sábado, 26 de enero de 2013

Milanos reales (Milvus milvus)




Un grupo de 14 milanos reales sobrevolaba, hace unos días, unas tablas amplias de alfalfa ya segada a orillas del Ebro. La razón de su entregada prospección, como pude comprobar después, era la de alimentarse del cadáver achicharrado y agusanado de un gato que, quizá pudo morir electrocutado en el transformador próximo de un recinto industrial. El gato, seguramente, encontró la muerte buscando calor y abrigo para escapar del frío reinante y, algún empleado de eléctricas lo extrajo y tiró fuera. Con la ayuda de un zorro, los restos pudieron viajar hasta el enclave mencionado.

Son aves muy desconfiadas los milanos reales y, en los comederos, suelen rondar mucho la presa antes de bajar a por ella salvo que antes lo hagan otras aves. En este caso, el primero en bajar fue el aguilucho lagunero (Circus aeruginosus), que por cierto, aprovechó muy bien el tiempo invertido en la carne hasta saciarse a gusto. Después llegó la pareja de cornejas (Corvus corone) y, por último, lo hicieron los milanos reales (Milvus milvus). Dos de ellos se atrevieron a bajar y el resto, desde el aire sin dejar de volar, pasaban rasos sobre los restos tratando de intimidar a sus congéneres y, prender en un descuido, algún trozo de carne transportable para consumirlo en un lugar apartado. Es atractivo ver el carrusel de milanos en torno al cebo, maniobrando hábilmente acechando y mirándose unos a otros siguiendo atentamente el curso del más desesperado incapaz de soportar el espoleo del hambre. Está visto que, parece que ninguno quiere ser el primero en bajar sin prever las medidas oportunas de seguridad.











Poco margen de acción dejan los desconfiados milanos reales para fotografiarlos en escenas de vuelo. Cada movimiento del objetivo era seguido con inquietud por todos ellos; con un ojo en la comida y otro en mi escondite.

domingo, 20 de enero de 2013

Aguilucho lagunero (Circus aeruginosus)




Destacado sobre el raso horizonte, el aguilucho lagunero, parece dibujar el contorno del carrizo al recortarlo con su vaivén aéreo. Como el resto de rapaces del género Circus, sus vuelos son rasantes y las alas en forma de “V” les hacen inconfundibles. Sube y baja suavemente,  prospectando la laguna -su hábitat típico- de un lado a otro a una velocidad ralentizada de unos treinta Km/h. registrando minuciosamente el terreno bajo sus alas; contra el viento puede rebajarlos a 15 Km/h. A veces, saliendo súbitamente de la línea del carrizal,  asusta y ahuyenta a las aves que navegan tranquilamente. Cuando atisban una presa descuidada, la lentitud del planeo se transforma en un picado súbito desde muy baja altura para calar sobre ella. Su alimentación incluye huevos y pollos de aves acuáticas y ejemplares en periodo de muda o sorprendidos mientras incuban en el nido. Captura además gazapos, roedores, reptiles, ranas, peces e insectos. La visita a comederos artificiales o granjas de todo tipo de animales es una fuente importante de alimento, más habitual de lo que parece en esta mediana rapaz. Como los milanos negros, visita también las carreteras en busca de animales atropellados; he visto numerosas veces aguiluchos laguneros comer de los gatos, etc. que yacen en la cuneta. Son menos asustadizos que los milanos negros y, éstos últimos si la presa no es muy grande, prefieren prenderla con sus garras sin dejar de volar para comérsela en un lugar apartado. Suele ser más habitual en los jóvenes aguiluchos alimentarse de carroña dada su escasa experiencia como cazadores. El oportunismo llama la atención de muchas rapaces, donde el lagunero, haciendo gala de su irascibilidad, sabe hacerse hueco para acceder a la carnaza extendiendo sus alas entre multitud de milanos y algún ratonero. La enorme singladura de la rapaz de los humedales en busca de alimento, le lleva incluso, hasta lugares esteparios donde no hay agua en kilómetros a la redonda. 







