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martes, 7 de abril de 2020

Mis patas no servían para el carrizo





Siempre que miro detenidamente las fotos del archivo, me viene una historia a la memoria. Será por ello, mi desbordada devoción a repasarlas esporádicamente. Recordar me gusta. Los tiempos pasados, relacionados con aquellas aventuras en el núcleo de la naturaleza, son de lo más creativo. 
Todavía guardo en un viejo cuaderno, la primera observación del pequeño pato negro que dibujé apresurado mientras comenzaba mi lista de especies. Con el tiempo, aquel pato negro se transformó en la preciosa gallineta Gallinula chloropus. Este rálido visto de cerca, no es negro, tiene el dorso marrón oliváceo y la cabeza y zona ventral de color pizarra, adornados sus costados con unas franjas blancas discontinuas muy visibles. Las infracaudales también son blancas e indican su estado de ánimo. Alarmada, el blanco escudo caudal es agitado provocando un efecto fanérico notable.

 


Pero, lo que más me impactaba, era ver sus patas verdosas con aquellos desmesurados dedos tan largos como cañas de carrizo. Ese detalle, aparecía en mi libro. Dedos prácticos para caminar sobre el fango y agarrarse a los tallos del carrizal y juncos, provistos de alargadas membranas digitales impulsoras bajo el agua en los desplazamientos. Su estilo nadador era pletórico en momento de calma. Si la gallineta se alertaba, entonces su cabeza bamboleaba hacia adelante y hacia atrás en armonía con la propulsión de las patas para acelerar la marcha. El tramo de emergencia lo culminaba con el típico vuelo a ras del agua, chapoteando hasta el carrizal. Atravesando su interior, hasta sentirse segura, un eslalon acuático fulgurante la hacía desaparecer entre las rejas de la oscura masa vegetal. Vocinglera, a salvo, soltaba su último regaño, tal vez, para aliviar el estrés.
 


Nadie estará exento de batallitas que contar en sus días de excursión por la naturaleza, seguro. En los comentarios, podéis relatar las vuestras. Qué sano es recordarlas.
Esta aventura comenzó explorando una de las márgenes del río Ebro en busca de aves palustres, hace ya unos años. Vamos, unos cuantos. Hablo de unas riberas con mucha vegetación, a veces, inexpugnable. Tres jóvenes aventureros en busca de especies nuevas con que engrosar sus cuadernos de campo.

Orillamos nuestros pasos a lo largo del río Ebro por tramos ligeramente expeditos evitando el exceso de vegetación, e íbamos anotando gran cantidad de especies que no enumeraré para no alargar demasiado el texto. Ya podéis imaginar para tres jóvenes curiosos y primerizos, la lista era de lo mas corriente. Entre grandes troncos tumbados, descortezados y embarrados avanzábamos. Cruzar sobre ellos para adelantar, suponía un riesgo asumible por el equipo de expedición. La mayoría de casos, los árboles caídos, evitaban zarzales inexpugnables. Sin embargo, como he comentado, estaban embarrados y resbaladizos. Caminar encima, tan inestables, abocaba a trompazos inevitables y risas reflejas de los compañeros. Vamos, guarrazos en toda regla; de cabalgada, de culo y costalazo. Nada extraño en la cuadrilla. Otro día tocará al mas gracioso.
Para abreviar, diré que se nos echó el tiempo encima tan rápido como una centella. Tanta aventura y tanta fauna embulló nuestro mundo imaginario. Teníamos hora de autobús y, perderlo, suponía un gran problema con el colegio aquellos años de internado. 
La enorme vuelta perimetral del galacho, cuya zona de vegetación quedaba muy lejos, nos separaba mucho del punto de partida. Rodearlo suponía un tiempo ajustado, pero, cruzar el carrizal abreviaría la hora de llegada a nuestro destino. O, por lo menos, así lo pensábamos.



