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domingo, 19 de abril de 2020

Muestras óseas de presas lisiadas capturadas por el búho real



Mandíbula inferior de Rattus norvegicus con una infección grave.


Hablar de la alimentación del búho real sería demasiado recurrente si no se contara con alguna novedad que rompiera esa tendencia tan explotada gracias a los grandes trabajos de estudio de la dieta de esta rapaz nocturna. No voy a incidir en ello, puesto que hay una larga lista bibliográfica de excelentes trabajos al respecto, interesantes y muy detallados. 
Ahora, sí os ofreceré unas imágenes elocuentes de cierto tipo de presas con limitaciones físicas capturadas por el búho real y descubiertas en los análisis de egagrópilas que realicé hace unos años. Son pocas, pero muy curiosas.

Al final os dejo el enlace sobre un estudio de Pedro Fernández Llario y Sebastián J. Hidalgo referido al tema tratado: “Importancia de presas con limitaciones físicas en la dieta del búho real Bubo bubo”, explicando la importancia del búho real como controlador selectivo de presas transmisoras de enfermedades.

Por lo demás, entender la dura existencia de esas especies que estoicamente superaron periodos de vida más o menos largos sufriendo una enfermedad, heridas infecciosas o fracturas óseas. 
Gracias al análisis de Adérito Calzón Ayerza (veterinario) realizado con la única disponibilidad de las fotografías para sacar un complicado diagnóstico, podemos saber con cierta probabilidad, las causas que afectaron a estas malogradas víctimas.
Uno puede imaginar el suplicio de la rata gris Rattus norvegicus en el transcurso de su infección. Capturada por el búho real, tal vez fuera el alivio a una agonía dolorosa. Qué decir del ratón de campo y la fractura soldada de su tibia. Sospechamos del dolor en la recuperación, pero, descubrimos que el roedor se dio cierta vida antes de morir en las garras de la rapaz nocturna.
Los análisis de egagrópilas nos descubren verdaderas historias sobre las presas, al margen de la identificación de las especies depredadas. Un mundo lleno de sorpresas.

Nº1
Mandíbula inferior izquierda de rata gris o de alcantarilla Rattus norvegicus (arriba), y de rata negra o campestre Rattus rattus (abajo).

Lo más probable es que se trate de una infección ósea, bien sea primaria por acción de una bacteria y aquí las más habituales por el tipo de lesión que se ve pudieran ser un Mycobacterium, Fusobacterium y más difícil Yersinia o bien  secundaria a una lesión por mordedura en peleas, depredadores, etc y posterior contaminación. Se ve como una línea de fractura semicircular. Obviamente, con ese grado de lesión y sus consecuencias, la vulnerabilidad ante un búho aumentan, de ahí que en las egagrópilas haya un sesgo hacia animales con  “déficits”(Dejémoslo entre comillas). Tampoco sería una malformación congénita por el tipo de lesión.

Fractura ósea soldada en tibia de ratón de campo.

Nº2 
Tibias y peroné (izquierda), fémures (derecha) de ratón de campo Apodemus sylvaticus

En esta no hay duda. Se trata de una fractura no consolidada correctamente por falta de reducción lógicamente y por tanto callo óseo defectuoso. 
Los fémures más que alargarse para compensar lo que si ocurre es que si un hueso está sometido a una mayor carga se suele producir un aumento de crecimiento y alargamiento por tanto. Los trocánteres cerca de la cabeza están algo desprendidos e igualmente las partes distales.


Nº3
Fémures y tibias de rata campestre Rattus rattus. 


Nº4 
Metatarsos y falanges de conejo Oryctolagus cuniculus.

(Nº3 y Nº4) Engrosamiento por antigua osteomielitis ya curada que produce aumento del diámetro del hueso por aumento de grosor de la cortical.


Nº4 
Metatarsos de conejo Oryctolagus cuniculus.


