miércoles, 28 de febrero de 2018

De nuevo con el búho real



Bueno, iba a ver otras especies el sábado pasado y me quedé embelesado con el búho real Bubo bubo. No hay nada mejor cuando se va al campo a ver aves que hacer lo que a uno le apetezca, incluso, cambiando la hoja de ruta.
Con este frío concentrado y de mayor persistencia que años atrás, es fácil ver al treparriscos Tichodroma muraria en los cañones interiores de la península, esa era mi intención. Las intensas nieves y bajas temperaturas acaecidas en sus núcleos de alta montaña dificultan su supervivencia haciéndoles bajar de esas inestables cotas a nuestros barrancos mas accesibles. 



Durante la bajada por el camino entre las peñas calizas con el treparriscos en mente, paré a observar el viejo cornicabra sujeto a la roca, vistoso como un exuberante candelabro. Y allí, entre el enrejado ramaje del arbusto, estaba ella, la hembra de búho real. Sorprendentemente, me dedicó la primera mirada, desvanecida a continuación por otras mas panorámicas antes de cerrar los ojos y ahuecar su plumaje. Todo me gusta de ella, vamos, de la especie en general. Cómo explicar la sensación de placer producida por el bienestar de la rapaz, tranquila, sosegada mientras yo la miro con admiración bajo su evidente complacencia. 



El día anterior acudí con los prismáticos pero, eran insuficientes para procesar los detalles. Al siguiente, lo hice con el telescopio apurando los sesenta aumentos, era un escenario impresionante. Veía sus párpados inferiores elevados hasta dejar una finísima ranura de alerta, sus oídos prestos a captar algún sonido alarmante y su plumaje pardo, semejando la nada entre tanta maraña.



Sabéis, tras aparcar al borde del camino a las ocho de la mañana, sin darme cuenta del tiempo transcurrido, desemboqué en las 13´00 horas; cinco productivas horas deleitándome con el reposo de la hembra de búho real. Sí, lo sé, alguno os preguntaréis cómo puedo estar tanto rato contemplando a una rapaz que no hace aparentemente nada. Bueno, a veces, es cautivador penetrar en la inactividad de esta rapaz para comprender ciertas cosas. El punto elegido está bien soleado, algo imprescindible para todo ser vivo. Los animales nocturnos también precisan del sol para asimilar ciertas vitaminas. Me gusta anotar el paso de especies por su posadero para ver cuáles le provocan mas inquietud. las chovas piquirrojas, por ejemplo, sólo la alteran si se acercan demasiado. Algún pajarillo entre las ramas le hace abrir los ojos y girar la cabeza en su dirección. La pareja de buitres, cuyo nido arreglado no es productivo este año, permanece en lo alto del cortado esperando la formación de corrientes térmicas para comenzar a volar cómodamente. Algunos movimientos de las carroñeras hacen al búho mirar hacia arriba con insistencia. Es al emprender el vuelo estruendosamente, cuando la rapaz nocturna se yergue súbitamente pegando su plumaje al cuerpo y cambiando radicalmente su silueta rechoncha por otra mas ahusada y erecta. Es posible que al ver una gran silueta, en principio, la confunda con la del águila real, a la que teme por ser su mayor enemigo, sobre todo, por predar sobre la población juvenil (datos propios). He visto mas de una vez a los búhos reales erizar el plumaje al paso del águila real. Sin embargo, una vez identifica al buitre, vuelve a su estado de reposo.



Se ven escenas interesantes observándolo sin descanso. Si no hay interacción activa del búho con sus vecinos, uno se centra en la belleza mimética del plumaje, sus penachos, sus garras, etc...
Una vez continuado el micro-sueño, despierta repentinamente y picotea una parte del plumaje con insistencia, lo arregla, y a descansar. Esta conducta la repite con diferentes partes de su plumaje, incluso con el de las garras. Las levanta indistintamente, baja la cabeza hasta conectar con ellas y las picotea, lentamente vuelve a su posición original y dormita.
Así va pasando el tiempo que le dedico gustosamente, y lo mejor de todo, es que ella me lo permite sin suponer un estorbo. 
El camino es una ruta de acceso no muy transitado, por lo tanto, la rapaz parece aceptarlo sin sobresaltos; es el lugar idóneo para tal fin. 


Esta pareja suele incubar entre la última semana de febrero y la primera de marzo.
Las fotos están hechas con un 400 mm. y recortadas. 



Tengo una anotación curiosa de agosto de 2007 en este paraje calizo. Una explotación de larga duración en la cantera, está terminando con parte de este lugar tan pintoresco. 

