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domingo, 25 de octubre de 2020

Bravía...


 

La paloma bravía Columba livia es un ave, como su nombre indica, montaraz y muy brava. Nada tiene que ver esta brava columbiforme con sus homólogas palomas domésticas o urbanas. Ésta es un ave físicamente más rápida y de poderoso vuelo, capaz de burlar sobradamente al halcón peregrino Falco peregrinus, su enemigo más especializado y récord absoluto en velocidad.

Se ha denostado tanto a estas aves en las ciudades por parte de un sector humano que, por decirlo de algún modo, su nombre ha sido injustamente despreciado.

En la repisa bajo el puente sobre el río Mesa aguardaba la paloma. Pensé en el ataque del halcón peregrino, capaz de mermar en una persecución fugaz toda su fortaleza. Parecía descansar. Recuperarse. 
Estoica, luchadora con sus fuertes aletazos, trató de zafarse cuando la cogí. Después, ya no ofreció resistencia. De la zona ventral supuraba una herida con muy mal aspecto y desagradable olor. La herida, por el motivo que fuese, se había infectado descontroladamente. Desconocía qué pudo ocurrir. Poco importaba.
La llevé a casa acomodándola en una caja a oscuras. Se tranquilizó. Su mirada cristalina, inalterable, no reflejaba la agonía mortal tres horas después de su traslado.

20/10/2020

Farallón vertical de caliza donde anidan las palomas bravías junto a las grajillas. 

Otras batallas de la paloma bravía:

https://lanaturalezaquenosqueda.blogspot.com/2011/11/la-sombra-del-azor.html


miércoles, 18 de abril de 2018

Escapar de la muerte



Paloma bravía Columba livia. Ejemplar reposando y recuperándose de la fatiga tras escapar del halcón peregrino. Una criatura con fuerza y precisión. Me agrada dedicarle esta entrada por ello. 

En las entrañas del barranco, canalizado por inmensos cortados calizos, la voz de los pequeños pájaros se multiplica en volumen; también el siseo por la fricción del aleteo de algún buitre cambiando de atalaya o el profundo reclamo montaraz de las chovas piquirrojas. Todo se amplifica en un espacio tan cerrado.

Estaba muy concentrado siguiendo con la cámara el vuelo de una chova piquirroja. Entre la sonoridad del campo tan apacible, un brutal estruendo seco a unos 3 o 4 metros sobre mí me dejó paralizado. No sabía cuál era el origen del sonido que, como un estallido, tan sólo duró unas milésimas de segundo. Algo mas me hizo falta para reaccionar del susto y ver alejarse al halcón peregrino hacia mi izquierda y a la afortunada paloma hacia la derecha; ambos, envueltos en el vertiginoso picado. El colúmbido se incrustó en una zarza de la base de un nogal, desesperada, y el peregrino planeo reclamando con estridencia. 



Como es costumbre, tomé asiento sobre una de tantas rocas y anoté lo vivido. Algo así conviene anotarlo, dada su espectacularidad fuera de lo común (me refiero a la escasa distancia del picado sobre mí de la rapaz). 

Pasados unos 20 minutos, me acerqué a ver el estado de la paloma. Escuché un aleteo intenso, el ave trató mediante potentes aletazos de abandonar el interior de la zarza y, finalmente, lo consiguió. Se posó en la rama baja de un nogal, reposando cerca de una hora. Tan sólo me acerqué con prudencia para analizarla, y me alejé después para no estresarla mas todavía. La paloma había vencido una importante batalla, tenía una gran experiencia en su haber con tan pocas horas de vuelo ya que su plumaje juvenil así lo atestiguaba.



Estaba exhausta, todavía sentía el aroma del paisaje circundante, podía escuchar los sonidos de la naturaleza y ver el día tan extraordinario que brillaba a su alcance. Me imaginaba todo lo comentado mientras la miraba, victoriosa frente a las garras descolgadas del volador mas veloz de toda la fauna del planeta. Temblorosa, -quién sabe lo que pasaba por su cabeza-, se aferraba a la rama del nogal, analizando quizás, la ventaja en una escapada que no olvidará jamás. Sus ojos se cerraban lentamente evidenciando la incontenible fatiga.
Sin duda, cuando se congregue con los suyos, la alerta por la experiencia le otorgará un plus extra sobre alguna paloma primeriza que, tal vez, no supere la dura prueba.


Es difícil escapar a los ataques del halcón peregrino.