Exostosis por traumatismo o infecciones en el periostio en zona probable de inserción de músculos que facilitan una mayor respuesta ósea celular reactiva en esos puntos concretos.   
                                                                                                                    
Búho real Bubo bubo.

Conejo Oryctolagus cuniculus. 
Prácticamente todos autores de estudios de alimentación del búho real coinciden en catalogar al conejo como su presa potencial y básica.

Restos de conejo abandonados por el búho real, no muy bien escondidos. Observad los mechones pegados a la pared donde se alimentó.

Después de acudir de nuevo, gracias a su gran memoria, la rapaz nocturna termina con la presa (si no le es arrebatada).

Egagrópila en posadero dentro de una oquedad.

Posadero en repisa donde se aprecia una egagrópila, deyecciones y tres plumones de la rapaz nocturna.


(Pedro Fernández Llario y Sebastián J. Hidalgo de Trucios)



martes, 14 de abril de 2020

Demasiado sueño para un búho real



He rescatado una observación muy curiosa que recuerdo como un especial apunte de campo. Se trata del sueño demasiado profundo de un macho de búho real Bubo bubo que me dejó perplejo.

Nos desplazaremos al río Dulce en Guadalajara. El mismo que atraviesa el paisaje de quebradas donde voló el Buitre Sabio, el águila real prendiendo al recental o la Bella Matadora entre la galería de álamos negros; me refiero a la hoz de Pelegrina. Un paraje que abrumó los sentidos de Félix Rodríguez de la Fuente; no es de extrañar.

Cada vez que hago escala en este paraje, tengo la misma admiración hacia sus cortaduras calizas y paisaje diáfano. Todo es, como si me sorprendiera de nuevo una vez más. Este recogido roquedo, sigue albergando al Gran Duque que en estos momentos se halla aposentado en su alcoba arbustiva. Confieso que no me canso de observarlo y admirarlo. Cada vez, es como la primera.

La rapaz está ubicada sobre la rama horizontal de su lentisco. Hay otros arbustos mas, pero este es el suyo. Entre el entramado ramaje distingo su cuerpo bastante difuso, mimetizado. Las afiladas uñas de sus dedos anteriores descansan sobre la áspera corteza que lo soporta. Al principio, como siempre, no me ha quitado la vista de encima, pero, a medida que el tiempo pasa, todo juega a mi favor si continúo estático en el lugar elegido. Anoto que ahora, su atención la atraen los pajarillos que pululan por el espeso enramado del arbusto, y por su cercanía, le causan mayor inquietud. No logro verle los penachos cefálicos, pero, sí destaco su blanca pechera y el vermiculado de su plumaje.
Si se alarma, abre totalmente los ojos o uno de ellos, girando su cabeza a la fuente sonora provocada por currucas y fringílidos habitualmente. Tras comprobar que todo va bien, controla mi posición y seguidamente cierra los ojos lentamente dormitando de nuevo.

Lentisco sujeto al piso de la quebrada caliza. Entre el hueco de la grieta rocosa y la base del ramaje descansa la rapaz.

11´00 horas. Continúo en el mismo lugar y detrás del telescopio. Las siestas del búho real son cada vez mas prolongadas, el silencio relaja. Mi inmovilidad parece que ya no le incomoda.
En este particular momento, al observarlo con los 60 aumentos veo su ojo derecho mirándome fijamente, impresiona bastante su amenazadora expresión facial. Al hallarse todo en orden, de nuevo lo cierra.

11´06 horas. Acicala la garra derecha, después, sujetándose con la mencionada extremidad repite la operación con la izquierda. Está tan somnoliento, que su garra cae lentamente, parece como si no le diera tiempo de aguantar el sueño antes de apoyarla en el tronco. Al hacerlo, los dedos quedan cerrados sobre la corteza. Me sorprende ¿Qué noche de actividad tan desenfrenada habrá tenido esta rapaz? Poco después, descansa sobre las dos extremidades y dormita de nuevo.
Hasta las 11´15 horas el búho real reposa plácidamente. Aprovecho para mirar los posaderos más alejados. Entre los restos de presas hallados durante el paréntesis de observación, figura un joven aguilucho cenizo Circus pygargus.
 
