domingo, 14 de febrero de 2010

Topillo común: algunos datos


No es la foto más alegre del topillo, pero, al margen de presentar minuciosamente su aspecto y morfología, la imagen encierra un dato que más adelante detallaré.El sábado pasado, estuve observando durante poco tiempo una tabla de alfalfa en su ciclo final productivo. Había unos aspersores en línea a lo largo y ancho del terreno de una altura de unos 180 cm desde donde avizoraban los alrededores dos ratoneros y un cernícalo. Un milano real, lo hacía en vuelo. Desde el suelo, campeaban dos aguiluchos laguneros, una garza real, avefrías, grajillas, torcaces, estorninos, etcétera. Quiero concretar que, las rapaces y la garza, buscaban probablemente la oportunidad de capturar algún topillo osado que se aventurase fuera de su galería por cualquier motivo, ya que toda la superficie era un entramado general de agujeros.

El topillo común (Pitymys duodecimcostatus), es un mamífero roedor de pequeño tamaño. Su longitud no excede de los 12 cm si contamos desde la cabeza a la cola; ésta última, mide unos 3 cm. Su peso, es de 15 a 22 gramos. Lo más interesante de este roedor es su morfología, adaptada por completo a la excavación del suelo, ya que su vida transcurre en el interior de las galerías que él mismo practica. Posee unos incisivos de crecimiento rápido, pues la actividad cavadora les genera un continuo desgaste que hay que contrarrestar. Su cuerpo es cilíndrico y la cola corta, como sus orejas, que apenas sobresalen. Tiene unos pequeños ojillos que casi pasan desapercibidos entre el tupido pelaje, y sus extremidades cortas, son también muy prácticas para desenvolverse cómodamente mientras horada galerías.

El topillo común prefiere el ambiente mediterráneo, distribuyéndose por casi toda la península. Falta en la región noroeste. Gusta de espacios despejados con terrenos adecuados a su capacidad cavadora. Riberas, zonas de cultivo, prados, herbazales y lugares afines hasta una altitud de unos 1500 metros sobre el nivel del mar, son entre otros, los espacios elegidos por estos micromamíferos.Su alimentación se basa fundamentalmente en raíces de plantas que devora desde las galerías, como tubérculos, bulbos, rizomas etcétera. También por este hábito, resulta sumamente perjudicial para el agricultor cuando devora las de sus cultivos.El ciclo reproductor del topillo común se extiende a lo largo del año, dando como resultado, de dos a seis camadas. En el interior de cámaras bien tapizadas con hierbecilla y pequeñas raíces, tiene lugar el parto, que suele producir entre una y cinco crías.


Aquí está el resultado de la presión que soportan estas criaturas bajo el peso de un bestial abanico de depredadores. Sería más fácil y rápido, enumerar al resto de especies.
Si os fijáis en esta imagen más visible y precisa, comprobareis que hay una zona bajo el perímetro de la caja torácica donde el pelaje está más revuelto y humedecido; pues bien, se trata del pinzamiento de un córvido con objeto de partirle el espinazo. Podría tratarse de una corneja o una urraca los causantes de su muerte. Estas aves, no tienen capacidad de transportar a su presa en caso de peligro y la abandonan. Matan a picotazos, y al carecer de pico ganchudo, no pueden desgarrarla fácilmente ni aplastarle el cráneo como haría cualquier rapaz. No confundir este hallazgo con el de las musarañas, que son abandonadas por su mal sabor.

 

Vista inferior del cráneo de topillo. Algo desenfocados, los incisivos cavadores, y más detallados, los molares. La zona superior corresponde a seis molares; tres por cada lado, y dos incisivos. Las mismas piezas dentales para las inferiores.



 

Mandíbula inferior izquierda. Los molares, dan la impresión de ser pequeñas columnas en una misma pieza. Esta dentición, es de especialización vegetariana. El filo del incisivo da idea de la dolorosa mordedura de este, no tan inofensivo, roedor.



