuna de toparse con el búho real, y éste tras capturarla, la transportó hasta el saliente del espolón rocoso en las cercanías de su nido, donde la desplumó y entregó posteriormente a la hembra que, seguramente, estaría incubando o protegiendo a sus pollos de corta edad.

Una vez más, la sabiduría de la naturaleza, destaca la estupidez de cierto sector humano.

La lechuza campestre, la común, el búho chico, el cárabo y los machos de búho real, son la mejor representación de cazadores para equilibrar la población de este tipo de roedores, ejercida durante la noche.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Como de la noche, al día

Siempre que observo a una lechuza (Tyto alba), el sentido de su imagen desemboca en el recuerdo fiel de un pacto indeleble con los animales, acaecido años atrás.

Por aquel entonces, todavía era un chavalillo demasiado rural y algo bruto con los animales, como correspondía a los niños asilvestrados en aquellos tiempos de los años setenta, al estar exentos de otras diversiones que no fueran las de saquear nidos de pájaros en el campo. Pescabas, cogías cangrejos, ponías cepos o memorizabas todos los nidos que ibas descubriendo para envidia de los demás. Comentar el conocimiento de nidos de rapaces te daba un caché especial, con el que podías alardear sobradamente delante de tus amigos. Sé, que no era completamente ajeno a cierta pasión ejercida por todos los bichos que por el monte pululaban; sin embargo, tampoco era consciente del mal que les ocasionaba con mi conducta reprobable.

Un día ventoso de las casi siempre aguadas semanas santas y tras dos días consecutivos de llovizna intermitente e impertinente, coincidí en un refugio natural fruto de la erosión de un talud de tierra con un ave que conocía sobradamente, y que jamás vi con tanta emoción como en el momento señalado. Los latidos revolucionados me dejaron parado y con la respiración contenida, evité cualquier movimiento brusco que pudiera ahuyentar al ave agazapada y desbaratara por lo tanto aquel fantástico encuentro. Se trataba de una preciosa lechuza común, trémula y empapada. Su plumaje brillaba como la seda, y codiciaba mi mirada el color canela, gris y dorado de su dorso, junto al blanco puro de su zona ventral. Lucía tan agrisada, y canela incluso de cara, que parecía de la subespecie Tyto alba guttata de distribución europea. Todavía le quedaban filamentos del plumón de cría. Sus ojos, cien veces más sensibles que los del ser humano eran negros, negros como la profundidad de su mirada y, asistidos por unos oídos asimétricos ocultos entre el acorazonado disco facial compuesto de una pantalla de minúsculas plumas entrecruzadas; dichos oídos, estaban extraordinariamente capacitados para percibir cualquier sonido por muy bajo que éste fuera. El manto de plumas provistas de infinidad de filamentos con textura aterciopelada, le proporcionaban la insonoridad eficiente para sorprender a sus víctimas mediante un vuelo silencioso. Y, completaban el equipamiento excepcional sus extremidades posteriores, que eran largas y emplumadas hasta el nacimiento de los dedos, los cuales, terminaban en unas punzantes y perforadoras uñas mortales para sus presas y temibles para sus enemigos.

Toda esta serie de argumentos morfológicos extraídos de los libros de fauna, pasaban por mi cabeza cuando cogía a la desafortunada rapaz nocturna, compendio de todas las cualidades mencionadas. Por lo tanto, a partir de aquel momento mi concienciación fue instantánea, debido sobre todo a la atención urgente que el ave requería. Me impliqué y me responsabilicé definitivamente desde entonces eliminando de raíz aquellos deplorables hábitos anteriores.

Este recuerdo no pretende exponer solamente mi experiencia personal con una lechuza, sino algo mucho más importante; aprender de la lección imperecedera con que la vida me obsequió en ese preciso momento, para disponer a posteriori de lo estrictamente necesario.

 
Está experimentalmente demostrado que la lechuza común depende básicamente del oído para concretar con éxito sus lances de caza. Esta rapaz es capaz de capturar un ratón con los ojos tapados, dependiendo únicamente del oído para orientarse.