sábado, 5 de marzo de 2011

MARTHA: La triste historia de un final


Martha

En mi antiguo colegio -de régimen interno en los años 70-, recuerdo todavía, el rumor sobre la interesante posibilidad de disponer para los amantes de la lectura, de una biblioteca amplia y muy bien surtida de ejemplares. La idea personalmente me cautivó, más que nada, al asegurarme una vez comprobada la diversidad de sus volúmenes, que habría incluida una buena colección de libros sobre fauna. De este modo cuando de crío encontrabas algún pajarillo, adquirías consultándola un cierto conocimiento sobre sus costumbres y alimentación, y así, podías ponerlo en práctica. La biblioteca cuando se terminó tenía para mi sorpresa una abultada fila de curiosos esperando, cada uno, entusiasmado con sus lecturas preferidas; ya fueran cuentos, tebeos o cómics. Allí conocí a Martha y su peculiar historia, una historia trágica e incomprensible cuyo nombre y final nunca olvidé, y que sigo recordado con incredulidad escribiendo estas líneas.



Martha, para cualquier profano en el conocimiento de las aves era sólo una paloma más. Una especie sumada a otras tantas existentes en las enormes extensiones del territorio americano. Sin embargo, Martha, fue el resultado vergonzoso, miserable y nada ejemplar de la nefasta voracidad del ser humano. De cómo una especie abundantísima pasó en cuatro décadas a la desoladora y total extinción. Esta paloma nació en cautividad, mientras se buscaba desesperadamente un ejemplar macho con la intención inútil de salvar la especie. Se ofrecieron sumas importantes de dinero por el hallazgo de algún espécimen libre. Pero el dinero nunca se hizo efectivo. Hojeando libros, totalmente hechizado con la documentación de esta columbiforme, seguí conociendo más datos sobre Martha y su destino. Era la última, que se supiera, de su especie.



A las 13´00 horas del día 1 de septiembre de 1914, fue encontrada muerta en el fondo de la jaula del zoológico de Cincinnati después de 29 años de cautiverio. Su cuerpo se donó a La Smithsonian Institution donde se conserva naturalizada. Aquel infausto día, sucumbió definitivamente toda esperanza. Fue el último viaje de esta especie migradora.



Unas décadas antes, a principios del siglo XIX fue cuando el este de los Estados Unidos asistía a un espectáculo único en el mundo: la migración de la paloma migratoria (Ectopistes migratorius) que iba a pasar el invierno a la zona más cálida de este país, en las costas del Golfo de México. La abundancia de estas aves era tal, que llegaban a oscurecer el cielo. Se dirigían al sur atravesando los valles por cientos de millones provocando un sonido atronador. Alexander Wilson, en 1810, contó uno que, en su opinión lo formaban más de dos mil millones de ejemplares desplazándose a una velocidad de 90 kilómetros por hora, y tan agrupadas que podía estimarse su densidad en cuatro animales por metro cúbico. Estos extensos bandos migraban irregularmente en escuadrones de hasta dos kilómetros de frente que tardaban horas en pasar sobre un mismo punto.



Las tribus de indios, las esperaban en determinados dormideros fijos cuando regresaban a dormir durante el invierno, pues la carne de estas aves era muy apreciada por ellos desde tiempo inmemorial. Con la llegada de los colonos procedentes de Europa todo cambió. Ante semejante abundancia, los cazadores blancos se unían tratando de superar en las partidas de caza, las unidades de su vecino. La puntería no era requisito indispensable para matar. Bastaba con disparar contra la masa compacta de las aves para atravesar varios ejemplares a cada disparo.



Audubon –el famoso ornitólogo americano- describe la espera en un dormidero. Al llegar los pájaros el estruendo que hacían al volar y revolotear, unido a los disparos, el fuego –pues se llegaban a prender árboles para que cayeran las palomas chamuscadas- y el griterío de la gente, componía una barahúnda ensordecedora de la que era imposible diferenciar los diversos elementos que la componían. Miles y miles de palomas cubrían el suelo al amanecer, y cuenta –Audubon- “cada uno recogió las que quiso y después soltaron a los cerdos para que acabaran con el resto”. En las enormes colonias de cría, que cubrían muchos kilómetros cuadrados, los nidos estaban tan apretados que llegaban a los doscientos en un solo árbol, y las ramas se quebraban bajo su peso. Allí la masacre era, si cabe, mayor que en los dormideros. Concretamente una de Michigan medía 45 kilómetros de longitud por 5 o 6 kilómetros de ancho.



