domingo, 12 de agosto de 2018

El carácter del avión roquero (Ptyonoprogne rupestris)




EL RECORTADOR DE ROQUEDOS

Vuela parsimonioso, recortando con maestría cada saliente del roquedo calizo. Avanza, dobla con un giro decidido y contundente cuando su singladura concluye para prospectar otro nivel mas bajo o mas alto. Una maniobrabilidad experimentada da fe de su especialización voladora. 
Durante la constancia de su vuelo atraviesa nubes de insectos de los que se alimenta; moscas, mosquitos, himenópteros y pequeñas mariposas. Alterna esos vuelos fugaces con descansos esporádicos sobre sus repisas favoritas en las cuales, además, arregla su plumaje cuando el momento lo requiere.





De todos lo hirudínidos españoles es el que pasa mas tiempo establecido. La llegada a los roquedos de cría acontece a finales de febrero, y la estancia se prolonga hasta octubre.
El nido mas tardío que tengo anotado es uno con cuatro pollos de corta edad (poco mas de una semana) el 25 de agosto de 1996 en Calcena (Zaragoza); probablemente de una segunda puesta. 
Al margen parcial, de su biología, me encandila sobre todo el comportamiento reproductor, y si cabe afinar algo mas, la irascibilidad con los intrusos en su territorio de cría.


Los blancas manchas ovaladas de la cola diferencian al avión roquero del avión zapador; éste último tiene además un pardo collar del que carece el avión roquero. De tamaño es algo mayor nuestro protagonista. 



Como les gusta a estas golondrinas roqueras atrapar plumones al vuelo. Plumones que, a veces, el viento les dificulta prenderlos con el pico. Que tarea mas entretenida para ellas afrontar el reto.
En una ocasión, pensé que un avión roquero trataba de acomodarse el plumón atrapado en el pico; hasta tres veces lo perdió y recuperó. Después, supuse sin extrañarme, que tal vez el macho estuviera demostrando a su pareja sus buenos reflejos en un vuelo de exhibición, posicionándose con garantías como un buen cazador y consorte. Por otra parte, tampoco cabía desdeñar la posibilidad de un juego de habilidad del ave.





LA GOLONDRINA MAS IRASCIBLE

En Pelegrina, un mes de agosto de 2002 un grupo de aviones roqueros atacaban a una hembra de gavilán que penetró en su territorio. Sin descanso y de manera continuada, se produjo una serie de ataques en cadena por parte de estos veloces pájaros hacia la rapaz, que, debido a la intensidad de los mismos y al agobio acuciante, se vio obligada a ascender desequilibrada y con vuelo batido tratando de esquivarlos para ponerse a salvo.
No hay rapaces que escapen a su infernal acoso; tampoco, otro tipo de aves. De una sutil voz de contacto entre los ejemplares del barranco, pasan a un comunitario sonido áspero y desafiante muy audible cuando un peligro amenaza a la colonia de sus nidos dispersos.
De paseo por el monte no es difícil levantar el vuelo de un joven búho real, incluso adulto, de su posadero. Todo concluye con una nubecilla de aviones roqueros desquiciando a la rapaz de la noche mediante vuelos fulgurantes sobre su cabeza.





A pesar de no encontrar referencias (no digo que no las haya) sobre ataques a personas que se acercan por descuido a sus nidos, quiero comentaros este comportamiento al respecto como algo de lo mas emocionante jamás vivido.
Normalmente si dejamos una senda para buscar rastros de animales, ya sea en posaderos o atalayas espontáneas donde despluman o despellejan a sus presas sobre los cortados, etc., tenemos el inconveniente de ser atacados por el avión roquero si éste está anidando en ese momento. Cuando traspasamos su barrera de seguridad, el macho emprende un veloz picado hacia nuestra cabeza rebasándola a un escaso palmo de distancia. Notamos una corriente de aire y el zumbido de la velocidad simultaneada también por su áspero grito. No sé si lo habréis sentido en alguna ocasión similar. Es algo extraordinario.


