domingo, 3 de mayo de 2020

El tejado soleado del mochuelo



Cuando miro las fotos, a veces, no caigo en los detalles básicos que proporcionan una historia. Las miro repetidamente, me gusta recordar con nostalgia el momento placentero de aquella observación. Esta vez, tocó a un mochuelo Athene noctua posado sobre el perfil de un vetusto tejado; soleándose. Concentrado en los detalles, me alertó su plumaje humedecido. 

Aquel preciso día, para acortar distancias camino de una vieja construcción mientras atravesaba un apretado herbazal, el rocío empapó mis botas ya desde los primeros pasos. Quería llegar hasta el corral de ganado ovino y encontrar un punto adecuado para fotografiarlo. Había llovido anteriormente con ganas, todo estaba enfangado y, de hecho, el año en cuestión ya figuraba como el más lluvioso desde 1981.
Al viejo cobertizo le faltaba una pared lateral. Se desplomó dejando una buena abertura aprovechada ahora para guardar el obsoleto remolque; tal vez, de por vida. Y en lo alto del tejado, agradecía la pequeña rapaz nocturna el enorme favor del gran astro. Estaba muy cómoda con los primeros rayos de sol. 
A pesar de la escasa calidad de las fotos no sólo destacaba el desaliñado plumaje del pecho, las calzas y las puntas de las rémiges y rectrices, también se apreciaba el gancho de su pico ligeramente embarrado como los dedos y las uñas de sus garras.
 
Pico y dedos embarrados en la imagen ampliada para apreciar los detalles. 

A toda esta reflexión se unió el capítulo de alimentación del mochuelo en la enciclopedia de Fauna Ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente “Un búho que come lombrices”. Entonces debía de ser un dato bastante común en Europa central, cuando en nuestro país despertaba el interés y la curiosidad por conocer mejor a su fauna en todos sus aspectos biológicos.
Se sabe que para el mochuelo, las lombrices son de un gran valor nutritivo e importante en la alimentación de sus pollos durante la estancia nidal. Por lo tanto, se entiende esta oportunidad brindada a los progenitores de aprovechar los labrantíos húmedos por las últimas lluvias, sabiendo que les favorece el terreno blando para sorprenderlas.
 

No es fácil conseguir unas secuencias camperas del mochuelo en acción. Pero, me tuve que conformar con esta en la que la rapaz parece concentrada en el suelo blando y húmedo del terreno. Así estuvo rondando el lugar durante quince o veinte minutos.

Las lombrices excavan galerías en el suelo y salen de noche a explorar sus alrededores. A medida que perforan la tierra la van ingiriendo, extrayendo de ella nutrientes que provienen de la descomposición de materia orgánica, como hojas y raíces. Una lombriz puede comer en un día el equivalente a un tercio de su peso corporal. En épocas de humedad copiosa arrastran hojas al interior de la tierra para alimentarse. 
Todos estos pasos en falso también dados por los insectos y micromamíferos, son aguardados por el mochuelo que, como bien sabemos, es un aventajado alumno en su territorio de caza.
Claro, no deja de ser curiosa la oportunidad de aprovechar las lluvias torrenciales que obligan a las lombrices a salir a la superficie para alimentarse o no ahogarse. El mochuelo aprendió la maniobra que realizan estos anélidos, y supo aguardarlos pacientemente en la superficie para capturarlos haciendo uso del pico y de las garras. 
Sin embargo, esta pequeña pero gran rapaz también impresiona por otras excepcionales dotes cazadoras no solo de lombrices, escolopendras y escorpiones. Así nos deleita en los resultados de un estudio sobre el mochuelo en Sierra Morena Carlos María Herrera, hallando en una ocasión los restos de un arrendajo Garrulus glandarius y de un cernícalo vulgar Falco tinnunculus en un nido. Sorprendente a pesar de los años que han transcurrido desde las citas.
Añadiría dos presas menores a las capturas del mochuelo que corresponden a ejemplares jóvenes de abejarucos Merops apiaster. Hallé los restos al pie de un nido abandonado en unas terreras zaragozanas no hace mucho.


























sábado, 25 de abril de 2020

Algunos rastros del tejón (Meles meles)


Tejón en la nieve. Obra del ilustrador Manuel Sosa. 
Os dejo el enlace para que disfrutéis de su galería con obras originales y láminas excepcionales; https://www.manuelsosa.com/

Sigo rascando pequeñas historias vividas con nuestra querida fauna ibérica. He escogido esta del tejón por lo peculiar del encuentro, aderezada con fotografías archivadas sobre rastros habituales de este gran mustélido.


