martes, 5 de junio de 2012

Fritillaria hispánica: Cañón del Río Mesa.



Hace un par de semanas, caminando por el borde exterior de una repisa en un farallón a considerable altura, descubrí bajo las ramas de una franja de pinos (Pinus halepensis) cuatro ejemplares de fritillaria hispanica. Son plantas muy sugestivas, con una flor en forma de campana similar a un tulipán cabizbajo. Sus pétalos son de un atractivo color rojizo surcados longitudinalmente en el centro por una franja verdosa en cada uno de los seis que posee. Es una planta bulbosa; liliácea, propia de terrenos secos y rocosos. Puede alcanzar los cincuenta centímetros de altura. Florece de finales de marzo a mayo; los ejemplares fotografiados corresponden a abril y mayo y están ubicados en una zona escarpada de la parte superior de un enorme cortado calizo de acceso complicado. 





Puede parecer, por sus colores discretos, que sus flores pasen desapercibidas pero, ese porte altanero que poseen, por lo menos los ejemplares de esta zona, las hacen ampliamente más llamativas y coquetas.
Quizá la sencillez, la soledad de estas plantas adornadas con esa flor tan peculiar y esa rectitud, motiven mi admiración.
Espero que las disfrutéis intensamente como yo. Lo merecen. 


Probablemente, el paso esporádico de cabras o corzos por esta ruta, fuera el motivo desgraciado que afectó a esta fritillaria. A pesar de todo, logró soldar la fractura del tallo favorablemente, quedando tendida en el suelo, pero, reincorporándose ligeramente a duras penas. Un bello ejemplo de superación, sin duda.

sábado, 2 de junio de 2012

Observando un nido de picapinos.

Hembra de picapinos; sin mancha roja en la nuca.

No me gusta hacer fotografías a los nidos, porque, de un modo u otro, el fotógrafo entorpece el desarrollo normal de las cebas a los pollos. Para hacer fotografías de gran calidad, uno tiene que estar literalmente pegado al nido. La cosa cambia cuando la ubicación de dicho nido se halla al lado de una carretera; más transitada por coches en fin de semana y llena de paseantes del balneario y, algunos escaladores. En este caso, las aves son más permisivas con la presencia humana. Evidentemente, respetando la distancia respecto al nido. Las especies nidificantes, de una manera u otra, aceptan estos ligeros inconvenientes cuando el lugar es idóneo para sus necesidades.
A principios de año se talaron gran cantidad de chopos en este tramo del río Mesa quedando sus riberas despojadas y vacías. Tan sólo quedó una breve muestra aislada, en la cual, nidifica esta pareja de pico picapinos (Dendrocopos major) a gran altura en un enorme chopo. Pasé todas las horas de la mañana deleitándome con estas policromas criaturas de contrastados blancos, negros y rojos; una combinación fanérica propia de aves fuertemente territoriales.

Es en el pico picapinos donde mejor se aprecian las características propias de nuestros pájaros carpinteros. Disponen en su especializado equipo morfológico de unos pies zigodáctilos; el cuarto dedo queda hacia atrás, y no hacia delante como en otras aves. Sus afiladas uñas se enganchan a cualquier resquicio de la corteza del tronco. El tercer apoyo lo constituyen sus rectrices; plumas de la cola con un raquis elástico pero de fuerte constitución. Finalmente, para soportar la acción percusora mientras trabajan la madera, una estructura ósea engrosada y esponjosa amortigua los golpes en el cerebro. Su larga lengua, útil para extraer las larvas de la madera, dispone de un estuche craneal donde se recoge.
Es comprensible que estas aves despierten tanta admiración cuando percuten en la madera de su futuro nido con tan sobrada capacidad.

Macho de picapinos; con mancha roja en la nuca.
          
En esta foto, no distinguí si el ave capturaba hormigas o remataba algunas imperfecciones de la entrada.

 

Accediendo con alimento al nido desde la parte trasera del tronco.


  
Con comida para los pollos.                   

La limpieza es esencial para mantener la higiene en un habitáculo tan cerrado. Ambos ejemplares después de cebar a los pollos se deshacen de los excrementos del fondo del nido. Por esta causa, las heces quedan envueltas en diminutas astillas; otras aves las prenden directamente de la cloaca de sus pollos.

 
Despliegue fanérico del plumaje; detalle que apenas se aprecia a simple vista durante su vuelo fugaz.



El vuelo de los pájaros carpinteros tiene una trayectoria ondulante. En la foto, como un proyectil, abandona el nido y, en los siguientes pasos; abrirá las alas,  se impulsará y, de nuevo, aprovechará la inercia con las alas plegadas.

Entre la estresante atención de los pollos, unas ramas contiguas al nido hacen de descansadero y puesto de vigilancia.


