miércoles, 27 de abril de 2011

Desde el banco del parque


Primeras horas de la mañana. Los gatos consiguen ahorrar mucha energía mediante prolongadas siestas, más que cualquier otro animal y éstas, se acentúan a medida que envejecen. Su sistema sensorial altamente sofisticado (entre ellos el oído), le advierten de cualquier amenaza ante posibles peligros.


A veces, uno hace todo lo contrario de lo que pensaba hacer antes de salir de casa. De salir a la búsqueda de pequeños pájaros del parque, acabé sentado en un banco de piedra decorado con atractivos baldosines situado frente al estanque de cisnes y patos. Me gusta por supuesto, además, mirar la vida desde un punto fijo a la vista de los animales que, familiarizándose con la presencia humana, terminan aceptándola de buen grado. Al final, hubo en este horario temprano más tránsito animal del que pudiera esperar, y bastante entretenido por la curiosidad de su comportamiento. Gatos, cotorras argentinas, urracas, estorninos negros, gorriones, carboneros, tórtolas turcas, currucas capirotadas y un agateador común, pasaron confiados por este pequeño espacio del jardín botánico dentro del más amplio, parque de José Antonio Labordeta.

Dos mujeres tirando de un carro de compras se encargaban de distribuir por puntos muy concretos comida para gatos, bueno…comida para todos los habitantes del parque como observé posteriormente. Por lo que pude comprobar, los gatos ya estaban familiarizados con ellas. Me quedé mirándolas detenidamente por su labor altruista, y ellas hicieron lo mismo, pero, percibí cierta mirada de desconfianza hacia mí, deduciendo que tal vez, alguien les habría recriminado esa conducta.

Pues eso es todo, que no es poco, desde el banco de un animado parque. Personalmente, mirando la conducta siempre interesante de cualquier especie animal, se puede pasar un rato muy agradable y relajante sin alejarse de casa.


El gato es un depredador muy eficaz. Muchas veces, la muestra de acecho y predisposición no indican un posible lance de caza, sino el resultado instintivo de una ocasión estimulada por la oportunidad que brinda el momento.
“Oreja cortada” se acerca sigilosamente a un grupo de palomas torcaces que ingieren plantas escogidas del césped.



Las colúmbidas no se alteran ante la presencia del felino. Finalmente, unos patos del estanque picoteando brotes cercanos al gato ilusionado, le hacen desistir de su constructivo sueño.


La tórtola turca se ha adueñado prácticamente de los parques y de sus recursos junto con las palomas, pero, aquí en este espacio recogido los gorriones utilizan otra estrategia que no tiene competidores, y es la entrada en las jaulas de especies exóticas que se exhiben dentro de este recinto para compartir comida con sus inquilinos.


Los gatos asilvestrados se adaptan bastante bien al entorno viviendo solos, aunque prefieren vivir en comunidades o colonias. Hay lugares como el parque donde pueden vivir con un nivel muy apto de plenitud y comodidad, y alternar la comida que les ofrece la gente con las presas que logran capturar como: ratones, ratas jóvenes, gorriones, tórtolas y estorninos negros entre otras.


Es difícil que en los grupos establecidos entren gatos nuevos y, en estos grupos siempre hay un ejemplar dominante ¿lo veis claro? Podríamos llamarlo “Perdonavidas”. Por lo que observé, el resto parecía evitarle.


Aquí vemos el fruto de la pareja de las amables mujeres dedicadas a la alimentación de estas criaturas, las cuales, bien pudieron vivir en compañía de humanos antes de ser abandonadas por sus dueños, como ocurre desgraciadamente con mucha frecuencia.


Y aquí vemos también el efecto secundario de la labor de las amables mujeres que por fortuna no resulta perjudicial, sino, altamente positiva para muchas aves del parque beneficiadas por ello. Las urracas poseen una bolsa gular dilatante que hace de almacén del alimento sobre todo en época de cría, por lo que tras sus visitas quedan escasos restos de comida.


Los estorninos más desconfiados, prefieren guardar fila bajando poco a poco y extremando la seguridad para acceder a su ración de pienso.

sábado, 9 de abril de 2011

Cabras de los montes



Sólo el paso de los años avala las vivencias que, por desgracia, protagonizan especies y subespecies desaparecidas en un pasado irrecuperable, convirtiéndose en valoradas joyas del recuerdo personal de cada uno.
Cuando miro los rebaños de cabra montés (Capra pyrenaica hispánica), el recuerdo se pone en marcha. Aprovecharé para ello, y agradeceré otra vez más, la oferta fotográfica que Javier Abrego García a puesto a mi alcance.