Es de madrugada, pero una madrugada cerrada, gélida, ligeramente alboreada por la escarcha. Gracias a los faros del coche adivino la presencia de un animal corriendo apresurado por el borde de la carretera. Por fortuna, es una carretera local sin apenas tránsito. No hay animal cuya carrera sea tan agitada como la del tejón Meles meles. Casi parece un elemento esférico que recuerda a los pompones sacudidos por las animadoras de ciertos deportes. He ralentizado la marcha, sé que el mustélido busca la bajada hacia el camino pedregoso que lleva a su madriguera y, quiero facilitársela. Baja precipitado la pendiente, hasta que la oscuridad de las sombras lo absorbe en su totalidad.
Seguramente, su campeo ha concluido y acude raudo a su cubil, que no es otro que el que os muestro en las imágenes de la entrada.
Su alimentación omnívora provoca visitas a huertas donde los horticultores critican los destrozos ocasionados. Al estar la vega prácticamente ocupada por parcelas de cultivo humano condenan a los tejones y a otros animales, a los que no quedan apenas espacios silvestres para nutrirse.

(Ejemplar atropellado)

Tiene una gran capacidad olfativa muy útil para descubrir las lombrices, caracoles y otros invertebrados de los que se alimenta; además de ranas, micromamíferos, carroña, raíces, bulbos, fruta, bayas, etc.

Uñas muy desarrolladas en las manos para excavar tanto en sus cubiles como en zonas apropiadas para hallar a sus presas bajo tierra.

Los tejones son animales plantígrados con cinco dedos provistos de largas y poderosas uñas. Detalle de las almohadillas que forman la palma de la mano.
Las extremidades posteriores no tienen uñas tan prominentes.

El peso de este mustélido (7 a 13 kg en verano, 16 a 24 kg en otoño) y su modo de pisar fuerte, deja detalles claros de sus huellas sobre superficies blandas. 
Con su modo de caminar, posiciona en la mayoría de los rastros el pie sobre el talón de la mano. Las uñas de las manos mas marcadas que la de los pies.

Esta pequeña rambla de escorrentías deja un pasillo muy utilizado por el tejón para transitar cómodamente desde su madriguera hasta la zona fluvial.


Para depositar sus excrementos, el tejón escarba un pequeño agujero que no tapa después. Es normal que estas letrinas sean utilizadas mas de una vez. Se hallan cerca de la tejonera o en sus zonas de tránsito.
Dependiendo de la alimentación, las heces pueden tomar diferentes tonalidades.

Las heces son cilíndricas y tienen superficie áspera y rugosa. Su contenido son restos de insectos, granos y bayas. 
En la imagen se aprecian las escamas ventrales de un pequeño reptil.



El aseo para los tejones como para la mayoría de los animales resulta de vital importancia y, por ello, dedican una buena parte de su tiempo al buen estado del pelaje.
En primavera, parte de su pelambre, sufre una caída anual ante la llegada del calor. En la imagen se aprecian mechones sobrantes de pelo, probablemente, arrancados por el tejón durante su acicalamiento.


El tejón, al extraer tierra del interior de las galerías arrastrándola con las zarpas, la lleva a una corta distancia dejando a la entrada un marcado surco, sobre todo, en zonas de tierra bajo árboles corpulentos. 
En el caso de la fotografía cuya tejonera se ubica bajo un cortado calizo, no ocurre así por la dureza del terreno. Comprobamos que la tierra tiene materia vegetal utilizada para la cámara de cría y descanso, desechada tras una limpieza o agrandamiento de alguna galería. 

Cuando es un zorro Vulpes vulpes quien realiza la misma labor, no arrastra nada mas que tierra. Además, su costumbre de lanzar con fuerza la tierra con las zarpas hacia el exterior, provoca que el montón de tierra forme un abanico.

