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lunes, 17 de junio de 2013

NO HAY QUE DEJAR CABOS SUELTOS




Me llamó la atención ver a este macho de gorrión común (Passer domesticus) con material para el nido y, sobre todo, descubrir con los prismáticos que lo que portaba era un embarullado y fino cordón. Parecía el preámbulo de un final que pude ver hace algunos años y con un resultado bastante dantesco.
Introduciré un apunte observado mientras descansaba sentado en un florido patio de la casa de un pueblo. Su dueña siempre se quejaba de la plaga de gorriones que devoraban sus plantas ornamentales –no dejaría ni uno, decía- era obvio que las plantas a ras del suelo estaban bastante picoteadas, aun así yo trataba de calmarla, añadiendo que, lo más importante era los insectos que estos pajarillos consumían de sus macetas durante la época de cría. Bueno, con la mirada perdida entre los vencejos, gorriones, aviones y golondrinas apareció una hembra de gorrión común con algo en el pico. El pájaro se posó sobre un tejadillo sin alarmarse de mi presencia, aceptándola como algo habitual. Ello me sirvió para comprobar que lo que portaba en el pico era una de sus crías recién nacidas, muerta. La depositó con sumo cuidado sobre la teja y quedó unos segundos posada, parecía como si le costara abandonarla. Para acreditar que estaba en lo cierto con mi sospecha, di unas palmadas y se fue; entonces comprobé que, en efecto, era un pollo recién nacido. En un día de brisa socarrada y a las 14´35 horas de una tarde de julio, era fácil que un pajarillo con escasos minutos de vida sucumbiera.
Cuántas veces se repetirá esta secuencia en tantos y tantos nidos a lo largo de cada año.

Volviendo a la introducción y, enlazando a raíz de dicha observación otro viejo recuerdo, hallé hace unos años como decía, un nido de gorrión común bajo un alero cuyas ramitas asomaban del hueco. Había además, un elemento que colgaba de un fino hilo. Se balanceaba con el viento como un péndulo y, como era de esperar, la curiosidad se apoderó de mí. Accedí hasta alcanzar el lugar idóneo para confirmar qué era, y quedé estupefacto al comprobar que se trataba de un pollo de pocos días, muerto. El fino hilo plástico salía del interior de su pico y, a su vez, estaba enganchado a la embarullada construcción de ramitas. Tiré del filamento lentamente, sujetando al malogrado pollo del cual salieron cinco centímetros más del hilo mortal. El resultado antes de la tragedia por el desafortunado aporte al nido, pudo ser el de una ceba en la que todos los pollos pretendían ser cebados en primer lugar. Quizá, éste ejemplar fuera el más fuerte y alcanzara más altura que sus hermanos, topando con el factor natural de la mala suerte que no era otro que  el del cordón cruzándose entre el hambriento pico del pequeño y el aporte alimenticio del adulto. Tragar la ceba llevó consigo la ingesta del mortal cordoncillo, fulminando así la vida del pollo en una cruel agonía. Y, como repitiéndose la historia, uno de los progenitores trató de acarrear al pollo muerto que, debido a la conexión del hilo plástico al nido,  no pasó del lugar mencionado.
Esta es una de tantas razones por las que es bueno recoger todo tipo de cuerdas, sedales y materiales afines dispersos por nuestros campos.

sábado, 1 de septiembre de 2012

SABER Y GANAR: tras los pasos del hombre.



Esta corneja cenicienta (Corvus c. cornix) también sabe sacar muy buen partido del Coliseo romano.

El hombre, desde tiempo inmemorial, incluso transformando agresivamente algunos hábitats a su conveniencia, ha favorecido con sus infraestructuras y, sobre todo, con la generación de residuos orgánicos, el asentamiento interesado de muchas especies animales que han visto colmadas sus principales necesidades biológicas a su lado. 
Las aves son grandes observadoras, y saben por ello, sacar el máximo partido de sus intrusiones en territorio humano donde las facilidades abundan. Sin embargo, el hacinamiento por la limitación de los espacios habitables así como la lucha por ellos, hacen que los ciclos fenológicos se aceleren gracias a la bonanza, y provoquen como en el gorrión común, abandonos prematuros de los pollos del nido por la desatención de los adultos dispuestos a criar de nuevo. Los etólogos conocen, debido al estrés que genera la ciudad en aves urbanas, ciertas aberraciones en su comportamiento. Ésta y otras tantas causas negativas, son la otra cara de la moneda.


