miércoles, 9 de febrero de 2011

Carbonero común (Parus major)



Si hay una imagen en mi retina que moldee la escena típica de este pájaro, esa es la de un soto caducifolio con sus hojas doradas. Resonando entre ellas mientras el viento las agita, el reclamo estridente, corto y monótono del inquieto carbonero cuando pulula por sus ramas. La variedad de sus reclamos durante todo el año, le permite emitir más de cuarenta sonidos diferentes, principalmente desde enero hasta junio. Puede darnos la impresión de ser un ave que vive o se alimenta en el ramaje de los árboles debido a su habitual presencia en ellos, pero no es así. Buscan cuando el peligro está ausente entre las hojas caídas y ocráceas del suelo y habitualmente humedecidas por el rocío toda clase de insectos ocultos entre ellas y la maleza arbustiva.




Los experimentos de John Krebs (Miembro del Instituto Edward Grey), demostraron que es muy probable que los individuos que se alimentan formando grupos encuentren comida antes que los que se alimentan en solitario. Sin desdeñar la peligrosidad para éstos últimos que conlleva atarearse en la búsqueda de alimento y vigilar simultáneamente; labor compartida en los grupos establecidos de búsqueda y portadores de una mayor garantía que haciéndolo individualmente. Por el contrario, en el grupo, la competencia es mayor.
Dentro del grupo aprenden unos de otros un abanico diferente de técnicas para buscar y alimentarse, entre ellas, la de perforar las tapas de estaño que años atrás se utilizaban en las botellas de leche que el repartidor dejaba a la entrada de las viviendas inglesas de campo, de las cuales, picoteaban la nata o bebían lo que podían. Los páridos son aves de mente muy evolucionada, y aquella costumbre de acceder a la leche se fue extendiendo de unos a otros por toda Inglaterra. Aprenden a extraer los frutos de los comederos y dónde están éstos, con la ventaja de ser por su tamaño, los dueños del lugar ante otros páridos y otros competidores. Son pájaros con una innata tendencia a investigarlo todo, siempre van algo más avanzados que los demás.




Recuerdo en el cañón del río Mesa, en unos almendros, ver a dos picapinos disputar la posesión de una buena almendra. Después del forcejeo, el propietario legítimo del fruto se dirigió a su taller manipulador de frutos secos, ubicado en un poste de madera que sujetaba los cables telefónicos. Ya tenía varias ranuras practicadas en la madera, y a dos palmos bajo la cúspide del tronco insertó el fruto. No tardó en aparecer el “parásito” de turno, en este caso, una urraca, que había seguido con atención la dedicada labor de apertura de la cáscara por parte del trabajador para acceder a su contenido. Ante la presencia del extorsionador que agachaba la cabeza con insistencia pretendiendo alcanzar el botín, el picapinos se echó a un lado y permitió al córvido su infructuosa intención. Sin nada que poder hacer, el blanquinegro pájaro se fue del lugar. El pico picapinos prosiguiendo con su labor, abrió con facilidad y escasos golpes certeros la dura cáscara, alimentándose del suculento fruto tranquilamente. Pero, no sólo las urracas o algún que otro merodeador suelen estar alerta siguiendo las evoluciones alimentarias de otras aves para asaltarlos, o sacarles tajada. En éste caso, el observador era un carbonero común, “oportunista” y espectador aplicado. Desde un árbol cercano, estuvo el carbonero aguardando pacientemente a que la historia peculiar de la almendra terminara. Cuando el picapinos se marchó, el paciente pájaro se posó en la fisura al lado de la cáscara, y fue picoteando todos los pequeños fragmentos de almendra que quedaron en la base del hueco y dentro de la cincelada coraza del fruto protagonista.

Hay que ver, el espectáculo que puede llegar a dar una simple almendra.




lunes, 31 de enero de 2011

El frío que no se ve


- Las cigüeñas (Ciconia ciconia), también tienen su lugar de congregación habitual. En este caso, todas se encaran aerodinámicamente frente al viento frío, de éste modo, lo evitan en gran parte.

