Hay días soleados, tan luminosos, tan agradables que, por
extraordinarios, aceleran nuestro mecanismo neurológico alborotándolo,
otorgándonos por ello, un plus extra de ganas de vivir. Esa sensación la he
vivido muchas veces, precisamente, en días tan señalados como el expuesto. Me
ocurrió de nuevo frente al desfiladero calizo hace unas semanas y volví a
soñar. Es la entrada a un barranco dominado por grises y rojizos, ribeteado por
el verdor perenne de sabinas, enebros, romeros y matorral abundante bajo un
inmaculado azul celeste. Pero ya no, ahora no aparecen sus siluetas por más que
mi imaginación las recuerde cicleando sobre la entrada, sobre el viejo puente de
la rambla y el muladar donde perduran vetustos los huesos de aquellos animales
que dejaron su vida trabajando dócilmente las tierras del labrador. Aquel destello sobre la roca, el vibrante
rumor de sonoros picados en el canal del barranco, correspondían a la magia del
águila de Bonelli. Hace muchos años que
los pacíficos buitres leonados planean sin recibir sus violentos ataques. Se
derrumbaron las poblaciones adyacentes de esta irascible rapaz, cuya
descendencia, fortalecía su presencia aportando nuevas generaciones que
consolidaban distintas regiones. Y, las parejas aisladas, desconectadas, con
pocos recursos cinegéticos y demasiada presión humana, terminaron por sucumbir.
Tal vez, fuera lo que ocurrió también con ésta pareja del río Mesa.
Los que tengáis cierta predilección por el águila de
Bonelli, viviendo incluso cerca de ella
y orgullosos de compartir territorio, entenderéis lo que trato de transmitiros.
En el cañón del río Mesa queda todavía una interesante variedad faunística, sin
embargo, uno no se acostumbra al enorme vacío heredado por su ausencia.
Tradicionalmente conocida como Águila Perdicera, SEO propuso
el cambio de nombre por el de
Águila-azor Perdicera, imitando al modelo de nomenclatura británica.
Pero, el fuerte arraigo tradicional recuperó el antiguo nombre. Personalmente,
prefiero el de Águila de Bonelli que no arrastra el sangrante lastre de
comedora de perdices.
Los primeros datos sobre la población española datan del
siglo XIX (Saunders, 1871, De Habsburgo, 1889) aunque, poco clarificadores.
Otras estimaciones, más fiables, cifraron la población española del águila de
Bonelli alrededor de 500 parejas iniciada la década de 1970 (Garzón, 1975); en
1986, 600-700 parejas (Real, 2003) y en 1990 775 parejas, 679 seguras y 76
probables (Arroyo et al., 1990). En el año 2000 con datos aportados por las
Comunidades Autónomas al Ministerio de Medio Ambiente, se alcanzaron valores
similares con 658-721 parejas (Real, 2003).
En el censo de 2006 se consiguió un promedio de 776 parejas
españolas pero, esta falsa mejora poblacional obedecía más a un intenso y
exhaustivo rastreo censal que a una recuperación.
Se confirmó la desaparición de 116 parejas en nuestro
territorio en el periodo de 1980-1990 (Arroyo et al., 1995) por lo que, muy al
contrario, la tendencia general de la población española parece ser regresiva.
Ya se tienen demasiados datos sobre la biología de esta
rapaz, habiéndose realizado infinidad de seguimientos tanto de sus
desplazamientos como de su comportamiento y capacidad reproductora.
Hemos puesto al día prácticamente todo el problema pasado y
presente del águila de Bonelli, llegando incluso, a incomodarla en exceso por
molestias continuadas, utilizando métodos y artefactos de estudio que podrían
perjudicarla más que beneficiarla. Es posible también, que estas prácticas puedan poner en peligro la
estabilidad reproductora de determinadas parejas. Las capturas para el radio
marcaje, la desconocida afección del emisor acoplado a su dorso, la posterior
recuperación del mismo y la bajada a los nidos para extraer muestras a los
pollos, son actividades a olvidar por su riesgo innegable; se debería insistir en la opción más efectiva que es una vigilancia intensiva general para extremar su
protección en todos los sentidos.
Para finalizar, os dejo este curioso mensaje de la mano y
conciencia del escritor y naturalista Joaquín Araujo, rescatado de la revista
La Garcilla nº 107, dando voz a las aves martirizadas por el peso de la
“ciencia”.
Estimados extraviados:
¡Basta ya!
Desvelados todos nuestros secretos necesitamos descansar.
No queremos aparatos de radio mochila, ni anilladas las
patas, ni ver a tantas de las nuestras encarceladas sin resultados.
Lo vivo, sobre todo lo que está acabándose, como nosotras,
no puede depender tanto de tratados, decretos o despilfarradores programas de
reproducción artificial.
Habéis gastado en fracasar mucho más de lo que hubiera
asegurado libertad y futuro para nuestra especie.
Mata también mucho la burocracia. Como el veneno, de nuevo
vasto y cotidiano; como la perdigonada; como la escasez de vida que habéis
logrado. Nos ataca que tantos conviertan la ciencia en otra mercancía. Porque
eso es la última plaga para las últimas águilas imperiales (y de Bonelli).
No queremos más experimentos. No nos dediquéis más
laboratorios, ni jaulas, ni inseminaciones.
¡Dejadnos seguir siendo por el viejo y seguro camino de la
libertad!
Si tanto os preocupa nuestro porvenir, dadnos paz y soledad,
que son más eficaces y muchísimo más baratas.
Confiando en una pronta y al fin sensata alianza, os envía
un fuerte abrazo:
El
Águila Imperial (y de Bonelli)
Águila de Bonelli Aquila fasciata con emisor.
Estos aparatos tecnológicos no han contribuido nada en la recuperación de la especie.