 


Me recordó la estampa de este zorzal charlo (Turdus viscivorus) habitual en parques urbanos por su manera de alcanzar el agua de esta boca de riego a la de aquellos herrerillos que desmembraban las tapas de las botellas de leche con el mismo fin.
Los etólogos descubrieron que, hacia 1914, algún herrerillo (Parus caeruleus) consiguió acceder a la nata láctea de las botellas de vidrio perforando el aluminio que le separaba de su contenido. El lechero depositaba a la entrada de las viviendas la caja de leche, y los herrerillos, mediante un selectivo aprendizaje, fueron imitando la ocasión con el consiguiente y nutritivo resultado por todo el territorio inglés. Se fastidió el invento cuando los lecheros colocaron vasos vacíos de yogur boca abajo en el cuello de las botellas.

 Garceta grande (Egretta alba)

Garza real (Ardea cinerea)

Las garcetas grandes (Egretta alba) y las reales (Ardea cinerea) como el resto de ardeidos son tremendamente territoriales, pero, cuando existe un lugar -llamémoslo neutral, por el interés común- al que todas acceden dada su temperatura agradable para escapar de las crudas heladas, entonces la permisividad se acentúa debido al logro de un mismo fin; el de mitigar las bajas temperaturas del río. Pero, ¿cuál es ese lugar? pues la salida de agua templada de la depuradora de una gran ciudad al devolver al río el líquido elemento una vez tratado dentro de las instalaciones. Cuando el sol caldea la mañana, las garzas parecen independizarse, se separan  y pelean  por una buena parcela de pesca a lo largo del río. Se acabó la comunidad hasta la noche.


 

Como el agua de la depuradora sale templada en invierno, el contraste de temperaturas marca la diferencia, por ello, se convierte en una fuente de atracción y activación para los insectos de los que el bisbita alpino (Anthus spinoletta) llegado de cotas más altas, saca el correspondiente partido en días difíciles del frío invierno.




 Hembra de águila real (Aquila chrysaetos)

 Macho de águila real (Aquila chrysaetos)

Hay aves como esta pareja de águilas reales (Aquila chrysaetos) que descansan y montan la guardia utilizando torres de alta tensión de gran altura; en este caso, sobre el terreno seco y desabrigado de la estepa monegrina.
La instalación de aerogeneradores sobre nuestros montes, ha multiplicado el número de torres que soportan interminables cordones metálicos, cuyo fin, es trasladar la energía generada por estas turbinas a distintos puntos creando peligrosas autopistas eléctricas por los valles. No polemizaré sobre la incidencia beneficiosa o perjudicial de estos artefactos, como tampoco lo haré sobre la correcta o incorrecta valoración de los estudios de  impacto medioambiental realizados en los lugares donde se instalaron y se instalarán estos gigantes eólicos. Sé que mueren muchas aves, quirópteros e insectos víctimas de sus enormes palas, y también sé, que el impacto visual en el paisaje es demoledor. Las águilas y otras aves en un futuro próximo dispondrán de muchas más estructuras metálicas de este tipo para posarse y anidar.


Abejarucos (Merops apiaster)

No son sólo grandes rapaces las víctimas de los aerogeneradores, el 30% de aves muertas son aláudidos que, junto a vencejos abejarucos y otros pequeños pájaros difíciles de localizar en los muestreos, suman como mínimo hasta 2000 bajas anuales. Para animales carroñeros como el zorro, estas masacres se convierten en un productivo filón.

 


En este horrendo rincón vive y anida una pareja de búhos reales. Como el lugar es rico en especies presa, las rapaces nocturnas han aprendido a convivir con todo el despliegue metálico que lo rodea antes que abandonarlo. Como el águila real, su antagonista el búho real también utiliza las torres de alta tensión como atalaya de caza y descansadero.


martes, 10 de enero de 2012

Desencanto en el río Ebro




Sí, es año nuevo, pero los problemas ecológicos son viejos. Este precioso río, el mas caudaloso del territorio español, tuvo antaño sus aguas transparentes y las riberas limpias de basura.


