martes, 28 de enero de 2014

Domingo Trujillo quería ver el búho real

Dibujos a lápiz de búho real (Bubo bubo)

Conocí a Domingo por mediación de otros compañeros pajareros. Aparte de una gran pasión por las aves, traía desde su Canarias natal y casi como novedad, el empeño de localizar el mayor número de especies posible de murciélagos en la geografía aragonesa. Entonces, esta rama zoológica, apenas movía el interés de “cuatro” estudiosos en la península. Cuando coincidimos en mas salidas al campo, él me comentó, sabiendo que yo era un acérrimo seguidor del búho real, si era posible acompañarme durante alguna observación controlada con la intención de verlo a placer. Aquel año de 1985, tan sólo hacía unos meses que lo había visto por primera vez, sin embargo, tras 17 observaciones entre salidas y entradas tanto al atardecer como al amanecer, pensé que algo conocía de la trayectoria del búho real hacia su cazadero.
Hice un cálculo rápido de mis observaciones de acampada por aquellas tablas de labor abandonadas, donde los manzanos, lucían la necrosis de sus ramas moribundas y la inexistente atención del hortelano los arrastraba hacia la muerte. Recostado y oculto al lado del río, al pie de aquellos bosquetes galería de enormes olmos frondosos, antes del estrago de la grafiosis, miraba con atención la salida del búho real rumbo a su cazadero. Mirando el cortado calizo frontalmente, la rapaz siempre desaparecía por mi lado izquierdo, hacia el páramo, y no veía nada más por que los cortados me lo impedían. Era el único dato disponible para hacer una espera en condiciones.

Barranco del río Huerva (Zaragoza) 2 de agosto de 1985

Una vez en marcha, Domingo me insistía una y otra vez sobre las posibilidades de ver al búho real, contestándole que, en la zona donde nos íbamos a ubicar por las ocasiones presenciadas desde el fondo del barranco, estaba seguro de que lo veríamos pasar sobre el campo elegido. Sin problemas.
Atravesando laderas de romero, punzantes aliagas, sabinas y enebros alcanzamos el altivo punto clave. El calor era notable. A nuestras espaldas quedaba el cauce del río y la huerta abandonada, quizá, por el difícil acceso con maquinaria, antaño abordada y laboreada con mulos. Y, a nuestros pies, se expandía un enorme campo segado de cereal con bastante luminosidad, la superficie por donde debía pasar el ansiado búho real. Nos ocultamos en lo más alto. Pegado a mi espalda había un enebro de algo más de metro y medio, frente a mí estaba Domingo y, tras él, una frondosa sabina negral. Ambos arbustos quedaban en línea guardando el perfil de la loma, proporcionándonos una pantalla protectora. Pasaba el tiempo y, no era sólo Domingo quien se impacientaba, puesto que mis coordenadas y mi supuesta experiencia, aunque joven, quedaba en entredicho. Mi orgullo se resentía a medida que la penumbra cerraba poco a poco las escasas posibilidades de luz. Sin embargo, no paraba de cavilar, convencido de haber presenciado el habitual recorrido de la gran estrigiforme en la misma dirección varias veces. No me podía fallar. Llegó un momento en el que rendidos ante la evidencia, bajamos la guardia y empezamos a comentar vivencias sucumbiendo a la monotonía del aguardo. A las 21´38 horas apenas quedaba luz y, entonces, se rompió el silencio, un súbito encontronazo con la copa del enebro a mis espaldas me puso la carne de gallina. A continuación, puede ver dos enormes garras colgando y unas enormes alas agitadas con fuerza por el cuerpo del búho real que pasó muy justo sobre nuestras cabezas cuando mas distraídos estábamos. Acto seguido, mientras la rapaz se alejaba en cuestión de segundos comprobé como la cara de Domingo quedó desencajada, puesto que él, vio a la rapaz de frente y se llevó la peor parte del susto. Después de lo ocurrido, con voz apresurada y entrecortada, me comentaba que su corazón, muy revolucionado en ése momento, estaba a punto de estallar. Le entendí perfectamente, no era para menos después de semejante aparición inesperada.

La causa de la coincidencia.