Durante un día de jornada laboral de dicha fecha, me acerqué a recolectar egagrópilas de esta rapaz. Caminaba en dirección a la cantera por el monte y escuchaba los motores de las excavadoras y del resto de la maquinaria. Repentinamente, todo el ruido cesó. A continuación, escuché y sentí el impacto de las ondas expansivas de una aterradora explosión seguida de una envolvente polvareda. El zumbido siseante, como de proyectiles, salió en todas las direcciones, probablemente fueran piedras disparadas por la explosión. Llegué a echarme al suelo y, acto seguido, salir pitando. No había dado veinte pasos de vuelta, cuando salió de una enorme sabina, creo, esta hembra de búho real. Me sorprendió en todos los sentidos su presencia estática dentro de la sabina con todas las estruendosas detonaciones acontecidas cada breve intervalo de tiempo, todo, a algo menos de cien metros de distancia. 
Ser el culpable de interrumpir su descanso y no el bombardeo de la cantera, me dejó cariacontecido. 
Ya sabéis, cada espécimen se adapta a lo que conoce y acepta dentro de su territorio, por inexplicable que resulte.


La misma hembra (probablemente) en su posadero a principios de marzo de 2006; han transcurrido doce años desde entonces. La foto la hice desde el mismo punto que las anteriores, pero, con la vieja colpix de nikon acoplada al telescopio. En este caso, descansaba sobre la rama izquierda del mismo arbusto. 



Sus dos pollos volantones el mismo año, fotografiados también mediante la técnica del digiscoping desde el camino. 

sábado, 17 de febrero de 2018

Cuando el búho real no nos conoce



Cuando formas parte del paisaje pasas desapercibido, o por lo menos, el búho real Bubo bubo te considera parte de él. A los naturalistas y gente que nos gusta ir de un lado para otro disfrutando de la fauna silvestre, el búho real nos atiende recelosamente. A veces se achanta, y cuando sobrepasamos su barrera de seguridad emprende el vuelo a gran velocidad para evitar a los vecinos belicosos que van tras él con saña. 
Somos, aunque nos duela, un inconveniente con el que se enfrentan los animales que descansan durante nuestra semana laboral, precisamente, por las molestias que les ocasionamos cada fin de semana con nuestras incursiones, aunque sean bien intencionadas.

Refiriéndome al búho real por ser el protagonista de esta entrada, la rapaz está mas habituada a los habitantes asiduos del campo que a los urbanitas.
Sé, por innumerables observaciones, que a los agricultores y a los pastores el búho real los mira con menos recelo que a mí cuando llego desde la ciudad a contemplarlo durante unas horas; aunque sea silenciosamente, como he hecho siempre, desde el mismo lugar y con la correspondiente distancia recomendable (una en la que haya que utilizar los 60 aumentos del telescopio). Lo digo por la cantidad de veces en las que la rapaz ha obviado a los camperos rurales fijando su mirada en mi persona, aún estando mas distante que ellos. En incontables ocasiones he visto al ganado pastar cerca del nido de la rapaz con sus pollos, al agricultor con su ruidosa máquina labrando, y he sido mas controlado que ellos. 

Recuerdo un ejemplo que no olvidaré jamás debido al alboroto de un labriego en una tabla de viñedos. La silueta del búho real se adivinaba entre las ramas de una sabina negral Juniperus phoenicea. Por el posadero, se trataba de la hembra. A la izquierda, bajo el cortado calizo una persona mayor trabajaba con un arado romano y su asno tiraba duramente para abrir surcos. El animal obedecía casi a la perfección las órdenes de su cuidador, aunque de vez en cuando, los errores del asno eran corregidos mediante estridentes juramentos e improperios repetidos por el eco del barranco en todas direcciones. 
Todo lo observaba y escuchaba el búho real que, ante el alboroto esporádico, no perdía la ocasión de fijar su mirada hacia la fuente del escándalo. También, con mayor fijación, dirigía su mirada hacia mi persona; aunque me hallaba más apartado que el labrador, para el gran búho, paradójicamente, yo era el intruso a controlar. Lo curioso era la insistente mirada que la rapaz tenía hacia mi posición inmóvil, al contrario de la del enojado y bullicioso agricultor al que vigilaba ocasionalmente. 
La diferencia era previsible; el lugareño con su modo de vida pertenecía al paisaje, y yo, venido de la urbe, era la novedad.
A pesar de todo, ultimada la faena en la tabla de sarmentosos viñedos el animal de tiro fue recompensado con un buen morral de paja y cebada. 