Búho real dormitando profundamente entre el ramaje y los frutos del Lentisco.

12´00 horas. Ocupo de nuevo el observatorio. Esta es una zona muy tranquila, aunque esté situada al lado de un camino agrícola. Supongo que en época festiva será bastante visitada por gente que la conozca.
La rapaz apenas se inmuta ya por mi presencia. Está mas pendiente de la parte superior y alrededores de su descansadero que de mi punto de observación.
Cada corto espacio de tiempo, variable, atusa ligeramente su plumaje y las garras. Después, realiza otro barrido de control con sus anaranjados ojos; sosegado, los cierra lentamente y dormita. Sus penachos se mantienen enhiestos y los párpados inferiores cubren más porción ocular que los superiores. Este detalle solo lo he visto en búhos reales que descansan plenamente (pocas veces).

13´18 horas. No me movería si no fuera por que he de visitar mas zonas y el tiempo es limitado. Estas observaciones aparentemente tediosas, me aportan una información interesante. No todo ha de ser acción. La mayor parte del tiempo el búho real lo ocupa en descansar, por lo tanto, no desdeño sus horas de inactividad para comprender mejor a este gran cazador de la noche entregado a su recuperación.

13´28 horas. De nuevo picotea una de sus garras, concretamente la izquierda y, antes de terminar, cae dormido plácidamente con la extremidad levantada. A los pocos segundos un espasmo le hace reaccionar y la apoya, me mira temeroso, como asustado y, seguidamente, vuelve al leve sopor. Todo en orden.
Los búhos reales observados toleraban mi quietud al cabo de unos veinte minutos, con éste, apenas pasaron cinco.

La cámara Nikon Coolpix 4500 y el telescopio (digiscoping) con que hice la foto del búho real, se estropeó aquel día. Comenzó a enloquecer el enfoque y, salvo la foto expuesta de la rapaz, no pude recuperar ninguna mas en condiciones aceptables. 
De todos modos, enfocar con aquella minúscula pantalla era todo un desafío.

Paisaje de paramera cerealista con peñascales calizos.

Cortadura rocosa inaccesible donde anida el búho real.




martes, 7 de abril de 2020

Mis patas no servían para el carrizo





Siempre que miro detenidamente las fotos del archivo, me viene una historia a la memoria. Será por ello, mi desbordada devoción a repasarlas esporádicamente. Recordar me gusta. Los tiempos pasados, relacionados con aquellas aventuras en el núcleo de la naturaleza, son de lo más creativo. 
Todavía guardo en un viejo cuaderno, la primera observación del pequeño pato negro que dibujé apresurado mientras comenzaba mi lista de especies. Con el tiempo, aquel pato negro se transformó en la preciosa gallineta Gallinula chloropus. Este rálido visto de cerca, no es negro, tiene el dorso marrón oliváceo y la cabeza y zona ventral de color pizarra, adornados sus costados con unas franjas blancas discontinuas muy visibles. Las infracaudales también son blancas e indican su estado de ánimo. Alarmada, el blanco escudo caudal es agitado provocando un efecto fanérico notable.

 


Pero, lo que más me impactaba, era ver sus patas verdosas con aquellos desmesurados dedos tan largos como cañas de carrizo. Ese detalle, aparecía en mi libro. Dedos prácticos para caminar sobre el fango y agarrarse a los tallos del carrizal y juncos, provistos de alargadas membranas digitales impulsoras bajo el agua en los desplazamientos. Su estilo nadador era pletórico en momento de calma. Si la gallineta se alertaba, entonces su cabeza bamboleaba hacia adelante y hacia atrás en armonía con la propulsión de las patas para acelerar la marcha. El tramo de emergencia lo culminaba con el típico vuelo a ras del agua, chapoteando hasta el carrizal. Atravesando su interior, hasta sentirse segura, un eslalon acuático fulgurante la hacía desaparecer entre las rejas de la oscura masa vegetal. Vocinglera, a salvo, soltaba su último regaño, tal vez, para aliviar el estrés.
 


