Preciosa estampa la del macho de avutarda al paso, entre la reverdecida tierra y el cielo agrisado.
El renteante
motor del Land Rover ruge al vadear los surcos dejados por la fuerza de las
últimas lluvias en distintos tramos del camino. Dentro de su cabina, mientras
atraviesa esos desniveles abruptos, nuestros cuerpos se balancean de un lado a
otro como latigazos secos, y las bajadas repentinas nos clavan en los asientos
casi vaciando nuestros pulmones. Es lo que tiene la fiabilidad de este
experimentado todo terreno en cuya capacidad montera se olvidaron de ciertas
comodidades.
Vamos Fernando
y yo a una cita con la más grande de las aves esteparias. Aquella cuya caza se
tuvo que prohibir para evitar su extinción; me refiero a la avutarda Otis tarda. No debieron de darse cuenta
los ecologistas de la escopeta de los especímenes que desaparecían bajo su
empeño equilibrador en la estepa. Haciendo uso de un método eficaz de muerte -el
rifle con tele-mira-, sumaba el artefacto tal precisión que permitía al cazador
tener una barriga ilimitada en tamaño como para no impedirle matar físicamente
a cualquier animal por rápido que éste fuera. Aguardando desde un parapeto,
como hacen siempre, sólo tenían que apretar el gatillo mediante el ejercicio
brutal del dedo para conseguir el resultado mortal de este bendecido deporte.
Afortunadamente,
aunque con extraordinaria lentitud, la especie se recupera y son unos 200
ejemplares los que tenemos en Aragón a pesar de la nefasta política de los incompetentes
de siempre.
El gris
plomizo del cielo varía a lo largo del día en estas tierras monegrinas hartas
de sequía. Tratamos de aprovechar la jornada al máximo porque sabemos que, al
final, caerá el agua como pronosticaron ayer en el parte meteorológico. Hemos
dado bastantes vueltas asombrados por la gran cantidad de bandos de calandrias,
además de otros paseriformes de estepa y fringílidos. En este territorio de los
Monegros donde las lluvias son recuerdo deseado para días venideros y la sequía
habitual comparte el polvo con el viento, viajamos bajo nimbos que hace rato
anulan poco a poco la luz matinal.
Fernando
conoce el terreno por su dedicación a las avutardas en trabajos de censo y
reproducción, así que, miramos sin descanso entre las vaguadas baldías y sementeros
tratando de localizarlas. Por fin damos con un hermoso macho que campea
tranquilo alimentándose. Damos la vuelta para desaparecer tras un pequeño promontorio, abandonamos el vehículo sin golpear las puertas al salir y, de uno en uno, nos
arrimamos arrastrándonos penosamente por el barro y la hierba húmeda hasta el
punto adecuado. Desde allí fotografiamos y nos deleitarnos con el precioso
porte y caminar de este macho que, en principio, se ofrece poco receloso a
nuestra precavida presencia.
Poco estamos
en su compañía y rodamos hacia otros lugares para tratar de hallar más
ejemplares. Esta vez un nutrido grupo levanta el vuelo, tal vez, algún vehículo
agrícola se nos adelantó y las siluetas de los gigantes voladores con aletazos profundos, pesados y ralentizados por la pesada carga de su cuerpo (los machos pueden alcanzar los
18 kilos), se aleja rasando sobre la loma hasta alcanzar otro punto distinto prosiguiendo
con su parsimonioso caminar. Contamos 33 ejemplares de los 35 censados el año
anterior.
Ya cae
lentamente la necesaria lluvia sobre esta tierra tan castigada por la sequía en
el momento de marcharnos. Partimos satisfechos de ver a esta carismática ave
tan perseguida por algunos incultos y falsos amantes del campo a los que nunca les
resulta suficiente las ayudas aportadas por los Fondos Europeos. La amargura
crónica de esta gente no nos revienta el fructuoso día de avutardas que hemos
disfrutado, además, vamos cargados de fotos para el recuerdo.