Descolgándose del cielo, el avión roquero en uno de los ataques en picado hacia mi posición. 

Pero, hace unas semanas tuve un deseo experimental muy atrevido con el avión roquero, gracias a la existencia de un pequeño barranco calizo donde los pollos eran ya volantones con un adecuado progreso ¿Qué pretendía...? Pues algo que quería hacer desde hace muchos años y no me atreví; aguantar de frente la llegada de este pájaro veloz y maniobrero.
Me resultaron sorprendentes sus ataques sabiendo que los nidos estaban vacíos, y los jóvenes alternando vuelos con esperas en las repisas para ser cebados. Los ataques se repetían como kamikazes sobre mi persona, no hacía falta ni salir de la senda para recibirlos. Por fin me armé de valor y fui localizando sus ataques antes de producirse. Vista al frente y, aguantar con la vista sin parpadear el picado de la aerodinámica golondrina parda hacia mi rostro. No se amedrentó el ave y en cuestión de milésimas de segundos se descolgó de la altura óptima de ataque y bajó decidida; veía un óvalo como atravesado por una línea horizontal difusa llegando a gran velocidad hacia mi cara pero, fui incapaz de aguantar la mirada y cerré los ojos. Tardé hasta recibirlo con los ojos abiertos. Fascinante capacidad la de este portentoso hirundínido que, sin tener los colores destacados de otras aves, si tenía la gallardía de atacar con bravura la intrusión, incluso, del ser humano. 


La imagen superior e inferior corresponden a sendos ataques del avión roquero. La cámara de fotos no tenía capacidad de captar la llegada, dada la gran velocidad de picado.



Quiero concluir tras añadir en esta experiencia enriquecedora, incluso aguantando la mirada hasta recibir su esquivo vuelo con una precisión milimétrica y las pulsaciones al máximo, que el ave me provocaba siempre un profundo escalofrío en todo el cuerpo por la acción perfecta de su giro ante mi cara en el último momento, arrastrando al paso fugaz, un pequeño vendaval acompañado de su áspero grito (temía algún fallo de cálculo del ave).
No dejaron de acosarme hasta que dejé el lugar de estos bravos pájaros. Creo que tienen que sentirse soberbios por las batallas acometidas ante cualquier intruso. De paso, una buena demostración cultural para esos futuros guerreros posados en la roca caliza, observando y, a la espera cómoda de las cebas que ya podían buscarse por sí mismos.


Un joven atiende su plumaje y realiza estiramientos en un momento de descanso. 


Nube de insectos, habituales en la dieta del avión roquero.




A la pareja le gusta los vuelos sincronizados. El macho realiza pasadas acrobáticas cerca de la hembra a la que, probablemente, trata de impresionar.


Apenas de distinguen de la roca cuando vuelan cerca de ella. La precisión de su vuelo hace de esta ave una gran recortadora del medio pétreo.






La pareja reposando. El macho, a la derecha, me sigue con atención. 
Bastaba un pequeño descanso para encadenar después nuevos ataques. 

7 de julio de 2018, barranco del río Huerva (Zaragoza).

sábado, 30 de junio de 2018

Vista interior del nido de búho real en la torre de una iglesia



De todos los nidos de búho real que he visto, tanto de manera particular como en fotografías expuestas en las redes sociales me quedo, por su exclusividad, con el de la torre de una iglesia. Allí en lo mas alto de la construcción, dentro de la cúpula, el búho real asciende rompiendo la regla básica y manida del gasto de energía a la hora de ubicar el nido en un lugar de fácil acceso, habitualmente localizado en las cortaduras rocosas bajo el páramo de su cazadero, dejándose caer en planeo con el peso de la caza. Sin embargo, esta hembra, responsable de seleccionar esta extraordinaria ubicación, prescinde de ésta norma básica. Ha de esforzarse, por lo tanto, desde la llanura de la estepa monegrina para encumbrarse a la elevada torre con la presa a cuestas y alimentar a su prole; también el macho. Probablemente, la seguridad del lugar suple ampliamente el esfuerzo anual de ascensión al nido durante la reproducción de estas aves de la noche. La ocupación repetida por esta pareja del mismo nido durante muchos años, así lo avala.





