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viernes, 20 de noviembre de 2020

RETAZOS DE UN PASEO



El valle del Ebro es lo que tiene, extensos bancos de niebla cuando el anticiclón se empeña en instalarse sin soltar una brizna de viento. A veces, para estas fechas, uno se aborrece de no ver el sol durante semanas, salvo que un fin de semana cambies la depresión del Ebro por cumbres aledañas.

El jueves lo tomé libre. Un día de vida por todo lo alto dedicado a colmar todos los sentidos. 
Aunque las fotografías rara vez logran plasmar las sensaciones de un paseo desinhibido, son una vaga muestra del sentir del paseante durante una travesía en silencio, llenando los sentidos con la magia del otoño y su repertorio previo al sueño estacional del bosque.


Atrás quedaba la persistente niebla. La inminente llegada del cierzo despejaba las zonas altas, dejando rastreros bancos de niebla ya dominada. 

La salida del sol invita a un nuevo día, un gran motivador.

El astro sol, el agua, el bosque... 

Un aguilucho lagunero Circus aeruginosus atisba el horizonte desde lo alto del árbol sin vida. Las retorcidas ramas delatan su angustiada decrepitud 

Un día tan espléndido, incita al escribano triguero Miliaria calandra a formar parte de un escenario sonoro junto a otros paseriformes. 

Otro aguilucho lagunero Circus aeruginosus pendiente del panorama campestre. El efecto del tempranero sol unido a la niebla crea un fondo curioso.

Un petirrojo Erithacus rubecula, busca sobre los excrementos desmenuzados de caballo Equus caballus insectos con los que alimentarse.

Macho de tarabilla común Saxicola rubicola, centinela de los caminos. El paso de algún insecto sobre la superficie despejada, aporta mayor éxito de capturas a este incansable entomófago.

No es muy agraciado el canto del escribano triguero Miliaria calandra, más cercano al sonido machacón de la cigarra que al sublime repertorio del ruiseñor Luscinia megarhynchos.

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Hembra y macho de ánade real Anas platyrhinchos nadando en un galacho. El galacho es un tramo abandonado del antiguo curso del río Ebro.

Garza real Ardea cinerea.

Carbonero común Parus major.

Ratonero Buteo buteo.

Cigüeña blanca Ciconia ciconia.

Gaviota patiamarilla Larus michahellis. Un ave común en el curso del río Ebro con citas de cría en la ciudad de Zaragoza.

Lavandera blanca Motacilla alba.

Garceta grande Ardea alba.

Garceta grande Ardea alba.

Petirrojo Erithacus rubecula mimetizado entre las hojas del ramaje de un álamo blanco Populus alba.

En su percha muy discreto.

Ratonero Buteo buteo prospectando un paisaje ya despejado de niebla.

Garza real Ardea cinerea campeando entre alfalfa Medicago sativa. La captura de micromamíferos y otras presas variadas hace pensar en la diversidad alimenticia de esta zancuda. No me atrevería a afirmar si prefiere más el pescado que la carne.

domingo, 15 de noviembre de 2020

El pecho del petirrojo



Si existe un pájaro con expresión tierna, destacada entre muchos otros, sin duda es el petirrojo Erithacus rubecula. Un pajarillo de postal navideña, bolita emplumada sobre la nieve, duende de los jardines y parques tan cuidados por gente amante de su presencia. Un pájaro confiado, supremo tenor, saltarín y, a veces, escondidizo entre las ramas bajas de los setos urbanos y paisajes externos.

No obstante, la cálida esencia del tierno pájaro fue desmontada por el biólogo evolucionista David Lack, al demostrar la ferocidad territorial del petirrojo mediante un experimento curioso. Entre dos ejemplares, si la voz de aviso o la presencia del regente haciendo uso del lenguaje corporal no es efectiva, se producirá el desencuentro fatal. Lack quería hallar la respuesta a varias posibilidades para concluir con una de ellas. ¿Qué desconcertaba tanto al pequeño pájaro frente a un rival; los movimientos, el canto, comportamiento provocador, los colores del intruso?

El desconcertado biólogo utilizó un petirrojo disecado dentro de un territorio ocupado por un congénere, evidentemente, vivo. Allí, se desató un tremendo conflicto de consecuencias inimaginables. El señuelo perdió la cabeza en primer lugar dada la furia de los ataques. El equipo continuó el experimento eliminando poco a poco diversas partes del petirrojo disecado sin que cesaran las arremetidas. Finalmente, sólo quedó un jirón de plumas rojas sujetas al alambre y, aún así, la agresión continuó.

Un mechón de plumas marrones hizo al petirrojo perder su belicosidad. El equipo de investigadores, después de todos los experimentos pertinentes, concluyó con la respuesta: el rojo de las plumas pectorales desencadenaba la furia del ave.







El plumaje del joven petirrojo, de coloración discreta, contribuye a su seguridad frente a predadores durante el primer año de vida dada su inexperiencia. Además, no lucir el rojo pectoral, los salvaguarda de posibles agresiones de los adultos.

Más sobre el petirrojo:

jueves, 12 de noviembre de 2020

Te estoy viendo...