Nadie estará exento de batallitas que contar en sus días de excursión por la naturaleza, seguro. En los comentarios, podéis relatar las vuestras. Qué sano es recordarlas.
Esta aventura comenzó explorando una de las márgenes del río Ebro en busca de aves palustres, hace ya unos años. Vamos, unos cuantos. Hablo de unas riberas con mucha vegetación, a veces, inexpugnable. Tres jóvenes aventureros en busca de especies nuevas con que engrosar sus cuadernos de campo.

Orillamos nuestros pasos a lo largo del río Ebro por tramos ligeramente expeditos evitando el exceso de vegetación, e íbamos anotando gran cantidad de especies que no enumeraré para no alargar demasiado el texto. Ya podéis imaginar para tres jóvenes curiosos y primerizos, la lista era de lo mas corriente. Entre grandes troncos tumbados, descortezados y embarrados avanzábamos. Cruzar sobre ellos para adelantar, suponía un riesgo asumible por el equipo de expedición. La mayoría de casos, los árboles caídos, evitaban zarzales inexpugnables. Sin embargo, como he comentado, estaban embarrados y resbaladizos. Caminar encima, tan inestables, abocaba a trompazos inevitables y risas reflejas de los compañeros. Vamos, guarrazos en toda regla; de cabalgada, de culo y costalazo. Nada extraño en la cuadrilla. Otro día tocará al mas gracioso.
Para abreviar, diré que se nos echó el tiempo encima tan rápido como una centella. Tanta aventura y tanta fauna embulló nuestro mundo imaginario. Teníamos hora de autobús y, perderlo, suponía un gran problema con el colegio aquellos años de internado. 
La enorme vuelta perimetral del galacho, cuya zona de vegetación quedaba muy lejos, nos separaba mucho del punto de partida. Rodearlo suponía un tiempo ajustado, pero, cruzar el carrizal abreviaría la hora de llegada a nuestro destino. O, por lo menos, así lo pensábamos.



Escogimos una entrada adecuada para evitar las aguas libres. Entre el apretado carrizo no se veían calveros, ni se intuían, por lo tanto abrimos camino. Estaba reseca la vegetación y crujía bajo nuestro peso, sin embargo, no cedía. De momento. Entre los tallos se adivinaba el fango, tarquín, cieno (arenas movedizas comentábamos en broma). Llegó la zona mas húmeda, equivalente a la putrefacción de los tallos resecos. Esa travesía comenzó a ceder y los pies enzapatillados tras el impertinente crujido se hundían en el absorbente lodo. Chuperreteaba el puñetero cuando levantabas el pie, despidiendo un fétido olor posterior. Risas, carcajadas por la primera víctima. Después, el Karma.
Alguien dijo -ahora, vendrían bien las patas de la gallineta. Otra vez risas (muy ocurrente).

Llegamos a tiempo, algo justos, pero a tiempo. Nuestras zapatillas eran botas negruzcas y húmedas que cambiaban a color cenizo durante el avance de la ruta.
Subir al autobús fue tremendo. Entonces, se pagaba al chófer. Y, éste, de entrada, nos echó la bulla sin contemplaciones. Tras nuestra penitencia, un hedor por el pasillo hacía vomitar las críticas de los viajeros, con razón, pobrecillos. Nos parapetamos en el fondo, apestados, cabizbajos. Partiéndonos el pecho, discretamente.




lunes, 30 de marzo de 2020

Zorzal charlo: cantor en mal tiempo



Una de las facetas mas atractivas de este pájaro es, precisamente, escucharlo cantar desde lo alto de cualquier punto elevado en días de lluvia o mal tiempo.

