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sábado, 26 de abril de 2014

Mas historias del lagarto ocelado


El año pasado, durante el recorrido de los transectos en los que acompañaba a Fernando durante su trabajo por la estepa monegrina para censar aves esteparias, topamos con tres cornejas negras Corvus corone que ante nuestra presencia, pronto levantaron el vuelo. Bajamos del vehículo y quedamos estupefactos al ver a un pobre lagarto ocelado Timon lepidus agonizando, cubierto de heridas sangrantes por todo su cuerpo. Las inmisericordes cornejas tenían asegurada su comida ante la debilidad palpable del enorme saurio; esto es así en la naturaleza. Seguramente, el viejo lagarto ocelado tuviese mermadas sus facultades físicas y su previsible decadencia fue el aliciente perfecto para estos negros córvidos que de una cruenta manera iban a adelantar su final. Entiendo perfectamente por qué este ágil corredor, cual verde centella, desaparece apresurado como si le fuera la vida en ello y, ciertamente, le va. No sólo las cornejas los depredan, también he visto al águila de Bonelli Aquila fasciata transportarlos en sus garras, al águila culebrera Circaetus gallicus y, por supuesto, aparecen ocasionalmente en algún nido de águila calzada Hieraaetus pennatus, águila real Aquila chrysaestos y búho real Bubo bubo; por citar algunos.

En su desesperada huída el lagarto se incrustó en este ladrillo. 
Detalle de la necrosis de la cola.
El cemento que cierra la cavidad del ladrillo le impidió seguir adelante.
De nuevo nos tocó bajar a un profundo aljibe, esta vez con cuerda al carecer éste depósito de las grapas de hierro a modo de escaleras. Basta asomarse para observar el fondo y ves como una multitud de pequeñas criaturas corren despavoridas. Allí arriba, ocasionalmente, se asoma la muerte, lo saben los animales prisioneros y, a veces, cuentan con escasa protección en estas cerradas prisiones para escapar del cautiverio y de sus potenciales predadores. Había tres lagartos ocelados y rescatamos a dos, el tercero, al que apodamos lagarto de barro, escapó, seguramente por que debía ocultarse fácilmente en las galerías de los topillos que también habitaban el espacio (de ahí el barro). Uno de los lagartos se incrustó en la cavidad de un ladrillo y quedó atrapado; así lo subimos con la cuerda. Estaba algo desnutrido y presentaba en la mitad posterior de su cola una necrosis severa.  El otro ejemplar, seguramente dominante, hacía gala de un vigor excelente pero, su originario apéndice caudal fue amputado, luciendo el regenerado mucho menos vistoso. Por fortuna, este último ejemplar había comenzado la muda y podía apreciarse el destacado contraste del verde intenso con el negro y azul de los ocelos asomando bajo la camisa vieja y blanquecina de la piel saliente. Era libre, y nada mejor para la ocasión que estrenar traje nuevo. Al del ladrillo lo liberamos partiendo con cuidado la celda sin que sufriera ningún rasguño y, en su carrera fugaz como la del otro incauto, manifestaron su apego a la vida corriendo libres para preservarla en lugar seguro. Colocamos además, un enorme tronco ejerciendo de rampa accesible hacia el exterior del aljibe y, cuando volvimos al cabo de varios días, el lagarto de barro ya no estaba. Preferimos pensar que trepó por el madero.

 Un macho mudando la piel; soberbio...
 Detalle del contraste y luminosidad del nuevo traje de escamas. 
 Buena suerte a los tres.


miércoles, 23 de marzo de 2011

Lagarto ocelado (Timon lepidus)



Hay fotografías que encierran detalles fuera de lo común, y por ello, pasan a formar parte de mi colección de anecdóticas; especiales para gente con afinada curiosidad como quienes visitáis este blog.
Cuando Fco Javier Abrego autor de las fotos me mostró parte de su material con filmaciones de calidad, cayeron estas interesantes imágenes del lagarto ocelado. Interesantes por contar con la particular representación de un peculiar nicho ecológico donde sin duda alguna el saurio, ha sabido explotar todas las bondades de la carroña; desde la gran fuente alimenticia de insectos necrófagos, hasta la comodidad de su zona de descanso y solarium. Por supuesto además, contando con una zona protegida de seguridad dentro de unas rejas óseas.

Muchas veces, la observación fugaz de este reptil equivale a una mancha verdosa muy viva de color, que corre apresuradamente para ponerse a salvo en el hueco más próximo que conoce perfectamente.

Os dejo con un par de observaciones naturales de su comportamiento cazador tan interesante de hace unos años.




