martes, 21 de mayo de 2019

Alimoche sigue visitando carroña de buitre leonado




A pesar de acostumbrarme a las imágenes de explotación de carroñas donde los alimoches y los córvidos hallan las reses muertas yendo todos a por las zonas blandas, ésta vez no lo vi así. 
En la anterior entrada os comentaba como el pequeño carroñero consumía partes tiernas del buitre leonado.
Pues ahora, de nuevo, pasado casi un  mes, lo veo posado sobre el cadáver del gran necrófago tratando de extraer lo mas comestible o aprovechable de la carcasa emplumada. El buitre leonado está mas seco que la mojama y los pellizcos apurados del alimoche no le dan para algo mas que cecina coriácea o algún coleóptero necrófago que llevarse al buche.
Es posible que las tiras deshidratadas de la carne arrancada por el alimoche le supongan un nutriente efectivo, dada su capacidad gástrica para digerir esos retales aparentemente incomestibles.
Después de ingerir todo lo posible vuela hacia el nido y, supongo, que para aportar algún retazo del ave muerta a la hembra interna en la oquedad. 
Tras la fugaz visita al nido, de nuevo a su posadero habitual en la sabina del cortado donde pasará la noche.

Cañón del río Mesa, 11 mayo 2019, 20´37 h. 


Las visitas de los alimoches a los nidos de buitre leonado son habituales, sobre todo, al atardecer. Son prospectores concienzudos en busca de restos de alimento aparentemente incomestibles.
En la imagen ampliada, el macho de alimoche aborda un nido de buitre leonado donde el pollo está mucho mas desarrollado que el resto de la colonia. 


viernes, 3 de mayo de 2019

Alimoche comiendo buitre leonado.



La enfermedad de "las vacas locas" o encefalopatía espongiforme, es una enfermedad que afecta al cerebro y al sistema nervioso. El patógeno responsable es el prión, una proteína capaz de infectar a los humanos mediante el consumo de carne de vaca. 
Las investigaciones relacionaron la enfermedad con el ahorro de producción en la nueva fabricación de piensos, hechos con huesos y restos de animales terrestres, entre ellos, cabras y ovejas.

Ya han pasado algo mas de 25 años desde que se registrara el primer caso de la mencionada enfermedad que obligó a deshacerse de una gran parte de esta ganadería bobina, incinerándola y enterrándola para atajar el problema.
La peor parte se la llevaron los carroñeros alados como el buitre leonado. Desesperados por el hambre, abordaban contenedores de explotaciones ganaderas, acercándose con menor recelo a granjas de todo tipo con la única intención de alimentarse.

Detalle de buitre leonado devorado por otros buitres años atrás. Nótese el estiramiento del cuerpo por la acción de los comensales y, abajo, el esternón picoteado.


Comento esto, precisamente, por que hallé debido a estas circunstancias y en aquellos años, el primer buitre leonado Gyps fulvus consumido por sus congéneres. Fue un hecho desconocido para mi muy desalentador por la conducta de esta rapaz carroñera, empujada al hambre por la restricción del abandono de animales domésticos en los montes a causa de la enfermedad de las vacas locas. 

Por fortuna, desde hace bastantes años, los buitres que encuentro muertos son respetados por sus semejantes y devorados solamente por otros carroñeros como zorros Vulpes vulpes, garduñas Martes foina, tejones Meles meles, etc. "Perro no come perro"; así lo comprobó un equipo internacional de investigadores que explican que "los carnívoros saben que la carroña de sus semejantes provoca enfermedades". Sin embargo, el hambre rompe esas barreras, incluso en las normas humanas tal como ocurriera a aquél equipo de personas accidentado tras caer su avión en los Andes. La desesperación les obligó a aceptar la única disponibilidad de alimento; sus propios compañeros muertos.

Posadero de alimoches en sabina antes de comenzar la cría. Abajo, el macho solitario mientras la hembra ocupa el nido en otro lugar.


Desde la ventana de casa, donde veo el dormidero de los alimoches Neophron percnopterus, descubrí un buitre leonado muerto gracias al blanquinegro buitre. El cortado rocoso es una gran colonia de cría de buitres leonados y también un dormidero comunitario. Está claro que el ejemplar comentado no despertó aquél día y quedó apoyado frente a la roca con las alas abiertas. Tan sólo unos 50 metros separaban al alimoche de la nueva carroña. El mismo dormidero compartido sigue utilizándolo el macho en solitario, ya que la hembra está en el nido. El pequeño buitre sabio no tenía mas trabajo que descender hasta la despensa para alimentarse. Desde las 8´00 horas de la mañana y durante los tres días que lo observé, estuvo visitando los restos del buitre. Una buena fuente de alimento para él sólo, sin otra compañía que la de las grajillas Corvus monedula. 