                             
La madera seca emite con el tamborileo de los pícidos un sonido inconfundible. Según los estudiosos de estas aves, cumple una misión de comunicación acústica para frenar la presencia de otros machos y atraer la atención de alguna hembra. Mientras construyen el nido también el rojo de la nuca envía señales ópticas.
El sonido en las ramas secas es más agudo, y en los troncos más hueco y grave.

Difícil equilibrio; con una pata, rascándose el mentón.

La madera también les es útil para rascarse la cabeza.



Descanso para mantener la pulcritud del plumaje.


 

Tan común y tan extraordinario.

jueves, 31 de mayo de 2012

Pasarela natural para infatigables trabajadoras: (Crematogaster scuttellaris)



Los álamos lo ponen todo perdido. Antes que broten sus hojas en los meses de febrero y marzo, ya aparecen precoces los amentos. Los frutos en capsulas guardan semillas parduscas que, una vez liberadas, vuelan por doquier como copos de nieve. La  diseminación acontece en abril y mayo. Gracias a su abundante pelusa las semillas se desplazan lejos transportadas por el viento. Lentamente, van posándose, convirtiéndose en un manto blanco que lo cubre todo.


Como consecuencia de este mágico suceso (sé que es algo molesto pero, no deja de ser curioso), unas sinuosas líneas en el suelo llamaron mi atención. Se había formado una barrera de pelusa blanca, caída lentamente y compactada simultáneamente por el paso permanente de unas minúsculas hormigas (Crematogaster scuttellaris). Ese era el misterio; el tránsito infatigable de unas trabajadoras ejemplares trasformando las blancas hebras en una alfombra de fabricación propia.



Cuando la calzada se alza demasiado, el viento la derriba sin contemplaciones. Después, terminada la jornada de gloria, otra vez al cotidiano sendero de tierra. 


Los troncos de árboles caídos, son una tentadora opción para hacer un alto en el camino durante cualquier excursión. Nada mejor para descansar. Pero, ¡cuidado! Cuando vuestras posaderas vibren el tronco, sobre todo si es viejo, en cuestión de segundos subirán por ellas, muy enojadas estas violentas hormigas. Se colarán con suma facilidad entre vuestra ropa y os encenderán a picotazos sin que sospechéis, de momento, la causa de tanto escozor.


  
Hace años, fui su víctima y, creerme; después de sentarme en el tronco-banco de un balneario de Jaraba en Zaragoza, en poco rato, sentí sus mordiscos y picotazos por todo el cuerpo. Pinchaban como alfileres. Tuve que esconderme detrás de unos arbustos y quitarme camiseta y pantalones para sacudírmelas, olvidándome de los transeúntes.

Ya sabéis: ante la tentación de sentaros en un tronco, llamad con los nudillos o alguna rama para que salgan a recibiros. Lo harán belicosas y bravuconas, con su abdomen levantado y portando en él una gota de feromona que, naturalmente, atraerá a más individuos de la colonia también enojados. 
Desde luego, que poca hospitalidad.

viernes, 25 de mayo de 2012

Rata de agua (Arvicola sapidus)


                      Rata de agua (Arvicola sapidus)

Esta zona umbría del valle de Calmarza, domina el espacio cerrado del encajonado cañón que encauza, al todavía, cristalino río Mesa. Es un tramo interesante donde anida el picapinos, la oropéndola y otros tantos pajarillos habituales de los sotos. Donde el mirlo acuático se zambulle y posa sobre las piedras salteadas entre la corriente; la lavandera cascadeña deambula por el tierno limo en busca de insectos; el cárabo aguarda sobre el viejo nogal y la rata de agua corretea por sus desapercibidas galerías cruzando segura, una y otra vez, el cauce del río. 
La sequía se ha cebado en unas regiones más que en otras y, en este caso, el caudal del río Mesa la padece. A pesar de todo, el mirlo acuático da fe de la aceptable calidad del agua, ya que su alimentación consta principalmente de invertebrados característicos de aguas oxigenadas. 



Después del encuentro con la corza, dirigiéndome a casa tuve otro fugaz con una rata de agua. Hacía años que no veía ninguna, tal vez por no haber prestado atención a los lugares adecuados ni haberme fijado lo suficiente o, dada su actual situación, por ser cada día mas escasa. Dos horas tuve que aguardar pacientemente la reaparición de este arvicolino, pero, mereció la pena. Observar a este mamífero anfibio, nadador excelente, es un atractivo pasatiempo para el observador. 


Me contaban mis mayores que, las ratas de agua, eran apreciadas por su carne y se capturaban para comer; topos de agua las llamaban. Recuerdo que les preparaban una trampa artesanal que consistía en tres palos colocados hábilmente con un equilibrio muy inestable para que, una vez mordida la manzana pinchada en el extremo interior, se desmontaran con un leve tirón dejando caer una enorme losa pétrea apoyada entre éstos y el suelo. Al caer, la laja aplastaba al roedor. 


