Hembra de picapinos; sin mancha roja en la nuca.
No me gusta hacer fotografías a los nidos, porque, de un
modo u otro, el fotógrafo entorpece el desarrollo normal de las cebas a los
pollos. Para hacer fotografías de gran calidad, uno tiene que estar
literalmente pegado al nido. La cosa cambia cuando la ubicación de dicho nido se
halla al lado de una carretera; más transitada por coches en fin de semana y llena de paseantes del balneario y, algunos
escaladores. En este caso, las aves son más permisivas con la presencia humana.
Evidentemente, respetando la distancia respecto al nido. Las especies nidificantes, de una manera u otra, aceptan estos ligeros inconvenientes
cuando el lugar es idóneo para sus necesidades.
A principios de año se talaron gran cantidad de chopos en
este tramo del río Mesa quedando sus riberas despojadas y vacías. Tan sólo quedó
una breve muestra aislada, en la cual, nidifica esta pareja de pico picapinos
(Dendrocopos major) a gran altura en un enorme chopo. Pasé todas las horas de
la mañana deleitándome con estas policromas criaturas de contrastados blancos,
negros y rojos; una combinación fanérica propia de aves fuertemente territoriales.
Es en el pico picapinos donde mejor se aprecian las características
propias de nuestros pájaros carpinteros. Disponen en su especializado equipo morfológico
de unos pies zigodáctilos; el cuarto dedo
queda hacia atrás, y no hacia delante como en otras aves. Sus afiladas uñas se enganchan
a cualquier resquicio de la corteza del tronco. El tercer apoyo lo constituyen
sus rectrices; plumas de la cola con un raquis elástico pero de fuerte
constitución. Finalmente, para soportar la acción percusora mientras trabajan la
madera, una estructura ósea engrosada y esponjosa amortigua los golpes en el cerebro.
Su larga lengua, útil para extraer las larvas de la madera, dispone de un
estuche craneal donde se recoge.
Es comprensible que estas aves despierten tanta admiración
cuando percuten en la madera de su futuro nido con tan sobrada capacidad.
Macho de picapinos; con mancha roja en la nuca.
En esta foto, no distinguí si el ave capturaba hormigas o remataba algunas imperfecciones de la entrada.
Accediendo con alimento al nido desde la parte trasera del tronco.
La limpieza es esencial para mantener la higiene en un habitáculo tan cerrado. Ambos ejemplares después de cebar a los pollos se deshacen de los excrementos del fondo del nido. Por esta causa, las heces quedan envueltas en diminutas astillas; otras aves las prenden directamente de la cloaca de sus pollos.
Despliegue fanérico del plumaje; detalle que apenas se aprecia a simple vista durante su vuelo fugaz.
El vuelo de los pájaros carpinteros tiene una trayectoria
ondulante. En la foto, como un proyectil, abandona el nido y, en los siguientes
pasos; abrirá las alas, se impulsará y,
de nuevo, aprovechará la inercia con las alas plegadas.
La madera seca emite con el tamborileo de los pícidos un
sonido inconfundible. Según los estudiosos de estas aves, cumple una misión de
comunicación acústica para frenar la presencia de otros machos y atraer la
atención de alguna hembra. Mientras construyen el nido también el rojo de la
nuca envía señales ópticas.
El sonido en las ramas secas es más agudo, y en los troncos más
hueco y grave.
Difícil equilibrio; con una pata, rascándose el mentón.
La madera también les es útil para rascarse la cabeza.
Descanso para mantener la pulcritud del plumaje.
Tan común y tan extraordinario.