 

Una vez extraído el incisivo de la mandíbula, comprobamos la exagerada longitud del mismo. La dentina encierra la cavidad pulpar que permanece abierta, permitiendo el continuo y necesario crecimiento de la dentadura, neutralizando así el constante desgaste. Un arco inferior a modo de vaina encierra el laboratorio anatómico que guarda la muestra ya endurecida del incisivo disponible.

 
Cúmulo de tierra con orificio. Observar fijamente la diferencia de color por la humedad de la tierra al ser extraída recientemente por el topillo, este es un indicio clave de la ocupación de la galería. El roedor está trabajando en tareas de reparación. Los montones sellados, determinan la finalización de la obra, así, evitan inundaciones durante las lluvias.

 
Vista general de un campo de alfalfa segada con sus visibles montículos.



sábado, 13 de febrero de 2010

La piedra del mochuelo

Mochuelo común (Athene noctua)


Así es la piedra del mochuelo. Desde donde divisa todo su territorio de caza. Desde donde además, toma los primeros rayos de sol de la mañana alimentando su curiosidad y observando a los transeúntes que pasan esporádicamente bajo su pedestal pétreo.

Me gusta la escena críptica de la rapaz con el fondo; su coloración parda, le hace pasar inadvertido en su entorno. Cuando miro la piedra, sé que él está allí, posado. Parece una figura con su peana. Un ornamento en plena naturaleza para disfrutarlo sosegadamente.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Un día con la perdicera

ÁGUILA PERDICERA (Aquila fasciata)

Desde lo alto de las ruinas del torreón medieval, una fortaleza del siglo XIV; la hembra de águila perdicera monta la guardia, sin perder de vista, el nido que aloja a sus dos pequeños pollos de blanco plumón.

Es…, la viva imagen del sol resplandeciente sobre cualquier cortadura montaraz. La última, de los privilegiados reductos desprotegidos de nuestra geografía española. Su blanca pechera, le delata cuando decora el caprichoso y policromo frente rocoso donde descansa, esperando entre la basta roca, la hora propicia de emprender la patrulla territorial y la caza.




Recuerdo este día de tanto desasosiego, como muy desenfrenado y activo en esta rapaz, metida de lleno en la cría de sus dos pollos. No los perdía apenas de vista ni un momento, tan sólo, en alguna ocasión, prospectando la zona con la intención de vigilar, ejercitar, y aportar ramas verdes al nido. Al darles calor, tenia leves periodos de dormitación a intervalos de diez y cuarenticinco segundos. Repentinamente, la perdicera comenzó a reclamar con estridencia, al tiempo que abandonaba la plataforma del nido. Parecía buscar, la cooperación del macho ante la presencia inoportuna y desairada de una pareja de águilas reales al invadir su zona de cría. Las águilas reales, trataron de criar a tan sólo 300 metros de distancia. Por causas desconocidas, el intento fracasó.



Quizás el estrés, provocó en el águila perdicera, el ataque inmisericorde a un despistado buitre leonado que, osó cruzarse con ella mientras se dirigía a alimentar seguramente a su pequeño pollo. El sonido seco del aparatoso quiebro que ejerce el buitre al esquivarla, retumbó hasta mi recóndito observatorio, estremeciéndome la intensidad del duelo, cuya necrófaga, era tan sólo, una víctima inoportuna de sus fulgurantes ataques. Paradójicamente, la vuelta al nido de la perdicera fue precisamente delante del halcón peregrino. Aquí, el espectáculo, se multiplicó gracias a la pericia de dos fascinantes voladores: el peregrino, como feroz atacante, capaz de realizar repetidos picados, recuperando altura con la inercia de los descensos. La perdicera, no podía hacer nada más que, esquivarle con suma habilidad.



miércoles, 27 de enero de 2010

Heriaeus melloteei: acechando



Este paraje accidentado, solitario, y surcado por un profundo barranco calizo de encinar tachonado de sabinas y matorral variado, es el territorio de la reina de las aves: el águila real. Se le atribuye tan ilustre distinción, al poder y fortaleza que atesora su espectacular morfología. Aquí anida, y aquí deleita con su vistoso vuelo, a los pocos que acertamos a caminar por este, su espectacular y recóndito feudo.