“Desciendo con el vehículo camino del barranco. En la bajada, un mediano lagarto ocelado llama mi atención y detengo el vehículo. El reptil, al que le falta un tercio original de su cola ya regenerada, se dirige aceleradamente al muro de piedras de contención que separa un pequeño val de almendreras y cuatro cerezos; dos de ellos repletos de rojos frutos. Aguardo pacientemente a que la normalidad generalice este particular momento en el que afortunadamente, puedo observar con continuidad al verdoso reptil tan huidizo. A medida que transcurren los minutos, se afianza ante mi presencia. Y, tras permanecer sobre la gruesa piedra del muro inicia tímidos movimientos sin dejar de observarme. Se desplaza con destreza y lentamente, receloso, tratando de no delatar su presencia entre la escasa vegetación. En ocasiones, apoya sus extremidades delanteras sobre una pequeña piedra, acechante, postura que repetirá a menudo más adelante. Trata de localizar presas accesibles y cercanas. En la primera ocasión que se le presenta; se acerca con sigilo hasta una planta en flor, arranca aceleradamente, salta y atrapa, creo que a una abeja. Lo mismo sucede en la siguiente prospección teniendo al insecto dentro de su radio de acción; le sorprende con una vertiginosa carrera culminándola con una certera captura. Apenas durante la hora de observación ha salido de un radio de acción de cinco metros. Dada la abundancia de alimento, es suficiente. Prosigue su marcha reptante y sigilosa alcanzando el borde del muro, bajo una piedra arranca una hermosa oruga de color ocráceo que engulle satisfactoriamente, pues compensa con suma rentabilidad la biomasa y el escaso gasto energético de este cómodo y suculento bocado. De nuevo al acecho, y esta vez logra sorprenderme con más contundencia. Veo a una pequeña libélula suspendida en vuelo a escasos veinte centímetros del suelo. El gran ocelado se halla a la izquierda, a casi dos metros de distancia; creo que la ha visto perfectamente. Se acerca con mucho sigilo, muy mimetizado entre la rasa vegetación sin perder de vista al insecto volador. A escasos centímetros de la libélula arranca como un resorte, salta los veinte centímetros de altura que les separa y con sus fauces abiertas la atrapa limpiamente. Tras la ingestión de todas las capturas el gran lagarto se relame con agradable satisfacción, recorriendo con su lengua bífida toda la línea de placas labiales. A continuación ya saciado, ha prospectado su territorio concluyendo por el momento, la jornada de caza".

“En otra ocasión, para no perder la costumbre de observar a placer a este lagarto tan fascinante, pude ver a un ejemplar diferente unas semanas después, cuando el calor de aquel día era insoportable a las once de la mañana. Paré el coche al ver al reptil a un lado del camino, esperé a que se confiara y vi cómo capturaba un coleóptero que consumió en el mismo lugar de su salida. Parece que éste era más tranquilo y no tenía intención de sprintar para sorprender mediante capturas aéreas a sus victimas. Se fue acercando poco a poco al coche, y yo me sentía el más privilegiado en aquellos momentos, deleitándome con sus colores luminosos y los ocelos deslumbrantes de sus flancos. Como decía; la trayectoria era muy directa e intencionada y, una vez alcanzado el bajo del vehículo, ya no salió. Tras un cuarto de hora abrí la puerta y miré debajo; allí estaba, relajado, sin prisas, no había una sombra en muchísimos metros a la redonda y el calor era agobiante. En fin, me tenía que ir y, el lagarto no ponía de su parte…-venga..., muévete que me estoy abrasando vivo– le decía, la verdad es que suelo hablar con los animales, no lo puedo evitar. Aguantó como un jabato mi presión, haciéndome bajar del coche y juro que…, casi tengo que empujarle para que se fuera. Me hizo bastante duelo, lo reconozco. Pero bueno, él estaba mejor preparado que yo para este día sofocante que como comprobé, no era apto ni para los “fardachos”, que es como los llamamos en mi tierra aragonesa.”


Una buena superficie muy suave y cómoda para no irritarse las escamas ventrales. Qué lagarta.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Aljibes: el pozo de la agonía




Si hay un ser vivo, capaz de desafiar las tórridas horas del agostado mediodía, ese es el lagarto ocelado (Lacerta lepida. Actualmente; Timon lepidus). Aguarda paciente, entre el sol y la escasa cobertura de los sisallos, los albardines o las capitanas aferradas a los ribazos y periferias el momento ideal para cazar o, sencillamente, mantener el reposo. La abrasada maleza del linde, separa las tablas del agobiado labrantío que se extiende por cualquier estepa aragonesa. Mientras, nuestro saurio, se permite el especializado placer de ignorar el aplomado calor, que, a duras penas el que escribe, soporta deshidratándose al amparo de una afilada sombra que se desvanece rápidamente.


Las intimidadoras fauces del lagarto ocelado, suponen una importante garantía para su defensa.


Esta, desgraciadamente, es otra variedad bastante más cruda de la formidable fortaleza; en este caso metabólica, del lagarto ocelado.



Fernando, me avisó de la situación del lacértido que se hallaba atrapado en el foso de un aljibe circular. Son construcciones generalmente de la forma mencionada, cuya utilidad es; la de recoger el agua de lluvia o, almacenar la que se vierta para abrevar el ganado ovino, habitual campeador de las duras estepas aragonesas. El poso de barro resquebrajado y cuarteado por la acción implacable de la sequedad, daba cobijo al verdoso “fardacho” (como se le conoce por el lugar) ocultándose cuando tan sólo, atisbaba un leve momento de riesgo en el alto vertical de la pared. La profundidad de las grietas en el barro seco era de unos cuarenta centímetros, y aun así, pese a la dificultad, logramos extraerlo una vez se había empotrado en ella, no sin antes arrancar uno de los bloques con mucho cuidado.


