martes, 23 de marzo de 2010

Amarillo chillón



Desde finales de enero, se ve a los machos de verdecillo (Serinus serinus) copando todas las ramas altas de los árboles de sotos y parques. Su catarata de voz, su canto chirriante y monótono, inunda con estridencia todo el espacio, y con ellos, la primavera parece adelantarse. Las hembras, les escuchan atentamente desde las ramas más bajas. Los futuros pretendientes tienen una labor muy dura para destacar como tenores y, ofrendar un óptimo territorio.







En cambio; el monte de carrasca, romeros, sabinas y aliagas, está sembrado de narcisos amarillos (Narcissus assoanus) muy amarillos, pero silenciosos y coquetos; cabizbajos pero resplandecientes y, agradablemente perfumados.

Estas llamativas florecillas sobre tallos que no superan los 25 centímetros, han florecido ya desde febrero, y su floración dura hasta el mes de mayo. Allí donde da el sol, gracias a la escasez de otras plantas que puedan arrebatárselo, crece solitariamente y también agrupado este deslumbrante narciso amarillo.






jueves, 18 de marzo de 2010

Una chova muy especial

Primavera de 1997


Un córvido, es lo más parecido a un perro pero cubierto de plumas. Así me lo ha parecido siempre que he tenido la fortuna de convivir con algún ejemplar criado en cautividad.




Todo comenzó bajo el imponente farallón calizo de “Peña Palomera”, cerca de Jaraba (Zaragoza). Un mal nacido, había tiroteado a palomas, grajillas, y cómo no, a los padres de una pequeña chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax). Todas las aves, aparecían esparcidas víctimas del escopetero irracional. Solamente había sobrevivido un ejemplar, que unas personas recogieron asustado. Les comenté mi intención de llevarla al centro de recuperación, si ellos, no tenían inconveniente. Y no lo tuvieron.

Al final, ni la recogió el encargado del centro a causa del trabajo pendiente, ni yo se la acerqué. Ambos, por falta de tiempo.




Son aves sociables las chovas, y se afianzan pronto a sus cuidadores, por lo que alimentarla no fue difícil.

Pasó los días de cuidado y atención en el interior de una galería acristalada y espaciosa, donde escasamente daba el sol, pero, le permitía ejercitar la musculación alar con pequeños vuelos. Sacándola varios días a la semana, disfrutaba en su ambiente rupícola, aprovechándose además, del necesario baño solar. Mediante extrañas posturas, ofrecía al sol cada parte de su cuerpo, entregándose a un profundo éxtasis de placer. Meterla en la caja de vuelta a casa, era una operación algo complicada, que resolvía con pequeñas argucias. No era fácil.

Durante una de las últimas salidas, la Chova, lucía un plumaje negro brillante, irisado y completo, además de un vuelo firme, aunque inexperto. Aquel día, saltó enérgicamente de mi hombro ante la presencia de una rapaz que, afortunadamente, resultó ser un halcón abejero. Reconozco que lo pasé mal, pues el córvido realizó la maniobra más indebida.




Era este lugar en principio, el elegido para liberar más adelante a la joven chova piquirroja, pero tan sólo, habitaban la cortadura tres parejas de la misma especie con sus jóvenes volantones. Uno de ellos, de su edad, había sido devorado por el búho real, a juzgar por el montón de plumas hallado. El lugar, lo descarté de inmediato.



Joven de búho real (Bubo bubo)

El último día la Chova lo pasó en soledad. Ya era capaz de deambular con seguridad libremente por los cortados de su nuevo hogar. Había descubierto un espléndido bando de jóvenes chovas piquirrojas acompañadas por adultos que me hostigaban, como es natural, al verme en su compañía. Trataba de lanzarla contra ellas, buscando el efecto explicado por Konrad Lorenz con sus grajillas en cautividad, cada vez que éstas, se perdían atraídas por las alas de los bandos de cornejas a las que seguían casi obsesivamente. Pero no daba resultado, la Chova volvía a mi hombro, o a mi cabeza.




Incluso, un día entero en libertad del córvido, no fue suficiente para romper ese lazo de impregnación conmigo, y al marcharme estando ella a más de 300 metros, pensé que se quedaría allí, sin embargo, potentes graznidos delataron su intención bajando hasta mi hombro a la velocidad del rayo. Ese día fue el definitivo, y sabía cómo hacerlo. Esperé a la penumbra, y deposité a mi preciada Chova en lo alto de una covacha segura y resguardada, quedándose inmóvil como estaba previsto.




Al siguiente día, lunes, volví después de trabajar, era las ocho y media de la tarde. Le traje algo de comida, la llamé, y enseguida apareció. La adaptación al lugar, se iba completando correctamente.