Es una extraña sensación acompañar por segunda vez a una paloma que escapa literalmente de la muerte; una lo hizo de un joven azor (escuché su jadeo desde mi ubicación) y ésta, joven, de un halcón peregrino adulto.
La vida es el máximo valor de un ser vivo en este planeta y, cuando la pelea una paloma, una carraca, un abejaruco, una oropéndola, etc. no hay belleza que posicione mas a unas que a otras frente a la muerte; la vida por dentro es lo mismo en todas ellas. 
La presa desmembrada por su cazador es roja, la sangre lo tiñe todo, y su muerte, paradójicamente, es un día más de vida para él. 
Por hoy, ha vencido y obtenido el día mas de vida la paloma y, entre vencedores y vencidos transcurre esta trama biológica. Algo tan importante a lo que muchos humanos han perdido el respeto para pasar agradables días de caza, de muerte, truncando la oportunidad valiosa de vivir a todas ellas a cambio de un macabro y mediocre pasatiempo innecesario en esta civilización. 
Cuando vivo estas escenas de lucha por la vida, mas detesto la sinrazón de la caza, el cazador y su manido derecho a matar por diversión.


Halcón peregrino Falco peregrinus.




miércoles, 16 de noviembre de 2011

La sombra es el azor

Joven del año de azor (Accipiter gentilis) 

En septiembre, aún están los azores jóvenes curtiéndose en el arte de la caza. Sus alas redondeadas y cortas, junto a una cola larga y maniobrera, atribuyen a esta rapaz una dotación eminentemente forestal. Pero el azor, al parecer, caza o intenta cazar donde le da la gana. Y, de este modo, lo comprobamos en plena estepa Fernando y yo, mientras sobrevolaba la balsa donde observábamos gangas comunes y ortegas sin un sólo árbol en kilómetros a la redonda. Sospechamos de la presencia de algún halcón peregrino porque la charca permanecía desierta, sin actividad durante largo rato; pero era el azor. El azor estaba sobre nuestro escondite, una elevada visera rocosa que le proporcionaba un mirador inmejorable. 
Ése fue el momento clave de la foto mientras la rapaz oteaba y esperaba estoicamente la ocasión de sorprender algún ave despistada en el bebedero. Curiosamente, la semana anterior nos salió un águila real joven que se arreglaba el plumaje en la orilla después de un placentero baño, y, segundos más tarde, salió un búho real. El búho real estaba oculto en un ajustado escondite de rocas apiladas que construyó Fernando para tomar fotos bien oculto. Queda claro que, la intimidad del águila real durante su baño fue seguida con reservas por su antagonista el búho real. Son potenciales enemigos y en este caso, afortunadamente, no ocurrió nada. 

Ejemplar adulto. 

Pero volvamos al azor, rapaz noble en el arte de la cetrería y muy preciada desde tiempo inmemorial por el capricho y pasión de la realeza en el medievo occidental. Una cultura cuyo origen y elaboración procedía de Oriente. Fue esta rapaz, uno de sus pasatiempos favoritos de caza por su distinguida versatilidad, evidentemente de corte nobiliario, por lo tanto, fuera del alcance de la clase humilde. 
Los azores fueron las aves más fácilmente domesticables, y de ellos, decía el canciller Pero López de Ayala en su tratado sobre cetrería (el más famoso y difundido escrito a partir de 1385) lo siguiente: “Los señores precian en mucho los azores buenos, porque son hermosos y de buen donaire y toman ante ellos las presas.” Existen ahora demostraciones de cetreros que brindan a cierto público un abanico de posibilidades contratándose sus servicios. Ofrecen lances de rapaces, entre ellos, el del magistral azor como atracción ornitológica para apasionados de las rapaces, y también, de la fotografía de acción.

 
Paloma torcaz (Columba palumbus). Correlativamente, la paloma torcaz corresponde como presa ideal al azor y, la paloma bravía al halcón peregrino.

 
Desplumadero de azor bajo el ramaje de un sauce en la orilla de un río encajonado por roquedos. La presa es una paloma torcaz. 