Todo el mundo dejaba en esa época su trabajo dedicándose a cazar los pichones –muy gordos y grasientos a los 15 días de edad- que después dice M. Edey, “se comían frescos, secos o en vinagre, o se convertían en grasa o se salaban para cuando vinieran tiempos malos. Continúa M. Edey cifrando alguna de aquellas matanzas: “desde los nidales de Pensilvania, parte alta de Nueva York y Winsconsin se recibían noticias de haber embarcado en unas semanas medio millón, un millón o dos millones de palomas. Sin duda alguna otras tantas quedaban sin embarcar, abrasadas, pisoteadas, devoradas por los cerdos, estropeadas o simplemente sin recoger.



Tanta presión despiadada, dejó a las palomas desprovistas de lugares donde asentarse. Allá donde fueran, eran esperadas y tiroteadas, tanto por el día, como por la noche. El telégrafo daba cumplida información sobre la ubicación diaria de estas aves y por supuesto, las armas eran cada vez más sofisticadas. Desgraciadamente, a este ritmo vertiginoso, no hay especie capaz de soportar una persecución de tal magnitud y en 1890, apenas un centenar de palomas se desplazaba fugazmente. Pero la caza continuó.



En 1911 se ofreció una recompensa de 1500 dólares: no se adjudicó. Las palomas migratorias libres habían desaparecido y sólo quedaban en zoológicos donde su reproducción era pésima. En 1908 había siete palomas migratorias, y ya en 1910 tan sólo una, de nombre Martha. Martha fue la última representante de una especie que nutrió aquellos gigantescos bandos kilométricos que llenaron con su vuelo atronador el cielo americano. Fueron disecadas muchas palomas migratorias, porque eran unas aves muy bellas. Prácticamente se conservan en casi todos los museos de historia natural, aunque para nuestra vergüenza, ésta y otras tantas especies borradas del mundo no volverán a deambular con vida.

Y…, ésta es la triste historia que… inmortalizó el nombre de Martha.
Aquel día, contuve la rabia en silencio, no daba crédito a lo leído.



Es impactante esta sugestiva obra de Walton Ford. Si se la puede clasificar como de surrealista, tiene para mí, un gran y profundo mensaje por tener cierta similitud con la imagen de Jesús arrastrando la cruz hasta lo alto del Monte Calvario. Aquí lo hacen las palomas en un escenario muy bien planteado por el autor, donde el caos que las colonias de estas aves sufría al ser sus árboles talados y quemados por una enfebrecida población de saqueadores, deja de manifiesto la crueldad padecida. Como Jesucristo, las palomas también portan el tronco de su penitencia, el tronco que como la cruz del Salvador, debería de suponer un motivo más para agregar a La Semana Santa de la vergüenza, donde el fariseísmo siempre tuvo y tiene los mejores asientos.

Fotografías: Wikipedia

lunes, 21 de febrero de 2011

Cotorra argentina (Myiopsitta monachus): a conquistar...



“La población de esta especie, considerada 'invasora', sigue creciendo sin control en los parques y jardines de las ciudades españolas. La Sociedad Española de Ornitología asegura que es una amenaza para las aves autóctonas, transmite enfermedades y es una fuente de molestias y suciedad”.

(Madridiario,es)



El hombre ha sido con irracional dedicación un saqueador de la naturaleza durante siglos enteros, y muchas especies vegetales y animales representativas del planeta han desaparecido por ello. Todavía en pleno siglo XXI, esta expoliación indiscriminada sigue siendo el estandarte común de muchas culturas y negocios lucrativos practicados en muchas zonas de la tierra. El ser humano, de forma consciente o inconsciente, ha propiciado la propagación de las especies vegetales y animales difundiendo a lo largo y ancho del mundo actividades como la caza y la pesca, tenencia de aves decorativas, y animales de presa que exterminen las especies incómodas para el hombre. En las islas este impacto ha sido mayor, a causa de los animales importados que han llegado a exterminar o desbancar a las especies nativas.



