En el observatorio de El Granero
se ve fluir la vida desde una apabullante perspectiva. Es en la casa del
pueblo, donde paso horas enteras entregadas a este inmenso placer que sólo los
amantes de la naturaleza pueden comprender.
El águila calzada Hieraaetus pennatus es una de las
rapaces a la que dedico más atención cuando cría en el hueco del pinar asentado
en la amplia repisa montana de un espectacular farallón calizo frente a mi
casa. Veo su llegada en primavera, sus agresivos vuelos nupciales en los que el
macho parece atacar a la hembra y ésta lo esquiva con quiebros de vértigo.
Ambos se entregan manifestando sus facultades voladoras sobre la superficie de
su territorio como referente nupcial antes de emprender su ciclo reproductor en
el viejo pino carrasco del bosquete de coníferas. Veo también, como salen al encuentro de
cualquier rapaz si sobrevuela su territorio.
Me gusta verlas emparejadas, destellando sus blancas pecheras en su rama predilecta
recibiendo el sol del atardecer. Muchas veces, sigo al macho sobrevolando el
pinar de cría y éste llega con refinada exactitud una media hora antes de la
puesta del sol para recogerse y pasar la noche. Tras unos pases coronados con
discreción llega el momento de picar a gran velocidad, recoge sus alas tomando
forma acorazonada y perfora la fronda del pinar desapareciendo hasta el día
siguiente.
Esto es lo que suelo ver desde el
exterior del bosque. Pero, después de que el búho real acabara con la vida de la hembra de calzada en su propio nido mientras protegía a sus pollos me
acerqué al año siguiente para comprobar el estado de cría y, pude así, saber
del nuevo emparejamiento como reproductora.
Admiro los instantes cotidianos
de los animales por ser la esencia de lo más íntimo de su comportamiento. Así
viví el momento más celoso de una hembra de águila calzada protegiendo a su
único pollo en el nido sin que ella advirtiera mi presencia.
Pinar del cañón del río Mesa 12 julio 2010
Llego a las 19´15 horas al lugar
adecuado por su inadvertibilidad junto a una enorme piedra desprendida del
cortado que me sirve como referencia del observatorio. A través de la espesa maraña
de finas ramas secas del pinar antepuestas entre el nido y mi persona, puedo
ver a duras penas una pequeña mancha blanca moviéndose levemente. Sigo mirando,
con dificultad, y logro perfilar con los prismáticos la difusa silueta de la
hembra de calzada posada en la plataforma del nido. Pocos minutos después, la
progenitora abandona rauda al pollo y emprende un fugaz vuelo cuya silueta
pierdo entre la espesura; pienso que
pueda haberme descubierto.
Seguidamente, siento sobre mi cabeza protegida por
la masa forestal el audible zumbido provocado por los picados de ataque de la
calzada sobre un pacífico buitre leonado Gyps fulvus que atraviesa la zona de cría. Son
bastante habituales estos ataques. Los veo intermitentemente sobre la
intercalada ramificación de los pinos y escucho asombrado el atronador sonido
producido por los aletazos del carroñero tratando de evitar las garras del
águila en su dorso. Bajo el tejado del bosque se me acelera el corazón
sintiendo la emoción vivida desde la primera fila de este escenario natural. Terminada
la labor de desalojo, apresurada, entra por el enorme hueco del pinar. Sortea
ramas a una velocidad endiablada y la sigo con expectación acercarse
dentro del campo activo de mis
prismáticos. Me acurruco entre el tronco y la piedra, muy nervioso, y el águila
calzada se posa entre el nido y mi ubicación. La tengo a unos 20 metros. Me he
quedado paralizado y respiro pausadamente, espero confiado que la rapaz no me
descubra, pues apenas me tapan de su vista unas raquíticas y secas ramas del
pino principal. La observo con detenimiento y admiración; descubro su gastado
plumaje pardo, sus amarillentas garras con afiladas uñas apretando
discontinuamente la rama que la soporta. Mira fijamente al lugar donde tiene
ubicado el nido y eso hace que pase desapercibido al mantenerse de espaldas a
mí. Hace mucho calor, incluso a la sombra, y la rapaz jadea constantemente. Sus
ojos pardo rojizos pasean su mirada perdida alrededor del nido, muy inquieta,
como preparada para dar el siguiente salto hacia el presunto enemigo que ose
acercarse a su retoño. Esta escena se repite en el espacio de tiempo que le
dedico, unas siete veces más, rotando,
con objeto de recorrer los principales puntos de vigilancia establecida para la
seguridad del pequeño.
Entonces, cuando la rapaz sale de
mi campo de visión, tan sólo es cuestión de levantarme lentamente, dar media
vuelta y bajar seguidamente por detrás del roquedo. Así es una porción secreta
del día a día en el hermético bosque de carrasco de la más pequeña de nuestras
águilas, pero, con mucho carácter.
Bosque de pino carrasco Pinus halepensis de repoblación; lugar de cría del águila calzada.
Nido de águila calzada en sus primeros años de construcción.