Quiero remontarme al cuatro de octubre de 1981, si no os importa el desfase de este notorio salto en el tiempo, para presentaros el aspecto acogedor de aquel maravilloso día acaecido en el otoñal paisaje del Valle de Ordesa (Huesca). El fin de semana fue insistentemente lluvioso, las nubes muy espesas y bajas apenas permitían el acceso de la luz del sol, que no apareció hasta el domingo por la tarde. El único coche que había en la explanada del parque nacional era un Renault 4 amarillo, el nuestro, mitigado su color por la aureola dorada general del bosque caducifolio, dispuesto en breve a despojarse de su fronda polícroma. Aquel día estaba todo el Valle de Ordesa entregado al otoño, y todo para mí. Con prisa, por la hora tan avanzada y el escaso margen de actuación del que disponía a causa de la intensa lluvia, no me quedaba más remedio que apresurarme y aprovechar al máximo el tiempo restante y disponible. Fui dejando el río Arazas a medida que ascendía entre portentosos ejemplares centenarios de hayas muy frondosas, formando un bosque muy cerrado. Dejé atrás los pinos negros donde fui sorprendiendo a los sarrios más despistados que habían descendido a cotas más bajas. En el descansillo próximo a las clavijas, miraba prendado el inmenso despliegue del arco iris provocado por la infinidad de minúsculas gotas de agua en suspensión e iluminadas por los rayos del sol de la cascada de Cotatuero en su vertiginoso desplome. Sobre las escasas nubes que tropezaban con las cumbres rocosas, volaba batiendo sus alas con energía el quebrantahuesos. La subida por las clavijas incrustadas en la roca que un herrero de Torla colocó para facilitar la cacería de sarrios y bucardos, me permitió llegar hasta el piso final y extenso, donde reposaban tumbados varios ejemplares de rebecos dispersos. Y, junto a la agrisada pared rocosa descubrí por primera vez y, a escasos metros, al inquieto treparriscos. Captó mi atención la intermitencia de sus alas mientras trepaba verticalmente, destellando el carmesí de sus alas en movimiento y, los lunares blancos sobre el fondo negro de sus rémiges. Permanecí inmóvil, observándolo con la respiración contenida. No era para menos.


La descomunal mole pétrea de la Fraucata se teñía de oro a medida que el sol perdía su fuerza bajo el horizonte irregular. Solamente quedaba tiempo para ver unos escasos edelweiss marchitándose.
La luz escaseaba y, había que trazar de nuevo la peligrosa travesía de la sirga y las clavijas sobre el abismo. Con sumo cuidado y sin apresurarme, cumplí los pasos correctamente. Ganado el trayecto hasta alcanzar el mirador de la cascada de Cotatuero, escuché entonces, un estallido tremendo que el eco dispersó por todos los canales del cañón. La fuerza del impacto no se me olvidará jamás. Fue repitiéndose a intervalos irregulares, pero el eco, los distorsionaba de tal manera que me resultaba imposible localizar su procedencia. Buscaba con agitación y ansia desmedida, sabía quién producía aquel atronador sonido de impacto tan descomunal; sabía que no era otro animal que los machos de bucardo, la cabra montesa del Pirineo. Estaban batiéndose duramente chocando sus testuces y, el topetazo, retumbaba en todo el espacioso valle. Cuando por fin cayeron unas piedras, mi vista se giró súbitamente en dirección al Espolón del Gallinero pero, desgraciadamente, el ángulo de visión no me favorecía. Supe que allí arriba, los últimos ejemplares de (Capra pyrenaica pyrenaica) se batían en una lucha más allá de la ampliación de su harén, era la lucha por la supervivencia. La lucha que perdieron en el año 2000 cuando se encontró finalmente al último ejemplar muerto; una hembra. El último representante de esta interesante subespecie curtida en los fríos inviernos de esta fantástica formación geológica. El recio bucardo acorralado en Ordesa, perdió la batalla contra la miseria humana.



El bucardo: http://es.wikipedia.org/wiki/Capra_pyrenaica_pyrenaica

Cabra montés: http://es.wikipedia.org/wiki/Capra_pyrenaica