Los álamos lo ponen todo perdido. Antes que broten sus hojas
en los meses de febrero y marzo, ya aparecen precoces los amentos. Los frutos
en capsulas guardan semillas parduscas que, una vez liberadas, vuelan por
doquier como copos de nieve. La
diseminación acontece en abril y mayo. Gracias a su abundante pelusa las
semillas se desplazan lejos transportadas por el viento. Lentamente, van
posándose, convirtiéndose en un manto
blanco que lo cubre todo.
Como consecuencia de este mágico suceso (sé que es algo
molesto pero, no deja de ser curioso), unas sinuosas líneas en el suelo
llamaron mi atención. Se había formado una barrera de pelusa blanca, caída
lentamente y compactada simultáneamente por el paso permanente de unas
minúsculas hormigas (Crematogaster scuttellaris). Ese era el misterio; el
tránsito infatigable de unas trabajadoras ejemplares trasformando las blancas hebras
en una alfombra de fabricación propia.
Cuando la calzada se alza demasiado, el viento la derriba
sin contemplaciones. Después, terminada la jornada de gloria, otra vez al
cotidiano sendero de tierra.
Los troncos de árboles caídos, son una tentadora opción para
hacer un alto en el camino durante cualquier excursión. Nada mejor para
descansar. Pero, ¡cuidado! Cuando vuestras posaderas vibren el tronco, sobre
todo si es viejo, en cuestión de segundos subirán por ellas, muy enojadas estas
violentas hormigas. Se colarán con suma facilidad entre vuestra ropa y os
encenderán a picotazos sin que sospechéis, de momento, la causa de tanto
escozor.
Hace años, fui su víctima y, creerme; después de sentarme en el tronco-banco de un balneario de Jaraba en Zaragoza, en poco rato, sentí sus mordiscos
y picotazos por todo el cuerpo. Pinchaban como alfileres. Tuve que esconderme detrás
de unos arbustos y quitarme camiseta y pantalones para sacudírmelas, olvidándome
de los transeúntes.
Ya sabéis: ante la tentación de sentaros en un tronco, llamad
con los nudillos o alguna rama para que salgan a recibiros. Lo harán belicosas
y bravuconas, con su abdomen levantado y portando en él una gota de feromona
que, naturalmente, atraerá a más individuos de la colonia también enojados.
Desde luego, que poca hospitalidad.