Hembra de cabra montés Capra p. hispanica. Su recental probablemente aguardaba oculto entre las frondosas Ephedras de la repisa en lo alto del escarpe. La atención de su progenitora se multiplica.

Ciertamente, la mayoría de las veces, los animales ya nos han cazado con su mirada activa durante nuestra intrusión en la naturaleza. El escaso ruido que podamos provocar lo detectan rápidamente, al igual que nuestros leves movimientos, incluso, si permanecemos quietos. La vigilancia es un baluarte imprescindible en su vida diaria, de ella dependen en gran medida para alimentarse y sobrevivir. La falta de atención en un descuido, puede costarles la vida. 

Estornino negro Sturnus unicolor atisbando en derredor para comprobar la seguridad necesaria antes de acceder al nido.

Un águila calzada Hieraaetus pennatus se solea relajadamente sobre una terrera.
Su silueta llamó mi atención, pero ella, hacía rato que vigilaba mis pasos.

La chova piquirroja Pyrrhocorax pyrrhocorax se ha posado en el roquedo, la he visto llegar. Lo más importante para ella, parece ser, controlar mis intenciones.

Macho de roquero solitario Monticola solitarius. Centinela del entramado rocoso, siempre pendiente de los acontecimientos externos desde cada una de sus atalayas.

Algunas criaturas no se esmeran demasiado en vigilar correctamente y son fácilmente sorprendidas, como este zorro Vulpes vulpes durmiendo profundamente en un altillo rocoso. 


jueves, 29 de octubre de 2020

Bajo el peso del gavilán



El poder físico del águila de Bonelli Aquila fasciata había relegado al alimoche Neophron percnopterus a otro farallón donde ubicar su nido. 
Entre el bosque montaraz de pino carrasco Pinus halepensis, bajo sus afiladas copas, seguía los pasos de estos necrófagos que consolidaban su lugar de cría para evitar los encontronazos con la irascible rapaz de pecho blanco.

Con la tarde avanzada, mi atención se centró en la maraña acicular de los pinos.  Fueron cayendo del cielo tardío, espaciadamente, multitud de zorzales Turdus philomelos en peregrinación prenupcial, cubriéndose entre las ramas bajas y retorcidas de los pinos. Amparados por las copas de las altivas píceas podía sentir desde mi escondite el desconcierto y semblante temeroso de estas aves migradoras, tratando de escapar de la rapaz mas perseverante de la fronda boscosa. El gavilán Accipiter nisus pendía del espacio, soberbio, amenazante…

El peligro pasó cuando el más despistado erró en su estrategia defensiva.

Cañón del río Mesa, Zaragoza 12/03/2020



martes, 30 de junio de 2020

Avión roquero capturando un insecto



Me resulta complicado fotografiar de modo aceptable a los aviones roqueros Ptyonoprogne rupestris. Cuando consigo imágenes, he de arreglarlas ligeramente para corregir esas carencias de nitidez durante el seguimiento de sus fugaces trayectorias de vuelo.
Parece, cuando los observas, que pasean disfrutando de su gran capacidad voladora. Van y vienen a distintas alturas de los farallones rocosos. Se alejan sobre cielo abierto, siempre, tratando de buscar bolsas de insectos recompuestos después de atravesarlas con el pico abierto para capturar alguno. Se alimentan de una variada gama de insectos voladores como dípteros, mariposas, hormigas de ala y otros invertebrados minúsculos que arrastra el viento. Para capturar a sus presas, realizan vuelos constantes gastando gran cantidad de energía, la cual, han de recuperar mediante un elevado número de capturas. 
Suele cazar en pequeñas bandadas, modificando sus técnicas de prospección dependiendo de las horas del día. Han de ciclar el espacio de sus cotos aéreos con el fin de no sobre-explotarlos. Pueden también atrapar invertebrados posados en las rocas, e incluso, acuáticos de superficie con veloces y certeras pasadas. 

Avión roquero asciende en columna térmica.

Prospecta un estrato aéreo seleccionado en busca de invertebrados.

La imagen congela el momento crucial antes de la captura del insecto volador, interceptado con un elegante giro fugaz del avión roquero.

Los hinojos Foeniculum vulgare durante la floración, sobre todo, atrae a gran cantidad de insectos voladores y son un buen reclamo para estas aves.

Todos los arbustos adheridos a la roca son recortados por el vuelo impecable de este hirúndido en busca de sus presas.

 No desdeña tampoco las zonas bajas por las que también campea.

Por supuesto, los labrantíos con la míes dorada, producen gran concentración de insectos.

domingo, 7 de junio de 2020

Agateador común (Certhia brachydactyla): entre la madera y la roca



Este invierno pasado una fuerte nevada quebró las ramas de muchos pinos y tumbó gran cantidad de ellos. No son los árboles adecuados para un terreno tan rocoso en sus laderas.
En los años 50 se repobló el término municipal de Calmarza (Zaragoza) con pino carrasco Pinus halepensis. Se plantaron en pendientes cercadas por elevados farallones calizos y crecieron desmesuradamente para arañar los primeros rayos de sol entre tanta competencia; una carrera entre todos los plantones para escapar de la sombra proyectada por el cerrado cañón rocoso.
Era territorio antiguamente de encinas pero, una fábrica de papel (siglo XVIII) instalada en esta población, además de otros aprovechamientos de la madera, hicieron que como materia prima desaparecieran. 

