Los apuntes de campo, son el diario
personal de los observadores de la naturaleza. Son además, el recuerdo
indeleble archivado que, de otro modo, con el paso del tiempo, podrían caer en
el olvido perdiéndose para siempre. Por esta razón, mientras hojeaba algunos
datos interesantes del búho real (Bubo bubo), me encontré con el extraño relato
de una anotación que, aquel día, me dejó helado.
Estribación Sierra de Arcos (Zaragoza), 21- 6-
2000.
Cielo despejado, viento suave,
calor.
Prospección de la cara norte del
barranco calizo.
Recorrida toda la abrupta loma del
cortado calcáreo, voy descubriendo escondites bien camuflados, todos de origen
vegetal como sabinas, enebros, ephedras, carrascas etc… donde se acumulan egagrópilas
y otros restos de los jóvenes volantones de búho real. El caso es, que no logro
dar con la ubicación del nido para hacer un listado de restos de presas,
aprovechando que ahora, estará vacío.
Alcanzo uno de los amplios huecos de
la cima, obra del implacable modelado kárstico y, comienzo a revisarlo.
Descubro en su interior un ejemplar de grajilla (Corvus monedula) empotrado en
un resquicio de escasas dimensiones. Creo que se trata de algún resto posterior
capturado por el gran búho que ha depositado allí como reserva para nutrir a los
jóvenes (*).
Sin embargo, al extraerla, advierto que el ejemplar está físicamente
completo, sólo le falta la vida. Deduzco de su estado, que el proceso de
momificación ha sido posible gracias a la temperatura estabilizada del interior
de la covacha. El pico y los mechones filiformes que protegen las narinas
tienen restos de tierra.
Extrañado, coloco de nuevo al negro córvido en su
lugar y lo examino con más detenimiento. En efecto, el vértice flexor de ambas
alas queda casi por encima de su cabeza y, las patas, que arañaron la roca,
trataron a toda costa de impulsar y forzar su cuerpo dentro de esta minúscula
cavidad. En conjunto, la postura es de gran tensión, como si pretendiera
perforar la roca desesperadamente.
Empiezo a entender angustiado, lo del exceso
de tierra en las narinas y el pico; el jadeo del ave tuvo que ser muy intenso.
Algo aterrador viciaba el ambiente, pues la muerte del ave tenía visos de
incontrolado pánico. Quizá la aparición de un inesperado depredador favoreció el
pavor ante una muerte inminente.
También las plumas del ala y la cola conservan restos de barro, parece que el córvido revoloteo antes de su parada final.
También las plumas del ala y la cola conservan restos de barro, parece que el córvido revoloteo antes de su parada final.
Indagando más, dentro del marco posible de acción, veo que estaba entregado a
la construcción del nido, así lo atestigua un pequeño cúmulo de ramas en la
fisura que se abre apenas unos centímetros por encima de donde pereció.
Al lado
izquierdo y, en un oportuno saliente, excrementos del búho real; un posadero idóneo,
despejado, muy útil para entrar y salir cómodamente la rapaz durante sus
cacerías. Podría ser, posiblemente, que una fatal coincidencia durante la
penumbra, originara un desagradable encuentro, provocando la alarma del córvido
que incapaz de huir ante un depredador ataviado de excelentes facultades para
desenvolverse en la oscuridad, no tuvo otra alternativa que refugiarse, sin opción
de abandonar la cueva, en el mencionado hueco. El fuerte inexpugnable donde se
atrincheró la grajilla, fue a la vez su tumba. Desorientada, quizá no dio con
el ansiado hueco del nido más amplio y seguro. El estrés desbordante por la
situación, pudo provocarle un shock paralizante y la muerte por asfixia.
(*) Los progenitores durante la
temporada de cría, suelen ocultar restos posteriores de presas reservadas
para alimentar a los pollos. Los guardan en el interior de arbustos y
oquedades, de este modo, pueden resolver recuperando estos restos el problema
de escasez y, además, cebarles sin la espera de futuras capturas.