Estoy atento observando un lugar idóneo para ver aves. Aún no ha hecho efecto, ni sé si lo hará, la presencia del esperado calor proyectado por los tímidos rayos del sol en el amanecer de esta mañana. De una mañana dominada por los tintes azulados del frío helador dejados por la escarcha nocturna. Una mañana que, zarandeada por el fuerte viento, descubre solamente iluminada la ubicación donde se agrupan aquellas aves, que buscan como abrigo el calor del gregarismo en un punto muy concreto que ya conocen. Ocultan las aves sus picos entre el plumaje para evitar la pérdida de calor en esta zona tan sensible de su anatomía. Así, pasan las horas entre la jornada de alimentación a lo largo del día, cuando reposan sosegadamente, es ante la ausencia evidente de peligro.
Cuando estás bien protegido, el frío no se ve y, además, no se padece, aunque se deja notar.




- El cormorán grande (Phalacrocorax carbo) no tiene la ventaja que para otras especies supone el uso del aceite impermeabilizante para su plumaje. En su defecto, estas aves negras durante las inmersiones, necesitan que sus plumas se empapen para ganar peso y poder sumergirse con más facilidad, pero cuando terminan sus veloces buceos y salen a la superficie, precisan por contra, secar su plumaje al sol o al viento. Tiene que ser helador.




- Grupo apelotonado de cercetas comunes y ánades reales absorbiendo los primeros rayos de sol en una gélida mañana.


- Las cercetas son capaces de despegar del agua directamente sin necesidad de chapotear. Y, son las únicas en hacerlo casi verticalmente, gracias a la potencia de su vuelo.


- El ordenado sincronismo de su vuelo hace recordar al de las limícolas.


- Cerceta común (Anas crecca). Aterrizaje tras el cambio de lugar


- Cercetas comunes soleándose en aguas tranquilas de tramos escogidos del río Ebro.

viernes, 21 de enero de 2011

Contrafuego


Alcornocal (Quercus suber) Cambarco (Cantabria)

La pintura “intumescente” es un material compuesto por elementos que, bajo la acción calorífica del fuego, cambia su estructura reaccionando entre ellos para formar un aislamiento multicelular. Dicha pintura se aplica con un espesor de 625 micras, según normas vigentes.
La alta temperatura del calor del fuego, provoca un aumento de volumen en la pintura de hasta cien veces su espesor nominal por intumescencia de la película de pintura aplicada, con una capacidad aislante del fuego que protege la estructura de la construcción interponiendo una barrera útil que aumenta el tiempo de aislamiento en el cual, las altas temperaturas podrían afectarla y destruirla.
Es una protección pasiva contra el fuego. La mayoría de las estructuras de edificaciones fabricadas en todo tipo de materiales, se hallan protegidas por estos productos ignífugos por normas obligatorias de seguridad. Es el tiempo necesario para que la actuación de los bomberos sea lo más efectiva posible.

Y precisamente, lo comentado con anterioridad, fue lo que pasó por mi cabeza cuando vi esta ladera quemada con los alcornoques supervivientes reverdeciendo. Gracias a esa capa mágica intumescente de corcho, los alcornoques evitaron el achicharramiento de su núcleo vital. La función más importante del corcho en el alcornoque es la de protegerle del fuego, muy frecuente en las regiones de clima mediterráneo donde se asienta. Es una protección fabricada magistralmente por las células muertas y huecas que, se van creando desde el interior de la capa madre hacia el exterior. Al arder, sólo lo hace la parte exterior más porosa, quedando la interior cerrada a la entrada de aire y por lo tanto, a la combustión. De este modo, aunque el follaje sea destruido, queda protegida su zona vital, pudiendo rebrotar una vez extinguido el incendio. Por eso, estaban vivos.





La recogida de corcho en lugares con alcornocales densos, da trabajo a la gente del campo, y en esta labor, hay especialistas en descortezarlos minimizando los daños al árbol.



El descortezamiento por la demandada utilidad del corcho, deja al árbol desprotegido ante la posibilidad de un incendio.