Las piñas abiertas y secas son un buen refugio para determinados invertebrados. Desgraciadamente para ellos, la aguzada y alargada pinza del agateador es muy efectiva para extraerlos.
 

Caminar monte a través es complicado, y más, cuando toca sortear no solo aliagas, espinos o rosales silvestres, sino también árboles caídos de largos troncos y ramaje poblado. Todo ello, embadurnado en diferentes zonas quebradas de pegajosa resina.
La barranca solitaria donde aguarda ocasionalmente en invierno el estático cárabo, dentro de la hiedra, tiene durante su acceso un dilapidado escuadrón de pinos tumbados; grandes y pequeños. Ahora la luz llega con mas facilidad, e incluso, si se dan prisa los brotes de encina podrán hacerse sitio entre los robustos pinos imperantes para recuperarles el terreno que les fue arrebatado.

"Son aves confiadas, pero más que dóciles, parece que el hombre les resulta indiferente"; Philip Burton en el libro "Aves de Europa".


Un agitado reclamo, incesante, alarmado destaca sobre el ambiente sonoro del pinar. Es una nota tan machacona que por fuerza llamaría la atención de cualquier paseante.
Ahora el sol impregna los pinos creando multitud de claroscuros y contrastadas sombras. Un espacio ideal para un pajarillo que se descubre apeándose de la cara oculta y umbrosa de los rugosos troncos y escamadas ramas. Lo hace poco a poco, discretamente, puesto que su sobrecargada labor no le da para atender expresamente mi presencia invasora.
Macho y hembra trepan infatigables, reclaman contactados sin dejar de escrutar los orificios de la corteza, apurados afanosamente en hallar mas insectos y, de paso, apuntalando mi ubicación. Para no alterar su conducta hiperactiva tomo asiento apoyando mi espalda contra la fría roca de la mañana temprana. Hay un colchón de reseca hierba perteneciente al encame de un tejón, por lo tanto, estoy cómodo para seguir las evoluciones de la pareja de agateadores. Nada parece haber cambiado desde mi llegada para los trepadores de abigarrado plumaje. Al principio escudriñan las zonas altas de los pinos desde la mitad alta de los troncos. Caminan incluso, sobre las ramas gruesas y finas tanto por su parte superior como por la inferior. Ellos saben que sus presas aprovechan cualquier resquicio inexpugnable para escapar de su asedio.
Parecen por su mimético plumaje fragmentos de corteza vivos, inquietos, deambulantes manojos de nervios. Si no se movieran, creo que no sería capaz de descubrirlos. Les viene bien para sortear la mirada profunda del gavilán, escrutador infatigable de estos espacios apretados. De hecho, dos montoncillos de plumas de carbonero y zorzal exponen fríamente la prudencia a tomar entre todas las labores pendientes por parte de estos agateadores. Esta rapaz del bosque es como un ciclón devastador en los giros y, experimentado sorteador de las ramas infinitas e interpuestas que componen este vergel de coníferas.

El agateador es un pájaro de apenas 11 gramos de peso con una altura de 12 cm. El enorme desgaste físico de su actividad trepadora los obliga a dedicar largas jornadas de búsqueda de alimento. 


Va pasando el tiempo y los agateadores consuman viaje tras viaje el aporte de insectos para su descendencia, pero ¿dónde está el nido? ¡Claro! He tenido un ligero despiste y, cuando los veo desaparecer entre la roca simplemente me he dedicado a localizar al críalo que revoluciona con su griterío la tranquilidad de este guardado rincón. Al prestarles mas atención compruebo cómo sigilosamente realizan una travesía por la roca hasta una recogida fisura donde aportan las capturas a sus vástagos. Después, cumplida la labor salen disparados a por mas invertebrados en los troncos colindantes.
Han aceptado mi quietud con ajustado recelo, pero, al darme cuenta de ello he preferido desaparecer del escenario sorprendido por la extraordinaria capacidad de trabajo de estos discretos pájaros escaladores de la madera y de la piedra.

Nidifica en grietas, agujeros, cortezas desprendidas y otros resquicios adecuados de los árboles; ocasionalmente puede utilizar construcciones humanas. No he hallado referencia alguna sobre la nidificación de esta especie en fisuras de la roca como se aprecia en la imagen (no he fotografiado el nido pero se adivina). 
Este amurallado bosque de pinos a baja altitud, ha debido de ser una buena opción para el ave al decantarse por la roca como lugar protegido para anidar.

Las rectrices afiladas y rígidas de los agateadores, similares a las de lo pájaros carpinteros, cumplen la importante función estabilizadora y de apoyo durante sus movimientos.








Los agateadores como los trepadores demuestran una capacidad asombrosa para trepar por los troncos y ramas de los árboles. Su pericia les lleva a descender cabeza abajo, aunque en este caso, los trepadores lo hacen con mas regularidad.

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