El martes, no tuve noticia del negro córvido; lo busqué y lo llamé desesperadamente sin querer encontrar nada más que su voz de respuesta. Volví a casa con enorme pesar y cavilación. Me consolaba, no haber hallado restos de plumas.




De nuevo regresé sobre el páramo pedregoso del roquedo calizo. La fui llamando al mismo tiempo que la buscaba inquieto, cada vez más nervioso, puesto que sumaba el segundo día desaparecida. El sol declinaba poco a poco, y la luz se iba consumiendo como las esperanzas de encontrarla. Era tarde, y escuché aproximarse al grupo de chovas concentradas para pasar la noche. Al sobrevolarme, volví a llamarla con fuerza desatada, y el bando fue superándome a la vez que se alejaba. A punto de derrumbarme, una de las chovas se descolgó de la bandada posándose en lo alto de un bloque de roca; en principio, pura casualidad, pero…, al mostrarle la comida y llamarla simultáneamente, agitó las alas exactamente igual que lo hizo al ser alimentada durante la cría. Respiré aliviado, y más, cuando después de permanecer escasos segundos mirándome, emprendió de nuevo el vuelo reincorporándose a su nueva familia.
Probablemente, y según Konrad Lorenz, la joven Chova había sido aleccionada por los adultos de la comunidad. Esa breve duda en el córvido, lo demostraba claramente: se había roto nuestro vínculo familiar definitivamente. Ya, era libre.


martes, 16 de marzo de 2010

14-3-1980. Punto y seguido.

Quedó el mensaje.


"Tuve la suerte de vivir una escuela eterna: la naturaleza" Félix Rodríguez de la Fuente 
Era tal, la angustia de la noticia de su muerte, que compré todas las revistas tratando de dar con alguna que la desmintiera. Todas, me decían lo mismo...








 

Hasta siempre, Félix, Teodoro y Alberto.


sábado, 13 de marzo de 2010

El pico del piquituerto

 

En el ejemplo de la ilustración, se aprecia como la parte inferior del pico del ave, pasa al lado derecho de la otra parte superior: entonces, abriría el cono desde esa misma posición. 

Siempre llamó mi atención este pájaro algo más corpulento que un gorrión, cuyo pico, aparentaba ser más una malformación que una herramienta de vital utilidad para alimentarse.

El piquituerto (Loxia curvirostra), tiene un marcado dimorfismo sexual; siendo las hembras de un color verdoso o amarillento, y el macho de coloración rojiza. En cada bandada, hay ciertas variaciones tonales entre libreas rojas o anaranjadas.

Pero la joya de este pájaro especializado y adaptado a la explotación del fruto de las coníferas, es su exclusivo pico. Con él, es capaz de extraer los piñones haciendo palanca entre las escamas de las piñas. Por eso, posee la mandíbula superior recta, mientras la inferior se acomoda y encaja a ésta entrecruzándose. De ahí su nombre.

Hay otra curiosidad a tener en cuenta, y es que, no todos los individuos cierran el pico al mismo lado, me explico: unos ejemplares entrecruzan la mandíbula inferior hacia el lado derecho, mientras otros, lo hacen hacia el lado izquierdo. Al escoger una piña adecuada a su tamaño de pico, la punta de la mandíbula inferior coincide con el lado del fruto; si ésta cierra a la izquierda el cono queda a la izquierda, y si lo hace hacia la derecha el cono queda al mismo lado.

Al emprender la apertura de la piña, ambas puntas del pico quedan en la misma línea vertical, una encima de la otra para cincelar el cierre de la escama donde se esconde la semilla. Al cerrar el pico, las mandíbulas actúan a modo de cuña, separando la escama progresivamente. Si no hay suficiente abertura, la apalancan con un leve giro de cabeza que termina por agrietarla, dejando la característica fisura longitudinal, y las semillas al alcance de su pegajosa lengua.


Los piquituertos, nidifican durante el periodo diciembre-abril justo en mitad del invierno, lo que les permite alimentarse de las semillas maduras protegidas en el interior de los conos. Su alto valor nutritivo; un 35% en grasas, asegura el éxito de la reproducción cuando hay abundancia.


En una ocasión, pintando la montaña rusa del Parque de Atracciones de Zaragoza, pude deleitarme en pleno mes de febrero con la presencia de una gran cantidad de estas aves que ocupaban en gran número los enormes pinos del interior. Puede que fuera una invasión de piquituertos venidos del norte de Europa tras una nefasta temporada de semillas en aquellos bosques.


Una tijera, puede ser el mejor ejemplo para comprender el efecto de palanca que ejerce el pico al introducirse entre la escama de la piña. La mandíbula inferior, puede desplazarse hasta un centímetro de distancia de la línea media (no la puede cambiar de la posición original de cierre) y cuando la separación se va produciendo, un giro de cabeza quiebra la escama dejando al descubierto los dos piñones.