Zona inaccesible donde yace el buitre leonado. Abajo, la misma imagen ampliada donde se aprecia al alimoche desgarrando la zona dorsal del gran buitre. 

En esta ocasión, la distribución de carroña en los muladares hace ignorar a la colonia de buitres leonados la muerte de uno de los suyos, algo que favorece al tempranero alimoche para avituallarse. Un interesante botín que le ahorrará, por unos días, esas interminables prospecciones en busca de alimento que compartir también con su pareja.



jueves, 25 de abril de 2019

Un día de inquietud




El monte está lleno de conejos Oryctolagus cuniculus y, al paso del vehículo, corren en todas las direcciones. Se ocultan rápidos, zigzaguean desesperados por ocultarse y, los más curiosos, se detienen mirando con atención. Uno de ellos, tiene dificultades para encontrar su cubil, apenas puede abrir los ojos y camina a tientas guiándose más por el olfato.
No hay duda sobre la visible explosión demográfica de estos lagomorfos por esta barranca de la particular estepa.

Transito lentamente por el camino agrícola deteniéndome frente al antiguo posadero del macho de búho real Bubo bubo, mirando además el hueco donde criaron en la loma de yesos y, encuentro ambos deshabitados. No hace falta que baje del vehículo en el improvisado trayecto, tan sólo con avanzar sin prisas y con paradas puntuales, la información, aunque superficial, resulta suficiente.

Hembra de búho real frente a su nido con cinco pollos de algo mas de cuatro semanas.


Al paso de la siguiente vaguada coincido con la pareja de rapaces nocturnas, parecen agobiadas. El macho con suma agilidad, dado su menor tamaño, abandona súbitamente la compañía de su consorte entre el declive, superando la cima del cabezo.
Allí queda, solitaria, la hembra. Su insistente mirada al mismo punto, sin prestarme atención, me desconcierta. No entiendo qué hace la hembra, dubitativa, a las 8´30 horas de una mañana luminosa posada en una cortadura de yeso y desprotegida de hostigadores. Insiste la hembra con su mirada alternando la parte alta del monte con la más baja. Apenas una mirada fija pero fugaz se encuentra con la mía. No soy su mayor problema.
Gira media vuelta dando la espalda a su fijación, se impulsa con fuerza y emprende el vuelo con decisión. No se va por la parte superior como el macho, sino todo lo contrario, lo hace por su parte baja cerca de mi ubicación. No repara en mi presencia.
Creo que tengo que mirar la barranca para eliminar cualquier duda que más adelante, pudiera lamentar.



Después de rodear toda la loma y ascender para optar a una vista adecuada de la vertiente mas apartada donde estaba la hembra, descubro desde lo lejos en una desdibujada repisa unos cuerpos inertes, disgregados y con extrañas posturas; uno de ellos, queda tres metros más abajo y pegado a un matorral. Tras una paciente espera de unos diez minutos ninguno se mueve, creo que están muertos. Ni siguiera unas fuertes palmadas de desesperación al aire los hace reaccionar.
No accederé al nido para no contaminarlo con mis huellas, pero sí daré aviso a la Guardería de Medio Ambiente para que tomen las medidas pertinentes por si hubieran sido golpeados o envenenados.



El mismo día acude Ester, una agente medioambiental a quien expongo lo ocurrido. Saca unas bolsas negras, para depositar aisladamente los cuerpecillos de los cinco pollos de unas cuatro semanas de edad. La angustia nos enmudece. 
Me acompaña al lugar y ambos ascendemos en silencio por la térrea ladera de fragilidad evidente. En el último giro, cuando encaramos el nido faltando unos diez metros, la hembra lo abandona y los pollos, resucitados, nos observan alterados mientras sus audibles chasquidos tratan de intimidarnos. Me giro de inmediato hacia la agente y, con una sonrisa nerviosa, le comento que los pollos están vivos. Siento un enorme bochorno solamente superado por el alivio de tan amarga experiencia. El prejuicio de tantos atentados mortales contra esta rapaz y sus vástagos me llevaron a esta encerrona. Por fortuna, hoy no ha sido el caso, y ambos respiramos tranquilos. Me disculpo, y ella quita hierro al asunto. Sin embargo, no conviene bajar la guardia, no es la primera vez que estas aves son tiroteadas y los pollos sacrificados.
Con todos los datos en la memoria me resulta más sencillo establecer un balance de lo acontecido y, por lo tanto, de lo aprendido.