Las especies atrapadas en el fondo seco, generalmente mueren de inanición tras largos días de penuria.


Las imágenes apreciadas por vuestros ojos en la pantalla, son las del pobre lagarto exhausto, consumido casi en su totalidad pero, con la fiereza que les caracteriza; haciendo frente con sus fauces abiertas. No consideramos la necesidad de llevarlo al centro de recuperación, debido a la fuerza que todavía, y a pesar de todo, sacaba de sus mermadas reservas.

La pared de la vieja torre esteparia, le serviría de refugio junto a la opción de entrada a la misma, para que pudiera sorprender insectos abundantes en su interior.


Pareja de lagartos ocelados soleándose bajo un caluroso sol de Mayo.


Dedicaré otra entrada a esta maravilla de la evolución, con otro ejemplar en mejores condiciones, pues hay detalles de su comportamiento sumamente curiosos.

En el otro aljibe, la situación era mejor gracias a una parte sombría protectora de la humedad, apropiada, para la piel de varios ejemplares de sapo corredor (Bufo calamita) que permanecían aletargados bajo una

manta vegetal acolchada y uniforme.





Recogidas entre una piedra y el barro seco; las cuatro jóvenes culebras de escalera (Elaphe scalaris. Actualmente; Rhinechis scalaris), aguardaban ocultas el paso del tiempo frío medio aletargadas, debido posiblemente, a la incierta temperatura todavía no apta para el prolongado y esperado fin.

Concluida la necesaria sesión fotográfica, no exenta de sustos por el mal genio de dos de ellas (muy agresivas), dejaron constancia mediante activos lances de ataques continuados, de una marcada irascibilidad antes de terminar en la saca. Una vez liberadas bajo la segura protección de las amontonadas piedras extraídas del campo, regresaron a una nueva oportunidad sobre el terreno, ahora, con mejores expectativas.


Un ejemplar dócil. Por la forma estilizada de la cabeza, comprobareis que no muestra signos de alarma.


De las otras dos restantes, una de ellas, era sumamente dócil. Qué cosas. La tuve encima, cogida con las manos y mirándola con entregada atención, mientras se deslizaba con suavidad entre mis dedos. No medían más de cuarenta centímetros, cada una de las cuatro. A pesar de su aparente inofensividad por su pequeño tamaño, y no disponer de glándulas venenosas, sus dientes pueden accidentalmente transmitir cualquier tipo de infección por muy remota que sea dicha posibilidad. Hay que andarse con cuidado, pero sin temerlas. Siempre huyen de nuestra presencia como alma que lleva el diablo.


Este ejemplar sin embargo, con las carótidas dilatadas, hizo justicia de su irritable carácter arisco y ofensivo.


Esta es, una pequeña muestra de la trampa mortal que para muchos animales entre aves, mamíferos, reptiles etc., suponen estos depósitos de agua; tanto llenos, como vacíos. Se han presentado muchas opciones para habilitar salidas de evacuación para los animales atrapados, pero ninguna al parecer, se lleva a cabo.



miércoles, 5 de agosto de 2009

Salamanquesas: "un saurio perseguido"


Salamanquesa común (Tarentola mauritanica)

Es difícil, muy difícil la clemencia para éste reptil áspero, de piel rugosa y llena de excrecencias. Con ojos y mirada repulsiva, y lo que es peor; una capacidad ingrávida para desafiar la verticalidad de las paredes donde habitan los humanos.

A pesar de ser un excelente aliado nuestro, y librarnos de los más incómodos insectos pululantes de nuestras viviendas, no se ganan nuestra simpatía ni perdón.



Completamente inofensiva, ésta lagartija nocturna de aspecto mutante, o pequeño dragón, no escupe al pelo provocándole una prematura caída, ni su piel segrega sustancias tóxicas venenosas; eso es para las salamandras, anfibios de vivos colores con las que se les confunde, muy dependientes del agua. Tampoco se cuelan en los armarios roperos para devorar la ropa ni tantas otras leyendas urbanas y rurales.



Es triste, pero apenas se les dispensa amparo. Poca es la gente que se apiade de ellas, siendo finalmente víctimas del escobón o del insecticida. Se deshacen, con el convencimiento de obrar correctamente eliminando un riesgo.

He visto hasta la saciedad, matanzas de salamanquesas apaleadas inconscientemente por los críos en sus pasatiempos, (en la ciudad, son los videojuegos) cómo no, alentados por sus padres. Explicarles su error, es clamar en el desierto.



Al final, como Félix deja constancia en su Cuaderno de Campo (Anfibios), comenta: el leopardo y el halcón desaparecen por bellos; porque al hombre le apetece su piel o su presencia. Al pobre sapo y (salamanquesa) se les aniquila por feos.



“Por favor, acércate a ellas y descubre su insólito mundo. Son completamente inofensivas”