Este invierno pasado una fuerte
nevada quebró las ramas de muchos pinos y tumbó gran cantidad de ellos. No son
los árboles adecuados para un terreno tan rocoso en sus laderas.
En los años 50 se repobló el
término municipal de Calmarza (Zaragoza) con pino carrasco Pinus halepensis. Se plantaron
en pendientes cercadas por elevados farallones calizos y crecieron
desmesuradamente para arañar los primeros rayos de sol entre tanta competencia;
una carrera entre todos los plantones para escapar de la sombra proyectada por
el cerrado cañón rocoso.
Era territorio antiguamente de encinas pero, una fábrica de papel (siglo XVIII) instalada en esta población, además de otros aprovechamientos de la madera, hicieron que como materia prima desaparecieran.
Las piñas abiertas y secas son un buen refugio para determinados invertebrados. Desgraciadamente para ellos, la aguzada y alargada pinza del agateador es muy efectiva para extraerlos.
Caminar monte a través es
complicado, y más, cuando toca sortear no solo aliagas, espinos o rosales
silvestres, sino también árboles caídos de largos troncos y ramaje poblado.
Todo ello, embadurnado en diferentes zonas quebradas de pegajosa resina.
La barranca solitaria donde aguarda
ocasionalmente en invierno el estático cárabo, dentro de la hiedra, tiene
durante su acceso un dilapidado escuadrón de pinos tumbados; grandes y
pequeños. Ahora la luz llega con mas facilidad, e incluso, si se dan prisa los
brotes de encina podrán hacerse sitio entre los robustos pinos imperantes para recuperarles
el terreno que les fue arrebatado.
"Son aves confiadas, pero más que dóciles, parece que el hombre les resulta indiferente"; Philip Burton en el libro "Aves de Europa".
Un agitado reclamo, incesante, alarmado
destaca sobre el ambiente sonoro del pinar. Es una nota tan machacona que por
fuerza llamaría la atención de cualquier paseante.
Ahora el sol impregna los pinos
creando multitud de claroscuros y contrastadas sombras. Un espacio ideal para
un pajarillo que se descubre apeándose de la cara oculta y umbrosa de los rugosos
troncos y escamadas ramas. Lo hace poco a poco, discretamente, puesto que su
sobrecargada labor no le da para atender expresamente mi presencia invasora.
Macho y hembra trepan infatigables,
reclaman contactados sin dejar de escrutar los orificios de la corteza, apurados
afanosamente en hallar mas insectos y, de paso, apuntalando mi ubicación. Para
no alterar su conducta hiperactiva tomo asiento apoyando mi espalda contra la
fría roca de la mañana temprana. Hay un colchón de reseca hierba perteneciente
al encame de un tejón, por lo tanto, estoy cómodo para seguir las evoluciones
de la pareja de agateadores. Nada parece haber cambiado desde mi llegada para
los trepadores de abigarrado plumaje. Al principio escudriñan las zonas altas
de los pinos desde la mitad alta de los troncos. Caminan incluso, sobre las
ramas gruesas y finas tanto por su parte superior como por la inferior. Ellos
saben que sus presas aprovechan cualquier resquicio inexpugnable para escapar
de su asedio.
Parecen por su mimético plumaje
fragmentos de corteza vivos, inquietos, deambulantes manojos de nervios. Si no
se movieran, creo que no sería capaz de descubrirlos. Les viene bien para sortear
la mirada profunda del gavilán, escrutador infatigable de estos espacios
apretados. De hecho, dos montoncillos de plumas de carbonero y zorzal exponen
fríamente la prudencia a tomar entre todas las labores pendientes por parte de estos
agateadores. Esta rapaz del bosque es como un ciclón devastador en los giros y,
experimentado sorteador de las ramas infinitas e interpuestas que componen este
vergel de coníferas.
El agateador es un pájaro de apenas 11 gramos de peso con una altura de 12 cm. El enorme desgaste físico de su actividad trepadora los obliga a dedicar largas jornadas de búsqueda de alimento.
Va pasando el tiempo y los
agateadores consuman viaje tras viaje el aporte de insectos para su descendencia,
pero ¿dónde está el nido? ¡Claro! He tenido un ligero despiste y, cuando los
veo desaparecer entre la roca simplemente me he dedicado a localizar al críalo
que revoluciona con su griterío la tranquilidad de este guardado rincón. Al prestarles mas
atención compruebo cómo sigilosamente realizan una travesía por la roca hasta
una recogida fisura donde aportan las capturas a sus vástagos. Después,
cumplida la labor salen disparados a por mas invertebrados en los troncos colindantes.
Han aceptado mi quietud con ajustado
recelo, pero, al darme cuenta de ello he preferido desaparecer del escenario
sorprendido por la extraordinaria capacidad de trabajo de estos discretos
pájaros escaladores de la madera y de la piedra.
Nidifica en grietas, agujeros, cortezas desprendidas y otros resquicios adecuados de los árboles; ocasionalmente puede utilizar construcciones humanas. No he hallado referencia alguna sobre la nidificación de esta especie en fisuras de la roca como se aprecia en la imagen (no he fotografiado el nido pero se adivina).
Este amurallado bosque de pinos a baja altitud, ha debido de ser una buena opción para el ave al decantarse por la roca como lugar protegido para anidar.
Las rectrices afiladas y rígidas de los agateadores, similares a las de lo pájaros carpinteros, cumplen la importante función estabilizadora y de apoyo durante sus movimientos.
Los agateadores como los trepadores demuestran una capacidad asombrosa para trepar por los troncos y ramas de los árboles. Su pericia les lleva a descender cabeza abajo, aunque en este caso, los trepadores lo hacen con mas regularidad.
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