En la prehistoria, la caza era un peligro necesario para sobrevivir, donde los cazadores, perdían la vida en la lucha contra sus presas. Pese al rudimentario material de caza (flechas, hachas, lanzas), se cree que cazadores de la edad de piedra exterminaron especies enteras de animales.
Los circos romanos, eran abastecidos con enormes cantidades de animales salvajes para satisfacer y deleitar el morbo infame de su público cuando las fieras atacaban en lucha a los temerarios gladiadores. Miles de hombres y animales corrieron la misma suerte.
En la edad media, la caza mayor era privilegio indiscutible de príncipes y soberanos. Todas las especies perjudiciales para la caza como el lobo, pasaron a la lista de exterminables.
Entre 1930 y 1940 se eliminaron 161.156 ballenas azules entre otras tantas especies refugiadas en la Antártida. Incluso cuando se utilizaba el arpón manual desde una inestable barca, el descenso poblacional de mamíferos marinos fue considerable.




“Ha podido demostrarse que desde 1600 se han extinguido 611 especies animales y 396 vegetales (casi todas por la intervención del hombre). La mayoría en los siglos XVIII y XIX. La conciencia de estas pérdidas y de lo que significan no llegó hasta el siglo XX”



Lo que no arde o se arruina directamente sucumbe a las consecuencias del paisaje actual civilizado. En Europa, la mayoría de especies en peligro de extinción no logran sobrevivir a los excesos de abono, los paisajes monótonos agrarios o la concentración de pesticidas. En la actualidad, el exterminio sistemático de los animales salvajes ha concluido y ahora con algo más de racionalidad, parece haberse creado una conciencia mayor sobre las moratorias necesarias e imprescindibles para no capturar especies con poblaciones en estado crítico.


Sus nidos superan los controles de calidad en seguridad más estrictos.

“Según las predicciones de las naciones unidas, en el año 2050 la población mundial habrá aumentado a unos 8´9 mil millones de seres humanos, que necesitarán más millones de kilómetros cuadrados para sus campos de ganado, maíz, trigo y arroz, y para sus plantaciones y para su expansión, y continuarán mezclando las especies de unas regiones con las de otras. Y en caso de que la devastación de espacios naturales siga al ritmo actual, treinta y cuatro mil especies de plantas con flor podrían desaparecer completamente, según cálculos del experto en plantas de la IUCN, David R. Given.”


La urraca intenta abordar el fortín como resultándole familiar su construcción. La obra de ingeniería de estas aves coloniales, resuelve con buena nota su edificio compartimentado.

A propósito, dentro de mi preocupación particular sobre el efecto negativo de las aves invasoras, sin intención de alarmar a los presentes, he de confesar sin embargo que, el impacto poblacional de cotorras que se hallan esparcidas por toda nuestra geografía nacional me importa un carajo.
Bastante han padecido la indeseable conducta lucrativa de sus explotadores. No se ha frenado a quién correspondía frenar, y ahora, topamos con las nefastas consecuencias. La cotorra argentina se abre paso batallando y tratando como todo ser vivo de perpetuar su especie; con permiso del hombre, está claro.

domingo, 13 de febrero de 2011

Preprimavera y un narciso presumido.



La imagen de los almendros en flor es la antesala de la primavera ya próxima. Creo que, a veces, nuestra primera reacción frente a la inmaculada blancura de sus ramas escarchadas es la de una prolongada y sentida inspiración. La mirada, prendada por la cegadora visión del almendro florido en pleno invierno, nos lleva a soñar. A muchas y muchos, en el resurgir de la vida protagonizado por los mamíferos, las aves, los insectos y todo…, todo un mundo de plenitud y renovación. Otras y otros, en el romance de la naturaleza por su seducción, su esplendor, su belleza; porque se vive en lo más profundo del alma y se guarda celosamente en corazones compartidos.








Narciso con araña cangrejo dispuesta a sorprender a una próxima víctima.

El narciso (Narcissus assoanus) es una planta de pequeño tamaño que no supera los 25 centímetros. Es bulbosa y perenne, de hojas estrechas y lanceoladas con una flor de amarillo intenso muy perfumada. Crece en claros de carrascas y pinares, pastizales secos y pedregales de ladera. En las repisas de los roquedos suelen abundar formaciones espectaculares de esta planta, que tiñen de amarillo vivo su superficie.
Como la flor del almendro, el narciso, también florece en febrero. Son de las más tempranas.