Dentro de esta extensión, como no; el ubicuo búho real, también se ha hecho su hueco. La cabra montesa y el corzo, el tejón, la garduña, y la jineta entre la gran variedad de especies, conviven en el mencionado espacio sin perder de vista su delicado lomo. Un descuido, y, especialmente los jóvenes, podrían verse sorprendidos sin apenas reaccionar por la efectividad atacante de cualquier depredador oportuno.



Pero no es el águila real ni el búho real; ni siquiera, el depredador más vistoso de nuestros cielos, el temible cazador hallado.

Tan sólo es un minúsculo invertebrado, una araña que, se oculta como nadie entre las coloridas flores al aguardo de sus posibles víctimas para sorprenderlas como lo haría una rapaz nocturna: al acecho.

Se trata de una hembra de “Heriaeus melloteei”, de arrojo indudable a juzgar por la captura de la infortunada abeja que le dobla en tamaño. Su coloración verdosa, y el dibujo lineal a lo largo de su cefalotórax y abdomen, así como el marcado paréntesis cerrado en éste último, no dejan duda.

Hablando de grandes depredadores: lo más apropiado de éste en particular, es su tamaño. Es mejor así.


Orden: Araneae
Familia: Thomisidae
Genero: Heriaeus
Especie: Heriaeus melloteei (Simon, 1886)

Datos obtenidos de:

http://www.insectariumvirtual.com/galeria/Heriaeus-melloteei-img45400.search.html


Ejemplar de araña con abeja capturada e inmovilizada con veneno. Por el hueco de sus quelíceros, irá succionando los fluidos internos de su presa.


El diseño o dibujo del abdomen, converge notablemente con el del cáliz de la Salvia lavandulifolia. Por otra parte, el color verde además las fusiona, y la adaptación de la araña obtiene de este modo su recompensa; no así la planta, que pierde a su polinizadora.

miércoles, 20 de enero de 2010

Nidos de chochín


Chochín (Troglodytes troglodytes)

Este pequeño pájaro de coloración pardusca, es una proeza sonora gracias a la potencia de su voz. Realmente, es lo más destacable de tan diminuto ser cuando no logramos localizarlo entre la maleza más espesa. Es nervioso, inquieto, pulula tan fugazmente de un lado a otro, que a veces, cuando lo hace sobre la hojarasca, parece un esquivo micromamífero. Colicorto y rechoncho, es uno de los pájaros mejor preparados para un medio tan caótico como la maraña vegetal apretada, donde el vuelo sostenido no cuenta para nada, solamente, la capacidad refleja mediante ágiles quiebros entre las ramas de la vegetación más espesa.


Pero no sólo la estridencia de su canto destaca por su brío; sino, además, su portentoso ingenio y laboriosidad constructora. Nada que envidiar a mitos, pájaros moscones, golondrinas dáuricas, etc.

El macho, ha de construir uno o varios nidos antes del emparejamiento. La capacidad de atraer a una o varias compañeras, depende de su elevada actividad como constructor, ya que las hembras, prefieren aparearse con ejemplares que les ofrezcan una mayor y mejor gama de dichas construcciones. Las parejas no son estables y las hembras, suelen cambiar de macho entre las dos o tres repeticiones de cría. Éste último, más ocupado en impresionar a las hembras, se limita a cumplir con el cortejo y la cópula, y escasamente con su papel en la cría de los pollos.

Los nidos son esféricos, y los materiales utilizados son principalmente musgo, hierbas, pequeños tallos y hojas, todo ello, perfectamente entrelazado y con un estrecho orificio de acceso. Los suelen ubicar en la roca, muros, árboles y corrales o, casas abandonadas.


Con el apoyo basal de un nido de golondrina común (Hirundo rústica), el chochín (Troglodytes troglodytes), habilita su elaborada construcción globosa con materiales vegetales seleccionados.



