martes, 26 de enero de 2021

Un frío de mal recuerdo


Pasada la ola de frío Filomena tras los avisos de Aemet, quedó un paisaje sorpresivo para aquellos que infravaloraron su capacidad de acción. Un caos total para quienes no contaron con la previsión de los mandatarios oportunos, sufriendo sus nefastas consecuencias.

Llegaron las avefrías Vanellus vanellus, que no veía desde hace tiempo con estos inviernos pasados nada fríos. En esta ocasión, empujadas por esta fuga de tempero (hecho accidental y aislado por estos fenómenos cíclicos gélidos) y aparecieron más ejemplares que en las corrientes invernadas.

Con la llegada de estas aves, recordé aquella ola de frío de enero de 1985. No fue un buen año para ellas. Entre los días cuatro y diecisiete de enero del año en cuestión, España entera sufrió los rigores de una ola de frío provocada por una masa de aire ártico, que procedente del norte de Europa alcanzó la Península. Sin obviar el resto de días por su crudeza, el valle del Ebro fue un canalizador de viento gélido y seco que endurecía el paisaje y despellejaba los labios.

Las orillas del Ebro, galachos y terrenos de cultivo; todo en general, estaba congelado. Muchas avefrías que venían precisamente escapando de la trampa mortífera del intenso frío del norte, se encontraron bastos terrenos helados de donde no podían extraer los invertebrados con que alimentarse. La inanición fue haciendo estragos en ellas. Debilitadas por el hambre, eran presa fácil de predadores y del viento que las estampaba contra los árboles o cualquier punto elevado. Llegué a ver incontables ejemplares muertos, además de montones de plumas como muestra de su malogrado destino.

En las noticias se hicieron eco de la dramática mortandad de estas aves a causa de la devastadora ola de frío. No he logrado el reportaje de la noticia en Internet.

Un ejemplar de avefría debilitada por el hambre. La quilla del esternón sobresalía de los inexistentes músculos pectorales. Prácticamente consumida, el ave murió en mis manos segundos después. Enero de 1985







Aquel invierno de 1985 fue la ola de frío más mortífera. Por si fuera poco, en dos semanas murieron 38 personas sin hogar congeladas por el frío. Dos semanas en gran parte de la península a una temperatura de diez grados bajo cero.

Sirva esta entrada para su recuerdo.


sábado, 23 de enero de 2021

Bisbita pratense


Una nevada descomunal, para estas latitudes, ha dejado todo perdido de blanco. Muchos paseriformes buscan apresurados arbustos y matojos semicubiertos donde introducirse para buscar alimento; insectos, semillas, etc. Ahora, las aves, parecen haber perdido algo de temor ante el observador, dada su prioridad por alimentarse desesperadamente. Perder calorías es un inconveniente que pueden pagar muy caro con este frío. Han de mantener su temperatura corporal de 40 gr.

Cruje la nieve a mi paso, helada y resplandeciente. Deslumbra su albura en todo el campo asilvestrado, donde los pajarillos pululan algo desconcertados buscando su sustento. Años atrás, todo este territorio ribereño fue cultivo de chopos, talados ya definitivamente.

Los pasos consumen poco a poco el trayecto establecido y, repetidas veces, salen lanzados al vuelo como una ola creciente unos pajarillos de plumaje discreto. Rompen el silencio en ese preciso momento con una penetrante voz de alarma, abandonando el escenario importunados. No tardan en posarse de nuevo. Ahora, con más sigilo, puedo observarlos detenidamente. Son bastante confiados y se dejan ver con facilidad una vez localizados a pesar de su críptico plumaje.

Los bisbitas comunes Anthus pratensis se reparten por doquier en nuestro territorio, optando preferentemente por zonas deforestadas cubiertas de pastos húmedos. Se inclinan claramente, durante su invernada, por los sectores más térmicos de la Península Ibérica.















lunes, 30 de noviembre de 2020

ANTÓN GARCÍA ABRIL: sinfonías de la naturaleza



Unos álamos negros Populus nigra de la hoz de Pelegrina, se agitan con el viento sobre el campamento del equipo de El Hombre y la Tierra. El sol, arranca destellos áureos mientras bambolean sus copas rítmicamente con veladas luces intermitentes. Amarillentas hojas interceptan la escena durante su caída, propagándose en el espacio como diminutas partículas en forma de luminosos copos de nieve.
Toda la esencia del otoño empaña con su colorido la cárcava del río Dulce. Entonces, suena una música que inunda la estación que adormece el sotobosque. Una música que penetra en lo más profundo del corazón humano dándole vida frente al ocaso estacional de la naturaleza.
Es una de tantas creaciones sinfónicas del turolense Antón García Abril. Un genio y artesano de la composición musical, escenificador del drama, la tensión y el sosiego de la vida silvestre. Otoños y primaveras, inviernos y veranos fusionados con magistral poesía sonora gracias a su percepción sensorial, combinada con todas las demás resonancias de la naturaleza. Un golpe de anhelo y esperanza capaz de superar el desánimo de los días menguantes.

Si Félix Rodríguez de la Fuente fue la voz de la naturaleza, es justo que la música de Antón García Abril sea el fondo sonoro de todos los rincones vivos de nuestro medio natural.

 

“Siempre he intentado que la música se convirtiera en imagen y la imagen en música, y a veces lo he conseguido”

Antón García Abril                                            

Compositor de la banda sonora de los capítulos de El Hombre y la Tierra



Momentos otoñales

Viviendo los paisajes, las secuencias de la fauna Ibérica en todo su esplendor y, todo lo relacionado con la naturaleza, siempre me acompañó y me acompañará como sonido de fondo la extraordinaria música de Antón García Abril