
Los córvidos dentro del orden de los paseriformes, incluyen a varias especies nidificantes en la península ibérica: cuervo (Corvus corax), corneja negra (Corvus corone c.), graja (Corvus frugilegus), urraca (Pica pica), chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) y piquigualda (Pyrrhocorax graculus), rabilargo (Cyanopica cyanus), arrendajo (Garrulus glandarius) y grajilla (Corvus monedula). Estas aves, están representadas en un total de 120 especies distribuidas por todo el mundo. Todas ellas destacan por su gran capacidad oportunista e inteligente, facultándolas para ocupar todo tipo de hábitats con un éxito sorprendente. Siempre tendré en mi memoria a estos córvidos como seres increíbles gracias a su gran riqueza gestual, propia de la cultura adquirida en sus comunidades fuertemente cohesionadas.
Recuerdo desde siempre en las grajillas, sus escandalosas manifestaciones de alarma. Alertaban al resto de aves y se cebaban conmigo tratándome como a un depredador más mientras intentaba observar cernícalos, mochuelos y demás pajarillos de los taludes. Volaban sobre mi cabeza, hostigándome alarmadas al caminar cerca de su zona de nidificación en las terreras. Otras veces, bastaba encontrar un grupo reposando en algún árbol, acercarme unos pasos para contemplarlo y, la más atenta, graznaba con una voz áspera y chirriante que alertaba a las demás. A continuación, tras captar todas el aviso de peligro abandonaban el emplazamiento. El lazo de unidad de todas ellas ante sus posibles y potenciales enemigos era un valor adquirido gracias a la eficaz enseñanza de padres a hijos.
Konrad Lorenz, Premio Nobel de Fisiología y Medicina 1973 y etólogo universal, fue un apasionado y gran estudioso del comportamiento animal. Entre sus laboriosas dedicaciones, logró con la cría en cautividad de ejemplares de grajilla formar una colonia reproductora, y de ella, servirse el autor para sacar a la luz una larga e interesante serie de datos curiosos e importantes sobre la psicología de esta especie gregaria. Cuenta Lorenz que, los jóvenes de grajilla carecen de la base innata para reconocer a cada uno de sus enemigos naturales. Y, gracias a una elaborada conducta de atención y aprendizaje recibido activamente de los adultos mediante sus enérgicos gritos de alarma, imprimen en la tierna memoria juvenil importantes y vitales pasos preventivos para evitar y anticiparse al amplio abanico de predadores. Así también, cuando un congénere es capturado por un ave de presa, se congregan estas negras aves graznando sin cesar en torno a ella, con objeto de incomodarla, de hacerle ver que la captura de uno de sus miembros no va a ser en vano. Va a suponerle un incordio tan insoportable que no lo inolvidará o, lo pensará dos veces cuando se le presente otra ocasión. Esta conducta de emitir voces ásperas y escandalosas es extraordinariamente contagiosa entre los córvidos frente a sus captores. Está claro que les resulta rentable y, posee un incuestionable valor para mantener la especie.

El joven, en la izquierda, siempre está atento a las maniobras del progenitor. Los jóvenes permanecen en el grupo familiar durante un año en el que son educados convenientemente. Sus mejillas y nuca no tienen el llamativo gris plateado de los adultos. Son reproductores al segundo otoño.

Apunte de campo: 7- 2 -2010
Una blanquecina capa de escarcha cubre los campos de alfalfa ya cortados. Tienen estos, altos aspersores de casi dos metros de altura, y están ocupados a modo de atalayas por ratoneros (Buteo buteo), aguiluchos laguneros (Circus aeruginosus), cernícalos (Falco tinnunculus) y alguna garza real ( Ardea cinerea). El objetivo de estas aves es, indudablemente, la captura de topillos y otros micromamíferos. En unos pequeños cortados de arenisca, las grajillas ya se interesan por los nidos, ocupándolos para adecentarlos reparando los desperfectos. Vuelan de un lado a otro pero, ya no les presto atención.
Sigo observando el bullicio de las aves en un día soleado muy agradable. Es así hasta que escucho un desgarrador graznido de grajilla procedente de un viejo chopo semiseco y deshojado, un graznido que, como el fuego, se expande al resto del bando. Hago uso de los prismáticos con la idea de encontrarme a uno de estos córvidos en las garras de un azor (Accipiter gentilis). Me acerco más, por que no distingo a ningún azor y, repito la operación hasta que me siento. No hay ningún azor en el escenario y el griterío es infernal ¿Qué ocurre? No logro entenderlo por más que observo detenidamente. Parece que gritan alrededor de un congénere, quizá sea de otra especie o haya trifulca entre ellos…no sé, la curiosidad me está matando. Es cuando se mueven algunos ejemplares dejando un especio visible, el momento en el que distingo a una grajilla con un ala trabada en una gran rama caída sobre otra. El ave no sé como ha logrado acuñar su ala entre la cruceta de ramas pero, no cesa de gritar desesperada, y las demás, aunque no entienden quizá porqué gritan, se ven poseídas por esa voz solidaria aprendida de sus progenitores por imitación. Personalmente, no puedo hacer nada, si me acercara más, provocaría el pánico en la infortunada grajilla y podría romperse el ala al forcejear. Así que, espero pacientemente. El bando la acompaña en todo momento, y por fin, logra zafarse de la mal caída rama, entonces, abandonan todas juntas el chopo desmochado.
Entiendo cuando dice el genial etólogo Konrad Lorenz: “Resulta difícil imaginar qué tipo especial de vivencia experimentan, y que va asociada, sin duda, a una actividad instintiva que ha dejado una emoción profunda. Nuestros afectos –ira, odio, miedo- sólo se pueden comparar de una manera relativa con los correspondientes o análogos de los animales. No sabemos lo que experimenta la grajilla, pero no cabe duda de que esta vivencia es algo específico, con una enorme carga emocional. Esta ardiente emoción se graba en la memoria del animal, de manera increíblemente rápida”.
La voz de alarma heredada desde generaciones por aprendizaje, tiene una impronta tan indeleble que, como podemos apreciar por el contagio de sus voces, llega más allá del claro ejemplo de hostigamiento hacia sus enemigos, pudiéndose interpretar también como de apoyo o de ánimo en momentos de peligro de cualquier índole.

La chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) izquierda, y la grajilla (Corvus monedula) derecha, son muy diferentes en aspecto y morfología, sin embargo, comparten la misma inclinación insectívora y la de utilizar oquedades de cortados rocosos, terreras e interiores de casas abandonadas. La chova es más habitual ocupando roquedos fluviales y la grajilla taludes esteparios. Sus reclamos tienen un apreciable parecido, siendo el tono más agudo en las chovas y, más grave en las grajillas.

Una mirada incisiva a través de unos ojos tan llamativos, advierten de la presencia de un posible enemigo (imagen izquierda); seguidamente el córvido, pegando las plumas al cuerpo, se agacha levemente y comienza a emitir un graznido áspero, sonoro, molesto y de larga duración. Entonces toda la vida alrededor, además del grupo, se pone en guardia.