Escogimos una entrada adecuada para evitar las aguas libres. Entre el apretado carrizo no se veían calveros, ni se intuían, por lo tanto abrimos camino. Estaba reseca la vegetación y crujía bajo nuestro peso, sin embargo, no cedía. De momento. Entre los tallos se adivinaba el fango, tarquín, cieno (arenas movedizas comentábamos en broma). Llegó la zona mas húmeda, equivalente a la putrefacción de los tallos resecos. Esa travesía comenzó a ceder y los pies enzapatillados tras el impertinente crujido se hundían en el absorbente lodo. Chuperreteaba el puñetero cuando levantabas el pie, despidiendo un fétido olor posterior. Risas, carcajadas por la primera víctima. Después, el Karma.
Alguien dijo -ahora, vendrían bien las patas de la gallineta. Otra vez risas (muy ocurrente).

Llegamos a tiempo, algo justos, pero a tiempo. Nuestras zapatillas eran botas negruzcas y húmedas que cambiaban a color cenizo durante el avance de la ruta.
Subir al autobús fue tremendo. Entonces, se pagaba al chófer. Y, éste, de entrada, nos echó la bulla sin contemplaciones. Tras nuestra penitencia, un hedor por el pasillo hacía vomitar las críticas de los viajeros, con razón, pobrecillos. Nos parapetamos en el fondo, apestados, cabizbajos. Partiéndonos el pecho, discretamente.




sábado, 28 de septiembre de 2019

Bajo el herraje de la torre Eiffel




La gente espera con regocijo, guardando fila, en todos los accesos a la megaestructura metálica que se yergue a 324 metros de altura. Atraviesa su verticalidad el azul celeste del espacio. Cada pie de la torre tiene escaleras y ascensores para aupar al personal hasta la primera planta con plataforma y balconada. Desde allí, otros elevadores lo hacen hasta lo mas alto, escalonadamente.
El acarreo de personas es constante. Contrasta el fervor y el entusiasmo de los privilegiados introduciéndose en la cabina con la frialdad de los rezagados perdidos en las largas colas.
La cima del gran monumento queda lejos, tanto por la altura, como por la larga espera.
La impaciencia agota el temple de los mas esperanzados en las colas. En mi caso, las evitaré, no las soporto. Consumen el poco tiempo del que dispones para ver otras cosas. Y, hablando de ver otras cosas, lo que veo estimula mi curiosidad. Un acogedor lago artificial se abre a los pies de esta inmensa mole férrea tan emblemática.





Si hay un pasatiempo hechizante para mí, ese es el de la curiosidad vestida de atención en los animales. Me gusta observar esa conducta interactiva de las aves con el ser humano. Es tan cercana que, las aves, cuando no hay alimento siempre están atentas con su mirada pertinaz a la reacción de las personas. Son pacientes con ellas, sin embargo, nada de eso ocurre con sus semejantes al no querer compartir lo recibido.
Hay alimento fácil en el parque, por lo tanto, hay comensales agradecidos dejándose ver sin apenas recelo, disfrutando de un maná que aliviará el hambre durante estos días de buen tiempo turístico.
Siempre existen los rincones agradecidos para observar a placer especies animales capaces de modificar su conducta y fraguar una tregua con la especie humana compartiendo estos espacios. 

Con ayuda de los turistas, la gallineta saca adelante a sus pollos.


Por fortuna, el pollo no necesita zapatillas. Los dedos de esta especie son largos y finos, útiles para no hundirse en el fango y para desplazarse entre el carrizo. En los pollos, la diferencia de tamaño se hace mayor dada su menor corpulencia.


Uno de los progenitores busca mas alimento para los pollos. La labor de crianza es agotadora.


Hay todo tipo de viandas en este restaurante a cielo abierto. La corneja negra dará buena cuenta de esta tremenda corteza.




La mirada pedigüeña de los inocentes pájaros; en este caso, un estornino pinto adulto.


Estas aves tienen una agilidad enorme. Uno de los ejemplares jóvenes de estornino pinto fue capaz de consumir una patata frita (con su largura) dando la espalda convenientemente a una paloma. El colúmbido trataba de abordarlo por todos los flancos posibles sin conseguirlo. Fue toda para el estornino.