La vista atrás, me hace reflexionar y comprender desde el principio de la historia el porqué de la mirada atenta de la hembra de búho real al mismo punto, que era precisamente, el nido con sus cinco vástagos. También, la insistente mirada bajo sus garras donde los conejos correteaban al fondo del barranco. Con tanta descendencia, las noches se hacen cortas y el trabajo de alimentarlos una exhaustiva labor. Por ello, la pareja emprende el vuelo espontáneamente tratando de incrementar el horario nocturno arrancando tiempo a la luz del día. El pico matinal es muy útil para asegurar las reservas de la despensa familiar.

Por otro lado, entiendo la inmovilidad de los pollos, agotados durante la noche para asegurarse su bocado, peleándolo frenéticamente contra el resto de los hermanos. Cinco pollos en un nido tratando de luchar por su ración de carne ha de ser agotador.
Me resulta, después de todo, mucho más sencillo entender que 10 ojos permanecieran apagados ante mi presencia a causa del cansancio acumulado por sus continuadas batallas en busca de la primera ceba. No me disgusta en absoluto seguir aprendiendo.


A pesar de todo, es recomendable que ante muertes evidentes e incluso si el escenario expone dudas, no manipularlo y recurrir a los agentes medioambientales o al Seprona; ellos valorarán correctamente la situación sea cuál sea, actuando en consecuencia.


Los conejos con la enfermedad avanzada echan a correr ante cualquier peligro tomando rumbos desorbitados.
La acción de las rapaces es muy útil para erradicar los ejemplares afectados.



domingo, 30 de diciembre de 2018

Entre el búho real y yo (otro modo de vivir la naturaleza)



Es tan extraordinaria la sensación de interactuar con el gran búho que, aunque se repitiera eternamente, no dejaría de sorprenderme ni un momento. 
Las fotografías corresponden a esta primavera pasada, en otro encuentro más con dicha estrigiforme. Todos los años dispongo de un lugar habitado por esta magna rapaz nocturna que visito con interés y dedicación, allí voy siguiendo su vida; cómo regenta su feudo y el desarrollo de la cría con el equipo óptico.
Los machos de búho real con mayor ardor territorial, no tienen ningún inconveniente en abandonar su posadero ante la amenaza de otro macho relacionada con su territorio; incluso, durante la luz del día.

En este caso, siguiendo el curso de un nido tan peculiar por su ubicación, tenía cierta desazón sobre el número de pollos y su estado. El nido era inabordable con el telescopio desde cualquier punto de observación; tanto desde arriba, como desde abajo. La única opción era la de imitar la voz del búho real. En otras ocasiones, los pollos cuando escuchan el canto del gran búho se tranquilizan y contestan con una voz áspera, audible, asomándose confiados. La primera vez que contestaron a mi voz imitando la del macho de búho real fue en el cañón del río Dulce en Guadalajara. En aquella ocasión, se acercaron con soltura dos jóvenes volantones sobre una roca a unos 20 metros de distancia, su voz era una especie de siseo áspero, discreto, pero audible como he comentado.

La oportunidad para ocultarme era bastante propicia, ya que bajo las inmediaciones del cortado de nidificación hay un frondoso sotobosque de corpulentos árboles. Comencé mi turno plagiando el canto de búho real y pude observar a dos pequeños búhos asomándose con curiosidad y contestando. Seguramente no habría más; dos cabezas y la alternancia de dos reclamos lo confirmaba. 
La zona está muy humanizada y la gente deportista es habitual. Para que os hagáis una idea, el nido que comento estaba a 4 metros bajo un camino muy transitado por bicicletas, corredores y algún vehículo. Esta rapaz nocturna se ha abierto paso hasta lugares insospechados cerca del ser humano, eso sí, pasando muy desapercibida. Por esta causa, hago cierto seguimiento desinteresado para comprobar que el tránsito de ciclistas y vehículos no resulta problemático para la familia de búhos. Por cierto, salieron adelante. 
No hace falta modificar nada, la hembra elige el lugar convencida de la buena ubicación para sus retoños y, los ciclistas, su deporte. Que cada uno siga su curso.


El macho de búho real me tantea con su voz.


Contesto y se gira con rapidez para confirmar el origen de la voz del oponente.