Los bosques de pino albar (Pinus sylvestris) y los de pino carrasco o Alepo (Pinus halepensis), tanto naturales como de repoblación, acogen al piquituerto en época de cría si su desarrollo y cosecha de semillas son adecuadas para la reproducción del ave.

miércoles, 3 de marzo de 2010

En nuestras manos


Este arma, recoge los más espectaculares trofeos sin dejar un rastro negativo.

Somos nosotros, un experimento más de la naturaleza.


Por más que me esfuerzo en ser optimista, siempre hay gobiernos blandos que machacan mi esperanza.



No somos tan fuertes ni tan imprescindibles como pensamos.


La aversión hacia las serpientes se supera conociéndolas.


Con respeto, es más fácil convivir con las demás criaturas.


Detrás del mito, estamos nosotros.


Aprovechar sin despilfarrar los recursos que nos brinda la naturaleza, es la mejor manera de proteger el medio ambiente.

lunes, 22 de febrero de 2010

Becada o chocha perdiz (Scolopax rusticola)


La gallina ciega






Contaba con pocos años de edad, y aquel día, me inquietó comenzada la penumbra, escuchar en aquella ocasión a mis tíos decir: -¡Venga, vamos a darnos prisa que nos va a coger “la gallina ciega”! Se referían sin duda, a las prisas de última hora antes de anochecer, cuando el tiempo se acababa y había que volver a casa una vez terminada la tarea prevista en el campo o la huerta. Los misterios y la noche, eran una mezcla tenebrosa para un crío cuya cabeza no dejaba de cavilar intensamente. Es por eso, por lo que nunca pregunté: -qué demonios era la gallina ciega. No entendía esta expresión como la necesidad de concluir una tarea aprisa para no llegar tarde a casa, sino, como la necesidad de escapar de allí antes de que nos atacara la maldita gallina ciega. Pensaba. Que por cierto, no sé si sería ciega, pero…, temblaba imaginando que pudiera aparecer a oscuras con un aspecto endemoniado y unos ojos blancos

luminiscentes o algo parecido.


Naturalmente, el miedo es libre. Y, para una mente infantil, todavía más.

Ahora sé, que la gallina ciega; la sorda, como la llaman en Cantabria, es un ave pequeña, inofensiva, fantástica, de abigarrado plumaje y una mirada muy expresiva. Su vuelo, parsimonioso, se asemeja al de las rapaces nocturnas. A veces, se la confunde con una de ellas. Es activa desde el atardecer, alimentándose protegida por la oscuridad de la noche hasta el amanecer. Durante el día, descansa agazapada en su encame. Vive, envuelta en la soledad acogedora de los bosques más húmedos y frondosos que aún quedan en nuestra geografía ibérica. Sobre todo, los del norte.

Por supuesto; ni es ciega, ni sorda; es, todo lo contrario. Ambas creencias, se fundaban en la característica forma zigzagueante de su vuelo quebrado al despegar súbitamente, dando la impresión de volar “a ciegas”. La sorda: era debido a la capacidad de aguantar inmóvil gracias a su logrado mimetismo entre la hojarasca, levantando el vuelo como último recurso. Las liebres, tampoco son sordas.


Quedan tan pocas becadas, como bosques naturales en nuestro país. País de progreso y desarrollo, donde las escopetas que persiguen a nuestras becadas son como los Kalashnikov: arrasadores, y exterminadores allí donde aparecen. La codicia de una gastronomía grosera y esnobista, amparada por restauradores renombrados, está llevando a nuestra “dama del bosque”, “pájaro de las tempestades” o, “dama de los ojos de terciopelo” como la denominan con aprecio quienes las estudian y respetan; a la irremisible extinción.

¿No serán capaces estos amantes de la naturaleza (como ellos mismos se autodenominan), de comprometerse seriamente a realizar una moratoria de caza para asegurar la recuperación de esta especie?


Más sobre la becada.



Detalle de las rémiges primarias y secundarias.


Parte terminal de una secundaria. Arriba: estandarte externo. Abajo: estandarte interno.


Detalle en las rémiges terciarias del abigarrado color y dibujo; idóneo para el camuflaje sobre la hojarasca.

El filamentoso plumón (hipopluma), de color agrisado claro que nace del cañón de la pluma, tiene una función termoaislante en el ave.


la penumbra del atardecer, activa a la becada que permanecía oculta entre la vegetación.


los días de niebla, son ideales para campear, y la becada, los aprovecha difuminándose entre el húmedo meteoro.



Los suelos reblandecidos por la humedad, son ideales para extraer invertebrados de los que se alimenta esta especializada ave. Incluso, las troncas deshechas por la descomposición, también son una gran oportunidad para hallar alimento.