Uno de los jóvenes estorninos pintos del lugar, sin terminar la primera muda, ataca despiadadamente una manzana. 


Gaviota reidora en plumaje de invierno sin la llamativa cabeza negruzca.

A la gaviota reidora no le interesa la fruta. 


Breve historia de la torre Eiffel:

https://idiomasblendex.com/breve-historia-de-la-torre-eiffel/




martes, 29 de enero de 2013

Un fragmento ribereño en la crecida del Ebro


 
El Ebro es el río más caudaloso de la península y ha superado estos días los 2200 metros cúbicos por segundo. En su momento álgido superó los siete metros de altura. Ante semejante avalancha de agua dinamizada por fuerza y velocidad, no ha hecho más que dificultar la actividad habitual de las aves que viven de sus aguas. En estos casos, estas riadas suponen un tremendo atractivo para mucha gente empeñada en fotografiar el hecho como recuerdo. A pesar del frío, la gente no faltó a la cita con el Ebro y su bravura esporádica. Aunque el día era gris, no me perdí el paseo para ver la gran crecida del río y la reacción de sus criaturas. Quería saber como se desenvolverían con tanta cantidad de agua, agua capaz de complicar la existencia de cualquiera de ellas a pesar de sus adaptaciones acuáticas. Como prácticamente toda la original ribera estaba anegada, las aves buscaron nuevos destinos y, esos destinos eran los buscadísimos remansos, donde nadar y bucear supone un esfuerzo menor. El martín pescador frecuenta lagunas freáticas del Ebro donde el agua conserva su claridad fuera de la corriente turbia que arrastra sedimentos, las cigüeñas, garzas reales y garcetas grandes además de gaviotas vadean aguas someras que cubren los campos de labor.
Como sospechaba, a los pies de La Basílica del Pilar bajo el alto muro de contención quedó un pequeño terreno de ribera de apenas diez metros cuadrados donde se hacinaban aparentemente sin problemas dos cormoranes (Phalacrocorax carbo), dos grajillas (Corvus monédula), dos pinzones (Fringilla coelebs), una gallineta (Gallinula chloropus), cuatro azulones (Anas platyrhynchos) y un zampullín chico (Tachybabtus ruficollis) que era la estrella de todas las personas curiosas asistentes.
El pequeño zampullín parecía algo cansado y apenas se adentraba en aguas rápidas, los cormoranes, menos incómodos ante las miradas de la gente, desde la orilla utilizada como posadero buceaban en el remanso aprovechando su calma para sorprender, tal vez, a los peces que pudieran reposar ocultos. A los que parecía faltarles terreno era a los ánades reales cuyos machos montaron una trifulca de cuidado, menudos son los azulones cuando no quieren compartir nada con sus semejantes.



Zampullín chico (Tachybabtus ruficollis) Plumaje invernal.

Cormorán grande (Phalacrocorax carbo) Joven.
Gallineta (Gallinula chloropus)




Pelea entre machos de ánade real (Anas Platyrhynchos)
Grajilla (Corvus monédula)
Pinzón vulgar (Fringilla coelebs)

sábado, 6 de octubre de 2012

HYDE PARK; LONDON CITY.


8 -9 -2012
Fruto del tejo; Yew (Taxus baccata) Hyde Park.

No sólo hay buenas observaciones de fauna silvestre en el monte, los parques, sobre todo los respetados y cuidados por sus transeúntes, son un auténtico filón para disfrutar en primera línea de las habilidades de sus inquilinos alados y terrestres.

Hyde Park es un parque municipal ubicado en la zona central de la ciudad de Londres. Su tamaño es de 1.4 km² y se inauguró en 1637; fue sede de la Gran Exposición de 1851. Antes de abrirse al público, estaba cercado como un parque de venados y usado para la caza.