Satisfecho con el resultado era el momento de retirarme, hasta que noté entre el arbolado la silueta descomunal del macho de búho real buscándome. Me oculté bien bajo el dosel forestal, aunque pronto dio conmigo por el engaño. Le contesto y me contesta; me está cercando poco a poco con gran efectividad. Descubre al final mi emplazamiento y, como siempre, prima más en su irascibilidad la voz del impostor imitándole que mi persona.
Finalmente, concluyo el plagio (es como una retirada) y la rapaz prosigue durante 20 minutos más ululando, evidenciando su mandato territorial. El búho real zanja la intrusión a su favor y, de nuevo, se recoge para descansar y aguardar la dura jornada nocturna.


  Con una exactitud pasmosa, la rapaz da con mi escondite.


En este viejo apunte (expuesto a continuación) os podéis hacer una idea de toda la trama sobre la reacción y expresión de un macho de búho real instigado por un supuesto invasor de su territorio (imitando su canto); desde que escucha el desafío, hasta que se recoge. 

9 de marzo de 2003, 10´30 a 12´30 horas.

Estoy ubicado en lo alto de un barranco cerca del borde del camino. He revisado con el telescopio el nido del bloque de caliza hallándolo vacío. Aquí la tranquilidad es más complicada por la circulación de vehículos a motor que arrasan los caminos.

Curiosamente, cuando me disponía a abandonar el lugar, descubro por casualidad dentro de la oquedad cercana al cierre del barranco a un ejemplar de búho real que descansa en su interior, temeroso. La oquedad está a un metro y medio de altura. Contra la piedra del fondo y la penumbra de la cavidad, la rapaz se funde con acentuado mimetismo. Sorprendentemente no ha levantado el vuelo, y a una distancia de unos 50 metros me observa con detenimiento.
Después de una hora frente a frente, sin cantearse, el búho real cierra tan sólo ligeramente los ojos sin abandonar su férreo control visual. No le veo los penachos cefálicos tapados por el techo rocoso, podría tratarse de un macho pero, tengo mis dudas.

Sólo me queda una alternativa, la de imitar su voz y esperar la reacción del ave. Tengo el telescopio a 60 aumentos y veo los detalles de la rapaz tan nítidos como el día. La primera tentativa al imitar su canto impacta de modo súbito, cambiándole la expresión facial mientras abre progresivamente los ojos. El plumaje se recoge pegándose al cuerpo, dándole una silueta ahusada y los penachos se yerguen simultáneamente. El disco facial, ahora, se marca mucho más. Es como si actuara como receptor parabólico de los pabellones auriculares. Se separa del fondo de la oquedad. Ahora, su silueta en la entrada se percibe sin ningún tipo de dudas; es un macho y sus ojos arden tanto como su ánimo guerrero. 
Ya no se esconde, he pasado de ser un peligro a ser un intruso ante el que defenderá su territorio. Comienza a ulular destacando su fanérico mechón de blancas plumas de la región gutural. Con las alas medio caídas, las rectrices plegadas y levantadas me mira con fijación y desafío. Sus pupilas contraídas por la luz del día ceden margen al rojo anaranjado del iris de sus ojos, dándole un aspecto demoníaco pero admirable y espectacular.

Ceso la imitación para evitar su salida completa al exterior, aunque la rapaz continúa con su actitud combativa. Transcurridos 13 minutos salta de la oquedad volando hasta posarse en una fisura pétrea con el plumaje henchido y los penachos enhiestos, sin dejar de ulular. Esquiva los ataques de los aviones roqueros que llegan como proyectiles y, de nuevo, levanta el vuelo hasta ocultarse en el interior de una encina ubicada en mitad de la ladera a unos 80 metros de distancia de la oquedad mencionada. Su belicosidad se desvanece al no recibir contestación. Una vez acomodado en el interior de la fronda del árbol de escaso porte, cierra los ojos y dormita tranquilamente. Su ahuecado plumaje y penachos erguidos culminan la escena de un vencedor, recogido a buen recaudo hasta la noche.

Si en mis ilusiones infantiles hubiera figurado la realidad de poder interactuar con esta maravillosa rapaz algún día, no me lo hubiera creído. 
Convertirme en un búho real más, desborda las expectativas que siempre rondaron por mi mente inquieta.








Unas afiladas uñas como dagas despuntan de sus dedos musculados, terribles para sus presas. 


Cuando la rapaz no recibe contestación después de superar un tiempo entre 15 y 20 minutos, abandona con la labor cumplida, que es su victoria ante el adversario.  