“El Ebro guarda silencio al pasar por el Pilar.
La Virgen está dormida, no la quiere despertar”.

Así reza la jota zaragozana, quién sabe, desde hace cuánto tiempo caducada. Ahora, guardar silencio por parte del río a su paso por el Pilar es harto difícil, puesto que el tráfico de botellas, garrafas, cajones de todo tipo, carcasas de lavadoras, frigoríficos, alguna carrocería de coche y un largo etcétera de desperdicios humanos arrastrados por sus aguas, hacen imposible el silencio gracias a la nula vergüenza de muchos de los causantes.
En la cuenca del Ebro habitan 2.767.103 personas aproximadamente, y de ellas, hay muchas demasiado sucias y descuidadas, que nunca tuvieron ningún tipo de miramiento por preservar este río inmaculado o, simplemente, les daba igual el insomnio de la Virgen del Pilar.
Otros desperdicios, silenciosos, como las cuerdas de empacar, embalar o sujetar los globos típicos de gas helio, el nylon de pescar o de lo que sea están sujetas como trampas en muchas de las ramas que ocupan las orillas, cualquiera de las aves ribereñas que se enreden con ellas, engrosarán la lista de agónicas víctimas mortales.



Otro tema también sumamente delicado es el de los residuos farmacéuticos, productos de limpieza y metales pesados arrojados por los desagües a los ríos, pero, por hoy, es suficiente.


Garceta grande (Egretta alba)


Garza real (Ardea cinerea)


En realidad, son dos hilos de fino plástico, muy fuertes, trenzados por las vueltas que la garza dio mientras agonizaba estrangulándose.
Logré atrapar la parte baja de los hilos con una alargadera rígida, sin embargo, me fue imposible descolgar al ave de lo alto del álamo blanco.


¿Serán así los árboles de Navidad en la recta final del progreso industrial humano…?

domingo, 4 de diciembre de 2011

Culebra bastarda y de escalera rescatadas de un aljibe.



A estas alturas, el ejemplar de la imagen estará reposando en lugar seguro y con unos cuantos días del ciclo letárgico ya consumidos, afortunadamente.
Hace dos semanas como en otras ocasiones, Fernando y quien escribe, prospectamos unos aljibes de la estepa monegrina, precisamente para auxiliar dado el caso, animales prisioneros de estas inmisericordes trampas tantas veces mortales. Sobre el suelo embarrado y húmedo del aljibe, tratando de buscar refugio bajo una enorme losa de piedra, la mediana culebra bastarda (Malpolon monspessulanus) trataba inútilmente de acomodarse en un lugar idóneo inexistente. Era evidente que, ya debiera de estar inactiva bajo los efectos del periodo de letargo. Un ofidio respetable de tamaño considerable. Las escamas o placas supraoculares a modo de cejas destacadas le dan un aspecto fiero y amenazante. Los mayores ejemplares pueden superar los 200 cm de longitud, siendo las hembras más voluminosas. Su coloración general es variable, existiendo individuos marrones, pardos, grises y oliváceos (estos últimos los más frecuentes). Es una especie típicamente mediterránea.

La culebra bastarda, es una culebra opistoglifa al igual que la culebra de cogulla (Macroprotodon brevis), con los colmillos inoculadores de veneno asentados en la parte posterior de la boca. Para el hombre, la mordedura de estos colúbridos no reviste el menor peligro debido a la posición retrasada de dichos dientes inyectores que dificulta una mordedura eficaz y, por supuesto, nunca resulta mortal que se sepa. Existen también en la península, otros dos grupos que albergan al resto de estos reptiles apodos: aglifos; ofidios carentes de glándulas y aparato inoculador de veneno como la culebra de agua, y: selenoglifos; ocupado por las temidas víboras cuyos colmillos acanalados y conectados a unas glándulas venenosas inyectan un efectivo veneno paralizador y mortal para sus presas mas habituales. Los dientes se retraen al abrir y cerrar la boca.


Levantando la enorme piedra aparecieron multitud de escarabajos del género Blaps acompañando al ofidio. La imagen impresiona bastante.