Zorrera recién excavada. El fuerte olor a descomposición de restos animales que despide la guarida del zorro la diferencia de la del tejón, cuya alimentación es menos carnívora.



domingo, 19 de abril de 2020

Muestras óseas de presas lisiadas capturadas por el búho real



Mandíbula inferior de Rattus norvegicus con una infección grave.


Hablar de la alimentación del búho real sería demasiado recurrente si no se contara con alguna novedad que rompiera esa tendencia tan explotada gracias a los grandes trabajos de estudio de la dieta de esta rapaz nocturna. No voy a incidir en ello, puesto que hay una larga lista bibliográfica de excelentes trabajos al respecto, interesantes y muy detallados. 
Ahora, sí os ofreceré unas imágenes elocuentes de cierto tipo de presas con limitaciones físicas capturadas por el búho real y descubiertas en los análisis de egagrópilas que realicé hace unos años. Son pocas, pero muy curiosas.

Al final os dejo el enlace sobre un estudio de Pedro Fernández Llario y Sebastián J. Hidalgo referido al tema tratado: “Importancia de presas con limitaciones físicas en la dieta del búho real Bubo bubo”, explicando la importancia del búho real como controlador selectivo de presas transmisoras de enfermedades.

Por lo demás, entender la dura existencia de esas especies que estoicamente superaron periodos de vida más o menos largos sufriendo una enfermedad, heridas infecciosas o fracturas óseas. 
Gracias al análisis de Adérito Calzón Ayerza (veterinario) realizado con la única disponibilidad de las fotografías para sacar un complicado diagnóstico, podemos saber con cierta probabilidad, las causas que afectaron a estas malogradas víctimas.
Uno puede imaginar el suplicio de la rata gris Rattus norvegicus en el transcurso de su infección. Capturada por el búho real, tal vez fuera el alivio a una agonía dolorosa. Qué decir del ratón de campo y la fractura soldada de su tibia. Sospechamos del dolor en la recuperación, pero, descubrimos que el roedor se dio cierta vida antes de morir en las garras de la rapaz nocturna.
Los análisis de egagrópilas nos descubren verdaderas historias sobre las presas, al margen de la identificación de las especies depredadas. Un mundo lleno de sorpresas.

Nº1
Mandíbula inferior izquierda de rata gris o de alcantarilla Rattus norvegicus (arriba), y de rata negra o campestre Rattus rattus (abajo).

Lo más probable es que se trate de una infección ósea, bien sea primaria por acción de una bacteria y aquí las más habituales por el tipo de lesión que se ve pudieran ser un Mycobacterium, Fusobacterium y más difícil Yersinia o bien  secundaria a una lesión por mordedura en peleas, depredadores, etc y posterior contaminación. Se ve como una línea de fractura semicircular. Obviamente, con ese grado de lesión y sus consecuencias, la vulnerabilidad ante un búho aumentan, de ahí que en las egagrópilas haya un sesgo hacia animales con  “déficits”(Dejémoslo entre comillas). Tampoco sería una malformación congénita por el tipo de lesión.

Fractura ósea soldada en tibia de ratón de campo.

Nº2 
Tibias y peroné (izquierda), fémures (derecha) de ratón de campo Apodemus sylvaticus

En esta no hay duda. Se trata de una fractura no consolidada correctamente por falta de reducción lógicamente y por tanto callo óseo defectuoso. 
Los fémures más que alargarse para compensar lo que si ocurre es que si un hueso está sometido a una mayor carga se suele producir un aumento de crecimiento y alargamiento por tanto. Los trocánteres cerca de la cabeza están algo desprendidos e igualmente las partes distales.


Nº3
Fémures y tibias de rata campestre Rattus rattus. 


Nº4 
Metatarsos y falanges de conejo Oryctolagus cuniculus.

(Nº3 y Nº4) Engrosamiento por antigua osteomielitis ya curada que produce aumento del diámetro del hueso por aumento de grosor de la cortical.


Nº4 
Metatarsos de conejo Oryctolagus cuniculus.


Exostosis por traumatismo o infecciones en el periostio en zona probable de inserción de músculos que facilitan una mayor respuesta ósea celular reactiva en esos puntos concretos.   
                                                                                                                    
Búho real Bubo bubo.