 
la serie fotográfica muestra la postura defensiva de la joven hembra de aguilucho lagunero sobre los restos de alimento. Defiende la carne del vuelo rasante de los milanos reales que, mostraré próximamente en la entrada siguiente.
 

miércoles, 16 de enero de 2013

Pardal; el gorrión brasileiro




El pardal (Passer domésticus) es originario de Oriente Medio. Comenzó su dispersión a través de Europa y Asia, llegando a América alrededor de 1850. Se calcula que pudo llegar a Brasil alrededor de 1903, cuando el entonces alcalde de Río de Janeiro Pereira Pasos autorizó la suelta de este pájaro proveniente de Portugal.
Hoy se distribuye prácticamente por casi todos los países del mundo, considerándose una especie exótica y bioinvasora.  

 

Me había sentado en un banco, el único banco a la sombra de todo el parque del caluroso febrero estival brasileño. El calor era similar al de una piscina repleta de brasas, no apto para un baño. Desde allí sorprendí a la inagotable pareja de pardales o gorriones trasegando frente a mí con comida para sus pollos. Casi entre ceba y ceba, un momento de descanso bajo la sombra les otorgaba una pequeña tregua entre el acarreo incesante de alimento. Fue tal la angustia que me produjeron que, seguidamente, abandoné el banco por no entorpecerles lo más mínimo; en fin, abandonar la sombra fue como tirarme de lleno a la piscina.

 
 

Las plumas totálmente pegadas al cuerpo expulsan el contenido de aire aislante para conseguir la máxima refrigeración de esta hembra de gorrión brasileño (el calor que soportaban se manifiesta sobradamente en esta imágen).
 
Las plumas como los pelos conducen mal el calor, por ello, se consideran elementos atérmicos estableciendo entre la piel y el medio ambiente una efectiva barrera que sirve a las aves para mantener la temperatura media normal de su cuerpo (38º a 45 º). Aumentan o disminuyen la retención del aire contenido en el plumaje dependiendo de su necesidad aislante mediante el cierre o el ahuecamiento del mismo. Dicho plumaje tiene la función específica de termorregulación, que es vital para el ave. Esta propiedad le defiende de los cambios térmicos exteriores manteniendo una temperatura constante.

 

Con el plumaje semiahuecado, la cámara de aire se ajusta a un día fresco en la primavera de esta hembra de gorrión español.

“La mañana de Santiago está nublada de blanco y gris, como guardada en algodón. Todos se han ido a misa. Nos hemos quedado en el jardín los gorriones, Platero y yo.
¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces, llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos! Este cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del brocal del pozo; aquél ha saltado al tejadillo del alpende, lleno de flores casi secas, que el día pardo aviva”.

(LXIII) De Platero y yo; extracto.  
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Algo similar a Juan R. Jiménez me ocurre cuando fuera de España topo con el eterno gorrión, pájaro de compañía allá donde vaya, criatura añorable por rondadora, capaz de arrancar una leve sonrisa de complicidad en mis paseos. Muchas veces, coincido con éste oportunista taimado mientras espera paciente la porción de migajas, su porción.

domingo, 13 de enero de 2013

Disputa entre buitres por la ubicación de un nido.


 

Ya sabéis que este blog no es una exposición fotográfica (las imágenes, de pésima calidad, han sido ampliadas y retocadas) sólo pretendo mostraros escenas que interpreto como interesantes y, la crudeza de este duelo creo que lo es.

