lunes, 30 de noviembre de 2020

ANTÓN GARCÍA ABRIL: sinfonías de la naturaleza



Unos álamos negros Populus nigra de la hoz de Pelegrina, se agitan con el viento sobre el campamento del equipo de El Hombre y la Tierra. El sol, arranca destellos áureos mientras bambolean sus copas rítmicamente con veladas luces intermitentes. Amarillentas hojas interceptan la escena durante su caída, propagándose en el espacio como diminutas partículas en forma de luminosos copos de nieve.
Toda la esencia del otoño empaña con su colorido la cárcava del río Dulce. Entonces, suena una música que inunda la estación que adormece el sotobosque. Una música que penetra en lo más profundo del corazón humano dándole vida frente al ocaso estacional de la naturaleza.
Es una de tantas creaciones sinfónicas del turolense Antón García Abril. Un genio y artesano de la composición musical, escenificador del drama, la tensión y el sosiego de la vida silvestre. Otoños y primaveras, inviernos y veranos fusionados con magistral poesía sonora gracias a su percepción sensorial, combinada con todas las demás resonancias de la naturaleza. Un golpe de anhelo y esperanza capaz de superar el desánimo de los días menguantes.

Si Félix Rodríguez de la Fuente fue la voz de la naturaleza, es justo que la música de Antón García Abril sea el fondo sonoro de todos los rincones vivos de nuestro medio natural.

 

“Siempre he intentado que la música se convirtiera en imagen y la imagen en música, y a veces lo he conseguido”

Antón García Abril                                            

Compositor de la banda sonora de los capítulos de El Hombre y la Tierra



Momentos otoñales

Viviendo los paisajes, las secuencias de la fauna Ibérica en todo su esplendor y, todo lo relacionado con la naturaleza, siempre me acompañó y me acompañará como sonido de fondo la extraordinaria música de Antón García Abril







































domingo, 22 de noviembre de 2020

Andarríos grande; green sandpiper



Aprovechando una sentada en la orilla del río Ebro, por donde pululaba el centelleante martín pescador Alcedo atthis como un meteorito, aposté con la mirada por una rama sugerente donde sospechaba llegaría a posarse dicho pájaro de un momento a otro. 

Sobre mi posición, un enorme álamo blanco Populus alba daba una extensa sombra, por cierto, nada apetecible en la fresca mañana. Grandes ramas del árbol inmersas en la orilla aparentaban la estructura de un manglar, por lo cual, me sentía algo enjaulado entre toda la maraña del ramaje. Aun así, el fugaz torpedo azulado desfilaba delante de mis narices con velocidad endiablada, sorteando hábilmente todo el enramado sombrío.

Cuando pasó un tiempo prudente, supe que la coraciforme no iba a satisfacerme. Escuchaba su afinado reclamo en ambas direcciones, pero todo ello, no entraba en mis planes si no incluía la susodicha rama.

Me hizo olvidar la tensa espera un andarríos grande Tringa ochropus al posarse sobre un troco medio sumergido, al que posteriormente dirigí toda mi atención.

No tengo preferencias, aunque a veces, para tener una idea práctica es mejor y más sugerente apostar por una especie que mueva el proyecto vigente.

Voló hasta la orilla del carrizal y seguí sus evoluciones. Sin embargo, el ave no estaba muy convencida del lugar y tomó la dirección de mi observatorio. Poco se me tenía que ver para que no advirtiera el andarríos mi presencia, cuando al posarse sobre una piedra bajo la dichosa rama del martín pescador me mirara con esos ojitos negros de azabache, emprendiendo seguidamente un vuelo de huida con susto incluido. 



Cuando vuelan, el aleteo parece provocado por impulsos eléctricos. Como migradores, poseen esa gran capacidad de vuelo que los caracteriza. Ave común invernante pero, de atractivo semblante.

Más sobre el andarríos grande:

La siesta del andarríos grande

viernes, 20 de noviembre de 2020

RETAZOS DE UN PASEO



El valle del Ebro es lo que tiene, extensos bancos de niebla cuando el anticiclón se empeña en instalarse sin soltar una brizna de viento. A veces, para estas fechas, uno se aborrece de no ver el sol durante semanas, salvo que un fin de semana cambies la depresión del Ebro por cumbres aledañas.

El jueves lo tomé libre. Un día de vida por todo lo alto dedicado a colmar todos los sentidos. 
Aunque las fotografías rara vez logran plasmar las sensaciones de un paseo desinhibido, son una vaga muestra del sentir del paseante durante una travesía en silencio, llenando los sentidos con la magia del otoño y su repertorio previo al sueño estacional del bosque.


Atrás quedaba la persistente niebla. La inminente llegada del cierzo despejaba las zonas altas, dejando rastreros bancos de niebla ya dominada. 

La salida del sol invita a un nuevo día, un gran motivador.

El astro sol, el agua, el bosque... 

Un aguilucho lagunero Circus aeruginosus atisba el horizonte desde lo alto del árbol sin vida. Las retorcidas ramas delatan su angustiada decrepitud 

Un día tan espléndido, incita al escribano triguero Miliaria calandra a formar parte de un escenario sonoro junto a otros paseriformes. 