Apenas ofreció resistencia la culebra bastarda durante su captura; todo lo contrario de haber sido durante el estío que, hubiéramos alucinado con su furia. Ser ectotermo, optimiza la temperatura corporal de los reptiles pero, les hace depender exclusivamente de la temperatura ambiental en la que se hallan. Al ser el día señalado bastante frío, el colúbrido yacía prácticamente inactivo. Me llamó bastante la atención su mirada perdida, tal vez, por la incapacidad de defenderse. Notaba además como sus ojos giraban levemente, supongo que, analizando sus escasas posibilidades de escapatoria.



Si he de recordar a esta mimética y recatada serpiente lo haría desde la niñez, cuando buscaba afanosamente por curiosidad todo tipo de insectos en la base de los árboles durante el silencio estival del mediodía. En la arboleda, cuando ni siquiera los pájaros cantaban de puro calor, se dejaba oír en ocasiones un estruendo repentino y fugaz, que a su vez, agitaba las altas hierbas a su paso, era aquel, un momento escalofriante de suspense que me dejaba helado.



Durante este verano pasado, hallé una culebra bastarda de gran tamaño soleándose entre la vegetación herbácea de un sendero junto al río Ebro. Sólo asomaba su verdoso lomo, paré con firmeza y en silencio; el ofidio, arrancó tan rápidamente que desapareció de modo increíble. La velocidad de esta culebra es su principal defensa si dispone de terreno libre para huir. Solamente cuando se siente acorralada, actúa de modo muy agresivo.



Un ejemplar de esta especie que hallé atropellado en la carretera, tenía en su aparato digestivo dos topillos semidigeridos; quizá, los atrapó acorralándolos en su galería subterránea.


El momento de liberar a un animal siempre es especial. Al lado, había una enorme pila de piedras donde se introdujo finalmente, muy protegida.






A esta joven y preciosa culebra de escalera (Rhinechis scalaris) de fase gris, la liberamos del aljibe, e indirectamente, de la culebra bastarda.


Los aljibes eran construcciones utilizadas para estancar el agua de abrevar el ganado.

domingo, 27 de junio de 2010

Anidar entre alta tensión a cambio de paz


Cernícalo vulgar (Falco tinnunculus)

Reconociendo el familiar reclamo del cernícalo vulgar vuelvo la vista, y tras observar con detalle, encuentro frente a mí a un milano negro que ha invadido su territorio. El macho de halcón con suma valentía, acude a desalojar al intruso propinándole severos ataques, impactando incluso contra el cuerpo de la mediana rapaz. Finalmente, aun esquivando perfectamente los ataques del pequeño halcón, el milano negro abandona ahuyentado.

El cernícalo vulgar, es un experimentado volador que se caracteriza por sus esquivos vuelos, inmovilizándose además en el aire mientras otea los alrededores sin dejar de agitar sus puntiagudas alas. Evidentemente, tampoco se acobarda ante la intrusión de águilas como la calzada, culebrera, perdicera e incluso la real.

En cualquier formación arbórea, yesífera, caliza, térrea, etc., distribuida por la totalidad de nuestra geografía española, la estridencia común del canto del cernícalo que casualmente nos puede sobrevolar en el momento más oportuno, nos hace levantar con curiosidad la vista. Sin embargo, la asiduidad de su presencia contrasta con lo atípico de algunos de sus hábitats y lugares de cría. No me refiero a ruinosas parideras, árboles o casas habitadas donde anidan esporádicamente, y que en cierto modo, no son tan habituales como las oquedades o las repisas de los erosionados tajos de tierra o roca fragmentada.

Ahora el talud arenoso lo ha cambiado por un gigantesco y aislado caserón de cemento y amplios ventanales fraccionados con cristales quebrados donde ubicar posaderos y nidos. El supuesto bosquejo, es una inexplicable masa de troncos de hormigón y metal cubiertos por un denso follaje de gruesos cables en todas las direcciones: la monótona rumorosidad que emite el fluido eléctrico de manera permanente va descomponiendo el ambiente acústico natural. Sí, todo artificial, pero es donde veo con asombro y por primera vez, a un viejo conocido que reclama y copula con toda naturalidad sobre el plano horizontal de un pórtico metálico que sujeta firmemente por medio de aislantes de porcelana, 220.000 voltios de alta tensión. Aquí el azar pende cada momento sobre las inconscientes aves que burlan diariamente la descarga mortal a cambio de una carísima calma con la que reproducirse sin apenas molestias.


