Dentro
de unos días, habrán pasado tan sólo 4 décadas desde la primera vez que vi
sobre un solariego peirón de viejo ladrillo y rudas piedras al colorido
escribano soteño Emberiza cirlus. La estampa de aquel pajarillo sobre el ático piramidal de
aquel rogatorio próximo a la descompuesta carretera del pueblo de Codos, me
dejó boquiabierto. Detuve la bicicleta tras acercarme todo lo que pude y, al
mirar con los prismáticos, quedé prendado tanto de sus colores como de la
fuerza de su canto. Un precioso macho expandía su voz a los cuatro vientos, iluminado
por un matinal flujo de luz solar que se colaba entre el declive de redondeadas
lomas.
Había
llegado hasta allí desde Zaragoza en una bicicleta de las que se estilaban
antes, modelo “Verano Azul”; un plato y un piñón para sacar todo el rendimiento
posible a los 66 km de entonces por estrechas carreteras parcheadas. Nada que
ver con el snobismo bicicletero actual. Era otra visión diferente de rodar,
ligero de equipaje y con un enorme entusiasmo y curiosidad por recorrer pueblos
perdidos, bastante más perdidos que ahora.
Salían los lugareños con sus mulos hacia el monte a trabajar la tierra, en el cruce de la carretera, una "charradica" (conversación) con el pastor para contrastar temas actuales de aquel entonces. El perro, trabajador, perimetraba al rebaño de ovejas durante la parada.
Peirón de Las Almas; Codos (Zaragoza). En esta misma construcción pude contemplar al llamativo ejemplar de escribano soteño cantando un 28 de marzo de 1981.
El peirón es una columna u obelisco de intención devota que se halla junto a las entradas y salidas de los pueblos y junto a los caminos, con una cruz o imagen religiosa.
Macho de escribano soteño trinando desde un almendro.
Hembra de escribano soteño con su plumaje críptico.