Otro aguilucho lagunero Circus aeruginosus pendiente del panorama campestre. El efecto del tempranero sol unido a la niebla crea un fondo curioso.

Un petirrojo Erithacus rubecula, busca sobre los excrementos desmenuzados de caballo Equus caballus insectos con los que alimentarse.

Macho de tarabilla común Saxicola rubicola, centinela de los caminos. El paso de algún insecto sobre la superficie despejada, aporta mayor éxito de capturas a este incansable entomófago.

No es muy agraciado el canto del escribano triguero Miliaria calandra, más cercano al sonido machacón de la cigarra que al sublime repertorio del ruiseñor Luscinia megarhynchos.

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Hembra y macho de ánade real Anas platyrhinchos nadando en un galacho. El galacho es un tramo abandonado del antiguo curso del río Ebro.

Garza real Ardea cinerea.

Carbonero común Parus major.

Ratonero Buteo buteo.

Cigüeña blanca Ciconia ciconia.

Gaviota patiamarilla Larus michahellis. Un ave común en el curso del río Ebro con citas de cría en la ciudad de Zaragoza.

Lavandera blanca Motacilla alba.

Garceta grande Ardea alba.

Garceta grande Ardea alba.

Petirrojo Erithacus rubecula mimetizado entre las hojas del ramaje de un álamo blanco Populus alba.

En su percha muy discreto.

Ratonero Buteo buteo prospectando un paisaje ya despejado de niebla.

Garza real Ardea cinerea campeando entre alfalfa Medicago sativa. La captura de micromamíferos y otras presas variadas hace pensar en la diversidad alimenticia de esta zancuda. No me atrevería a afirmar si prefiere más el pescado que la carne.

domingo, 15 de noviembre de 2020

El pecho del petirrojo



Si existe un pájaro con expresión tierna, destacada entre muchos otros, sin duda es el petirrojo Erithacus rubecula. Un pajarillo de postal navideña, bolita emplumada sobre la nieve, duende de los jardines y parques tan cuidados por gente amante de su presencia. Un pájaro confiado, supremo tenor, saltarín y, a veces, escondidizo entre las ramas bajas de los setos urbanos y paisajes externos.

No obstante, la cálida esencia del tierno pájaro fue desmontada por el biólogo evolucionista David Lack, al demostrar la ferocidad territorial del petirrojo mediante un experimento curioso. Entre dos ejemplares, si la voz de aviso o la presencia del regente haciendo uso del lenguaje corporal no es efectiva, se producirá el desencuentro fatal. Lack quería hallar la respuesta a varias posibilidades para concluir con una de ellas. ¿Qué desconcertaba tanto al pequeño pájaro frente a un rival; los movimientos, el canto, comportamiento provocador, los colores del intruso?

El desconcertado biólogo utilizó un petirrojo disecado dentro de un territorio ocupado por un congénere, evidentemente, vivo. Allí, se desató un tremendo conflicto de consecuencias inimaginables. El señuelo perdió la cabeza en primer lugar dada la furia de los ataques. El equipo continuó el experimento eliminando poco a poco diversas partes del petirrojo disecado sin que cesaran las arremetidas. Finalmente, sólo quedó un jirón de plumas rojas sujetas al alambre y, aún así, la agresión continuó.

Un mechón de plumas marrones hizo al petirrojo perder su belicosidad. El equipo de investigadores, después de todos los experimentos pertinentes, concluyó con la respuesta: el rojo de las plumas pectorales desencadenaba la furia del ave.







El plumaje del joven petirrojo, de coloración discreta, contribuye a su seguridad frente a predadores durante el primer año de vida dada su inexperiencia. Además, no lucir el rojo pectoral, los salvaguarda de posibles agresiones de los adultos.

Más sobre el petirrojo:

jueves, 12 de noviembre de 2020

Te estoy viendo...


Hembra de cabra montés Capra p. hispanica. Su recental probablemente aguardaba oculto entre las frondosas Ephedras de la repisa en lo alto del escarpe. La atención de su progenitora se multiplica.

Ciertamente, la mayoría de las veces, los animales ya nos han cazado con su mirada activa durante nuestra intrusión en la naturaleza. El escaso ruido que podamos provocar lo detectan rápidamente, al igual que nuestros leves movimientos, incluso, si permanecemos quietos. La vigilancia es un baluarte imprescindible en su vida diaria, de ella dependen en gran medida para alimentarse y sobrevivir. La falta de atención en un descuido, puede costarles la vida. 

Estornino negro Sturnus unicolor atisbando en derredor para comprobar la seguridad necesaria antes de acceder al nido.

Un águila calzada Hieraaetus pennatus se solea relajadamente sobre una terrera.
Su silueta llamó mi atención, pero ella, hacía rato que vigilaba mis pasos.

La chova piquirroja Pyrrhocorax pyrrhocorax se ha posado en el roquedo, la he visto llegar. Lo más importante para ella, parece ser, controlar mis intenciones.

Macho de roquero solitario Monticola solitarius. Centinela del entramado rocoso, siempre pendiente de los acontecimientos externos desde cada una de sus atalayas.

Algunas criaturas no se esmeran demasiado en vigilar correctamente y son fácilmente sorprendidas, como este zorro Vulpes vulpes durmiendo profundamente en un altillo rocoso.