La corteza es de color grisáceo, poco densa y con multitud de grietas profundas a lo largo del tronco en los árboles que no han sido nunca descorchados.

lunes, 17 de enero de 2011

Gato de montes



He perdido la cuenta de los perros que libremente circulan por muchos pueblos, y que con cierta alegría, se apuntan como acompañantes de senderistas y amantes del campo. Todos parten de la misma base estratégica para acoplarse al paseo: mirada cómplice, lametazos con agitación general del cuerpo y…en cuestión de segundos, amistad consolidada.
El perro es muy activo y gregario, como su antecesor el lobo, que ya desde tiempo inmemorial logró un importante lazo afectivo con el hombre y sus intereses, en el que compartieron tareas y alimento, además de compañía. Eran ambos, cazadores sociales y jerárquicos, con técnicas muy similares de caza y por supuesto, grandes competidores.

Bueno, al tajo. Entre los cánidos atrevidos, recuerdo uno en Pelegrina (Guadalajara) que comenzó con ganas la travesía, hasta que su trayectoria temprana se desvió por la presencia de un corzo al que persiguió sin descanso y a toda velocidad monte arriba, y monte abajo. Al cabo de un considerable espacio de tiempo apareció, pero, ya no tenía ganas de pasear tras consumir la dosis de golpe.
El problema de estos encuentros cuando la intención del ornitólogo es la de ver pájaros, pone de manifiesto la inadecuada opción de acompañamiento de un perro que, seguramente, ahuyentará todo a su paso. Sin embargo, cuando la ilusión del perro es enorme, soy incapaz de arrebatársela. Un samoyedo deambulaba suelto en la casa rural donde me hospedé unos días que pasé en Asturias. Insistió en acompañarme y como sospechaba, las aves iban desapareciendo ante su presencia. A la mañana siguiente opté por irme sin él. Abrí la puerta cuidadosamente pero…detrás de la rendija encontré una mirada fija que conectó simultáneamente con la mía, una lengua ondulante y una poblada cola agitándose de un lado a otro. Mirando al espacio, acepté resignado mi atadura cómplice con el jubiloso can, ante la incapacidad de negarle una condición tan arraigada en su naturaleza social. La compañía voluntaria de un perro desbordado por tantas sensaciones, disfrutando de olores y actividades diferentes, es crucial, y lo viven intensamente, por ello, no tengo inconveniente alguno en sacrificar la observación de aves a cambio de pasear con un gran compañero.
Después de concluir la aventura y descansar en el sofá de casa, escuchaba con claridad el reproche de su “dueña” por la suciedad y la gran cantidad de semillas aprehendidas en su espeso pelaje que le daban un aspecto deplorable. Supongo que, el perro, comprendería tras el placer de una buena aventura el sacrificio que conlleva la penitencia de cargar con una buena bronca.

Me imagino vuestra sorpresa viendo solamente fotos de un gato cuando el texto va de perros. Muy sencillo. El carácter nómada y gregario de los perros, heredado de sus parientes los lobos, da sentido a su fidelidad como acompañantes de la especie humana hasta donde sea preciso. Pero, cuando el acompañante es un gato, entonces sólo queda perplejidad y asombro.
Lo encontré acomodado en el solarete de una ventana, me siguió hasta casa y le di de comer. A la mañana siguiente se vino conmigo. Sospechaba que como otros, sólo me seguiría hasta las afueras del pueblo, pero éste fue más allá. Recorrió una considerable distancia, demasiada para ser un mamífero de límitación territorial, pero al acabarse su radio de acción el felino se vio desplazado y comenzó a inquietarse maullando. Corto paseo, y agradecido por la fidelidad del gato, de vuelta a casa. Los días siguientes comió muy bien. Se lo ganó con carácter, como los perros.




- Aprovechando para descansar y guardar el equipo.



- Masaje dorsal para aliviar los dolores del esfuerzo.




- También, cómo no, masaje en cervicales.



- Comprobación efectiva del masaje mediante un demostrativo giro.

martes, 11 de enero de 2011

El apogeo constructor del buitre leonado


Los días no han acompañado mucho a las salidas al campo, a causa sobre todo, de la persistente nubosidad y fuerte viento. Es sol apenas ha hecho aparición. Pero a pesar de estos inconvenientes sin relevancia, las escenas más habituales en estas fechas han estado a la orden del día.