Al amparo de un pequeño diedro en la roca caliza, y protegido y mimetizado por la melena vegetal de la Sarcocapnos eneaphylla, este otro nido, deja asombrado a cualquier amante de los pequeños y cuidados detalles de pajarillos como nuestro protagonista.

miércoles, 13 de enero de 2010

La segunda oportunidad: Electrocuciones

 
Torre nº 19 

De todos es sabido, la cada vez más complicada actuación de las aves, para sortear tanto hilo eléctrico a lo ancho y largo de cada terreno por el que se desenvuelven. Digo cada vez, por el saturadísimo espacio territorial copado por infinidad de líneas nuevas de alta tensión provenientes de los parques eólicos que conforman una maraña intransitable, especialmente, vía aérea. El incremento en la demanda de energía eléctrica producida como consecuencia del elevado desarrollo tecnológico, es el causante de este aumento. 

Existe en concreto una línea eléctrica (afortunadamente ya corregida), que se convirtió en una macabra hilera de postes mortales, sembrada de cuerpos de todo tipo de aves postradas a sus pies. Esta línea, alimenta a una urbanización a orillas de un pantano. Su ubicación, ocupa varios montes con cortaduras calizas y pinar de repoblación, cuya especie dominante es: el pino carrasco (Pinus halepensis). El voltaje de la misma, no excede de los 45 Kw., concretamente 15 kv. Son precisamente las más mortíferas, especialmente, por su fácil exposición a las descargas. El número de postes influyentes era de 19, y concretamente el nº 15, lideraba la nefasta cifra de electrocuciones. 

A lo largo del tendido cayeron: águilas reales, calzadas, una perdicera, una pescadora, buitres leonados, azores, búhos reales, ratoneros, palomas torcaces, cuervos, urracas, en fin; una escalofriante cifra que necesitaría de mucho más espacio para su concreción en el post. En esta prospección, al llegar a la torreta nº 15, ya conocía la presencia de los restos de un búho real (Bubo bubo) muerto hacía justamente un año. Estos, aparecían dispersos bajo el pinar contiguo al pie de la mencionada torre. Las plumas, estaban calcinadas y descoloridas por la incidencia directa del sol. Un zorro, seguramente los llevó hasta allí, para comerlos con mayor protección ante posibles enemigos. 

Curiosamente, recogiendo plumas al lado de una piedra, descubrí sobre un minúsculo y retorcido tomillo, casi seco, un jirón de pequeñas plumas nuevas, correspondiente al vértice flexor del ala derecha. A continuación, comencé a registrar todo el perímetro con la intención de hallar a la rapaz, tal vez, malherida. Podía ésta, haber levantado el vuelo a pesar del fuerte golpe de la caída causada por la descarga, y supuestamente, haberse alejado unos metros nada más. No hubo manera, no encontraba nada. Si algún depredador la hubiese capturado, quedaría un reguero de plumas difícil de ocultar debido al peso de tamaña rapaz nocturna. Incluso un zorro, la arrastraría.

 

Proseguí el transecto, con la sospecha esperanzadora del estado del búho cuya vida todavía era posible. Casi alcanzada la última torreta situada al borde mismo del cortado, me vino a la mente una posibilidad coherente al respecto: pensé, que tal vez, los compañeros del seguimiento pudieron habérselo llevado en una prospección anterior. No fue así; desgraciadamente, al culminar el final de la ladera donde se erige la torre nº 19, lo descubrí, abatido. El búho real, yacía bajo el férreo pie de la altiva torre que ofrece una vista inmejorable de toda la depresión. Comprobé el golpe en el ala, y correspondía; era el mismo. Fue capaz de remontar el vuelo desde el suelo, quizá algo aturdido hasta alcanzar la cúspide de la trampa mortal. El joven macho del año, no tuvo suerte, no se percató del primer aviso, y la tentación de la nº 19 acabó con su segundo y definitivo error.