Mantener un territorio explotado en exclusividad es básicamente fundamental para conseguir un alimento determinado, atraer o mantener al otro miembro de la pareja y seleccionar el lugar de nidificación. Por ello, es crucial para muchas especies encontrar rentabilidad entre beneficio y costos. Vamos, que el desgaste que supone defender un extenso territorio sea compatible con la existencia de alimento necesario y un lugar adecuado para criar. Para el buitre leonado (Gyps fulvus) cuya fuente de alimento es impredecible (no se sabe nunca donde habrá un futuro cadáver) actuar en comunidad beneficia el hallazgo durante la búsqueda siguiendo las pautas características del resto de congéneres. Así pueden prospectar enormes áreas de terreno en busca de animales muertos sin el enorme desgaste que supondría proteger de rivales inmensos territorios. Es más fácil defender una plaza frente a la comida mediante cortas peleas en una rotación que oferta a la mayoría de ejemplares la posibilidad de comer. Otra cosa muy distinta es defender el espacio de nidificación.
 Valle del río Mesa 5- 1- 2013
Mientras el sol enmascara la faz del cortado calizo con un luminoso anaranjado, me dispongo a realizar la escucha territorial del búho real. Aunque estoy alejado del peñón de los buitres, los ejemplares, muy desconfiados, no dejan de sobrevolarlo inquietos. Algunos se posan pero, enseguida emprenden el vuelo. No me duelen prendas en reconocerlo, y sé, que todo el revuelo es debido a mi presencia; cuando salimos al campo por muy buena intención que llevemos, siempre trastornamos de algún modo la actividad de las aves. Pero, los humanos existimos y, en gran número, por lo tanto, el estrés en las aves asume la impertinencia de nuestra figura. Sin embargo, hay una condición que supera el miedo al ser humano y es la defensa del espacio de nidificación, jamás había visto nada igual. Se dice que, “a río revuelto, ganancia de pescadores” y estos trastornos pasajeros gestan oportunidades únicas como la de invadir un nido ajeno y la consecuente obligación de defenderlo su regente. Esta mezcla provoca la explosiva reacción de lucha entre dos ejemplares adultos que ya se han olvidado de mí. La primera y alborotada contienda deja plasmada la violencia de estas grandes aves que llegan a caer desde los cinco metros de altura en que se encuentra el nido hasta la base del cortado, ninguno sale herido. Poco después (plasmado en las fotografías) se reaviva la batalla, el griterío es infernal apresándose con las garras y a picotazos; la hembra aparece pero, seguidamente, abandona el lugar temerosa de los belicosos contendientes. El vencedor, tal como aparece en la última imagen, aguanta sujetando boca arriba a su oponente durante unos quince minutos sin moverse. La rendición culmina con la expulsión del invasor y su persecución en vuelo.









En esta posición mantiene el vencedor al vencido cerca de quince minutos.

jueves, 10 de enero de 2013

La picardía del cormorán


¿Cazar es más noble que pescar? no lo creo… además, estoy convencido de que ambas acciones requieren enorme capacidad y artesana habilidad. En cetrería, el halcón peregrino rasga el cielo abriéndose entre el espacio con elegancia absoluta; sin embargo, el cormorán, aparentemente más torpe y menos agraciado, lo hace con la misma elegancia que el peregrino pero bajo el agua, un elemento más denso y complicado. El halconero y el cormoranero explotan la destreza de ambas especies; al halcón se le lanza empujándolo con el puño de cuero para que escale el cielo y, al pobre cormorán soltándolo de la cabeza para que se hunda en el líquido elemento. El halcón peregrino utiliza la atracción gravitatoria para sorprender a gran velocidad a sus presas y golpearlas con destreza; cualquier error de cálculo pondría en peligro a la rapaz cazadora, causándole incluso la muerte. Sin embargo, el cormorán como el guepardo utiliza la velocidad pura, inducida por el esfuerzo físico de palmeados dedos para impulsarse y dar alcance a los peces de los que se alimenta; con las alas recogidas se estabiliza y maniobra.
La utilización del cormorán para el arte de la pesca se remonta a la dinastía de los Sung (años 1228 – 960 AC) en China y, en el siglo VI AC en Japón. En China de crían por especialistas tradicionales, mientras en Japón se capturan y son adiestradas convenientemente. En la base del cuello se les coloca una anilla para que no traguen los peces capturados si son grandes, así los mantiene en la membrana gular sin soltarlos, de este modo su cuidador puede tomarlos tras recoger al ave con una pértiga obligándole a subir a ella para acercarla a la embarcación. Por otro lado, la cetrería (caza con rapaces; preferentemente con halcón y azor), tiene unos orígenes también muy antiguos pero algo inciertos. Es posible que se descubriera en China, al existir muchas referencias sobre esta práctica cetrera antes de Cristo en diversos textos chinos. A Europa llegó en la Edad Media, más o menos desde el siglo VI hasta el XVI donde disfrutó de mayor auge y difusión.

