Cuando miro
las fotos, a veces, no caigo en los detalles básicos que proporcionan una
historia. Las miro repetidamente, me gusta recordar con nostalgia el momento
placentero de aquella observación. Esta vez, tocó a un mochuelo Athene noctua posado sobre
el perfil de un vetusto tejado; soleándose. Concentrado en los detalles, me alertó su plumaje humedecido.
Aquel preciso día, para acortar distancias camino de una vieja construcción mientras atravesaba un apretado herbazal, el rocío empapó mis botas ya desde los primeros pasos. Quería llegar hasta el corral de ganado ovino y encontrar un punto adecuado para fotografiarlo. Había llovido anteriormente con ganas, todo estaba enfangado y, de hecho, el año en cuestión ya figuraba como el más lluvioso desde 1981.
Aquel preciso día, para acortar distancias camino de una vieja construcción mientras atravesaba un apretado herbazal, el rocío empapó mis botas ya desde los primeros pasos. Quería llegar hasta el corral de ganado ovino y encontrar un punto adecuado para fotografiarlo. Había llovido anteriormente con ganas, todo estaba enfangado y, de hecho, el año en cuestión ya figuraba como el más lluvioso desde 1981.
Al viejo
cobertizo le faltaba una pared lateral. Se desplomó dejando una buena abertura aprovechada ahora para guardar el obsoleto remolque; tal vez, de por vida. Y en lo alto
del tejado, agradecía la pequeña rapaz nocturna el enorme favor del gran astro. Estaba
muy cómoda con los primeros rayos de sol.
A pesar de la escasa calidad de las fotos no sólo destacaba el desaliñado plumaje del pecho, las calzas y las puntas de las rémiges y rectrices, también se apreciaba el gancho de su pico ligeramente embarrado como los dedos y las uñas de sus garras.
A pesar de la escasa calidad de las fotos no sólo destacaba el desaliñado plumaje del pecho, las calzas y las puntas de las rémiges y rectrices, también se apreciaba el gancho de su pico ligeramente embarrado como los dedos y las uñas de sus garras.
Pico y dedos embarrados en la imagen ampliada para apreciar los detalles.
A toda esta
reflexión se unió el capítulo de alimentación del mochuelo en la enciclopedia
de Fauna Ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente “Un búho que come lombrices”. Entonces debía de ser un dato bastante común en Europa central, cuando en nuestro país
despertaba el interés y la curiosidad por conocer mejor a su fauna en todos sus aspectos biológicos.
Se sabe que para
el mochuelo, las lombrices son de un gran valor nutritivo e importante en la
alimentación de sus pollos durante la estancia nidal. Por lo tanto, se entiende esta
oportunidad brindada a los progenitores de aprovechar los labrantíos húmedos
por las últimas lluvias, sabiendo que les favorece el terreno blando para
sorprenderlas.
No es fácil conseguir unas secuencias camperas del mochuelo en acción. Pero, me tuve que conformar con esta en la que la rapaz parece concentrada en el suelo blando y húmedo del terreno. Así estuvo rondando el lugar durante quince o veinte minutos.
Las
lombrices excavan galerías en el suelo y salen de noche a explorar sus
alrededores. A medida que perforan la tierra la van ingiriendo, extrayendo de
ella nutrientes que provienen de la descomposición de materia orgánica, como
hojas y raíces. Una lombriz puede comer en un día el equivalente a un tercio de
su peso corporal. En épocas de humedad copiosa arrastran hojas al interior de
la tierra para alimentarse.
Todos estos pasos en falso también dados por los insectos y micromamíferos, son aguardados por el mochuelo que, como bien sabemos, es un aventajado alumno en su territorio de caza.
Todos estos pasos en falso también dados por los insectos y micromamíferos, son aguardados por el mochuelo que, como bien sabemos, es un aventajado alumno en su territorio de caza.
Claro, no
deja de ser curiosa la oportunidad de aprovechar las lluvias torrenciales que
obligan a las lombrices a salir a la superficie para alimentarse o no ahogarse. El mochuelo aprendió la maniobra que realizan estos anélidos, y supo aguardarlos pacientemente en la superficie para capturarlos haciendo uso del pico y de las garras.
Sin embargo, esta pequeña pero gran rapaz también impresiona por otras excepcionales dotes cazadoras no solo de lombrices, escolopendras y escorpiones. Así nos deleita en los resultados de un estudio sobre el mochuelo en Sierra Morena Carlos María Herrera, hallando en una ocasión los restos de un arrendajo Garrulus glandarius y de un cernícalo vulgar Falco tinnunculus en un nido. Sorprendente a pesar de los años que han transcurrido desde las citas.
Sin embargo, esta pequeña pero gran rapaz también impresiona por otras excepcionales dotes cazadoras no solo de lombrices, escolopendras y escorpiones. Así nos deleita en los resultados de un estudio sobre el mochuelo en Sierra Morena Carlos María Herrera, hallando en una ocasión los restos de un arrendajo Garrulus glandarius y de un cernícalo vulgar Falco tinnunculus en un nido. Sorprendente a pesar de los años que han transcurrido desde las citas.
Añadiría dos
presas menores a las capturas del mochuelo que corresponden a ejemplares
jóvenes de abejarucos Merops apiaster. Hallé los restos al pie de un nido abandonado en unas terreras zaragozanas no hace mucho.