Se les conoce con los nombres vernáculos de farolitos, cazoletas..., también parecen juegos de café de diseño.

Según la versión mitológica griega, Narciso, hijo del dios río Cephissus y de la ninfa Leiriope, irradiaba tal belleza que era centro de deseo tanto de doncellas como de muchachos ávidos de su amor y de su irresistible hermosura, pero él, les rechazaba sin contemplaciones. Como castigo a su vanidad excesiva, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara profundamente de su imagen reflejada en el agua. Absorto, contemplando su figura e incapaz de abandonarla, se arrojó a ella. Allí donde cayó su cuerpo, germinó una bella flor, haciendo honor a su nombre y la memoria de Narciso.


Que simetría tan elegante la de los pétalos del narciso de la derecha. A pesar de la mitología, este narciso…no escarmienta.

Me gusta mirar la humilde pero compleja flor del narciso. Más que una pretenciosa flor que se mira a si misma, veo una manifestación de timidez y modestia. Si sus lanceoladas hojas se dispusieran detrás del tallo, plasmarían esa actitud.
El caso es, que analizando el narcisismo del narciso, encontré un interesante grupo de cuatro ejemplares en una rinconada abrigada, de los cuales, uno destacaba por cierto aire coqueto. Con esta visión pareció borrarse de mi pensamiento esa falsa modestia de la flor, viéndola algo más pretenciosa gracias a “esos adornos extras" logrados en tres intercalados pétalos que lucía con desparpajo simulando encajes.

Está claro que las plantas tienen que evolucionar, captar la atención de más polinizadores para lograr su reproducción. Está claro que vale todo. Aunque esto comience siendo un fallo genético o quién sabe qué, todo va cambiando lentamente.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Carbonero común (Parus major)



Si hay una imagen en mi retina que moldee la escena típica de este pájaro, esa es la de un soto caducifolio con sus hojas doradas. Resonando entre ellas mientras el viento las agita, el reclamo estridente, corto y monótono del inquieto carbonero cuando pulula por sus ramas. La variedad de sus reclamos durante todo el año, le permite emitir más de cuarenta sonidos diferentes, principalmente desde enero hasta junio. Puede darnos la impresión de ser un ave que vive o se alimenta en el ramaje de los árboles debido a su habitual presencia en ellos, pero no es así. Buscan cuando el peligro está ausente entre las hojas caídas y ocráceas del suelo y habitualmente humedecidas por el rocío toda clase de insectos ocultos entre ellas y la maleza arbustiva.




Los experimentos de John Krebs (Miembro del Instituto Edward Grey), demostraron que es muy probable que los individuos que se alimentan formando grupos encuentren comida antes que los que se alimentan en solitario. Sin desdeñar la peligrosidad para éstos últimos que conlleva atarearse en la búsqueda de alimento y vigilar simultáneamente; labor compartida en los grupos establecidos de búsqueda y portadores de una mayor garantía que haciéndolo individualmente. Por el contrario, en el grupo, la competencia es mayor.
Dentro del grupo aprenden unos de otros un abanico diferente de técnicas para buscar y alimentarse, entre ellas, la de perforar las tapas de estaño que años atrás se utilizaban en las botellas de leche que el repartidor dejaba a la entrada de las viviendas inglesas de campo, de las cuales, picoteaban la nata o bebían lo que podían. Los páridos son aves de mente muy evolucionada, y aquella costumbre de acceder a la leche se fue extendiendo de unos a otros por toda Inglaterra. Aprenden a extraer los frutos de los comederos y dónde están éstos, con la ventaja de ser por su tamaño, los dueños del lugar ante otros páridos y otros competidores. Son pájaros con una innata tendencia a investigarlo todo, siempre van algo más avanzados que los demás.