Todavía es invierno y las calles están pobladas de vacío y luz artificial en la mañana temprana. Apenas comienza la vida y el trasiego humano de la mano del alboroto va in crescendo. La jauría automovilística aparece con sus fauces imaginarias. Con belfos fruncidos, dan la impresión de morder al osado que trata de cruzar el paso de cebra. Se cierran además, cuando otro conductor espera en un ceda el paso un detalle, inexistente. El semáforo, caprichoso para el acelerado, borra el verdor de sus leds amenazando con el anaranjado y rojo. No viene bien a los apresurados, gustosos de apurar el tiempo de encame. La prisa es mala consejera y, por esta causa, conductores aguardando en los cruces sufren esa irresponsabilidad y contestan furiosos adheridos al claxon. Érase un hombre a un claxon pegado; salvando las distancias, como escribiría Francisco de Quevedo a Góngora dedicándole a su exponente nariz, soneto tan famoso.
Redundando en el conocido escritor del Siglo de Oro, abandono la calle zaragozana bautizada con su ilustre nombre. Esta otra, mas tranquila, me ausenta de tanto cretino.
Con mi estrés a cuestas, la voz aguda y melódica de un pájaro salpica desde lo alto de una azotea toda la manzana. Me llega al alma. Ventanas, madrugadoras, van alumbrando encadenadas al nuevo día. Y, paso tras paso, evadiéndome, atravieso un espacio imaginario hacia la naturaleza donde el melancólico canto me descongestiona, aliviando mi reclusión urbana y tormentosa. El recorrido asfaltado da paso a las laderas rocosas de las barrancas, y las fachadas al murallón calizo que flanquea el río. Todo lo provoca el zorzal charlo desde lo alto de una antena. Una de sus antenas desde las que muchas mañanas de camino al trabajo lo escucho recitar, charlar compartiendo ese pequeño retazo de libertad que todavía uno guarda entre sus valores mas inmensos.




Zorzal charlo Turdus viscivorus.

Es el mismo pájaro cantor exclusivo de los días de niebla, frío y lluvia, desafiando al mal tiempo en la cumbre de una antena, tejado, o árbol todavía desnudo. Alienta la moral y reparte ánimo para soportar este confinamiento provocado por un virus inmisericorde.

El último día que lo avisté actuaba en una de sus antenas, esta vez frente a mi ventana, altanero y vivaz durante la tarde moribunda de finales del mes pasado. 
Unas fotos apresuradas de este mirlo pecoso, recordarán mi admiración hacia este pregonero de las nacientes mañanas.


 Zorzal charlo (urbano) campeando en la jardinera de un parque zaragozano.


Zorzal charlo (rural) vigilando alrededor, concienzudamente, antes de beber.

El comportamiento receloso del zorzal charlo campestre es diferente al confiado del urbano.

Ánimo, gente de todo el mundo. 
Desde casa, un fuerte abrazo...

domingo, 9 de febrero de 2020

Buitre leonado aporta el primer palo al nuevo nido




He dejado que la historia de esta entrada terminara de hacerse, sin embargo, nada es definitivo.
Lleva tantos años el búho real Bubo bubo anidando en esta misma oquedad que resulta desalentador ver como otros animales la ocupan. En la naturaleza se defiende el territorio ante otros congéneres, pero el lugar habitable no tiene papeles, aunque pese al observador; es ley de vida. Las especies lo asumen estoicamente.

Sé que la rapaz nocturna revisa los nidos durante casi todo el año. Cuando miré la tierra del cuenco tras haberla alisado con las manos, pude comprobar dicha actividad (también la de otros merodeadores que se descubren con vídeo-trampeo).
Quería comprobar si las cabras abordaban el altillo nidal de la rapaz nocturna para saber si pudiera existir otra ubicación diferente que el búho real utilizara al serle arrebatado. Visitar el nido fuera del periodo de cría no implica ninguna molestia, ya que, fuera de ella, no tiene interés para la rapaz. No importa la de veces que el búho real visite el nido, parece que al final, cerca del período reproductor, es cuando la hembra se decide por uno u otro.