Conejo Oryctolagus cuniculus. 
Prácticamente todos autores de estudios de alimentación del búho real coinciden en catalogar al conejo como su presa potencial y básica.

Restos de conejo abandonados por el búho real, no muy bien escondidos. Observad los mechones pegados a la pared donde se alimentó.

Después de acudir de nuevo, gracias a su gran memoria, la rapaz nocturna termina con la presa (si no le es arrebatada).

Egagrópila en posadero dentro de una oquedad.

Posadero en repisa donde se aprecia una egagrópila, deyecciones y tres plumones de la rapaz nocturna.


(Pedro Fernández Llario y Sebastián J. Hidalgo de Trucios)



martes, 14 de abril de 2020

Demasiado sueño para un búho real



He rescatado una observación muy curiosa que recuerdo como un especial apunte de campo. Se trata del sueño demasiado profundo de un macho de búho real Bubo bubo que me dejó perplejo.

Nos desplazaremos al río Dulce en Guadalajara. El mismo que atraviesa el paisaje de quebradas donde voló el Buitre Sabio, el águila real prendiendo al recental o la Bella Matadora entre la galería de álamos negros; me refiero a la hoz de Pelegrina. Un paraje que abrumó los sentidos de Félix Rodríguez de la Fuente; no es de extrañar.

Cada vez que hago escala en este paraje, tengo la misma admiración hacia sus cortaduras calizas y paisaje diáfano. Todo es, como si me sorprendiera de nuevo una vez más. Este recogido roquedo, sigue albergando al Gran Duque que en estos momentos se halla aposentado en su alcoba arbustiva. Confieso que no me canso de observarlo y admirarlo. Cada vez, es como la primera.

La rapaz está ubicada sobre la rama horizontal de su lentisco. Hay otros arbustos mas, pero este es el suyo. Entre el entramado ramaje distingo su cuerpo bastante difuso, mimetizado. Las afiladas uñas de sus dedos anteriores descansan sobre la áspera corteza que lo soporta. Al principio, como siempre, no me ha quitado la vista de encima, pero, a medida que el tiempo pasa, todo juega a mi favor si continúo estático en el lugar elegido. Anoto que ahora, su atención la atraen los pajarillos que pululan por el espeso enramado del arbusto, y por su cercanía, le causan mayor inquietud. No logro verle los penachos cefálicos, pero, sí destaco su blanca pechera y el vermiculado de su plumaje.
Si se alarma, abre totalmente los ojos o uno de ellos, girando su cabeza a la fuente sonora provocada por currucas y fringílidos habitualmente. Tras comprobar que todo va bien, controla mi posición y seguidamente cierra los ojos lentamente dormitando de nuevo.

Lentisco sujeto al piso de la quebrada caliza. Entre el hueco de la grieta rocosa y la base del ramaje descansa la rapaz.

11´00 horas. Continúo en el mismo lugar y detrás del telescopio. Las siestas del búho real son cada vez mas prolongadas, el silencio relaja. Mi inmovilidad parece que ya no le incomoda.
En este particular momento, al observarlo con los 60 aumentos veo su ojo derecho mirándome fijamente, impresiona bastante su amenazadora expresión facial. Al hallarse todo en orden, de nuevo lo cierra.

11´06 horas. Acicala la garra derecha, después, sujetándose con la mencionada extremidad repite la operación con la izquierda. Está tan somnoliento, que su garra cae lentamente, parece como si no le diera tiempo de aguantar el sueño antes de apoyarla en el tronco. Al hacerlo, los dedos quedan cerrados sobre la corteza. Me sorprende ¿Qué noche de actividad tan desenfrenada habrá tenido esta rapaz? Poco después, descansa sobre las dos extremidades y dormita de nuevo.
Hasta las 11´15 horas el búho real reposa plácidamente. Aprovecho para mirar los posaderos más alejados. Entre los restos de presas hallados durante el paréntesis de observación, figura un joven aguilucho cenizo Circus pygargus.
 
Búho real dormitando profundamente entre el ramaje y los frutos del Lentisco.

