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jueves, 6 de enero de 2022

El viejo corral del mochuelo



Despiadada con la madera, a pesar de su dureza, la carcoma horada pacientemente vigas, puertas y ventanas del viejo refugio labriego convirtiéndolas en laberínticas galerías. Allí, sus voraces moradores, incólumes, taladran su interior hasta transformarlo en polvo de serrín.

Los años de acción del diminuto coleóptero propician en las exhaustas vigas una debilidad creciente. Provocan su agotamiento y ceden bajo el peso de las tejas. Cuando el tejado se desploma, la destrucción completa es inminente.

En el interior de la añeja construcción la superficie del suelo era bastante irregular, repleta de galerías practicadas por los conejos Oryctolagus cuniculus. En las vigas había excrementos de pájaros, y el sol penetraba por el enorme boquete del tejado. La casa nunca dejó de estar habitada.

Más adelante, me fijé en las inscripciones trazadas en el yeso rugoso de la pared. Estaban sobre la línea superior del pesebre. La curiosidad me pudo y las fui revisando con atención. Parecían notas de creatividad espontánea. Tal vez, para evadirse del monótono silencio y soledad imperantes. O por qué no, un memorándum de autor como recuerdo de visitas posteriores. 
Quién sabe, no obstante, siempre las leo.

Estaba absorto leyendo los grafitis a lapicero no sin cierta dificultad para descifrarlos. Entonces..., un aletazo súbito, acompañado de una notable brisa inaudible me sacudió en la nuca suavemente. El susto fue grande debido a la alta concentración de ese preciso momento. Giré la mirada siguiendo la trayectoria del causante hasta descubrir al protagonista posándose en un hueco similar a una hornacina o nicho de la pared. Un mochuelo Athene noctua. Un mochuelo fugaz dándome un susto monumental. Inquieto por mi presencia salió de nuevo. Me asomé rápido, por la puerta, y vi la silueta del gavilán Accipiter nisus sobrevolando el cabezo cercano, justo, por el lado contrario al del fugado mochuelo.

Este pequeño búho, tenía en el interior su posadero y vivienda. Es razonable pensar que la presencia del gavilán, forzó al mochuelo a internarse con desesperación en la casa.
Mi inoportuna presencia, le hizo reaccionar con un plan “B”.

Posadero habitual del mochuelo sobre el travesaño superior de la puerta de acceso al interior de la casa.


Egagrópilas acumuladas en el suelo junto a excrementos bajo el posadero de la rapaz nocturna.


"El día28 de diciembre estuve aquí por el frío y las gotas, sobre las 2´50 h. de la tarde del año 1959".


"El día 30/9/1960 estuve en este mas comiendo, día que estrené el cabezal y rompí 2 rejas. Una la encontré pero la otra me cansé de buscarla, pero no pude encontrarla".


"En el rancho La Paloma, una vieja solterona se me quiso enamorar, como le di calabaza me tiró con una taba en la columna vertebral".


Cupido violento, desamor evidente...


Mochuelo tomando medidas de seguridad.



Gavilán buscando...

                           
                                     Movimientos habituales del mochuelo

                                          MOCHUELO: VER VÍDEO




jueves, 29 de octubre de 2020

Bajo el peso del gavilán



El poder físico del águila de Bonelli Aquila fasciata había relegado al alimoche Neophron percnopterus a otro farallón donde ubicar su nido. 
Entre el bosque montaraz de pino carrasco Pinus halepensis, bajo sus afiladas copas, seguía los pasos de estos necrófagos que consolidaban su lugar de cría para evitar los encontronazos con la irascible rapaz de pecho blanco.

Con la tarde avanzada, mi atención se centró en la maraña acicular de los pinos.  Fueron cayendo del cielo tardío, espaciadamente, multitud de zorzales Turdus philomelos en peregrinación prenupcial, cubriéndose entre las ramas bajas y retorcidas de los pinos. Amparados por las copas de las altivas píceas podía sentir desde mi escondite el desconcierto y semblante temeroso de estas aves migradoras, tratando de escapar de la rapaz mas perseverante de la fronda boscosa. El gavilán Accipiter nisus pendía del espacio, soberbio, amenazante…

El peligro pasó cuando el más despistado erró en su estrategia defensiva.

Cañón del río Mesa, Zaragoza 12/03/2020



domingo, 13 de diciembre de 2009

Cazar en territorio humano. El gavilán


A las 8.40 h una hembra de gavilán captura a una hembra de tórtola turca; ave, muy habitual en los parques públicos.

