
Son tan habituales los nidos de golondrina común Hirundo rustica en las construcciones humanas que, al ver una pareja de ellas adentrándose en una vieja cueva forrada de cantos rodados, me picó la curiosidad por ver la obra nidal de estas aves adherida a la piedra. Muchos años lleva esta zona en deshuso tratándose de una antigua explotación para extraer grava, antaño, tan habitual.

Mi sorpresa salta al ver, como si fuera una gárgola en un extremo de la entrada, a un joven autillo Otus scops que aguanta con valentía mi presencia, controlándome bien templado a través de la discreta abertura de sus párpados. No ha elegido madera para sacarle partido, ni siquiera un árbol a cien metros a la redonda con el que camuflarse. El joven, bien disciplinado, aguanta el tipo convertido en un pequeño fragmento más de hormigón. A dos metros de él, desando los pasos temeroso de romper su firmeza. Desde una prudente distancia, hago las fotos testimoniales al ave, aparentemente, menos tensa.
Allí se queda el guardián de la caverna y, si logra esa tranquilidad necesaria, seguirá con su empeño hasta emprender, por primera vez, un viaje migratorio transahariano en compañía de multitud de congéneres con los que pasar el invierno.
7 de Julio de 2019
Frente a su posadero se extienden unas nutridas tablas de cultivo y ribazos donde capturar todo tipo de presas, sobre todo, insectos.