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domingo, 7 de junio de 2020

Agateador común (Certhia brachydactyla): entre la madera y la roca



Este invierno pasado una fuerte nevada quebró las ramas de muchos pinos y tumbó gran cantidad de ellos. No son los árboles adecuados para un terreno tan rocoso en sus laderas.
En los años 50 se repobló el término municipal de Calmarza (Zaragoza) con pino carrasco Pinus halepensis. Se plantaron en pendientes cercadas por elevados farallones calizos y crecieron desmesuradamente para arañar los primeros rayos de sol entre tanta competencia; una carrera entre todos los plantones para escapar de la sombra proyectada por el cerrado cañón rocoso.
Era territorio antiguamente de encinas pero, una fábrica de papel (siglo XVIII) instalada en esta población, además de otros aprovechamientos de la madera, hicieron que como materia prima desaparecieran. 

Las piñas abiertas y secas son un buen refugio para determinados invertebrados. Desgraciadamente para ellos, la aguzada y alargada pinza del agateador es muy efectiva para extraerlos.
 

Caminar monte a través es complicado, y más, cuando toca sortear no solo aliagas, espinos o rosales silvestres, sino también árboles caídos de largos troncos y ramaje poblado. Todo ello, embadurnado en diferentes zonas quebradas de pegajosa resina.
La barranca solitaria donde aguarda ocasionalmente en invierno el estático cárabo, dentro de la hiedra, tiene durante su acceso un dilapidado escuadrón de pinos tumbados; grandes y pequeños. Ahora la luz llega con mas facilidad, e incluso, si se dan prisa los brotes de encina podrán hacerse sitio entre los robustos pinos imperantes para recuperarles el terreno que les fue arrebatado.

"Son aves confiadas, pero más que dóciles, parece que el hombre les resulta indiferente"; Philip Burton en el libro "Aves de Europa".


Un agitado reclamo, incesante, alarmado destaca sobre el ambiente sonoro del pinar. Es una nota tan machacona que por fuerza llamaría la atención de cualquier paseante.
Ahora el sol impregna los pinos creando multitud de claroscuros y contrastadas sombras. Un espacio ideal para un pajarillo que se descubre apeándose de la cara oculta y umbrosa de los rugosos troncos y escamadas ramas. Lo hace poco a poco, discretamente, puesto que su sobrecargada labor no le da para atender expresamente mi presencia invasora.
Macho y hembra trepan infatigables, reclaman contactados sin dejar de escrutar los orificios de la corteza, apurados afanosamente en hallar mas insectos y, de paso, apuntalando mi ubicación. Para no alterar su conducta hiperactiva tomo asiento apoyando mi espalda contra la fría roca de la mañana temprana. Hay un colchón de reseca hierba perteneciente al encame de un tejón, por lo tanto, estoy cómodo para seguir las evoluciones de la pareja de agateadores. Nada parece haber cambiado desde mi llegada para los trepadores de abigarrado plumaje. Al principio escudriñan las zonas altas de los pinos desde la mitad alta de los troncos. Caminan incluso, sobre las ramas gruesas y finas tanto por su parte superior como por la inferior. Ellos saben que sus presas aprovechan cualquier resquicio inexpugnable para escapar de su asedio.
Parecen por su mimético plumaje fragmentos de corteza vivos, inquietos, deambulantes manojos de nervios. Si no se movieran, creo que no sería capaz de descubrirlos. Les viene bien para sortear la mirada profunda del gavilán, escrutador infatigable de estos espacios apretados. De hecho, dos montoncillos de plumas de carbonero y zorzal exponen fríamente la prudencia a tomar entre todas las labores pendientes por parte de estos agateadores. Esta rapaz del bosque es como un ciclón devastador en los giros y, experimentado sorteador de las ramas infinitas e interpuestas que componen este vergel de coníferas.

El agateador es un pájaro de apenas 11 gramos de peso con una altura de 12 cm. El enorme desgaste físico de su actividad trepadora los obliga a dedicar largas jornadas de búsqueda de alimento. 


Va pasando el tiempo y los agateadores consuman viaje tras viaje el aporte de insectos para su descendencia, pero ¿dónde está el nido? ¡Claro! He tenido un ligero despiste y, cuando los veo desaparecer entre la roca simplemente me he dedicado a localizar al críalo que revoluciona con su griterío la tranquilidad de este guardado rincón. Al prestarles mas atención compruebo cómo sigilosamente realizan una travesía por la roca hasta una recogida fisura donde aportan las capturas a sus vástagos. Después, cumplida la labor salen disparados a por mas invertebrados en los troncos colindantes.
Han aceptado mi quietud con ajustado recelo, pero, al darme cuenta de ello he preferido desaparecer del escenario sorprendido por la extraordinaria capacidad de trabajo de estos discretos pájaros escaladores de la madera y de la piedra.

Nidifica en grietas, agujeros, cortezas desprendidas y otros resquicios adecuados de los árboles; ocasionalmente puede utilizar construcciones humanas. No he hallado referencia alguna sobre la nidificación de esta especie en fisuras de la roca como se aprecia en la imagen (no he fotografiado el nido pero se adivina). 
Este amurallado bosque de pinos a baja altitud, ha debido de ser una buena opción para el ave al decantarse por la roca como lugar protegido para anidar.

Las rectrices afiladas y rígidas de los agateadores, similares a las de lo pájaros carpinteros, cumplen la importante función estabilizadora y de apoyo durante sus movimientos.








Los agateadores como los trepadores demuestran una capacidad asombrosa para trepar por los troncos y ramas de los árboles. Su pericia les lleva a descender cabeza abajo, aunque en este caso, los trepadores lo hacen con mas regularidad.

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