Territorio de búho real abordado por la instalación de las energías ecológicas respetuosas con el medio ambiente. Cada parque eólico tiene en su base su correspondiente subestación eléctrica para concentrar y distribuir la energía.



Se trata de una subestación eléctrica, cuyo recinto vallado se halla estratégicamente ubicado en el centro de un coto de caza custodiado por un guarda. Todo parecen ventajas: los insectos abundan, no hay rapaces a las que desalojar o en algunos casos evitar, y tampoco hay avalanchas humanas de fin de semana. Una garantizada paz por la cual, únicamente el exceso de voltaje en un descuido, puede pasar factura a cambio de tanto bienestar. Nidos a escasa altura como el de urraca en un arbustivo olivo a 150 cm del suelo o, el de los gorriones comunes, golondrinas, aviones, grajillas, cernícalos y, por qué no: el de chova piquirroja en un ventanal protegido a cuatro metros del suelo, dan cuenta de esta realidad.


Chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)


Los pollos de chova a punto de abandonar el nido, entre otros, serán testigos presenciales del liso cortado de cemento con una infrecuente panorámica de grava y altivas torres de hierro con entrecruzados cables. Aquí, el aguzado reclamo de sus progenitores y congéneres no está realzado por el acústico eco de sus cañones rocosos para que lo amplifiquen con fuerza desatada. Aquí como veo, no topan con el águila perdicera, la real o el gran duque; aquí sólo se enfrentan a la impasible e invisible descarga eléctrica que acecha con su amenazadora presencia. La desconocen y les es indiferente. El exceso de envergadura, multiplica el fatal desenlace: cuando los extremos de las alas producen una conducción simultánea (hacen masa), las consecuencias son de sobras conocidas. Cuando no, por crudo que parezca, son los predadores, expoliadores de nidos, o los tradicionales disparos de escopeta. La rentabilidad en cuanto a garantías de éxito durante la cría es comprensible para todas aves que han optado por este artificial cambio de hábitat. Hay alimento suficiente y plazas para anidar; y cómo no, la elección atrevida de esa frontera que marca la diferencia con el resto de los peligros naturales. Los cadáveres dispersos de algunas infortunadas aves, señalan que, en ningún lugar de la tierra la vida es fácil.


miércoles, 13 de enero de 2010

La segunda oportunidad: Electrocuciones

 
Torre nº 19 

De todos es sabido, la cada vez más complicada actuación de las aves, para sortear tanto hilo eléctrico a lo ancho y largo de cada terreno por el que se desenvuelven. Digo cada vez, por el saturadísimo espacio territorial copado por infinidad de líneas nuevas de alta tensión provenientes de los parques eólicos que conforman una maraña intransitable, especialmente, vía aérea. El incremento en la demanda de energía eléctrica producida como consecuencia del elevado desarrollo tecnológico, es el causante de este aumento. 

Existe en concreto una línea eléctrica (afortunadamente ya corregida), que se convirtió en una macabra hilera de postes mortales, sembrada de cuerpos de todo tipo de aves postradas a sus pies. Esta línea, alimenta a una urbanización a orillas de un pantano. Su ubicación, ocupa varios montes con cortaduras calizas y pinar de repoblación, cuya especie dominante es: el pino carrasco (Pinus halepensis). El voltaje de la misma, no excede de los 45 Kw., concretamente 15 kv. Son precisamente las más mortíferas, especialmente, por su fácil exposición a las descargas. El número de postes influyentes era de 19, y concretamente el nº 15, lideraba la nefasta cifra de electrocuciones. 

A lo largo del tendido cayeron: águilas reales, calzadas, una perdicera, una pescadora, buitres leonados, azores, búhos reales, ratoneros, palomas torcaces, cuervos, urracas, en fin; una escalofriante cifra que necesitaría de mucho más espacio para su concreción en el post. En esta prospección, al llegar a la torreta nº 15, ya conocía la presencia de los restos de un búho real (Bubo bubo) muerto hacía justamente un año. Estos, aparecían dispersos bajo el pinar contiguo al pie de la mencionada torre. Las plumas, estaban calcinadas y descoloridas por la incidencia directa del sol. Un zorro, seguramente los llevó hasta allí, para comerlos con mayor protección ante posibles enemigos. 