El abandono de las tierras de labor en los entornos rurales no ha debido favorecer a la rata de agua. Parte de su alimentación consistía en los frutos caídos de los árboles y los tubérculos de algunas hortalizas. Curiosamente, apunta Bang Dahlstrom en su guía de rastros y señales y, como consuelo del agricultor que, cuando una rata de agua comienza a devorar un nabo, hasta que no lo termina, no empieza otro. Creo que es un gran detalle por su parte. Pero, por lo visto para los hortelanos del Mesa, dicha acción no les eximía de las mencionadas trampas.

                            

                              Mirlo acuático (Cinclus cinclus)

                            
                      Lavandera cascadeña (Motacilla cinerea)


domingo, 20 de mayo de 2012

Con una corza en el mismo sendero.



 
El mirlo burlón del río Mesa.
 
Mientras el mirlo acuático (Cinclus cinclus) llevaba toda la mañana dándome esquinazo a lo largo de un oscuro y cerrado tramo calizo del río Mesa, la desesperación mellaba poco a poco mi paciencia. Conocía sus lugares preferidos pero, no coincidía con él en el azud natural escogido para aguardarlo con la cámara.

Al buscar otros parámetros mas apropiados para la cámara de fotos, una corza (Capreolus capreolus) se acercaba sigilosa pero decidida por este encajonado cañón que apenas dejaba entrar una cantidad de luz  adecuada para fotografiar. Mi inmovilidad absoluta no le llamó la atención hasta que detectó mi forma humana, supongo. En aquel momento, el viento estaba a mi favor…

 
 Trotando con elegancia viene hacia mí, sonriente, la bella corza…

 
 Me descubre…se da cuenta de lo que soy, un humano más tieso que un tronco.

 
No me muevo ni un milímetro pero, a pesar de todo, no le gusta lo que ve y recela.

 
En este momento algo de inquietud me provocó. Estaba claro que el cérvido tenía intención de seguir su camino en mi dirección.

 
Tranquilamente da la vuelta…

 
Creo que trata de despistarme…

 
Se siente descubierta y se va lentamente…

 
…pero, no da la situación por perdida y cavila…

 
Lo sospechaba…otra intentona de pasar, y yo, sigo en el mismo lugar sin moverme.

 

Esta carita tan dulce, supongo, es a la que se refería el genial etólogo Konrad Lorenz en su libro “Hablaba con las bestias, los peces, y lo pájaros” cuando, del macho de corzo, recalca su encubierta agresividad. Lo define como uno de los asesinos más repugnantes, sedientos de sangre y privados de freno. Añade que Hornaday, director de un parque zoológico americano en sus estadísticas recopiladas, afirma que los corzos “mansos” causan mas accidentes cada año a los visitantes que los leones y los tigres. El macho de corzo cuando se dispone a  atacar no lo hace en carrera, sino lentamente, con precaución y, apunta Lorenz que, sólo cuando nota una resistencia firme, embiste con fuerza. En un recinto cerrado donde sus congéneres no pueden huir, es capaz de perforar el vientre no sólo a otros machos, sino a hembras y crías de su especie. Lógicamente, en libertad, el contendiente vencido tiene todo el monte para escapar de la inmisericordia del vencedor, como establece la ley de la naturaleza, no así en un lugar artificial excesivamente limitado donde terminaría ensartado.

 

Pero no es mi intención estropear con la crudeza del comentario un extraordinario encuentro con esta hembra preciosa de corzo, todo lo contrario, pretendo con ello, prevenir a los paseantes de la naturaleza para que caminen siempre con la debida precaución ante los animales con los que se crucen, dadas sus intenciones impredecibles. Debemos estar muy atentos a sus posibles reacciones; animales heridos, hembras con crías o, quién sabe…, comportamientos imposibles pueden presentarse ante nuestra sorpresa. Tengámoslo siempre en cuenta.

La corza de la fotografía, bellísima sin lugar a dudas, pertenece a una especie poseedora de una capacidad física increíble; he visto ejemplares, no sólo ascender velozmente cuesta arriba entre arbolado denso, sino además, trepar por zonas rocosas con la agilidad de una cabra montés o, cruzar el caudaloso río Ebro con una fortaleza y habilidad asombrosas.

Era esa una razón para permanecer inmóvil, para que el animal asustado no sufriera mi presión, tan sólo la duda de avanzar, sobrepasarme o retroceder. Me inquietaron algunas posturas intimidatorias del cérvido y, a pesar de su pequeño tamaño, si le diera por embestir, utilizaría sus extremidades delanteras  acuchillando con sus pezuñas; algunos ciervos acorralados lo hacen…
De comportamientos increíbles, os iré contando. 

 
Por fortuna, a la corza no se le cruzaron los cables. Se fue por donde quiso.

El pelaje invernal, grisáceo, se desprende en estas fechas dando paso a otro estival más corto y de tono pardo rojizo. Esa es la causa de ver a la corza algo desaliñada.