Quería, a los que seguís este blog, interesados con las noticias del búho real -tal como me hacéis llegar mediante Emails-, acercaros las imágenes del interior de la cúpula donde la pareja de estas magnas nocturnas traen al mundo a sus pupilos. Ya habéis conocido a la familia y el exterior de la torre de la iglesia Nuestra Señora de la Luz en el pueblo de Valfarta (ver enlace). Ahora toca sentir el palpito de curiosidad infinita, tan humano, y asomarse al claustro nidal del búho real, en este caso, del medio antropógeno. 

¿Por qué subir a la torre? Porque SEO Birlife quería instalar una webcam para deleite de los amantes de esta especie y seguir en directo la cría de esta pareja de búhos reales en lo alto de la torre de dicha iglesia. Era una ocasión única para divulgar este curioso acontecimiento acaecido exclusivamente en una construcción de culto religioso.



Terminada la cría, evidentemente con todos los permisos reglamentarios para ello, accedimos por la estrecha y lúgubre escalera espiral de oscuras paredes. El mismo camino tan sobado por quien tuvo, además de tantos y tantos peldaños de por medio, la responsabilidad de tañer la atronadora campana para reunión de fieles; conmemorando celebraciones y apenadas despedidas. 

La estancia del campanario, amplia y de enormes aberturas verticales, conectaba mediante una escalera portátil a la trampilla de subida al piso final. No fue tan fácil, había tantos excrementos de paloma encima que se había bloqueado la tabla de cierre. Hubo que emplearse a fondo para levantarla, y la polvareda de todo tipo de restos al caer provocó una espesa nube irrespirable causada por el contenido acumulado durante años. La avalancha polvorienta y opaca nos dejó ligeramente blanquecinos.
Accedimos por los peldaños verticales de la vieja escalera hasta el habitáculo circular donde la cúpula se estrechaba y se cerraba en lo mas alto; justo el apoyo de la veleta.
El recinto ventilado por los ventanales romboidales dejaban entrar una tenue luz. Todo el suelo era una prolongado forro de huesos de las presas capturadas en el largo historial de cría del búho real. Algunas piezas óseas quebradas se clavaban en nuestras rodillas y palmas de las manos a medida que gateábamos realizando un análisis superficial de los restos. Las presas mas habituales, por lo tanto potenciales, eran los lagomorfos (conejo). Había además, gran cantidad de micromamíferos y palomas; de hecho, las columbiformes ya no anidaban en el mismo lugar. 
De este reducto fue desalojada también la lechuza, sin embargo, es posible que fuera por las obras de reforma de la iglesia que por la llegada del búho real. En algunos rincones, pollos momificados daban fe de su existencia pasada. 



Mi mirada descansó durante bastantes minutos observando la depresión nidal situada entre dos de los ojos circundantes de la torre. Pronto imaginé a la hembra tumbada, incubando o atendiendo a sus vástagos. 



Al final, por problemas técnicos, la instalación de la cámara no se llevó a cabo, y la estancia del Gran Duque sigue y seguirá prolongando el hermetismo misterioso de cada año. 
De todos modos, con las imágenes, podréis haceros una pequeña idea del desarrollo anual de la cría de estas portentosas rapaces nocturnas afincadas en esta increíble estancia. 
Tres han sido los pollos que ha sacado la pareja este año.



Hembra de búho real descansando en un pinar cercano a la iglesia donde anida.

domingo, 3 de junio de 2018

De urracas y tórtolas turcas.