El receptor de imágenes estuvo unos días en la oquedad y, al recogerlo, no vi indicios de nada en particular. Todo cambió al descargarlas en el ordenador. Me impactó el privilegio de observar por primera vez cómo comienza el planteamiento de un nido nuevo el buitre leonado Gyps fulvus
21 diciembre 2020.


                                        


En la cámara exterior (modo fototrampeo) antes del vídeo, se fraguaba la consolidación de la pareja con una cópula (de otras tantas a lo largo del año). 
Todas las fotografías de la pareja de buitre leonado son anteriores al vídeo.



El ajustado fondo de la entrada, hacía difícil un encuadre mas espacioso. Sin embargo, se aprecia uno de los dedos del macho encima del dorso de la hembra mientras copulan.

Después de la cópula, un momento de distensión hasta reaccionar de nuevo con los preparativos para el nido. 


La cámara congela el momento en que la hembra prende el palito con el pico que dejará en el interior de la ajustada oquedad según se aprecia en el vídeo.


Un par de semanas después el cúmulo de leña gruesa que conforma la plataforma ya está construido. Sólo falta el forro mas suave para el cuenco.


Desde abajo, observo el nido del buitre leonado (a la izquierda está el del búho real). Han pasado cuatro semanas. No veo ningún avance en el mismo y, sospecho que lo han abandonado por causas desconocidas. 
Tal vez, los buitres no aguanten la presión de los vehículos que transitan por el camino adyacente. También, existe la posibilidad de molestia de la rama de higuera que sobresale sobre el nido, imposible de arrancar por los carroñeros.

Hace dos años, el búho real crió en la oquedad contigua que hay a la izquierda. Aquel año, la hembra y los pollos estaban ocultos entre el murete de las dos oquedades mientras contaba desde mi observatorio el desfile de romería de 113 personas por el camino. Dudo que el buitre lo hubiera soportado.

1 de febrero del presente año. La pareja de búho real se ha reunido en el posadero del macho frente al lugar de cría. Es posible que ambas rapaces hayan visto la eficacia constructora de sus vecinos los buitres leonados y, su posterior abandono. Por lo visto, puede que estén de suerte (lo sabremos para marzo) y ocupen la susodicha oquedad en la que, si es elegida por la hembra, podremos asistir a otro periodo reproductor de esta portentosa rapaz de la noche. 
Veremos el desenlace final de cría de esta pareja, tan presionada por buitres y cabras monteses en toda su cortadura principal.

martes, 31 de diciembre de 2019

Recicladores de nuestra basura



Oropéndola Oriolus oriolus.

Irrumpe primaveral, áurea como el preciado metal, tan codiciado. Es oro puro entre terciopelo verde, de fugaz y resplandeciente vuelo. Una ráfaga luminosa en el sotobosque a la par que inadvertible cuando se posa. A veces, como el viento; se escucha pero no se ve.
Este pájaro de alamedas y sotos ribereños donde el rumor del agua no cesa, siempre causó gran impacto en la mirada de los amantes de las aves, sobre todo, por la fanérica combinación negra y amarilla tan vivaz. 
Soy gran admirador del pájaro de oro por su fulgor deslumbrante durante el breve paso entre las frondas de los árboles. Siempre atento a su esquivo vuelo.





El dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo en un breve programa de Televisión Española de los años setenta "La bolsa de las palabras", se extasiaba con la descomposición silábica de oropéndola. O-ro-pén-do-la, recitaba con inusitado placer, explicando minuciosamente la raíz etimológica del melódico término. Péndola "pluma" y, oro en referencia al plumaje dorado. Comparaba metafóricamente un péndulo de oro con el ave por su vuelo ondulado y de brillo áureo. Repetía con la fuerza que le caracterizaba en su complicado programa, el nombre del pájaro desde una televisión joven y pujante, donde la falta de escolarización imperaba en aquellos años. 
Cómo echo de menos este tipo de programas en la actualidad.


