sábado, 17 de febrero de 2018

Cuando el búho real no nos conoce



Cuando formas parte del paisaje pasas desapercibido, o por lo menos, el búho real Bubo bubo te considera parte de él. A los naturalistas y gente que nos gusta ir de un lado para otro disfrutando de la fauna silvestre, el búho real nos atiende recelosamente. A veces se achanta, y cuando sobrepasamos su barrera de seguridad emprende el vuelo a gran velocidad para evitar a los vecinos belicosos que van tras él con saña. 
Somos, aunque nos duela, un inconveniente con el que se enfrentan los animales que descansan durante nuestra semana laboral, precisamente, por las molestias que les ocasionamos cada fin de semana con nuestras incursiones, aunque sean bien intencionadas.

Refiriéndome al búho real por ser el protagonista de esta entrada, la rapaz está mas habituada a los habitantes asiduos del campo que a los urbanitas.
Sé, por innumerables observaciones, que a los agricultores y a los pastores el búho real los mira con menos recelo que a mí cuando llego desde la ciudad a contemplarlo durante unas horas; aunque sea silenciosamente, como he hecho siempre, desde el mismo lugar y con la correspondiente distancia recomendable (una en la que haya que utilizar los 60 aumentos del telescopio). Lo digo por la cantidad de veces en las que la rapaz ha obviado a los camperos rurales fijando su mirada en mi persona, aún estando mas distante que ellos. En incontables ocasiones he visto al ganado pastar cerca del nido de la rapaz con sus pollos, al agricultor con su ruidosa máquina labrando, y he sido mas controlado que ellos. 

Recuerdo un ejemplo que no olvidaré jamás debido al alboroto de un labriego en una tabla de viñedos. La silueta del búho real se adivinaba entre las ramas de una sabina negral Juniperus phoenicea. Por el posadero, se trataba de la hembra. A la izquierda, bajo el cortado calizo una persona mayor trabajaba con un arado romano y su asno tiraba duramente para abrir surcos. El animal obedecía casi a la perfección las órdenes de su cuidador, aunque de vez en cuando, los errores del asno eran corregidos mediante estridentes juramentos e improperios repetidos por el eco del barranco en todas direcciones. 
Todo lo observaba y escuchaba el búho real que, ante el alboroto esporádico, no perdía la ocasión de fijar su mirada hacia la fuente del escándalo. También, con mayor fijación, dirigía su mirada hacia mi persona; aunque me hallaba más apartado que el labrador, para el gran búho, paradójicamente, yo era el intruso a controlar. Lo curioso era la insistente mirada que la rapaz tenía hacia mi posición inmóvil, al contrario de la del enojado y bullicioso agricultor al que vigilaba ocasionalmente. 
La diferencia era previsible; el lugareño con su modo de vida pertenecía al paisaje, y yo, venido de la urbe, era la novedad.
A pesar de todo, ultimada la faena en la tabla de sarmentosos viñedos el animal de tiro fue recompensado con un buen morral de paja y cebada. 

No es lo comentado un reproche para quienes disfrutamos del campo, pues no somos los únicos que desvelamos al búho real durante su descanso. De hecho, contabilizados muchas veces los segundos de sueño de la rapaz, no superaba los 16 segundos dormitando. Cualquier paloma bravía Columba livia, bando de grajillas Corvus monedula, chovas piquirrojas Pyrrhocorax pyrrhocorax, bulliciosos cernícalos Falco tinnunculus y demás habitantes del roquedo pueden interrumpir a la gran rapaz nocturna durante su descanso; incluidos los pequeños pájaros que pululan entre los arbustos donde se halla reposando.


La insistente mirada de este macho de búho real hacia el mismo punto obedece, con frecuencia, a la intención de asegurarse preventivamente el lugar donde dirigirse en caso de huida si el peligro se acrecienta


Si no abusamos en exceso mirando fijamente hacia su punto de reposo y sin acercarnos demasiado, la rapaz finalmente se afianzará con nosotros y podremos disfrutar de su pausada somnolencia y tranquilidad.


Gracias a la distancia, a pesar de limitar mucho la calidad de las imágenes, puede uno presenciar detalles que, de otro modo, pueden pasar desapercibidos.








Si algún ave se posa cerca lo alertará, como pude ver en una ocasión con una paloma bravía. Vi como el búho real desplegaba las vibrisas (plumas táctiles que rodean el pico) cerrando simultáneamente los ojos (supongo que para eliminar el llamativo rojo-anaranjado de su iris), ambos se observaron muy de cerca, rígidos y expectantes. La paloma se fue y el búho real plegó las vibrisas y se acomodó de nuevo.

miércoles, 31 de enero de 2018

La gineta del convento


El tiempo pasa rápido y, hace ya poco más de un año que aconteció el hecho que relato a continuación. 

Estaba leyendo el periódico, con poco entusiasmo por cierto, hasta que llegué a una página entre noticias de sucesos donde destacaba la resplandeciente fotografía de una gineta (Genetta genetta);la bella matadora de Félix Rodríguez de la Fuente. La imagen compartía un titular afirmando la captura de una gineta en el monasterio de Santa Lucía. Un hecho insólito para los ingeniosos agentes de Medio Ambiente, dotados de gran habilidad para capturarla según explicarían posteriormente en las redes.

He de confesar que la noticia no me causó simpatía, más bien, me decepcionó bastante. Este vivérrido es un excelente cazador de roedores y, a diferencia de los gatos, la gineta si se atreve con ratas de buen tamaño. 
Os preguntaréis, tal vez, por qué me decepcionó la noticia de su captura. Había estado trabajando sobre el tejado del monasterio, pintando una chapa de zinc que bordeaba el frente del alero. Hallé dos depósitos de excrementos y me sorprendió la existencia de este ágil mamífero cuya senda se apreciaba por su uso continuado sobre el mismo tramo de tejas; desde el acceso, hasta la bajante. Una trayectoria que le comunicaba con la zona de huerta y el arbolado silvestre, donde alternaría la caza de micromamíferos con algún dormidero de pájaros (gorriones, estorninos etc.).

Cuando comenté a sor Mari Carmen si habían visto por casualidad una especie de gato con la cola muy abultada de pelo, la monja encargada de cocina esbozando una sonrisa encubierta, miró de soslayo a su superiora como solicitando permiso para hablar sin mediar palabra. Arrancó, y su historia inundó mis oídos plácidamente. Todas se tornaron cómplices de la anécdota con la gineta protagonista de sus vivencias particulares. Hicimos corrillo y empezaron a deshilar conversación con entusiasmo. Aunque la ventana de la cocina estaba a buena altura, el ágil mamífero se las arreglaba para trepar, introducirse, y servirse de buenos filetes de carne. Las monjas posteriormente los echaban en falta, sorprendiéndose por el misterioso hecho. Al descubrir a la gineta en plena faena, se despejaron todas las dudas. Así lo recordaban riendo complacidas tras días de incertidumbre. Optaron por colocarle un plato con comida en el lugar de recreo, me iban diciendo alborotadas, y alguna vez al salir a pasear, la veían antes de perderse en la oscuridad tras una veloz carrera. 

Tenían una gran suerte con la gineta dentro de la parcela, les decía, ya que controlaría bastante la presencia de roedores, pero, ni aún así, la permitieron quedarse.

"La previsión es que el animal vuelva a su hábitat tras la correspondiente revisión" comunicaba el periódico: que incongruencia, siendo su hábitat la misma parcela del monasterio.


Gineta Genetta genetta (fotos de archivo).