De camino al trabajo, sobre las 6´55 horas, observo como una urraca Pica pica aborda el nido de una tórtola turca Streptopelia decaocoto que incuba tranquilamente. Apenas aprecio la pelea, tan sólo un forcejeo llama mi atención cuando veo aparecer entre las ramas de un pino carrasco donde se asienta el nido, al blanquinegro córvido. Arrebata a la tórtola uno de los huevos y lo estrella contra la rama donde está posada a escasos metros del nido, cayendo lo demás al suelo. El córvido come lo que queda adherido a la rama, cuando termina de picotearlo, baja donde se halla el resto del huevo, sin prisa. Una vez ha terminado, asciende hasta la rama que oculta el nido. Con desmesurada violencia, a la altura de la plataforma con la tórtola protegiendo el único huevo, picotea con fuerza su cabeza para obligarla a retirarse. La pequeña columbiforme aguanta aguerrida el envite belicoso, golpeando con sus alas a la urraca que, por mayor fortaleza, consigue su propósito apartándola lo suficiente para pinzar el último huevo y salir volando del lugar.
Esta vez la urraca ya no se para a consumirlo, sino que se lo lleva lejos, sabiendo que en el nido ya no queda nada. 


Vencida la tórtola comprueba los daños de su puesta en la minúscula plataforma de escasas y entrecruzadas ramitas. La malograda puesta se repondrá con otra nueva en otro lugar, dada la enorme facilidad de esta especie para ello.  

De vuelta a casa, veo el nido vacío ¿Dónde estaba el macho?
Algo no funcionó bien. Sólo pude ver a un ejemplar de tórtola campeando cerca, sin embargo, a pesar de ser un macho, parecía ajeno al problema.

No es la primera vez que observo enfrentamientos entre estas aves compitiendo por anidar en los árboles mas propicios para ello. Y, siempre, las tórtolas han ganado las batallas por su bravura conjunta. Su apariencia tierna encierra una belicosidad destacable a la hora de defender su feudo.


La urraca es un córvido oportunista muy entregado a la hora de explotar cada ocasión presente. La naturaleza no entiende de violencia, sino de oportunidades. Es obligado salir a buscar alimento y, éste, siempre provoca enfrentamientos por razones obvias.

Urraca explorando una comunidad de nidos de cotorra argentina en un parque de Zaragoza. 

Fotografía del blog Gatos en los árboles (gente solidaria con los animales).

Para apreciar lo que podría haber sido el daño a la tórtola adulta, incluso siendo capaz de defenderse, tenemos el ejemplo de ésta joven indefensa a la que le faltó poco para morir.
Por fortuna, fue recogida a tiempo tras un ataque de suma gravedad como se aprecia en la imagen. Es el método habitual de la urraca hacia los jóvenes pollos emancipados y sin experiencia; certeros picotazos en la cabeza hasta ocasionar la muerte. 
Ver la historia del pollo de tórtola pinchando aquí.

Las urracas picotean con fuerza y rabia el tronco donde se posan cuando descubren a un predador acechando o con alguna presa, graznando incesantemente. Hay que señalar, porque algunos lo pensarán, que, de la misma manera que se "roba" el alimento de la urraca (podría tener pollos) por la sensibilidad de la persona al actuar salvando a la víctima, los córvidos también dan al traste con el acecho de algunos predadores a los que sorprenden en plena faena. Por lo tanto, influyen también en la trayectoria cazadora del predador que podría tener descendencia a la que alimentar. 
Apiadarse de un animal herido es humano y comprensible; como es la necesidad delatora de los córvidos hacia los predadores para proteger a los suyos. 
La naturaleza expone; lo demás es habilidad para matar o vivir, e incluso, una gran dosis de suerte. 

Fortín bien escogido por una pareja de tórtolas turcas para anidar. 

Una semana antes, optaron por la O para anidar, pero, por su inestable base, no lo consiguieron. La P ha sido su definitiva elección. 

El macho, en este caso, atiende bien a su consorte. Vigila las inmediaciones del nido y consigue alimento con facilidad, ya que al lado de la gasolinera hay un bar que las surte de alimento fácil de conseguir. 



Macho acudiendo con alimento para la hembra en el nido.


miércoles, 18 de abril de 2018

Escapar de la muerte



Paloma bravía Columba livia. Ejemplar reposando y recuperándose de la fatiga tras escapar del halcón peregrino. Una criatura con fuerza y precisión. Me agrada dedicarle esta entrada por ello. 