 

Joven cormorán (Phalacrocorax carbo) inspecciona atentamente para comprobar su seguridad.

 
 
Desde la orilla inicia un rastreo subacuático con medio cuerpo fuera para sorprender peces en agua de poco calado.

Aunque parezca descabellado, cuando observé la estrategia del cormorán en las fotografías que adjunto, me acordé del halcón peregrino recortando en paralelo las repisas rocosas con vuelo batido donde se ponen a salvo las palomas bravías de su ataque aéreo. El halcón peregrino (Falco peregrinus) trata a toda costa de arrancarlas del roquedo para aprovechar la supremacía de su vuelo, por supuesto, con trabajadas capturas, puesto que las palomas bravas son voladoras excelentes. Como decía, un joven cormorán se posó delante de mi escondite preparado para la fotografía de ardeidos. Pensé que, seguidamente, desplegaría las alas para secarlas, función exigida al finalizar la pesca por la capacidad de éstas de empaparse y ganar peso facilitando la inmersión y evitando flotabilidad en el buceo. Giró su cabeza de derecha a izquierda y, acto seguido, se lanzó en plancha quedando su zona dorsal expuesta mientras recortaba la orilla con la misma intención que el peregrino lo hizo en el farallón, prospectando la masa somera de agua frente a mí en busca de esos peces que se arriesgan en busca de insectos y despojos mecidos en los remansos. Muchas, muchas veces he visto, sobre todo, carpas y barbos apurando con su boca entre los cantos rodados del río Ebro el alimento que apartan las ondas del agua, además, apoyados por uno de sus costados con medio cuerpo fuera. Nunca hubiera sospechado la picardía de este joven cormorán.

 

 
 
 
Pareja de cormoranes con sus respectivas capturas. Han de emerger e ingerir a toda prisa el pez, colocándolo a favor de escama y engullirlo antes de que aparezcan otros congéneres parasitadores; también, han de prever la aparición de alguna gaviota patiamarilla en vuelo, muy efectivas para arrebatar las presas ajenas.


lunes, 31 de diciembre de 2012

La siesta del andarrios grande



Cuantas veces, inmersos en el trayecto de una senda cualquiera, topamos paralelamente con la ribera de un río y, como es habitual en la curiosidad humana, sucumbimos a su encanto asomándonos a la corriente de agua. Entonces, un ave de pequeño tamaño sale sonoramente despavorida. No la apreciamos mientras recorría el limo ribereño pero, al levantar el vuelo, no sólo vemos el fanérico contraste de sus alas oscuras y el blanco obispillo, además, escuchamos su agudo, aflautado y audible reclamo de alarma mientras aletea con fuerza alejándose zigzagueando cual agachadiza.

El andarrios grande (Tringa ochropus) es un ave que cría en Europa central; invernante peninsular, con desplazamientos postnupciales de julio a septiembre y, prenupciales entre marzo y abril. Ocupa una vez asentada, ríos, arroyos lagunas, charcas y también acequias, preferentemente, con zonas fangosas.


En su huida, el mayor de los andarríos, inadvertido muchas veces sale ahuyentado fugazmente bajo nuestras propias narices, siendo su voz la que nos alerta de su presencia. Fotos diciembre 2012.