El mes de enero, es sin duda un gran espectáculo para observar la faceta más importante de la biología del buitre leonado (Gyps fulvus); me refiero al inicio de la construcción del nido donde traerán al mundo a un pollo cada pareja y, que cuidarán con enorme dedicación. He pasado largas horas estos días observándolos en su quehacer diario. Los buitres en su afanoso trasiego, portan el necesario material vegetal al nido. Es una actividad frenética la de éstos gigantes voladores en busca de ramas para concluir la construcción de la plataforma. Ésta labor ocupa a ambos consortes, y decora el cielo con una abundante circulación de multitud de individuos viajando de un lado a otro, cargados con su correspondiente manojo de hierbas, ramas etcétera. Todo lo transportado, depende del avance de la obra.

La pareja que sigo con gran interés regenta una parcela muy atractiva, que cuenta con la ubicación nidal exterior y una amplia cueva donde guarecerse en caso de fuertes tormentas o calor estival. El macho tiene una coloración oscura y apagada, la cabeza y la gorguera apenas destaca del resto del cuerpo. La hembra es más atractiva, con la cabeza y gorguera muy blancuzca y plateada, su plumaje es mucho más pálido. Colaboran estrechamente los dos en la construcción, y además, en los remates y acabado del nido. El macho participa brillantemente en dicha labor; a veces, me da la impresión de que si por él fuera pondría hasta el huevo. Dependiendo del orden de elaboración del nido, vemos a unos ejemplares acudir a por ramas gruesas para cimentar el nido. Otros acuden a los pinos o a los romeros para recolectar ramas intermedias. Los más adelantados, arrancan manojos de fina hierba con la que tapizarán el cuenco que cobijará al huevo, y posteriormente, al recién nacido.

También desgraciadamente, existen hurtos de material. Si un nido queda vacío y sin la vigilancia oportuna, siempre aparece algún oportunista espabilado y mal compañero, contribuyendo ilegalmente al aligeramiento de plataformas ajenas.



Buitre portando hierba para el forro del nido; esta es la última fase de su construcción.



Algunos ejemplares abordan literalmente a los pinos para arrancarles las ramas más tupidas de sus copas.






Los más cómodos las arrancan de la parte baja, aunque sus acículas son más cortas y aportan menos cubrición.

martes, 4 de enero de 2011

EL rock de la charca



Estaba esperando impaciente la llegada de pájaros al abrevadero durante una larga mañana algo tediosa. Y, en un intervalo de soledad, apareció una hembra de roquero rojo. Se acerco tímidamente y con mucha cautela hasta la orilla.

Una vez pegado al agua, se adentró con prudencia de un leve salto y…, ascendió con la velocidad del rayo propulsado por sus veloces alas. Agitándose en el aire con locura desatada. Entonces, comprendí porqué le llamaban roquero.


miércoles, 29 de diciembre de 2010

La silueta del martín pescador




El martín pescador (Alcedo atthis) es un ave privilegiada por sus atractivos y contrastados colores. Unas minúsculas alas le propulsan en vuelo, batiéndose incesantes y desplazándole a gran velocidad a escasos centímetros del agua. Su resplandeciente azul luminoso supracaudal, no escapa a la vista asombrada de todas aquellas personas que logran ver ese destello alejarse. En las jornadas de anillamiento de cara al público, el martín pescador es por su colorido la estrella de los pájaros. Así me consta cuando el anillador Carlos Pérez, lo muestra delante del personal que le atiende con gran interés durante la charla ornitológica. Al comentar lo datos biológicos del ave mientras lo saca de la bolsa de tela, una leve exclamación del grupo, unánime, cae con la suavidad de un suspiro. Personalmente, disfruto tanto del polícromo pájaro, como de la admiración que despierta en las personas congregadas.








Pero hoy este ejemplar no tiene color, tan sólo, penumbra y claroscuro en la alborada. Es un martín pescador sin colores, sin su esencia específica más reconocida. Gracias al blanco y negro de las imágenes entre las que destaca únicamente su silueta, podemos centrarnos en la paciente atención con que el ave observa la superficie del río. Es una faceta particular de esta avecilla muy entregada a la soledad de sus jornadas de pesca. Tiene varios posaderos por los que va rotando periódicamente a la espera de nuevas oportunidades. En cada uno de ellos, se repite fielmente la misma pose acechante con una intensa fijación al agua. La perseverancia es importante. Tarde o temprano, algún pececillo subirá a la superficie.