Curiosamente, recogiendo plumas al lado de una piedra, descubrí sobre un minúsculo y retorcido tomillo, casi seco, un jirón de pequeñas plumas nuevas, correspondiente al vértice flexor del ala derecha. A continuación, comencé a registrar todo el perímetro con la intención de hallar a la rapaz, tal vez, malherida. Podía ésta, haber levantado el vuelo a pesar del fuerte golpe de la caída causada por la descarga, y supuestamente, haberse alejado unos metros nada más. No hubo manera, no encontraba nada. Si algún depredador la hubiese capturado, quedaría un reguero de plumas difícil de ocultar debido al peso de tamaña rapaz nocturna. Incluso un zorro, la arrastraría.

 

Proseguí el transecto, con la sospecha esperanzadora del estado del búho cuya vida todavía era posible. Casi alcanzada la última torreta situada al borde mismo del cortado, me vino a la mente una posibilidad coherente al respecto: pensé, que tal vez, los compañeros del seguimiento pudieron habérselo llevado en una prospección anterior. No fue así; desgraciadamente, al culminar el final de la ladera donde se erige la torre nº 19, lo descubrí, abatido. El búho real, yacía bajo el férreo pie de la altiva torre que ofrece una vista inmejorable de toda la depresión. Comprobé el golpe en el ala, y correspondía; era el mismo. Fue capaz de remontar el vuelo desde el suelo, quizá algo aturdido hasta alcanzar la cúspide de la trampa mortal. El joven macho del año, no tuvo suerte, no se percató del primer aviso, y la tentación de la nº 19 acabó con su segundo y definitivo error.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Aljibes: el pozo de la agonía




Si hay un ser vivo, capaz de desafiar las tórridas horas del agostado mediodía, ese es el lagarto ocelado (Lacerta lepida. Actualmente; Timon lepidus). Aguarda paciente, entre el sol y la escasa cobertura de los sisallos, los albardines o las capitanas aferradas a los ribazos y periferias el momento ideal para cazar o, sencillamente, mantener el reposo. La abrasada maleza del linde, separa las tablas del agobiado labrantío que se extiende por cualquier estepa aragonesa. Mientras, nuestro saurio, se permite el especializado placer de ignorar el aplomado calor, que, a duras penas el que escribe, soporta deshidratándose al amparo de una afilada sombra que se desvanece rápidamente.


Las intimidadoras fauces del lagarto ocelado, suponen una importante garantía para su defensa.


Esta, desgraciadamente, es otra variedad bastante más cruda de la formidable fortaleza; en este caso metabólica, del lagarto ocelado.



Fernando, me avisó de la situación del lacértido que se hallaba atrapado en el foso de un aljibe circular. Son construcciones generalmente de la forma mencionada, cuya utilidad es; la de recoger el agua de lluvia o, almacenar la que se vierta para abrevar el ganado ovino, habitual campeador de las duras estepas aragonesas. El poso de barro resquebrajado y cuarteado por la acción implacable de la sequedad, daba cobijo al verdoso “fardacho” (como se le conoce por el lugar) ocultándose cuando tan sólo, atisbaba un leve momento de riesgo en el alto vertical de la pared. La profundidad de las grietas en el barro seco era de unos cuarenta centímetros, y aun así, pese a la dificultad, logramos extraerlo una vez se había empotrado en ella, no sin antes arrancar uno de los bloques con mucho cuidado.


Las especies atrapadas en el fondo seco, generalmente mueren de inanición tras largos días de penuria.


Las imágenes apreciadas por vuestros ojos en la pantalla, son las del pobre lagarto exhausto, consumido casi en su totalidad pero, con la fiereza que les caracteriza; haciendo frente con sus fauces abiertas. No consideramos la necesidad de llevarlo al centro de recuperación, debido a la fuerza que todavía, y a pesar de todo, sacaba de sus mermadas reservas.

La pared de la vieja torre esteparia, le serviría de refugio junto a la opción de entrada a la misma, para que pudiera sorprender insectos abundantes en su interior.