En las entrañas del barranco, canalizado por inmensos cortados calizos, la voz de los pequeños pájaros se multiplica en volumen; también el siseo por la fricción del aleteo de algún buitre cambiando de atalaya o el profundo reclamo montaraz de las chovas piquirrojas. Todo se amplifica en un espacio tan cerrado.

Estaba muy concentrado siguiendo con la cámara el vuelo de una chova piquirroja. Entre la sonoridad del campo tan apacible, un brutal estruendo seco a unos 3 o 4 metros sobre mí me dejó paralizado. No sabía cuál era el origen del sonido que, como un estallido, tan sólo duró unas milésimas de segundo. Algo mas me hizo falta para reaccionar del susto y ver alejarse al halcón peregrino hacia mi izquierda y a la afortunada paloma hacia la derecha; ambos, envueltos en el vertiginoso picado. El colúmbido se incrustó en una zarza de la base de un nogal, desesperada, y el peregrino planeo reclamando con estridencia. 



Como es costumbre, tomé asiento sobre una de tantas rocas y anoté lo vivido. Algo así conviene anotarlo, dada su espectacularidad fuera de lo común (me refiero a la escasa distancia del picado sobre mí de la rapaz). 

Pasados unos 20 minutos, me acerqué a ver el estado de la paloma. Escuché un aleteo intenso, el ave trató mediante potentes aletazos de abandonar el interior de la zarza y, finalmente, lo consiguió. Se posó en la rama baja de un nogal, reposando cerca de una hora. Tan sólo me acerqué con prudencia para analizarla, y me alejé después para no estresarla mas todavía. La paloma había vencido una importante batalla, tenía una gran experiencia en su haber con tan pocas horas de vuelo ya que su plumaje juvenil así lo atestiguaba.



Estaba exhausta, todavía sentía el aroma del paisaje circundante, podía escuchar los sonidos de la naturaleza y ver el día tan extraordinario que brillaba a su alcance. Me imaginaba todo lo comentado mientras la miraba, victoriosa frente a las garras descolgadas del volador mas veloz de toda la fauna del planeta. Temblorosa, -quién sabe lo que pasaba por su cabeza-, se aferraba a la rama del nogal, analizando quizás, la ventaja en una escapada que no olvidará jamás. Sus ojos se cerraban lentamente evidenciando la incontenible fatiga.
Sin duda, cuando se congregue con los suyos, la alerta por la experiencia le otorgará un plus extra sobre alguna paloma primeriza que, tal vez, no supere la dura prueba.


Es difícil escapar a los ataques del halcón peregrino.

Es una extraña sensación acompañar por segunda vez a una paloma que escapa literalmente de la muerte; una lo hizo de un joven azor (escuché su jadeo desde mi ubicación) y ésta, joven, de un halcón peregrino adulto.
La vida es el máximo valor de un ser vivo en este planeta y, cuando la pelea una paloma, una carraca, un abejaruco, una oropéndola, etc. no hay belleza que posicione mas a unas que a otras frente a la muerte; la vida por dentro es lo mismo en todas ellas. 
La presa desmembrada por su cazador es roja, la sangre lo tiñe todo, y su muerte, paradójicamente, es un día más de vida para él. 
Por hoy, ha vencido y obtenido el día mas de vida la paloma y, entre vencedores y vencidos transcurre esta trama biológica. Algo tan importante a lo que muchos humanos han perdido el respeto para pasar agradables días de caza, de muerte, truncando la oportunidad valiosa de vivir a todas ellas a cambio de un macabro y mediocre pasatiempo innecesario en esta civilización. 
Cuando vivo estas escenas de lucha por la vida, mas detesto la sinrazón de la caza, el cazador y su manido derecho a matar por diversión.


