Zampullín chico Tachybaptus ruficollis en plumaje de invierno
Grupo de cercetas comunes Anas crecca
Observaba en la laguna un bando de cercetas Anas crecca emborronadas por
la niebla apagándose poco a poco al alejarse, después, fijé mi interés en un
precioso zampullín chico Tachybaptus ruficollis en plumaje de invierno que nadaba cerca del
observatorio. Apenas se escuchaban reclamos de aves y, entre ellos, el silbido
tenue de las minúsculas cercetas. El carrizal y la neblina sumaban un conjunto
de ocres y grises acaparando todo el humedal. Superando el silencio, un
estruendo creciente se abría camino entre el carrizo. Era un sonido continuado,
el de un animal grande. El zampullín
desapareció y las cercetas volaron a otro lugar mas alejado. Sospechaba lo que
venía pero, quería aguardar la sorpresa con la cámara dispuesta para captar el
momento. La luz era muy escasa y la niebla mantenía traslúcido el escenario. Lo
suponía, un jabalí tras otro con la madre en cabeza aparecieron en fila
atajando esta parte de la laguna a nado. Apunté y disparé. Con la pésima luz
logré inmortalizar a tres de ellos, los demás quedarán en el olvido. Ninguno pudo
escapar al tiroteo de la cámara; por supuesto, sin sufrir bajas. Lo mejor de la
escena fue que los suidos continuaron su viaje en familia.



Me viene a la mente, como no, la inmisericordia de ciertos
cazadores que no tendrían reparo en matarlos provistos de rifles de repetición,
aprovechándose del momento delicado de los jabalíes al nadar lentamente con la
dificultad añadida del agua y el fango. El cazador va siempre acompañado del
arma letal y el perro que le orienta en busca de las presuntas víctimas. El
matador no tiene nada mas que disparar sin importarle la insultante
superioridad de todo tipo de ventajas a su favor. Por eso sé, que si la caseta fuese
utilizada por estos amantes de la naturaleza, como se hacen llamar, hubiese
sido el lugar ideal para acabar con la familia de jabalíes a balazos mientras
apuradamente alcanzaban la otra orilla de la laguna. La conducta de esta caza carece
de ética, sólo se basa en matar, apretar el gatillo y sentir el caprichoso
poder de aniquilar, aunque sea de manera tan patética ante animales vendidos frente
a la adversidad.
El paisaje del amante de la caza es un cementerio, de lo que
sea. Creo que allí es donde mas a gusto se encuentra, rodeado de naturaleza para
exterminar. Si dejáramos el monte a su entera disposición todo acabaría siendo
un erial o una granja de animales marcados y destinados al degüello. Si una becada
está escondida, agazapada y, tiene temple de acero, no le sirve de nada, el
perro la levanta y el cazador la abate. Con los ciervos lo mismo, una rehala (perros de montería) los intercepta y el valiente matador sólo tiene que disparar,
seguramente, querrá uno de los mejores ejemplares que podría aportar una
descendencia óptima en generaciones venideras. Sólo vale la foto, la horterada
típica y chulesca para la posteridad compartida con otros aficionados de esta
mediocridad aniquiladora. Un acto sin mérito alguno.
Se mata al lobo por que ataca al ganado doméstico. Pero, además,
se desprecia su labor como mejor regulador de grandes fitófagos, capaz de equilibrar la
cabaña salvaje al consumir los ejemplares peor dotados. Ataja la creciente
población de jabalíes que tantos destrozos dicen que causan. Ciertamente, eso
importa poco con tal de poder ejecutar a todo bicho viviente. Sin el concurso
del lobo todo va en detrimento de los ejemplares mas sanos de la caza mayor, futuros
trofeos del montero. Las generaciones futuras de ciervos, gamos, cabras etc… irán
heredando probablemente enfermedades y anomalías genéticas de los mas débiles,
desechados por los susodichos cazadores al carecer de la plasticidad y soberbia
del macho mejor armado.
Mucho tienen que cambiar para alegar su “extraño” amor por
los animales y la naturaleza; mucho. Cazar, no debiera ser fusilar.
Por cierto, la
naturaleza no necesita lecciones de equilibrio ecológico, y menos, de este tipo
de “ecologistas"
Hozando el barro los jabalíes consiguen prepararse baños de barro como el de la imagen, para revolcarse y mitigar el efecto de los parásitos en la piel.
Huellas de la basta pelambre del jabalí impresas en el barro poco húmedo.
Debido a la utilización continuada de los ásperos troncos de pino para rascar su filamentosa pelambre y afilar los prominentes incisivos acuchillando la corteza, los jabalíes, consiguen desgastar la corteza y acabar con la vida del árbol.
Ejemplar de pino carrasco Pinus halepensis seco por la continuada fricción de los jabalíes en su tronco.