Balsa del Mortero 11-9-2010 – 8´24 h. a 11´01 h. (Nota de campo)

En esta pequeña charca elevada del páramo turolense, lejos de cualquier núcleo urbano, un andarrios grande lleva desde las 8´24 horas rebuscando afanosamente en el limo enriquecido con invertebrados para obtener parte de su alimento favorito; coleópteros acuáticos y sus larvas, crustáceos, chinches, moscas, larvas de libélula, anélidos y moluscos, incluidos también pececillos y algo de materia vegetal. No resulta extraña la presencia de un ave aislada y solitaria, donde rara vez consiente a otros congéneres y, menos, en un lugar tan ajustado como el de la charca mencionada. Esta especie apenas se reúne en bandos de más de seis individuos, considerándose un ave reacia a las multitudes salvo en la concentración de sus migraciones. 
Desde el interior del hyde espero atento la llegada de las ortegas al bebedero, aunque van llegando escasamente, no pierdo detalle de las vueltas que lleva el andarrios por la orilla limosa. Las capturas se le dan bastante bien pero, el pequeño tamaño de sus presas le obliga a proseguir sin descanso vuelta tras vuelta. En esta mañana tan tranquila donde hoy entran pocas aves, tenemos toda la balsa solamente para nosotros dos. Y, poco antes de finalizar la observación de dos horas y media, la limícola, bajo la acentuada soledad turolense me deja perplejo -reconozco que me asombro con detalles muy simples- y, éste, no va a ser menos. Puedo ver en primera persona, en exclusiva, el descanso placentero de un ave con el nervio de acero, desconfiado e intratable ante sus congéneres relajarse cómodamente una vez cumplida la obligada misión de alimentarse. 
No lo puedo evitar, he alucinado viendo como sesteaba el asustadizo y estridente andarríos grande. 






Fin de siesta y, estiramiento; a seguir con la rutina alimentaria.



Feliz 2013




jueves, 27 de diciembre de 2012

Lavandera blanca (Motacilla alba)





Como un director de orquesta golpeando su batuta sobre la partitura, se presenta la lavandera blanca con su larga cola, agitándola arriba y abajo en el concierto cotidiano de la naturaleza. Nadie como ella, tan elegante, para vestir combinando el blanco, negro y gris. Camina ataviada con sobrado desparpajo, emergiendo y desapareciendo a buen ritmo entre un mar de surcos con cuyo arado cincela,  trasegando imparable, el tractor. Sus patitas de tono negro, a veces brillantes por el agua circundante de los ríos o humedales, se emborronan a la carrera mientras captura fugazmente incautos invertebrados. Compañera diaria del solitario pastor, interesada, también camina tras el ganado alimentándose de los insectos movidos por el ejército de pezuñas.  


 


Lavandera blanca en plumaje invernal.

 
 


Aguzanieves, pajarita de las nieves, engañapastores, nombres vernáculos diversos para un pajarillo muy arraigado al medio antropógeno como el gorrión, muy cómodo entre los humanos.

A nuestras lavanderas se unen las poblaciones del Norte y Centro de Europa huyendo del rigor invernal. Recuerdo ver en la salida de agua ribeteada por cañaverales dentro de la fábrica de papel en Zaragoza, muy ruidosa, a éstos escandalosos bandos de lavanderas organizándose para pasar la noche; al igual que ocupando árboles desnudos en las rotondas de zonas céntricas de la misma ciudad, todo un espectáculo de lavanderas europeas. Desgraciadamente, también tiene sus riesgos; un amigo me comentó como en los ornamentales olivos de una avenida urbana, una lechuza, de madrugada, portaba entre sus garras una lavandera blanca. 

Termino destacando su genio, pues recuerdo verlas combatir en vuelo por disputas territoriales, desprendiéndoseles incluso, plumones a causa del contacto físico. No es menor su agresividad, tampoco, frente a indeseados invasores en época de cría, como la de una grajilla que fue desalojada por una lavandera bajo una presión persecutoria digna de un paladín. Genio y figura…