Halcón peregrino Falco peregrinus.




viernes, 6 de abril de 2018

Treparriscos con plumaje estival en el cañón del río Mesa



Treparriscos (Tichodroma muraria) con su plumaje de gala en los farallones calizos del cañón del río Mesa (Zaragoza) 31/3/2018

"El montañero que penosamente asciende por las clavijas del circo de Cotatuero, superando con dificultad el paredón vertical que arranca de los últimos pinos, en el incomparable paisaje del Parque Nacional de Ordesa, se queda perplejo cuando un ave extraña, de vuelo caprichoso y mariposeante, pasa a su altura, casi rozándole, para desaparecer en el dédalo de rocas y cascadas circundantes. Ha sido un fugaz encuentro con el treparriscos, cuyas alas redondeadas de color carmesí y negro -con amplias motas blancas en el borde-, junto con su trayectoria irregular, como de murciélago, le hacen inconfundible".



Así comienza el texto de Pedro Ceballos y Francisco J. Purroy en el libro "PÁJAROS DE NUESTROS CAMPOS Y BOSQUES" dedicado a los guardas forestales del antiguo ICONA. El libro, me lo regaló mi tío, entonces guarda forestal del soto de la Cartuja de Miraflores en Zaragoza.
Me chocó mucho el pájaro de la foto y la narración, tanto, que cuatro años después de su publicación vería al treparriscos en el mismo lugar aproximado que dataron los autores. 
Fue un 4 de abril de 1981 durante un acelerado ascenso por las clavijas de Cotatuero, atravesando desafiantes muros pétreos del macizo pirenáico cuando me encontré con el treparriscos. Pronto llamó mi atención el pájaro, y la realidad no tenía nada que ver con la imagen apática de la fotografía del libro. El ave se movía por la roca con una sincronía nerviosa que me dejó boquiabierto. Sus patas provistas de largas y afiladas uñas se agarraban a los más mínimos salientes con una precisión milimétrica. Mediante un agitado batir de alas de carmesí destellante, se equilibraba abriéndolas al tiempo de impulsarse en cada ascenso. 
Cuando el treparriscos desapareció, después de haberle prestado la máxima atención, prometí regresar cuantas veces hiciera falta a este lugar pirenaico para verlo de nuevo. Sin embargo, no se hizo imprescindible la alta montaña para seguirlo, ya que las bajas temperaturas de esta cordillera hacía que estas aves se dispersaran por enclaves de la geografía española menos duros en invierno.
Desde entonces, he visto muchas veces al treparriscos pero, menos de las que hubiera querido. 
Recuerdo un apunte excepcional -por lo menos para mí- de un ejemplar con el vistoso plumaje estival en unos roquedos turolenses el 23 de abril de 1991; estaba precioso con ese gris oscuro dorsal y garganta negra contrastados con el intenso rojo de coberteras alares y rémiges con lunares blancos en fondo negro.





De nuevo, he tenido la fortuna de observarlo con su librea reproductora y, no, no era en los Pirineos, era en el espectacular cañón del río Mesa. El pájaro trepador de roca, incansable buscador de invertebrados ocultos en las grietas y orificios de variado tamaño, me sorprendía de nuevo en su peña mas visitada. Es un macizo rocoso con enormes posibilidades de alimentación, gracias sobre todo, a la inclinación exterior de la cima, protectora de las inclemencias atmosféricas a la multitud de insectos que en ella se refugian.
Puede verse este preciado pájaro en los roquedos del cauce del río Mesa a partir de la última semana de octubre, dependiendo de la meteorología de las altas cumbres. 






Con paciencia y constancia, presenciaremos las capturas de invertebrados protegidos en las grietas que, el pájaro escalador, pinzará con gran destreza haciendo uso de su fino y alargado pico. 


Una ráfaga de viento frío levanta el manto de plumas que cubre el fanérico carmesí del ala.  




Colgado del techo de un gran diedro en la roca, el treparriscos demuestra la agilidad y fortaleza de la que es capaz para prospectar todos los resquicios hallados al paso. 
El techo está lleno de geodas fragmentadas al haberse desprendido una enorme losa caliza.


Mediante las imágenes se puede apreciar la fuerza de agarre a la piedra mientras registra las diversas fisuras.