Al acercarme al lago en un estupendo día soleado, lo primero que encontré fue a una persona con su carrito de compras y una bolsa llena de pan que, poco a poco, fue vaciando y repartiendo entre las aves acuáticas. Todas agrupadas esperaban ordenadamente la ocasión para lanzarse oportunamente hacia el alimento. Terminada su encomiable tarea, el buen hombre, observó, como no puede ser de otro modo, su labor solidaria con satisfacción. Anteriormente, quedé embelesado mirando con curiosidad y a una distancia prudente, como una solitaria mujer ofrecía también manjares sobre la palma de su mano y, como con paciencia absoluta, esperaba a que bajaran del ramaje de un árbol herrerillos y carboneros. No me atreví a fotografiarla pero, reconozco que estaba muy familiarizada con ellos.

Pero volviendo al lago, frente a las aves expectantes, nos tocó el turno a nosotros. Por fortuna, todavía tenían hambre. Curiosamente, siempre hay aves de tamaño medio y pequeño que merodean cerca de la orilla; ánades, porrones etc, junto a fochas comunes y alguna gallineta. Las gaviotas ocupaban la zona más alejada. La jerarquía se establece siempre del mismo modo; haciendo uso de la fuerza, el tamaño es determinante. Las aves más ágiles explotan su capacidad acrobática para sacar bocado, como las gaviotas reidoras que, aunque no tienen la fuerza natatoria de los patos a pesar de sus palmeadas patas, si los aventajan con la habilidad de su vuelo. Por eso una gaviota partiendo en vuelo desde el agua, alcanzaba un punto determinado antes que un pato lo hiciera nadando. Los ánades reales adelantados a las fochas, porrones moñudos, pato mandarín, gallinetas y gaviotas reidoras, eran los que tenían el mando. Todos buscaban un espacio a su alrededor bien defendido de otros congéneres, incluyendo otras especies. Las gallinetas, sin membranas interdigitales, carecen de la velocidad de patos y fochas (estas últimas con membranas lobuladas) y, su pequeño tamaño, las relega a las últimas posiciones delante de sus jóvenes vástagos. Con la llegada de los gansos del Nilo y barnaclas canadienses los anteriores comensales van abriéndoles hueco y, posteriormente, llegan los ánsares que apartan a éstos últimos. Al final, la cúspide de la pirámide jerárquica la ocupan los reyes del lago, que son los cisnes. El tamaño impera.

Evidentemente, este orden establecido es menos violento que en estado salvaje. De algún modo, las aves del estanque aprenden gracias a su interacción diaria aun siendo el alimento abundante, que basta con leves intimidaciones para abrirse camino entre los competidores. Como en las aves de granja no enjauladas, hay dominantes y dominados.
Alimento y un territorio para criar, como defienden los etólogos, son intereses cruciales muy peleados por las aves, sobre todo silvestres. Y, el invierno, es la estación más crítica para las más débiles que compiten por la comida con sus congéneres. Las aves al agruparse se benefician de una cobertura eficiente para vigilar la presencia de predadores y, por supuesto, suman más ojos para detectar fuentes ocultas de alimento. Pero, también provoca una alta rivalidad entre ellas y, las más fuertes, tienen prioridad ante cualquier hallazgo a pesar de que el individuo débil que lo haya encontrado advierta durante un forcejeo su inferioridad. Éste dejará paso al dominante, precisamente, para evitar el combate, ya que un nefasto percance le impediría la oportunidad de buscar alimento en otro lugar.

Por otra parte, parece que la obstinación de continuar la batalla podría responder a ciertas y equilibradas posibilidades, que darían como vencedor a cualquiera de las dos aves. Estas luchas ocasionalmente cruentas que pueden acabar con uno de los contendientes muerto, generalmente, se producen por la pretendida ocupación de un territorio. En cualquier caso, si uno de los interesados en adjudicarse dicho territorio advierte que sus posibilidades son escasas a pesar de la imperiosa necesidad de procrear, su retirada resultaría ventajosa, puesto que todavía tendría opciones de ocupar otro territorio, algo inalcanzable si perdiera la vida en una lucha sin posibilidades.