Mi único propósito con este tipo de entradas es el de dar a conocer la sensación extraordinaria de empatizar con la fauna salvaje pero, con el esfuerzo propio. Este tipo de acciones no son nada fáciles de ver en el monte, por ello, trato de acercarlas para ofrecerlas a la gente interesada y muy respetuosa con la vida silvestre. 
Muchas veces me he preguntado si rompía algún canon ético con la naturaleza actuando como impostor, pero, sé con convencimiento que no. Para el búho real sólo soy un problema asumible de todos cuantos tiene que solventar y, personalmente, conociendo su lenguaje de gestos, entrar como competidor en su territorio y marcharme como vencido le genera más autoestima. Es mi opinión como observador de esta grandiosa rapaz nocturna. De todos modos, sólo el búho real tiene la última palabra.

Espero que hayáis disfrutado con esta entrada final que cierra el año. 
Os deseo lo mejor para el año entrante y, una grandiosa naturaleza por descubrir.
Gracias por vuestra atención.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Milano real (Milvus milvus)



El vuelo del milano real, rapaz velera dentro de las rapaces de tamaño medio, también engancha la mirada del observador una vez descubre en el horizonte sus vaivenes prospectores. Cada observación me lleva a la memoria de mis archivos, donde siempre hay algo interesante para exponer en las entradas del blog.


Me remontaré a principios de marzo de 2016 cuando observaba a dos milanos reales patrullando un tramo de sotobosque junto al río. Había tres voluminosos nidos en las horquillas centrales de unos enormes álamos bastante separados entre sí, y esa era la función de estas rapaces, protegerlos de otros competidores. 



La observación de dos ejemplares con marcas alares amarillas y código alfanumérico llamó mi atención y, con tiempo disponible, traté de seguir su evolución tan arraigada a este tramo de arboleda a orillas del río Ebro. Los tres nidos en línea bastante separados e instalados en vetustos álamos eran la causa de disputa, en este caso, del solitario milano negro Milvus migrans y los dos milanos reales Milvus milvus. La trifulca la inició el macho de milano real, en un enfrentamiento espectacular de dos especies que dominan como ninguna las maniobras en vuelo. La corpulencia del milano real puso en fuga a su oponente, a pesar de la superior agilidad del milano negro recuperando mejor el espacio tras los ataques.



Ya en el invierno avanzado, preludio primaveral, la vida germinaba de nuevo con fuerza como cada año. Por el movimiento faunístico, se percibía la explosión de vida cuyas ondas se expandían por todos los recónditos espacios.
Aunque el interés de los milanos negros era el nido del primer árbol y el de los milanos reales el del medio, no permitían éstos últimos la presencia de ningún rival. Y, a medida que los migradores se iban multiplicando en el territorio, los agobiados milanos reales no daban abasto atacándolos. Día tras día y, prácticamente en todo momento, los enfrentamientos eran tan cotidianos como los atardeceres.



Aunque la pareja era joven, los pasos para consolidarse eran los correctos. El macho le ofrecía presas; entre ellas, un estornino pinto, una paloma, un conejo etc que la hembra aceptaba de buen grado. Sin embargo, de los intentos de cópula que pude presenciar, no cuajó ninguno. Tal vez, el macho lo lograra en otras ocasiones al margen de mi presencia. También el aporte de ramas al nido por ambas rapaces, era numeroso. El nido debió quedar bastante arreglado.

Hembra de águila calzada, dueña del nido en cuestión.

Curiosamente, hizo aparición la pareja de águilas calzadas Hieraaetus pennatus a mediados de marzo. La hembra se posó cerca del nido ubicado en el álamo del centro, arrancó una rama y la llevó a la plataforma. Aquí terminó la disputa del nido, ya que los milanos reales rehuyeron el enfrentamiento y eso favoreció a la pareja de milanos negros que pudo culminar tranquilamente la reparación del suyo sin ser acosados. 

Grupo de milanos negros, "la banda de las riberas del Ebro".

Tras desaparecer del escenario las rapaces sedentarias y realizar un trabajo en vano, favorable a las águilas calzadas, se ubicaron más alejados río abajo en otro tramo frondoso del bosque galería.
Los milanos negros se crecieron y emprendieron intensos duelos con la pareja de águilas calzadas al defender sus respectivas zonas de cría. A pesar de la fuerza y agresividad del águila calzada dominadora en los duelos, el gregarismo de los milanos negros ahuyentó más de una vez a la pequeña pero belicosa águila.
Finalmente, todas las rapaces criaron, que es lo más importante. La naturaleza es así de espontánea. Los milanos reales, jóvenes, a pesar de invertir un esfuerzo baldío en la reparación del nido del águila calzada, tomaron el camino más prudente; evitar el enfrentamiento con una rapaz mucho más fuerte.