martes, 14 de mayo de 2013

Martina, martín y mosquitera.


El otro día acudí a la orilla del río en horas de luz escasa y los mosquitos abundaban por doquier; era la tarde perfecta para los insectívoros. Quería hacer un leve seguimiento de la pareja de estos alcedínidos para saber que todo seguía su curso. Afortunadamente, el cauce del río no rebasaba los límites de seguridad aún con las últimas lluvias acaecidas. La moderada temperatura también estaba sujetando bastante la nieve en la sierra pirenaica, evitando la temible mayencada (término aragonés que define el deshielo en mayo) por el que aumentaría desproporcionadamente el nivel de agua del Ebro causando verdaderos destrozos a los intereses humanos de la ribera y, también, a la vegetación y la fauna.
Vi que cuando el macho emitía un agudo reclamo la hembra aparecía rauda de algún lugar o, también, salía del interior del nido para recoger la presa que éste le aportaba para entregarla posteriormente a sus pequeños.
Del nido cuelga una larguísima raíz que es utilizada ocasionalmente por multitud de pajarillos como la lavandera blanca (Motacilla alba), papamoscas cerrojillo (Ficedula hypoleuca) ruiseñor común (Luscinia megarhynchos) y una curruca mosquitera que, vista por el macho de martín pescador en ése preciso momento, fue desalojada inmediatamente del lugar. La raíz utilizada como apoyo, es la conocida como regaliz de palo (Glycyrrhiza glabra).
Poco más que contar, solamente, reiterar la admiración que siento hacia esta portentosa y celúrea avecilla de vertiginoso y fugaz vuelo que siempre me roba la mirada. 

 Hembra de martín pescador (Alcedo atthis)


 Curruca mosquitera (Sylvia borin)


 Macho de martín pescador (Alcedo atthis)




viernes, 10 de mayo de 2013

Mesa para dos: la corneja negra y el milano negro


 
Después de tres horas dentro del hyde sin ver nada que se acercara al cebo, estaba ya, bastante más que harto de la monotonía del encierro. En estos parapetos tan opacos me agobio bastante, considero que no es lo mismo este claustro de tela que una sentada de horas y horas en un lugar concreto y despejado observando con el telescopio terrestre la vida. No, no soy nada paciente para la fotografía de escondite. Tenía a los milanos negros desde el punto de la mañana goteándoles el pico en lo alto del bosquete de álamos blancos pero, faltaba el visto bueno de la corneja negra que graznaba a lo lejos. La estaba esperando, y no sé el motivo por el cual no bajaba a la carne.
Había recogido la cámara y estaba a punto de hacer lo mismo con el trípode pero, ¡que casualidad! desde el visor de la tela vi a doña corneja delante del festín. No podía hacer nada, tan sólo un leve movimiento intentando montar el equipo de nuevo, daría al traste con todo el negocio. Afortunadamente, al ausentarse la corneja un momento, me permitió organizar el equipo otra vez.

Minutos más tarde apareció tímidamente un milano negro, quizá, el más hambriento del bando que sobrevolaba el lugar o que observaba la oportunidad desde lo alto de las ramas. Con la confiada corneja deambulando cerca, fue con paso firme, apenas sin titubear hasta que alcanzó el maná, un privilegiado maná con el que probablemente no se había encontrado nunca. Esperaba fotografiar, sinceramente, ejemplares adultos; son más vistosos, aunque también más recelosos. Entonces, empecé a tejer esta sencilla historia, fijándome en la lenta travesía de este ejemplar joven llegando incrédulo, a la solución de su problema con el hambre en el día de hoy. Mientras sus congéneres revoloteaban quejicosos intentando hacerse con un pedazo de carne en fulgurantes pasadas, el joven comía bastante desinhibido, manteniéndose al margen de la desconfianza que se anteponía al hambre del resto de los milanos. Engulló generosos bocados de fresca carne aragonesa, sin precipitarse. Su plumaje lucía deteriorado, envejecido por el sol y las peleas multitudinarias en los vertederos donde todos, a montón como los buitres, se hacinaban buscando ese hueco entre tanto competidor donde penetrar hacia la comida. No, hoy parecía diferente, a pesar de la continua molestia de sus congéneres y sus intentos desesperados por atrapar migajas con vuelos rasantes, el solitario joven disfrutaba de su momento de gloria, que no era otro que el de un festín inolvidable sin la contrariedad estresante de compartirlo y, menos, batallarlo.