Resultan simpáticas las aves en  parques de este tipo pero, ese conjunto de aves aparentemente bien allegado, es producto de la abundancia de alimento ofrecido por gente que disfruta de su presencia. El mundo y su fauna lejos de estos espacios urbanos, desgraciadamente, es bastante más selectivo y, por lo tanto, más crudo.

                     
Focha común; Coot (Fulica atra) localizando plantas subacuáticas.

Sumergiéndose...

Emergiendo con la recolección.

Paloma torcaz; Woodpigeon (Columba palumbus) consumiendo frutos del majuelo (Crataegus monogyna).

Desde lo alto del paseo, una garza real; Grey Heron (Ardea cinerea) se solea ante la mirada atenta de los transeúntes. 

Porrón moñudo; Tuffed Duck (Aytya fuligula) muy presente en las peleas por la comida.

Posadas en los amarres del lago, las gaviotas reidoras; Blak-headed Gull (Larus ridibundus) aguardan su oportunidad observando atentas a las personas con bolsas de plástico.

Gaviota reidora; Blak-headed Gull (Larus ridibundus) en plumaje invernal.

Ganso del Nilo; Egyptian Goose (Alopochen aegyptiacus) en atención y dispuesto para los lances.

Ganso del Nilo ilustrado en un papiro egipcio con textos jeroglíficos (British Museum).

La gallineta; Moorhen (Gallinula chloropus) ocupa la zona de maraña vegetal desde donde aparece cuando atisba transeúntes con alimento.




Bueno, aquí entramos en otra sección; la del pájaro de limpieza del parque. Es una corneja negra; Carrion Crow (Corvus corone) y está consumiendo los restos de una rata gris Norway Rat (Rattus norvegicus) en la zona ajardinada donde descansa y pasea la gente. Buen trabajo.



Una de las especies más simpáticas de este recinto es la ardilla gris; Mexican Grey Squirrel (Sciurus aureogaser), originaria de Guatemala y del este y oeste de México. Fue introducida en Reino Unido donde se ha expandido con éxito.  


Es un verdadero placer dar de comer de la mano a una paloma torcaz; Woodpigeon (Columba palumbus). Una paloma que se ha sumado también junto a la paloma doméstica, a las bondades del oportunismo ofrecido por parques y ciudades.

Las palomas, más confiadas, rodean y abordan a todo aquel que aporte comida. Si uno la lanza a los patos, ellas siempre están debajo picoteando las migas que caen de los jirones del pan.

Una joven gallineta descubre el beneficio de tierra firme al abandonar el agua donde sus posibilidades de competir con el resto de acuáticas eran inciertas. 

La garza real; Grey Heron (Ardea cinerea) es un ave muy desconfiada. Al sentirse descubierta en su medio natural, emprende el vuelo emitiendo una voz ronca y áspera muy audible.
Me llamó la atención esta estampa entre la persona y la zancuda donde sobran más palabras.

El cormorán; Cormorant (Phalacrocorax carbo), muy especializado en la pesca, no acude a los visitantes para comer. Aunque había cormoranes soleándose en el parque, éste fue fotografiado al día siguiente mientras reposaba bajo la espectacular construcción del Parlamento Británico a orillas del Río Támesis.



Y…,en el Río Támesis, fue donde disfruté de la agilidad de las gaviotas reidoras después de avituallarlas sobre el agua mientras revoloteaban supuestamente desordenadas. Pasamos seguidamente, a lanzarles la comida al aire desde donde la capturaban con una pericia manifiesta digna de asombro. En el aire me parecieron más ordenadas, ya que formaron un carrusel y cada una daba buena cuenta de su turno gracias a su habilidad.

Para terminar esta entrada que, espero, os haya entusiasmado, quiero recordar a una persona muy entrañable y amiga de estos paseos por los parques, sobre todo, a la hora de disfrutar con los animales que los habitan. Me refiero a Clariana http://pensaipinta.blogspot.com. Muchísimo ánimo y esperanza para tu pronta y definitiva recuperación.