Paraje donde busco el nido de este
año del búho real.
Quiero comentaros hoy, después de
intentar localizar el nido de búho real y no conseguirlo, el encuentro con unos
restos que me dieron la clave y las pistas necesarias para verificar la cría de
esta pareja y descubrir el desenlace de uno de los pollos de esta rapaz. De
momento, el nido me queda pendiente de localización pero, ya tengo unos datos
muy interesantes como recompensa.
Desplumadero: se aprecian dos
plumas; en la del lado izquierdo la parte inferior y, en la del lado derecho la
superior más críptica.
Encuentro casual
Cuando has renunciado a buscar algo
concreto y lo dejas por imposible cambiándolo por una caminata dedicada a la
observación de especies con las que puedas topar inesperadamente, a veces,
surge de improviso un rastro que impulsa de nuevo tu curiosidad. Esto ocurre
con un cúmulo de pequeñas plumas encañonadas que vi casualmente, concluida
semanas atrás, la búsqueda del nido del búho real que desgraciadamente no
localicé. Detectar las encañonadas y miméticas plumas de un pollo de unas cuatro o cinco semanas de edad es un acto de auténtica suerte. Son tan pequeñas y, discreta su coloración que, de no verlas en la misma ruta, es prácticamente
imposible dar con ellas. La dificultad estriba en lo abrupto del paraje con
enormes farallones calizos y enormes pendientes pobladas de sabinas negras,
enebros, rosales silvestres, romeros y demás vegetación leñosa que lo tapiza.
Escenario: E-nº 1 (egagrópila
primera). Ex. (Excremento). E-nº 2 (egagrópila segunda). El perímetro con línea
discontinua indica la dispersión de las plumas del pollo de búho real.
Egagrópilas almacenadas
individualmente.
Plumas envainadas en crecimiento
del pollo muerto de búho real: a la derecha del todo, aparece una pluma del
adulto que estaba junto a las del pollo.
Primeras valoraciones.
La primera impresión del escenario
posterior al encuentro era, la de haber caído el pollo del nido, pero la
cortedad de sus plumas alares ni siquiera podrían haber amortiguado el golpe y,
de no haber sufrido ninguna herida cayendo sobre la vegetación, el lugar del
hallazgo quedaba algo apartado de la base del cortado como para entender que se
hubiera desplazado por sí mismo cuando rara vez se separan de la base rocosa.
Nada es imposible cuando las
preguntas se agolpan en la cabeza de uno, puesto que las conjeturas tratan de
acercarse a la realidad favoreciendo la más razonable y descartando la menos posible.
Lo que estaba claro era la reproducción de la pareja. A pesar de ser tardía,
puesto que debió de comenzar a partir de la segunda semana de marzo a incubar,
ahora tenía la prueba irrefutable de cría gracias a las muestras halladas.
Buscando en el marco de acción,
encontré además, una pluma dorsal de adulto de búho real, un excremento y dos
egagrópilas. La pluma introducía al adulto en escena, lo que hacía más
interesante el hallazgo. Podría tratarse del transporte de los restos del pollo
muerto por el adulto, seguramente lo haría la hembra por permanecer más tiempo
en el nido. La deyección expulsada hacia la pendiente y las plumas del joven
pollo esparcidas delante sobre la senda nivelada, revelaban la procedencia del
adulto que posiblemente llegara desde el cortado de enfrente a este lado del
barranco.
Pumas de chova piquirroja
(Phyrrocorax phyrrocorax) joven; se pueden apreciar las bandas de crecimiento
de las mismas.
A la izquierda plumas de chova
piquirroja y, a la derecha, de búho chico.
El análisis de las dos egagrópilas
Nada mejor que el análisis de unas
egagrópilas para facilitar la investigación.
Un gran búho cornudo (Bubo
virginianus) licúa en cinco minutos el ratón que se ha tragado (Grimm y
Whitehouse, 1963). Diez minutos después, su musculoso estómago, hace que se
escurran los líquidos y pasen al intestino delgado mientras retiene el
contenido no disuelto (Reed y Reed, 1928). A continuación se forma la pella o
egagrópila y su regurgitación (Kostuch Y Duke, 1975). El proceso desde la
ingestión de la presa hasta la egestión o expulsión de la pella consta de siete
fases secuenciales (Rhoades y Duke, 1977) y requiere de ocho a diez horas para
su conclusión. Generalmente solo se produce una pella por día (Martí, 1973).