Recuerdo en el cañón del río Mesa, en unos almendros, ver a dos picapinos disputar la posesión de una buena almendra. Después del forcejeo, el propietario legítimo del fruto se dirigió a su taller manipulador de frutos secos, ubicado en un poste de madera que sujetaba los cables telefónicos. Ya tenía varias ranuras practicadas en la madera, y a dos palmos bajo la cúspide del tronco insertó el fruto. No tardó en aparecer el “parásito” de turno, en este caso, una urraca, que había seguido con atención la dedicada labor de apertura de la cáscara por parte del trabajador para acceder a su contenido. Ante la presencia del extorsionador que agachaba la cabeza con insistencia pretendiendo alcanzar el botín, el picapinos se echó a un lado y permitió al córvido su infructuosa intención. Sin nada que poder hacer, el blanquinegro pájaro se fue del lugar. El pico picapinos prosiguiendo con su labor, abrió con facilidad y escasos golpes certeros la dura cáscara, alimentándose del suculento fruto tranquilamente. Pero, no sólo las urracas o algún que otro merodeador suelen estar alerta siguiendo las evoluciones alimentarias de otras aves para asaltarlos, o sacarles tajada. En éste caso, el observador era un carbonero común, “oportunista” y espectador aplicado. Desde un árbol cercano, estuvo el carbonero aguardando pacientemente a que la historia peculiar de la almendra terminara. Cuando el picapinos se marchó, el paciente pájaro se posó en la fisura al lado de la cáscara, y fue picoteando todos los pequeños fragmentos de almendra que quedaron en la base del hueco y dentro de la cincelada coraza del fruto protagonista.

Hay que ver, el espectáculo que puede llegar a dar una simple almendra.




lunes, 31 de enero de 2011

El frío que no se ve


- Las cigüeñas (Ciconia ciconia), también tienen su lugar de congregación habitual. En este caso, todas se encaran aerodinámicamente frente al viento frío, de éste modo, lo evitan en gran parte.

Estoy atento observando un lugar idóneo para ver aves. Aún no ha hecho efecto, ni sé si lo hará, la presencia del esperado calor proyectado por los tímidos rayos del sol en el amanecer de esta mañana. De una mañana dominada por los tintes azulados del frío helador dejados por la escarcha nocturna. Una mañana que, zarandeada por el fuerte viento, descubre solamente iluminada la ubicación donde se agrupan aquellas aves, que buscan como abrigo el calor del gregarismo en un punto muy concreto que ya conocen. Ocultan las aves sus picos entre el plumaje para evitar la pérdida de calor en esta zona tan sensible de su anatomía. Así, pasan las horas entre la jornada de alimentación a lo largo del día, cuando reposan sosegadamente, es ante la ausencia evidente de peligro.
Cuando estás bien protegido, el frío no se ve y, además, no se padece, aunque se deja notar.




- El cormorán grande (Phalacrocorax carbo) no tiene la ventaja que para otras especies supone el uso del aceite impermeabilizante para su plumaje. En su defecto, estas aves negras durante las inmersiones, necesitan que sus plumas se empapen para ganar peso y poder sumergirse con más facilidad, pero cuando terminan sus veloces buceos y salen a la superficie, precisan por contra, secar su plumaje al sol o al viento. Tiene que ser helador.




- Grupo apelotonado de cercetas comunes y ánades reales absorbiendo los primeros rayos de sol en una gélida mañana.


- Las cercetas son capaces de despegar del agua directamente sin necesidad de chapotear. Y, son las únicas en hacerlo casi verticalmente, gracias a la potencia de su vuelo.


- El ordenado sincronismo de su vuelo hace recordar al de las limícolas.


- Cerceta común (Anas crecca). Aterrizaje tras el cambio de lugar


- Cercetas comunes soleándose en aguas tranquilas de tramos escogidos del río Ebro.

viernes, 21 de enero de 2011

Contrafuego


Alcornocal (Quercus suber) Cambarco (Cantabria)

La pintura “intumescente” es un material compuesto por elementos que, bajo la acción calorífica del fuego, cambia su estructura reaccionando entre ellos para formar un aislamiento multicelular. Dicha pintura se aplica con un espesor de 625 micras, según normas vigentes.
La alta temperatura del calor del fuego, provoca un aumento de volumen en la pintura de hasta cien veces su espesor nominal por intumescencia de la película de pintura aplicada, con una capacidad aislante del fuego que protege la estructura de la construcción interponiendo una barrera útil que aumenta el tiempo de aislamiento en el cual, las altas temperaturas podrían afectarla y destruirla.
Es una protección pasiva contra el fuego. La mayoría de las estructuras de edificaciones fabricadas en todo tipo de materiales, se hallan protegidas por estos productos ignífugos por normas obligatorias de seguridad. Es el tiempo necesario para que la actuación de los bomberos sea lo más efectiva posible.