Aspecto tétrico del ojo de la corneja por el efecto de la membrana nictitante.

 Corneja negra (Corvus corone)







Milano negro (Milvus migrans). La rapaz se despachó bien a gusto una vez utilizados 30 minutos para comer placenteramente.

jueves, 2 de mayo de 2013

ALGUNOS PÁJAROS DE EL VATICANO




Son los pájaros más cercanos a Dios, y también, los que acompañan durante el trayecto silencioso del profundo pasillo hasta la grandiosa Capilla Sixtina al futuro Papa.
Reconozco que dicha “Capilla” es una obra monumental del genial Michelangelo Buonarroti, aunque después de la gran impresión que me causó dicha obra considerada como su mayor logro en pintura, no lo fue menos descubrir por sorpresa en el pasillo de salida, esta peculiar colección de óleos de aves (de inferior calidad, por supuesto) pintados en las puertas de una larga fila de armarios. Me gustó naturalmente, -no podía ser de otra manera debido al lugar presente de su distribución-, contemplar todos los ejemplares expuestos por ser muy conocidos. 


Martín pescador (Alcedo atthis)


  
Treparriscos (Tichodroma muraria)


Macho de gorrión común (Passer domesticus) hostigado por un jilguero (Carduelis carduelis)

Alcaudón común (Lanius senator) sobre avión roquero
 
Pero, dejando al margen la interesante exposición de aves, hay dos secuencias protagonizadas por el alcaudón común que llamaron toda mi atención. Son dos escenas de caza programada gracias al arte de la cetrería. En la caprichosa corte francesa, cuna de las costumbres más refinadas, el rey y su séquito ejercitaban sus habilidades cetreras con alcaudones amaestrados, a los que lanzaban contra los gorriones del jardín o, en el interior de grandes salas donde soltaban víctimas propicias o disponibles para ser capturadas violentamente por alcaudones reales o por alcaudones comunes. Cuando el lance se desarrollaba en interiores se denominaba “Cetrería de salón”; los asistentes se deleitaban con  la destreza del cetrero y la saña del alcaudón.


Alcaudón común (Lanius senator) acosando a un avión común (Delichon urbica)

Estas aves tienen la costumbre de pinchar sus presas en todo tipo de espinos o elementos punzantes apropiados que utilizan como despensas. No sólo las hacen en época de cría, sino a lo largo de todo el año.
Los cetreros en esta modalidad de caza con alcaudón coinciden en afirmar que estas aves “siempre tienen hambre” y parece que su voracidad es una norma instintiva cuya finalidad es complementar sus despensas para guardar alimento en caso de carencia. Dicen además, que hacen gala de una agresividad impresionante, yendo a la presa directamente con el pico, utilizando las patas para apoyarse y equilibrarse, nunca en las capturas.


Estornino pinto (Sturnus vulgaris)
 

Abejaruco común (Merops apiaster)


Abubilla (Upupa epops)
 

Hembra de pito real (Picus viridis)


Avión común (Delichón urbica) grupo en vuelo
 

Codornices (Coturnix coturnix)
 

Abejaruco papirrojo (Merops supercillosus) y abejaruco común.



Trepador azul (Sitta europaea)
 


Estornino rosado (Sturnus roseus)



 Vuela pero no es un ave: gran pavón (Saturnia pyri)