Pero no hay nada mejor que seguir pacientemente a esta rapaz en su medio natural, no desdeñando los datos que otros observadores nos puedan aportar sobre su conducta. El resto, deberemos seguirlo con nuestra atenta mirada estimando nuestras propias conclusiones, que es como mejor comprenderemos su manera de actuar. El azor puede utilizar una rama dominante para avistar a las presas más próximas y atacarlas con un vuelo corto y preciso; puede también, surgir del interior de la fronda del bosque y atrapar a favor del ángulo muerto de visión a cualquier ave apropiada; y además, prospectar con velocidad creciente surgiendo de improviso entre las copas de los árboles, matorrales bajos, ribazos o cortaduras rocosas etc. y sorprender a una circunstancial víctima desprevenida en ese crítico momento. 
En las numerosas observaciones de esta rapaz, he comprobado cómo en ocasiones seguía de cerca a posibles presas; palomas bravías o torcaces. Lo hacía en línea horizontal, evaluando las posibilidades de captura. Del mismo modo, lo hizo un joven azor con un pito real. Recuerdo que me llamó mucho la atención el estridente relincho de este pícido verdoso. El azor iba detrás pero, no parecía tener claro que un ave que vuela ligera entre el ramaje de una tupida chopera sincronizando su audible reclamo fuera una víctima fácil. La joven rapaz abandonó su cometido, posiblemente, dada la escasa rentabilidad de éxito en una persecución demasiado prolongada. Extraer estas escenas del corazón de la naturaleza, invitan a uno a reflexionar profundamente sobre la fragilidad de los seres vivos y de la importancia de esta trama de la vida y su equilibrio. 



Contra un bando de palomas bravías

A continuación, os dejo una observación estremecedora de hace varios años pero, de actual vigencia. Toda una cruda secuencia de lucha por sobrevivir.
 
Un joven azor, lleva volando desde el punto de la mañana. Lo hace de un lado a otro de los cortados rocosos del pantano del río Huerva. El bando de palomas bravías vuela delante de él, debido a su alarmante presencia. Llega de nuevo al monumental coloso pétreo que, más bien, parece un gigantesco bloque de viviendas por la gran cantidad de aves que en él habitan. Sobre este determinado cortado, hace gala el accipitrido de su asombroso dominio en el aire al realizar innumerables acrobacias entre la superficie arbustiva. Va y viene, sumándose a cada desplazamiento, la desesperación. La insistencia de regresar al cortado le aporta problemas, pues cuando aparece, salen todas las aves en estampida; ya sean palomas, estorninos, grajillas, vencejos reales etc. 

El azor prospecta revisando palmo a palmo el perfil superior, tratando de sorprender a algún despistado pájaro que solvente su problema nutricional. Ante la expectativa presente, decido tomar asiento junto al tronco de un frondoso sauce frente al farallón calizo. Me distraigo observando al gran bando de palomas bravías acompañadas de individuos domésticos y alguna grajilla. Y, son décimas de segundo lo que tarda en estallar el bando, atronando con sus alas batientes el espacio arrinconado del paraje. Es el azor, perdido en un mar de alas agitadas por doquier que buscan desesperadamente una salida al laberinto de este súbito caos. 
Cuando quiero darme cuenta, abrumado por el desorden, ya hay una bravía rasgando el aire con su potente vuelo batido. Ha escogido fortuitamente la peor opción, que es a su vez, la galería adecuada para el azor. Pero no parece que la rapaz haya detectado algún problema físico en el colúmbido, si no que en el picado, la inercia, ha favorecido este emparejamiento. Ha sido en este caso, el azar. 
Durante el dramático descenso, tengo a las aves en el encuadre de mis prismáticos, vuelan directas hacia mi posición. En la tremenda persecución, la acción es velocidad pura acompañada de las más dispares acrobacias aéreas. La paloma bravía tiene a su enemigo totalmente pegado tras su esquivo vuelo. 
Fuerza contra precisión. La mirada del hambre, contra la mirada desesperada por la vida; la mirada del terror. El azor recorta los ángulos dejados por la paloma, atajándolos mediante su sobrada maniobrabilidad y estirando las garras cuando lo cree oportuno. El joven azor, poco curtido en la caza, obedece al despliegue de posibilidades que le brinda su instinto cazador. La paloma, con sus afiladas alas y potentes músculos pectorales, corta el aire burlando con su velocidad los prodigiosos giros de su perseguidor. 
La cercanía del suelo como la meta en una carrera, esta vez por la vida, hace romper con un estridente zumbido el silencio y la trayectoria suicida de estos audaces voladores, dividiéndose frente a mí cuando en los prismáticos el enfoque ya es imposible. Desde mi observatorio a escasos metros escucho el fatigoso jadeo de la brava paloma mientras respira aliviada en una rama, ahora, aferrada a la vida. Por hoy, resuelve un enorme problema. El azor, continúa buscando solución al suyo.