Y precisamente, lo comentado con anterioridad, fue lo que pasó por mi cabeza cuando vi esta ladera quemada con los alcornoques supervivientes reverdeciendo. Gracias a esa capa mágica intumescente de corcho, los alcornoques evitaron el achicharramiento de su núcleo vital. La función más importante del corcho en el alcornoque es la de protegerle del fuego, muy frecuente en las regiones de clima mediterráneo donde se asienta. Es una protección fabricada magistralmente por las células muertas y huecas que, se van creando desde el interior de la capa madre hacia el exterior. Al arder, sólo lo hace la parte exterior más porosa, quedando la interior cerrada a la entrada de aire y por lo tanto, a la combustión. De este modo, aunque el follaje sea destruido, queda protegida su zona vital, pudiendo rebrotar una vez extinguido el incendio. Por eso, estaban vivos.





La recogida de corcho en lugares con alcornocales densos, da trabajo a la gente del campo, y en esta labor, hay especialistas en descortezarlos minimizando los daños al árbol.



El descortezamiento por la demandada utilidad del corcho, deja al árbol desprotegido ante la posibilidad de un incendio.


La corteza es de color grisáceo, poco densa y con multitud de grietas profundas a lo largo del tronco en los árboles que no han sido nunca descorchados.

lunes, 17 de enero de 2011

Gato de montes



He perdido la cuenta de los perros que libremente circulan por muchos pueblos, y que con cierta alegría, se apuntan como acompañantes de senderistas y amantes del campo. Todos parten de la misma base estratégica para acoplarse al paseo: mirada cómplice, lametazos con agitación general del cuerpo y…en cuestión de segundos, amistad consolidada.
El perro es muy activo y gregario, como su antecesor el lobo, que ya desde tiempo inmemorial logró un importante lazo afectivo con el hombre y sus intereses, en el que compartieron tareas y alimento, además de compañía. Eran ambos, cazadores sociales y jerárquicos, con técnicas muy similares de caza y por supuesto, grandes competidores.

Bueno, al tajo. Entre los cánidos atrevidos, recuerdo uno en Pelegrina (Guadalajara) que comenzó con ganas la travesía, hasta que su trayectoria temprana se desvió por la presencia de un corzo al que persiguió sin descanso y a toda velocidad monte arriba, y monte abajo. Al cabo de un considerable espacio de tiempo apareció, pero, ya no tenía ganas de pasear tras consumir la dosis de golpe.
El problema de estos encuentros cuando la intención del ornitólogo es la de ver pájaros, pone de manifiesto la inadecuada opción de acompañamiento de un perro que, seguramente, ahuyentará todo a su paso. Sin embargo, cuando la ilusión del perro es enorme, soy incapaz de arrebatársela. Un samoyedo deambulaba suelto en la casa rural donde me hospedé unos días que pasé en Asturias. Insistió en acompañarme y como sospechaba, las aves iban desapareciendo ante su presencia. A la mañana siguiente opté por irme sin él. Abrí la puerta cuidadosamente pero…detrás de la rendija encontré una mirada fija que conectó simultáneamente con la mía, una lengua ondulante y una poblada cola agitándose de un lado a otro. Mirando al espacio, acepté resignado mi atadura cómplice con el jubiloso can, ante la incapacidad de negarle una condición tan arraigada en su naturaleza social. La compañía voluntaria de un perro desbordado por tantas sensaciones, disfrutando de olores y actividades diferentes, es crucial, y lo viven intensamente, por ello, no tengo inconveniente alguno en sacrificar la observación de aves a cambio de pasear con un gran compañero.
Después de concluir la aventura y descansar en el sofá de casa, escuchaba con claridad el reproche de su “dueña” por la suciedad y la gran cantidad de semillas aprehendidas en su espeso pelaje que le daban un aspecto deplorable. Supongo que, el perro, comprendería tras el placer de una buena aventura el sacrificio que conlleva la penitencia de cargar con una buena bronca.

