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lunes, 6 de junio de 2016

La pequeña garza sabia (Butorides striata)


Cuando guardas en la mente la mirada curiosa de gran cantidad de animales a lo largo de muchos años de observación, puedes entender su lenguaje; su temor, reacción, o por qué no, lo que esperan de ti. Como la mirada expresiva de un perro o un gato a su correspondiente compañero humano, uno puede extrapolar fácilmente la mirada de cualquier otra especie relacionada con los humanos por su habitual coincidencia en parques, jardines o riberas de ríos, dirigiéndose dicha mirada, a determinadas personas como proporcionadoras de alimento. La estampa de los mayores dando de comer a las palomas, familiarizándose con los gorriones o con cualquier especie accesible por el cotidiano contacto visual, serían un ejemplo. Convertiría esta interacción en una simbiosis entre la persona que busca el afecto en los animales y, ellos, oportunistas interesados pero no por ello menos amables, el pan suyo de cada día para seguir adelante.
Pero… esta pequeña garza, el socozinho Butorides striata, de carácter paciente, ¿dónde aprendió la habilidad de utilizar fragmentos de pan como cebo para atraer a los peces fácilmente ahorrándose una larga espera antes de atravesarlo de un certero arponazo?
Desconozco, al no haber hallado referencias bibliográficas, si este curioso comportamiento es congénito de origen hereditario, o adquirido por imitación o aprendizaje. 

Ejemplar adulto de socozinho Butorides striata.

No puedo negar después de observar al ave, cierta mirada cómplice. La garza está muy acostumbrada a la presencia humana como se puede apreciar.

El hombre bueno, es generoso con sus semejantes y, como no, con el resto de los animales. Las distintas especies de garzas,  como otras tantas especies habituales en los parajes humanizados, han visto en este reclamo una enorme fuente de alimento y posibilidades de todo tipo para establecerse cómodamente. Si a esta posibilidad le añadimos la entrega de las personas cuya satisfacción consiste en dar de comer a las aves del lugar, podemos sospechar el origen de esta conducta tan particular de nuestra pequeña garza respecto a la utilización de cebo para pescar.



Supongo que, un buen día, la garcilla, habituada a la ribera del río, la charca del parque o el estanque decorativo de algún jardín donde los peces eran fáciles de atrapar y las personas no representaban ningún peligro, fueron afianzándose con la especie humana mediante un pacto de respeto mutuo, menguando así, poco a poco, la distancia de seguridad entre ambos. Y, tal vez, observando la conducta humana, solidaria con otros seres, la pequeña ardeida comenzó a tejer su “idea” para mejorar una nueva técnica de pesca.
¿Quién se resiste a echar comida a los peces, esperando esa reacción tumultuosa para acceder entre ellos al mejor bocado? ¿Cuántas veces les habremos dado de comer asombrados por la inexplicable sensación que aviva nuestra curiosidad? Los peces, alborotados ante un pedazo de pan, no pasan desapercibidos a otros animales. Por ello, supongo, mientras esto ocurría, se iba fraguando en la garza un oportunismo sin parangón.



Secuencia de acecho de un joven socozinho.

Así es como lo imagino personalmente, sin que por ello se convierta en una opinión científica, por supuesto.
Originariamente, una garza cualquiera debió de utilizar su primer trozo de pan colocándolo cerca del radio de acción de su pico. Cuando los peces se arremolinaron en torno a la trampa, del mismo modo que observó con los aportes humanos, su pico atravesó al más grande aprovechando el caos existente. Repitiendo la acción, y el pan disponible, optimizó con el paso del tiempo su destreza. Lo que a las personas satisfacía proporcionar comida a los peces, para el socozinho se convirtió en una habilidad interesada para nutrirse con más eficacia. Teniendo en cuenta la capacidad de imitación de las aves, aprender esta nueva modalidad de pesca fue un acto que cuajó rápidamente en el resto de las pequeñas zancudas atentas a la innovadora práctica.


Estado de alerta del joven socozinho.


Hay trabajos científicos que exponen cómo los animales integrados en los medios urbanos aprenden y rentabilizan mejor lo aprendido que otros del medio silvestre en el suyo. Es obvio que, la disponibilidad de alimento y su rentabilidad es proporcional a las oportunidades existentes en cada hábitat. Facilitar el acceso a los alimentos se convierte en una adaptación fortalecida por el aprendizaje de técnicas cada vez más elaboradas.



VER SECUENCIA DE VIDEO DE UN SOCOZINHO MUY HABITUADO A LA PRESENCIA HUMANA Y, EL MODO DE UTILIZAR EL PAN QUE SE LE PROPORCIONA COMO CEBO PARA PESCAR.