Aparentemente, las rapaces
nocturnas digieren alimentos blandos aproximadamente igual de bien que los
halcones, pero no así los nutrientes minerales, y por lo tanto, obtienen más o menos el mismo
beneficio calórico de su dieta. La cantidad de alimento ingerido (gramos/día
por kilo) es generalmente inferir en las rapaces nocturnas que en las
Falconiformes (Duke et al 1975).
A diferencia de las aves de presa
diurnas, las nocturnas no tienen molleja en donde almacenar la comida. En su
lugar, necesitan conseguir pequeñas cantidades de alimento a intervalos
regulares de tiempo.
En la primera egagrópila me despistó
la parte ósea de las uñas que carecían de fundas pero, por la menudez de los
tarsos, descarté identificarlos como restos del pollo de búho real. Pertenecían
a un ave mucho menor y, tras la recuperación de unas plumas de búho chico y de
chova piquirroja, podría atribuirlos al córvido o, sin duda, a un ave de tamaño
similar. La segunda egagrópila fue la clave
del asunto. Restos óseos frágiles, vértebras cervicales y, lo más importante y
determinante; aparecieron ambas mandíbulas del vástago perfectamente
conservadas. Aunque en las observaciones de otros nidos de que dispongo el
pollo más pequeño sucumbe por desnutrición, en definitiva, éste muere por
inanición y no por que sus hermanos mayores lo maten directamente como hacen
otras rapaces. De todos modos, el desenclace es el mismo; el pollo más débil,
servirá de alimento al hermano o hermanos más fuertes e incluso, a la
progenitora que aprovechará los restos (cainismo).
Análisis en húmedo de las
egagrópilas. Prefiero esta modalidad por que evita el polvillo al
desmenuzarlas pero, sobre todo, por que al humedecerlas aprecias las partes
blandas que de otro modo pasarían desapercibidas, como el tejido epitelial y
parásitos intestinales por ejemplo.
Detalle de los huesos hallados
pertenecientes a un ave.
Almohadilla plantar. Gracias al
análisis en húmedo pude recuperar este minúsculo fragmento de piel donde se
aprecia el hueco de los lóbulos desde la vista interior. Si os fijáis,
comprobaréis que todavía conserva un tinte anaranjado, atribuible a un ejemplar
joven de chova piquirroja. Al paso de los días, el color se desvanece tanto en
el pico como en las patas del mencionado córvido.
Algunos restos óseos del pollo de
búho real.
Conclusión
Entiendo que es una investigación
bastante superficial pero, entiendo también, que no pretendo aburrir con una
entrada demasiado farragosa.
En algún espacio del barranco no
muy alejado del perímetro nidal, podría existir otro lugar donde el búho real
haya depositado otros restos del mismo pollo malogrado (en el feudo de una pareja
que crió en 2002 en un barranco del río Huerva, a 200 metros a la
izquierda del nido hallé un mechón de plumones de un pollo y, a unos 300 m a la derecha, también
del nido, hallé una de las garras: el pollo fue devorado en el nido). Este
lugar no es abundante en presas básicas del gran duque y, a falta de presas
potenciales, suele recurrir a otras poco habituales como córvidos y, rapaces
tanto diurnas como nocturnas entre otras tantas.
Las egagrópilas juegan un papel muy
importante para descubrir la microfauna de un determinado lugar pero, también
lo son para saber qué partes del cuerpo de presas de cierto tamaño consumen los
adultos. Volviendo al tajo, he podido apreciar en el análisis de los restos del
ave consumida que, entre los huesos, hallé el húmero, radio y ulna,
metacarpianos y falanges correspondientes al ala izquierda; además, los tarsos
fracturados y sus respectivas falanges y uñas. Sin duda, es la peor parte de la
víctima, puesto que de un ala apenas se puede extraer algo de biomasa y, menos,
de los tarsos y dedos de la rapaz (dos ratones y un topillo complementaban la
alimentación). Esto es así por que, durante la época de cría, los adultos
dividen las presas de tamaño apreciable alimentándose ellos con la parte
anterior (cabeza y extremidades delanteras) y llevando el resto al nido, como
apunta (A. Donázar y O. Ceballos; 1980)
en un trabajo sobre la alimentación del búho real en Navarra y, por la obtención
de datos propios.
Las dos egagrópilas analizadas
revelan, tal vez, que los aportes al nido no fueron suficientes. Por ello,
aparecen además, las vértebras y el cráneo de uno de los pollos en una de
ellas, restos que seguramente desechó su hermano y fueron consumidos por el
adulto.