Me imagino vuestra sorpresa viendo solamente fotos de un gato cuando el texto va de perros. Muy sencillo. El carácter nómada y gregario de los perros, heredado de sus parientes los lobos, da sentido a su fidelidad como acompañantes de la especie humana hasta donde sea preciso. Pero, cuando el acompañante es un gato, entonces sólo queda perplejidad y asombro.
Lo encontré acomodado en el solarete de una ventana, me siguió hasta casa y le di de comer. A la mañana siguiente se vino conmigo. Sospechaba que como otros, sólo me seguiría hasta las afueras del pueblo, pero éste fue más allá. Recorrió una considerable distancia, demasiada para ser un mamífero de límitación territorial, pero al acabarse su radio de acción el felino se vio desplazado y comenzó a inquietarse maullando. Corto paseo, y agradecido por la fidelidad del gato, de vuelta a casa. Los días siguientes comió muy bien. Se lo ganó con carácter, como los perros.




- Aprovechando para descansar y guardar el equipo.



- Masaje dorsal para aliviar los dolores del esfuerzo.




- También, cómo no, masaje en cervicales.



- Comprobación efectiva del masaje mediante un demostrativo giro.

martes, 11 de enero de 2011

El apogeo constructor del buitre leonado


Los días no han acompañado mucho a las salidas al campo, a causa sobre todo, de la persistente nubosidad y fuerte viento. Es sol apenas ha hecho aparición. Pero a pesar de estos inconvenientes sin relevancia, las escenas más habituales en estas fechas han estado a la orden del día.

El mes de enero, es sin duda un gran espectáculo para observar la faceta más importante de la biología del buitre leonado (Gyps fulvus); me refiero al inicio de la construcción del nido donde traerán al mundo a un pollo cada pareja y, que cuidarán con enorme dedicación. He pasado largas horas estos días observándolos en su quehacer diario. Los buitres en su afanoso trasiego, portan el necesario material vegetal al nido. Es una actividad frenética la de éstos gigantes voladores en busca de ramas para concluir la construcción de la plataforma. Ésta labor ocupa a ambos consortes, y decora el cielo con una abundante circulación de multitud de individuos viajando de un lado a otro, cargados con su correspondiente manojo de hierbas, ramas etcétera. Todo lo transportado, depende del avance de la obra.

La pareja que sigo con gran interés regenta una parcela muy atractiva, que cuenta con la ubicación nidal exterior y una amplia cueva donde guarecerse en caso de fuertes tormentas o calor estival. El macho tiene una coloración oscura y apagada, la cabeza y la gorguera apenas destaca del resto del cuerpo. La hembra es más atractiva, con la cabeza y gorguera muy blancuzca y plateada, su plumaje es mucho más pálido. Colaboran estrechamente los dos en la construcción, y además, en los remates y acabado del nido. El macho participa brillantemente en dicha labor; a veces, me da la impresión de que si por él fuera pondría hasta el huevo. Dependiendo del orden de elaboración del nido, vemos a unos ejemplares acudir a por ramas gruesas para cimentar el nido. Otros acuden a los pinos o a los romeros para recolectar ramas intermedias. Los más adelantados, arrancan manojos de fina hierba con la que tapizarán el cuenco que cobijará al huevo, y posteriormente, al recién nacido.

También desgraciadamente, existen hurtos de material. Si un nido queda vacío y sin la vigilancia oportuna, siempre aparece algún oportunista espabilado y mal compañero, contribuyendo ilegalmente al aligeramiento de plataformas ajenas.



Buitre portando hierba para el forro del nido; esta es la última fase de su construcción.



Algunos ejemplares abordan literalmente a los pinos para arrancarles las ramas más tupidas de sus copas.






Los más cómodos las arrancan de la parte baja, aunque sus acículas son más cortas y aportan menos cubrición.

martes, 4 de enero de 2011

EL rock de la charca



Estaba esperando impaciente la llegada de pájaros al abrevadero durante una larga mañana algo tediosa. Y, en un intervalo de soledad, apareció una hembra de roquero rojo. Se acerco tímidamente y con mucha cautela hasta la orilla.

Una vez pegado al agua, se adentró con prudencia de un leve salto y…, ascendió con la velocidad del rayo propulsado por sus veloces alas. Agitándose en el aire con locura desatada. Entonces, comprendí porqué le llamaban roquero.