Pareja de lagartos ocelados soleándose bajo un caluroso sol de Mayo.


Dedicaré otra entrada a esta maravilla de la evolución, con otro ejemplar en mejores condiciones, pues hay detalles de su comportamiento sumamente curiosos.

En el otro aljibe, la situación era mejor gracias a una parte sombría protectora de la humedad, apropiada, para la piel de varios ejemplares de sapo corredor (Bufo calamita) que permanecían aletargados bajo una

manta vegetal acolchada y uniforme.





Recogidas entre una piedra y el barro seco; las cuatro jóvenes culebras de escalera (Elaphe scalaris. Actualmente; Rhinechis scalaris), aguardaban ocultas el paso del tiempo frío medio aletargadas, debido posiblemente, a la incierta temperatura todavía no apta para el prolongado y esperado fin.

Concluida la necesaria sesión fotográfica, no exenta de sustos por el mal genio de dos de ellas (muy agresivas), dejaron constancia mediante activos lances de ataques continuados, de una marcada irascibilidad antes de terminar en la saca. Una vez liberadas bajo la segura protección de las amontonadas piedras extraídas del campo, regresaron a una nueva oportunidad sobre el terreno, ahora, con mejores expectativas.


Un ejemplar dócil. Por la forma estilizada de la cabeza, comprobareis que no muestra signos de alarma.


De las otras dos restantes, una de ellas, era sumamente dócil. Qué cosas. La tuve encima, cogida con las manos y mirándola con entregada atención, mientras se deslizaba con suavidad entre mis dedos. No medían más de cuarenta centímetros, cada una de las cuatro. A pesar de su aparente inofensividad por su pequeño tamaño, y no disponer de glándulas venenosas, sus dientes pueden accidentalmente transmitir cualquier tipo de infección por muy remota que sea dicha posibilidad. Hay que andarse con cuidado, pero sin temerlas. Siempre huyen de nuestra presencia como alma que lleva el diablo.


Este ejemplar sin embargo, con las carótidas dilatadas, hizo justicia de su irritable carácter arisco y ofensivo.


Esta es, una pequeña muestra de la trampa mortal que para muchos animales entre aves, mamíferos, reptiles etc., suponen estos depósitos de agua; tanto llenos, como vacíos. Se han presentado muchas opciones para habilitar salidas de evacuación para los animales atrapados, pero ninguna al parecer, se lleva a cabo.



viernes, 30 de octubre de 2009

Víctimas del asfalto


Perdidos en las cunetas de las carreteras, yacen multitud de seres golpeados por los vehículos que las transitan.

La creación de infraestructuras (vías de comunicación) a nivel nacional, es reivindicada como riqueza de trabajo y modernización por gran parte del país, avalando el desarrollo económico y generando empleo y bienestar gracias al acceso inmediato y cómodo entre poblaciones. En su parte opuesta, olvidamos su enorme impacto negativo en el medio natural.


Estas estructuras lineales dividen el territorio y, los vertebrados que allí habitan se ven obligados a cruzarlas por diferentes motivos, entre ellos: dispersión juvenil, búsqueda de pareja, localización de zonas húmedas para criar (sapos), oportunismo al alimentarse de otras víctimas atropelladas, etc. Es por ello que, estos obstáculos totales o parciales por donde trascurren las especies, en este caso; de estructura lineal (carreteras y autopistas) y que se conoce como “efecto barrera”, ejercen de muro ecológico limitándoles por el aislamiento el paso a otras zonas con nuevas posibilidades. Cruzarlas, supone un riesgo enorme, cuyo desenlace mortal en la mayoría de las ocasiones depara, ya no por la vía en sí, sino por los vehículos que la transitan a gran velocidad una importante merma en sus poblaciones.


También, el final de trayecto llega para estas criaturas mecánicas que, una vez abandonadas, son absorbidas por la vegetación activa de la naturaleza.


La cifra es escalofriante: unos “diez millones de vertebrados”, mueren atropellados al año en nuestras carreteras y autopistas españolas. Son estimaciones de algunos autores tras el estudio de impacto, sobre el mencionado “efecto barrera”.

La moderación de la velocidad, es uno de los mejores recursos para frenar esta gran mortandad de animales que, inconscientemente cruzan dichas barreras.