Semanas más tarde al cambiar de observatorio para dominar ampliamente el territorio del gran duque, descubrí que en el lugar donde nos ubicamos, aquel enebro, era el cantadero del macho de búho real. Ésa fue la razón por la que pudimos verlo mejor de lo esperado, gracias a la fidelidad de estas rapaces a su posadero predilecto. Lo vi durante algunos años mas ulular desde dicho enebro, incluso, después de ser abrasado por un incendio años más tarde. El búho real continuó utilizando sus ramas tiznadas aun estando seco. Jamás lo sospeché pero, con ironía le dije a Domingo, sonriendo, -ves, te dije que lo verías bien-. 





viernes, 3 de enero de 2014

El esmerejón (Falco columbarius): una rapaz discreta




Las atalayas preferidas del esmerejón están siempre en lugares bajos
Para definir la fuerza de esta portentosa rapaz o, microrapaz, dado el minúsculo tamaño del macho, tendríamos que alinearla con el sprint del guepardo por su capacidad de generar velocidad pura mediante el creciente esfuerzo físico de su batir de alas, y no mediante picados veloces de máxima nota dejándose caer como hace el halcón peregrino, considerado el animal más veloz del planeta. Quien haya visto al esmerejón perseguir o cazar a una presa sabrá que el concepto de velocidad pura viene avalado por su enorme fortaleza muscular al desplazarse, capaz de acelerar con potentes brazadas hasta conseguir su objetivo. Domina como nadie el vuelo a baja altura.
Quiero que disculpéis la mala calidad de las imágenes de este pequeño cazador invernal venido de la tundra y captadas en un día gris; aunque bien merecen la pena por lo curioso del momento en que se hicieron, ya que secaba las plumas de la cola abriéndola en abanico.
Los que hicieron el servicio militar, entenderán la angustia que suponía vivir un año alejado de sus actividades cotidianas, lejos del contacto familiar y de los amigos; a pesar de conseguir otros nuevos, también entrañables.
Para los que además de ver fotos os atrevéis a leer las entradas, os dejo una observación asombrosa por su espectacularidad, precisamente, dentro del cuartel militar. No la olvidaré jamás.
 Hoyo de Manzanares (Madrid) 3 enero de 1985
Me tocó junto a otros compañeros la última guardia de mi quinta en el cuartel. Todavía está fresca en mi mente la visión bulliciosa y agitada de mi reemplazo por su “licenciatura militar” con “La Blanca” en sus manos, seguidos atentamente desde la barrera de la entrada principal por donde accedían los altos mandos. No puedo describir la agonía devorándome por dentro al ver a todos vestidos de calle y, yo, con dos horas por delante de guardia y de mili.
Me gustaba mirar el enorme edificio de mando custodiado por unas enormes píceas, y la amplia explanada del patio de armas. Pasaba las horas vigilando y observando las especies de aves que por allí se desplazaban. Los gorriones siempre estaban conmigo a todas horas, pululando con libertad para entrar y salir del recinto. Los gorriones revoloteaban precavidos entre las ramas y el suelo donde trataban de hallar alimento. La tensión era tan alta cuando salían al exterior de la protectora fronda vegetal que, bastaba con que uno de ellos abandonara asustado el lugar sin causa justificada para que el resto lo siguiera sin contemplaciones; así, durante todas sus salidas cotidianas. No importaba si era o no falsa alarma, lo importante era estar atentos para salir volando. Aquella vez, reventó de nuevo el grupo pero, con tintes más dramáticos. Aquí sólo contaba el azar, escogiendo cada uno el escondite que su instinto en décimas de segundo le permitió asimilar; lo primordial era desaparecer del escenario. Fue un macho al que vi mas desesperado y, por consiguiente, el ejemplar que optó por la peor salida. No se ocultó de inmediato y prefirió escapar rápidamente sorteando los enormes árboles del edificio de mando ganando mi posición al pasar delante de la barrera de entrada al cuartel. Su expresión era dramática cuando me sobrepasó a dos metros de distancia seguido por una pequeña rapaz que le ganaba terreno por segundos. Era el esmerejón, frío como el filo cortante de su pico y sus garras, atento, acechante y paciente para aprovechar y optimizar el esfuerzo de su lance mortal. En una carrera que duró segundos, el macho de esmerejón atajando en un ajustado giro, golpeó fuerte con sus garras al desventurado gorrión aturdiéndolo y, mientras caía en barrena sin control, fue capturado súbitamente antes de llegar al suelo. Con el gorrión en sus garras el pequeño halcón gris se alejó a ras del terreno.
Cuando me quise dar cuenta, ya estaba vestido con la ropa de civil y la mili cumplida.  

Intermitentemente, la rapaz extendía las rectrices para potenciar su secaje