No es lo comentado un reproche para quienes disfrutamos del campo, pues no somos los únicos que desvelamos al búho real durante su descanso. De hecho, contabilizados muchas veces los segundos de sueño de la rapaz, no superaba los 16 segundos dormitando. Cualquier paloma bravía Columba livia, bando de grajillas Corvus monedula, chovas piquirrojas Pyrrhocorax pyrrhocorax, bulliciosos cernícalos Falco tinnunculus y demás habitantes del roquedo pueden interrumpir a la gran rapaz nocturna durante su descanso; incluidos los pequeños pájaros que pululan entre los arbustos donde se halla reposando.


La insistente mirada de este macho de búho real hacia el mismo punto obedece, con frecuencia, a la intención de asegurarse preventivamente el lugar donde dirigirse en caso de huida si el peligro se acrecienta


Si no abusamos en exceso mirando fijamente hacia su punto de reposo y sin acercarnos demasiado, la rapaz finalmente se afianzará con nosotros y podremos disfrutar de su pausada somnolencia y tranquilidad.


Gracias a la distancia, a pesar de limitar mucho la calidad de las imágenes, puede uno presenciar detalles que, de otro modo, pueden pasar desapercibidos.








Si algún ave se posa cerca lo alertará, como pude ver en una ocasión con una paloma bravía. Vi como el búho real desplegaba las vibrisas (plumas táctiles que rodean el pico) cerrando simultáneamente los ojos (supongo que para eliminar el llamativo rojo-anaranjado de su iris), ambos se observaron muy de cerca, rígidos y expectantes. La paloma se fue y el búho real plegó las vibrisas y se acomodó de nuevo.

miércoles, 31 de enero de 2018

La gineta del convento


El tiempo pasa rápido y, hace ya poco más de un año que aconteció el hecho que relato a continuación. 

Estaba leyendo el periódico, con poco entusiasmo por cierto, hasta que llegué a una página entre noticias de sucesos donde destacaba la resplandeciente fotografía de una gineta (Genetta genetta);la bella matadora de Félix Rodríguez de la Fuente. La imagen compartía un titular afirmando la captura de una gineta en el monasterio de Santa Lucía. Un hecho insólito para los ingeniosos agentes de Medio Ambiente, dotados de gran habilidad para capturarla según explicarían posteriormente en las redes.

He de confesar que la noticia no me causó simpatía, más bien, me decepcionó bastante. Este vivérrido es un excelente cazador de roedores y, a diferencia de los gatos, la gineta si se atreve con ratas de buen tamaño. 
Os preguntaréis, tal vez, por qué me decepcionó la noticia de su captura. Había estado trabajando sobre el tejado del monasterio, pintando una chapa de zinc que bordeaba el frente del alero. Hallé dos depósitos de excrementos y me sorprendió la existencia de este ágil mamífero cuya senda se apreciaba por su uso continuado sobre el mismo tramo de tejas; desde el acceso, hasta la bajante. Una trayectoria que le comunicaba con la zona de huerta y el arbolado silvestre, donde alternaría la caza de micromamíferos con algún dormidero de pájaros (gorriones, estorninos etc.).

Cuando comenté a sor Mari Carmen si habían visto por casualidad una especie de gato con la cola muy abultada de pelo, la monja encargada de cocina esbozando una sonrisa encubierta, miró de soslayo a su superiora como solicitando permiso para hablar sin mediar palabra. Arrancó, y su historia inundó mis oídos plácidamente. Todas se tornaron cómplices de la anécdota con la gineta protagonista de sus vivencias particulares. Hicimos corrillo y empezaron a deshilar conversación con entusiasmo. Aunque la ventana de la cocina estaba a buena altura, el ágil mamífero se las arreglaba para trepar, introducirse, y servirse de buenos filetes de carne. Las monjas posteriormente los echaban en falta, sorprendiéndose por el misterioso hecho. Al descubrir a la gineta en plena faena, se despejaron todas las dudas. Así lo recordaban riendo complacidas tras días de incertidumbre. Optaron por colocarle un plato con comida en el lugar de recreo, me iban diciendo alborotadas, y alguna vez al salir a pasear, la veían antes de perderse en la oscuridad tras una veloz carrera. 

Tenían una gran suerte con la gineta dentro de la parcela, les decía, ya que controlaría bastante la presencia de roedores, pero, ni aún así, la permitieron quedarse.

"La previsión es que el animal vuelva a su hábitat tras la correspondiente revisión" comunicaba el periódico: que incongruencia, siendo su hábitat la misma parcela del monasterio.


Gineta Genetta genetta (fotos de archivo).


martes, 23 de enero de 2018

Pajarita de las nieves (Motacilla alba) "Romance"



"Antonio Joaquín Afán de Ribera, publicó en 1899 un largo
romance melancólico, repleto de hojarasca romántica, en el
que se dan cita todos los tópicos —mentiras y verdades— que
la tradición arrastra del pajarito: mensajero del frío y de
los días invernales; anuncio de la nieve y visitador de las
corrientes de agua; poseedor de bella librea, habitante solitario
donde señorearon las aves cantoras y los huéspedes del
buen tiempo, etc."