12´00 horas. Ocupo de nuevo el observatorio. Esta es una zona muy tranquila, aunque esté situada al lado de un camino agrícola. Supongo que en época festiva será bastante visitada por gente que la conozca.
La rapaz apenas se inmuta ya por mi presencia. Está mas pendiente de la parte superior y alrededores de su descansadero que de mi punto de observación.
Cada corto espacio de tiempo, variable, atusa ligeramente su plumaje y las garras. Después, realiza otro barrido de control con sus anaranjados ojos; sosegado, los cierra lentamente y dormita. Sus penachos se mantienen enhiestos y los párpados inferiores cubren más porción ocular que los superiores. Este detalle solo lo he visto en búhos reales que descansan plenamente (pocas veces).

13´18 horas. No me movería si no fuera por que he de visitar mas zonas y el tiempo es limitado. Estas observaciones aparentemente tediosas, me aportan una información interesante. No todo ha de ser acción. La mayor parte del tiempo el búho real lo ocupa en descansar, por lo tanto, no desdeño sus horas de inactividad para comprender mejor a este gran cazador de la noche entregado a su recuperación.

13´28 horas. De nuevo picotea una de sus garras, concretamente la izquierda y, antes de terminar, cae dormido plácidamente con la extremidad levantada. A los pocos segundos un espasmo le hace reaccionar y la apoya, me mira temeroso, como asustado y, seguidamente, vuelve al leve sopor. Todo en orden.
Los búhos reales observados toleraban mi quietud al cabo de unos veinte minutos, con éste, apenas pasaron cinco.

La cámara Nikon Coolpix 4500 y el telescopio (digiscoping) con que hice la foto del búho real, se estropeó aquel día. Comenzó a enloquecer el enfoque y, salvo la foto expuesta de la rapaz, no pude recuperar ninguna mas en condiciones aceptables. 
De todos modos, enfocar con aquella minúscula pantalla era todo un desafío.

Paisaje de paramera cerealista con peñascales calizos.

Cortadura rocosa inaccesible donde anida el búho real.




viernes, 10 de abril de 2020

Pajarera bueyera


Dormidero de Garcillas bueyeras.

Otra opción para no acercarse a las pajareras durante la cría, es esperarlas en sus arboledas de otoño e invierno. Bueno, no es lo mismo disfrutar de su plumaje nupcial, mas vistoso que, el del resto del año, menos colorido. Sin embargo, las criaturas son las mismas; tanto la algarabía que montan al concentrarse, como la vivacidad y colorido al aposentarse en sus dormideros ribereños después de la reproducción.

En la ciudad de Zaragoza, a orillas del Ebro, cuyo cauce discurre al pie de la basílica del Pilar y bajo el imponente Puente de Piedra, podemos presenciar el alboroto de estos medianos ardeidos ya desde el otoño. Cualquier paseante las puede contemplar sin temor a molestarlas caminando por los tramos pertinentes del paseo. Al atardecer acuden prestas a ocupar sus respectivos posaderos, no sin las disputas diarias para defender su pequeña parcela. Gregarias sí, pero, no revueltas. Aquí se respeta el metro cuadrado correspondiente como si se tratara del espacio nidal.

Dando paso al invierno avanzado las visitas crecen, agrupándose estas garzas por centenares junto a sus parientes las garcetas comunes Egretta garzetta, éstas últimas en cantidades inferiores.
Llevan las garcillas bueyeras Bubulbus ibis unos cuantos años congregándose en este reducto ribereño urbano. Seguramente, la urbe las proteja del exceso de viento y frío tan "corriente" por aquí.


Disputa entre la que llega queriendo ése sitio y, la que no va a permitirlo.

Bonitas pero, con genio.

Advirtiendo, tal vez que, ni se te ocurra venir aquí.


La llegada de la primera rayada de sol al amanecer es ideal para acicalarse.


Rascada de cabeza, donde no llega el pico (para aliviar el picor o ahuecar el plumaje cefálico).


 Y, cómo no, sacudida del plumaje.




Abandonadas las ramas de los álamos, otra quedada en un islote del río. Una gaviota patiamarilla Larus michahellis descansa junto a ellas.


No podía faltar la grandullona de las garzas, la real Ardea cinerea.


Por último, la majestuosa panorámica vista desde el paseo. Qué maravilla para un amante de las aves.