El río Ebro arrastra en su cauce infinidad de basura generada por los habitantes de las poblaciones ribereñas. Todo el arbolado de las orillas atrapa estos restos en sus ramas, reteniéndolos durante años. De ellos se abastece nuestra protagonista.



Pero dejando aparte el asombro que causa la bella oropéndola; una vez pasado el otoño, me desmoralizó descubrir un peculiar nido vacío de esta ave. Ya no era aquella construcción de finas hierbas alternadas con restos de lana e inflorescencias (pelusa) de los chopos, etc. El nido conservaba el cuenco elaborado con finas hierbas y el perímetro tenía el revestimiento suave que sujeta el cuenco a las finas ramas del árbol escogido. Sin embargo, ese amarre a la horquilla había sido sustituido por toallitas y restos de compresas. Vertidos humanos sin control que derivan en la utilización de estos materiales del futuro. El futuro de la basura gestada por el hombre. Basura que ya no sólo utilizan milanos negros, cigueñas, buitres leonados, etc. para la construcción de sus nidos; ahora, también incluye al pájaro dorado.


El monstruo de las toallitas cuesta 120 millones al año en España: "Algunas marcas las venden como desechables, pero no lo son", eldiario.es


domingo, 15 de diciembre de 2019

Pies de cabra




Agobiante hyde. Una continuada e infinita ventana con orejeras. Un pobre horizonte meditabundo, complementado por la esperanza fugaz de una ansiada especie a la que fotografiar; si hay suerte. Paciente aguardo, aguzada impaciencia cuando uno se desespera. Sin embargo, no deja de ser el mejor sistema para obtener fotos de aceptable calidad.
Ahora, nada mejor que una buena sentada en una cómoda y despejada piedra para avizorar el terreno en busca de algo interesante con que alimentar la curiosidad.




Así lo hice días atrás. Me apetecía presenciar el escenario natural con todo su esplendor. La vida inerte frente a mi mirada absorta e indisciplinada.
Pasaron los minutos tan rápidos como el envite de los fringílidos fugaces, apresurado su vuelo por la necesidad de nuevas oportunidades. Tiempo que fulminan los seres al llenar el entorno serrano de peñascales y azulada bóveda.




Abandonó el punto muerto de mi abanico ocular una hembra de cabra montés al introducirse en mi campo de atención. Sin prisas. La caída de algunas piedras delataron su presencia; escandalosas en una vallejada repleta de silencio. Con los prismáticos atisbé a la cabra con renqueante caminar. La causa; una herida sangrante en el cuarto trasero izquierdo. No parecía de disparo, ya que hubiera reventado la extremidad. Sospeché de una mala caída trepando o descendiendo con sus "teóricamente" infalibles pezuñas, mas fiables que unas pies de gato en la escalada. De cruces y placas están salteadas las montañas por ello, y las cabras, también sucumben ante imprevistos tramposos agazapados en la roca.





Dueña de su paciencia, avanzaba estoicamente con la fuerza de la vida, atravesando ajustadas repisas y sorteando empinadas laderas. Abordando una travesía que facilitara un destino seguro para desarrollar un futuro posible.
Un joven macho montés encelado se acercó. Me sorprendió (según mi interpretación personal) como a su celo, se anteponía un cierto temor a la sangrante herida de su congénere. No obstante, la vida empuja fuerte para procrear, y el macho, la acompañó. No estaba la hembra entregada en absoluto al período nupcial. Tampoco el macho montés perseveró.




Intento entender las experiencias de los animales y, la de la cabra, me hizo reflexionar para no bajar la guardia. Un buen mensaje para los que acostumbramos a seguir rutas hostiles como la de estos montaraces animales en nuestro campeo.

Todos estamos expuestos a los accidentes, aun tomando las precauciones oportunas. El fallo de cálculo nos lleva a errores fatales cuando la roca está impregnada de gravilla, tierra o líquenes húmedos.

Una joven cabra yace bajo un roquedo calizo. La muerte, por causa desconocida, bien podría deberse a un mal cálculo.