Cigúeña blanca Ciconia ciconia
Que bien sientan las noches de sábado cuando sabes que, por
una vez, no madrugarás ni siquiera para ir al campo. Toda la noche libre para
que la mente invente lo que quiera y, a ser posible, lo haga a tu favor con
sueños dulces bien trabajados y no aberrantes pesadillas.
Va sumando mi cerebro las horas nocturnas en brazos de
Morfeo, enroscado como un lirón gris en su caja craneal. Un sonido lejano intenta
ser reconocido por mis oídos cerrados a cal y canto, abriéndose lentamente a
medida que, dicho sonido, se va haciendo familiar. No era el espeluznante y
estridente ruido del camión de la basura ni el perrito cursi de ladrido
chirriante ni los cantamañanas recogiéndose tras la jornada nocturna de
borrachera. Aquello iba tomando forma acústica, derivando en un concierto
semejante a palos golpeados entre sí, como una sesión de danzantes de Huesca pero, con mayor repercusión y agilidad en los impactos.
Al activarse y conectarse mis neuronas ante semejante escándalo mañanero, percibí mientras abandonaba el mundo de los sueños, que se trataba del crotoreo de las dos preciosas cigüeñas blancas que anidan en la antigua chimenea industrial de la plaza Utrillas de Zaragoza.
Me asomé a la ventana y, allí estaban a dúo con su repertorio sonoro a las seis de la mañana en lo alto de dos antenas de televisión. Entiendo que, un despertar como este no me provoca ningún tipo de estrés ni de ira, otra cosa es la circulación de vehículos o los fenómenos cotidianos mencionados anteriormente; esos, no tienen perdón ni justificación por insoportables.
Nido de cigüeñas sobre chimenea industrial (Plaza Utrillas Zaragoza). Fue respetada en su día gracias a la acción vecinal.