 
El domingo pasado, tocaba ir a correr un poco, para no perder la agilidad en el monte y por supuesto, en el trabajo. Era una mañana fría, pero no desapacible; tal vez, algo nubosa. Lo bello de estos días unido a la alborada es ese encuentro común con las más madrugadoras aves. Así, voy interrumpiendo el campeo de la garza real afanada y concentrada en la herbácea cobertura del ribazo que, a mi llegada por el camino de gravilla, levanta el vuelo protestando con un graznido ante mi inoportuna presencia. Lo siento, elegante garza. Más adelante, una alondra se achanta en el camino y paso a medio metro de distancia, parando seguidamente. Ella, descubierta, levanta el vuelo súbitamente. Cosas del mimetismo fallido. 

Llego al castigado álamo centenario, al que me gusta mirar y preguntarle en silencio mientras paso bajo su imponente porte ¿Qué tal esa salud? me preocupa su tronco descortezado y sus ramas tronchadas y caídas a causa del fuerte viento pasado. El cernícalo expectante en las ramas más altas, también advierte mi presencia y levanta el vuelo, reclamando con esa estridente voz característica de alarma. Vaya mañanita que llevo.
Cigüeñas, mirlos, ratoneros, estorninos, zorzales etc., me han acompañado durante este recorrido por las últimas tablas de cultivo cercanas al Ebro, posibles candidatas a desaparecer por el capricho constructor del señor alcalde de Zaragoza con su Expo-pimientos o como se llame. Su crecimiento urbanístico me importa poco.



Detrás del árbol hay una zona de tierra inclinada y cerrada, donde la rapaz desplumaba a su presa.
La ronda, ya tocaba a su fin, y después de abandonar la huerta y cruzar el cinturón de asfalto, alcanzo el parque de Torre Ramona, un agradable pulmón verde en esta ciudad con una interesante variedad ornitológica a tener en cuenta. Ya estoy a punto de llegar a casa. De nuevo, cruce de calle para enfilar el precioso paseo de retorcidos troncos y ramas de olivos en línea, vareados ya por algún vecino madrugador que les ha sacado todo el partido.

Un encuentro visual repentino frena mi trayectoria previa a alcanzar el ambulatorio, situado a menos de cien metros de casa. Quedo inmóvil como una estatua, mirando con fijación a la imperceptible silueta del ave que, fugaz, levanta el vuelo con dificultad desde el foso de la rinconada del edificio. No puede. Exhibe desplegadas las rémiges y rectrices con la bella sincronía del pavo real, pero con una eficiencia absoluta de control, haciendo gala de uno de los mejores quiebros en espacios cerrados que he visto. Tras marcar un precioso rizo ascendiendo verticalmente pica de nuevo hacia el suelo, y posteriormente, se eleva con fuerza y energía superando la altura vertical del ambulatorio mediante enérgicos aletazos.

El gavilán (Accipiter nisus), ha optado por la salida más apropiada ante el imprevisto problema, a pesar de rechazar lo más importante para su supervivencia; la comida.



La tórtola turca comenzó a colonizar la península desde finales de los setenta. Se acomodó en las poblaciones, y copiando la conducta mansa de la paloma doméstica, confiaron excesivamente del medio humano, al que dejaron de considerar hostil; sobre todo, al explotar un sencillo nicho ecológico repleto de posibilidades alimenticias.

Hay rapaces como el gavilán que, con descaro, se atreven a cazarlas donde sea, aprovechándose del exceso de confianza de estas columbidas con las personas.
La incipiente sospecha, me lleva hasta el lugar del suceso, hallando yerta y arrinconada a su presa. Conserva todavía algo de calor en su cuerpo, cuya sensación noto entre mis manos. Me estremece el resultado tan crudo objeto de la inmisericorde supervivencia. Es una tórtola turca (Streptopelia decaocto), despojada hábilmente de sus plumas pectorales y dorsales. La cabeza está completamente machacada; la masa encefálica es un auténtico manjar para las rapaces que no desprecian, considerándolo un exclusivo bocado. Rápidamente abandoné el lugar, sabiendo que la rapaz acechaba cerca y volvería a recuperar el merecido fruto de su esfuerzo.



Al cabo de media hora regresé, y el gavilán, ya se había llevado su parte haciendo justicia de su trabajo. Yo me conformé con sacar otra parte del botín que era la fotografía, y por supuesto, la formidable observación de lujo.
No es raro que las rapaces despiecen a sus presas empezando por la espalda, al igual que la masa encefálica gustan también de otros manjares como los riñones, pulmones etc., no sólo los músculos pectorales.