PAJARITA DE LAS NIEVES

"Pajarita de las nieves"
de los fríos mensajera,
que en los hielos del arroyo
sin temores jugueteas,
y en los surcos que la escarcha
endurece como piedra,
con tu pico agudo buscas
la semilla de la siembra;
bajo tu leve plumaje
has de tener una hoguera,
cuando resistes ufana
del invierno la inclemencia.
Te miro moverte a saltos
al borde de las acequias,
por eso el vulgo te llama
"nevatilla" o "lavandera".
Tú no sabes que produce
tu alegría, en mí, tristeza,
recordando las venturas
que gocé en la primavera.
Ya los árboles sin hojas
grata sombra no me prestan,
ni el amante ruiseñor
trinos lanza en la arboleda.
Ese viento embravecido
eco fúnebre asemeja,
y los copos de la nieve
el sudario representan.
De entre un cielo tormentoso
sol con nubes no calienta,
y la lluvia con su ruido
cual las noches me desvela.
Si del tallo quiere alzarse
atrevida la violeta,
una gota de rocío
al helarla, me la quema.
Pajarita del invierno,
huye donde no te vea,
y torne la golondrina,
mi amiga, mi compañera.
En un ángulo, en la torre,
allí su nido conserva;
lo guardo como reliquia,
tal vez no viva a su vuelta.
Tú a mi corazón helado,
ninguna ilusión le llegas,
sólo esperanza, si huyes,
de que otra estación se acerca.
Pajarita de las nieves,
yo celebro tu belleza;
mas si está blanco el cabello,
llama ardiente se desea.


Romance de Antonio Joaquín Afán de Ribera, extraído del excelente trabajo de José Mondéjar "Algunos nombres románicos de la Aguzanieves Motacilla alba" sobre la etimología de los nombres vernáculos de esta especie tan conocida.



Lavandera blanca Motacilla alba; una de las aves con mayor lista de nombres vernáculos.





jueves, 18 de enero de 2018

El madroño de un pueblo


Hay un madroño de tamaño medio en una jardinera de la calle de un pueblo de la Sierra madrileña del Rincón. No importa el pueblo ni el nombre de la calle, sólo el alegre árbol nutrido de frutos desarrollados y colores luminosos. 
Destacar, faltaría más, el buen gusto de quien plantó en su día tan preciado ornamento, pues cumple con creces dada la belleza en conjunto de sus hojas perennes y rojizos frutos con el cometido de su benefactor. 


Madroño Arbutus unedo. Florece en el otoño o principios del invierno, al tiempo que maduran los frutos del año anterior, de modo que se puede ver simultáneamente en flor y fruto. 

Me permite, personalmente, admirarlo por su curiosa cobertura foliar perenne, frutos rojos y dispersos ramilletes de flores blancas, cabizbajas. Un árbol de Navidad con alboradas campanillas y bolas granas, resguardado junto a la rústica casa de la incipiente nevada, incesante desde la madrugada. El paisaje pierde su policromía en favor de una blanca cubierta que lo esconde todo. Algunas aves urbanas y otras no tan urbanas visitan mas el núcleo humano, favorecedor de innumerables posibilidades de subsistencia. Es aquí donde el ornamental madroño se convierte en un benefactor mas para otras criaturas, ahora con la nieve, algo perjudicadas. Los mirlos consumen una gran variedad de alimentos vegetales y, para los inviernos crudos, nada mejor que árboles y arbustos generosos como éste. 





Me quedo perplejo y muy atento. Hace falta muy poco para incentivar mi curiosidad, para mirar y sentir de cerca el esfuerzo por la vida de criaturas tan comunes como el negro mirlo común. Conocen el madroño, se adivina fácilmente por las llegadas directas al ramaje para prender sus frutos e incluso los del suelo, también maduros y mas disponibles para comer. Hay alimento de sobras y los enfrentamientos son escasos entre las aves. El árbol se convierte en un espacio neutral para los mirlos a modo de refugio, hasta encadenar otra jornada venidera de tiempo menos frío que obligue a los mas imprudentes invertebrados a salir de sus escondites.

2 de diciembre 2017

Mirlo común Turdus merula.







domingo, 31 de diciembre de 2017

Un gorrión común (Passer domesticus)



Es el gorrión y está prácticamente en todas partes; en casi toda la geografía mundial. Cuando lo he visto lejos de España, es como recordar sonidos e imágenes de mi tierra; el gorrión es parte de ella, esté donde esté...




Siempre analizando al transeúnte con su atenta mirada
-¿Llevará comida...se acercará peligrosamente...?