
Si hay un ser vivo, capaz de desafiar las tórridas horas del agostado mediodía, ese es el lagarto ocelado (Lacerta lepida. Actualmente; Timon lepidus). Aguarda paciente, entre el sol y la escasa cobertura de los sisallos, los albardines o las capitanas aferradas a los ribazos y periferias el momento ideal para cazar o, sencillamente, mantener el reposo. La abrasada maleza del linde, separa las tablas del agobiado labrantío que se extiende por cualquier estepa aragonesa. Mientras, nuestro saurio, se permite el especializado placer de ignorar el aplomado calor, que, a duras penas el que escribe, soporta deshidratándose al amparo de una afilada sombra que se desvanece rápidamente.

Las intimidadoras fauces del lagarto ocelado, suponen una importante garantía para su defensa.
Esta, desgraciadamente, es otra variedad bastante más cruda de la formidable fortaleza; en este caso metabólica, del lagarto ocelado.

Fernando, me avisó de la situación del lacértido que se hallaba atrapado en el foso de un aljibe circular. Son construcciones generalmente de la forma mencionada, cuya utilidad es; la de recoger el agua de lluvia o, almacenar la que se vierta para abrevar el ganado ovino, habitual campeador de las duras estepas aragonesas. El poso de barro resquebrajado y cuarteado por la acción implacable de la sequedad, daba cobijo al verdoso “fardacho” (como se le conoce por el lugar) ocultándose cuando tan sólo, atisbaba un leve momento de riesgo en el alto vertical de la pared. La profundidad de las grietas en el barro seco era de unos cuarenta centímetros, y aun así, pese a la dificultad, logramos extraerlo una vez se había empotrado en ella, no sin antes arrancar uno de los bloques con mucho cuidado.

Las especies atrapadas en el fondo seco, generalmente mueren de inanición tras largos días de penuria.
Las imágenes apreciadas por vuestros ojos en la pantalla, son las del pobre lagarto exhausto, consumido casi en su totalidad pero, con la fiereza que les caracteriza; haciendo frente con sus fauces abiertas. No consideramos la necesidad de llevarlo al centro de recuperación, debido a la fuerza que todavía, y a pesar de todo, sacaba de sus mermadas reservas.
La pared de la vieja torre esteparia, le serviría de refugio junto a la opción de entrada a la misma, para que pudiera sorprender insectos abundantes en su interior.

Pareja de lagartos ocelados soleándose bajo un caluroso sol de Mayo.
Dedicaré otra entrada a esta maravilla de la evolución, con otro ejemplar en mejores condiciones, pues hay detalles de su comportamiento sumamente curiosos.
En el otro aljibe, la situación era mejor gracias a una parte sombría protectora de la humedad, apropiada, para la piel de varios ejemplares de sapo corredor (Bufo calamita) que permanecían aletargados bajo una
manta vegetal acolchada y uniforme.


Recogidas entre una piedra y el barro seco; las cuatro jóvenes culebras de escalera (Elaphe scalaris. Actualmente; Rhinechis scalaris), aguardaban ocultas el paso del tiempo frío medio aletargadas, debido posiblemente, a la incierta temperatura todavía no apta para el prolongado y esperado fin.
Concluida la necesaria sesión fotográfica, no exenta de sustos por el mal genio de dos de ellas (muy agresivas), dejaron constancia mediante activos lances de ataques continuados, de una marcada irascibilidad antes de terminar en la saca. Una vez liberadas bajo la segura protección de las amontonadas piedras extraídas del campo, regresaron a una nueva oportunidad sobre el terreno, ahora, con mejores expectativas.

Un ejemplar dócil. Por la forma estilizada de la cabeza, comprobareis que no muestra signos de alarma.
De las otras dos restantes, una de ellas, era sumamente dócil. Qué cosas. La tuve encima, cogida con las manos y mirándola con entregada atención, mientras se deslizaba con suavidad entre mis dedos. No medían más de cuarenta centímetros, cada una de las cuatro. A pesar de su aparente inofensividad por su pequeño tamaño, y no disponer de glándulas venenosas, sus dientes pueden accidentalmente transmitir cualquier tipo de infección por muy remota que sea dicha posibilidad. Hay que andarse con cuidado, pero sin temerlas. Siempre huyen de nuestra presencia como alma que lleva el diablo.

Este ejemplar sin embargo, con las carótidas dilatadas, hizo justicia de su irritable carácter arisco y ofensivo.
Esta es, una pequeña muestra de la trampa mortal que para muchos animales entre aves, mamíferos, reptiles etc., suponen estos depósitos de agua; tanto llenos, como vacíos. Se han presentado muchas opciones para habilitar salidas de evacuación para los animales atrapados, pero ninguna al parecer, se lleva a cabo.
