sábado, 24 de noviembre de 2018

Otoño en el río Huerva con picogordos y pinzones reales.


Villanueva de Huerva

Efímero ha sido el resplandor del fuego otoñal de los álamos que cercan el río Huerva. Sin embargo, cómo llena las pupilas del observador este colorido tan especial e intenso que retorna cada estación de otoño.
Las lluvias desnudaron en una semana todo el abrigo dorado que lucía el sotobosque ribereño; por fortuna, me quedó presenciar el paso de picogordos y, también, pinzones reales infiltrados en un bando de pinzón común. 



Picogordo Coccothraustes coccothraustes.


Aunque las poblaciones de picogordo ibéricas son sedentarias, reciben aportes invernales de individuos procedentes de otros países europeos como Francia, Bélgica, Suiza, Alemania, Holanda, etc.






Picogordos Coccothraustes coccothraustes junto a jilgueros Carduelis carduelis.




El mayor volumen de los picogordos frente a otros pájaros se aprecia enseguida una vez posados sobre las ramas de los árboles. 
Había aproximadamente, medio centenar.




Almez Celtis australis

Detalle de las rémiges desplegadas de un picogordo; como se aprecia en la imágen, son bastante cortas para el voluminoso fringílido.


Pinzón real Fringilla montifringilla.

Dependiendo del rigor invernal, cada año, hacia comienzos de octubre, grandes bandadas de pinzones reales emprenden un largo viaje hacia el sur desde sus territorios en el norte. Los pinzones reales van a invernar en Europa central y meridional, llegando en menor cuantía hasta la península ibérica.
No todos los años tengo la fortuna de verlos; en este caso, a pesar de ser una treintena de ejemplares mezclados con nuestros pinzones comunes, siempre resulta grato poder disfrutarlos. 


Bando de pinzón común Fringilla coelebs y pinzón real Fringilla montifringilla.

Bando de picogordos Coccothraustes coccothraustes, una semana después de perderse el follaje amarillo de los álamos.


Pinzón común Fringilla coelebs y herrerillo común Cyanistes caeruleus.    


sábado, 17 de noviembre de 2018

Sobre las cumbres calizas


Águila real, Aquila chrysaetos

Estoy concentrado en el vuelo sostenido del águila real. Planea como los buitres, sin embargo, no lo hace con mayor capacidad, sino con soberbia; afirmaría que asimilada por el poder ostentado sobre el resto de criaturas a lo largo del valle empantanado. Tiene la supremacía real para someter al resto de especies a su presión cinegética; hasta el búho real Bubo bubo, realeza de la noche, lo sabe y la teme.

El repiqueteo de unas piedras por el canchal me pone alerta. Es el ruido característico de algún mamífero caminando por la ladera que, al paso, con sigilo, las desplaza inevitablemente rompiendo su punto de equilibrio haciéndolas rodar. Pronto doy con él. Es un rebaño de cabra montés Capra pyrenaica hispanica caminando lentamente, cuyo frente dirige una hembra. Las más jóvenes sólo piensan en alcanzar el pasto que sacie su hambre, y los machos, también jóvenes, en un lugar tranquilo para descargar su fuerza contra el oponente y ganar la aceptación de las hembras para aparearse tras la victoria de la contienda. 
El ritual de combate lo llevan a rajatabla y, como puedo comprobar, con juego muy limpio. Ambos contendientes se dan tiempo, miden sus cornamentas, se elevan sobre sus extremidades posteriores y las chocan con fuerza provocando un gran estruendo, repetido por el eco debido al encajonamiento del lugar entre paredones calizos. Ahora, en época de celo, los ejemplares se dejan acercar más.



Bienvenida la estampa de esta especie que llena los montes del valle del río Huerva, antaño tan desolados y vacíos. Según los registros de los agentes de protección de la naturaleza, la expansión de la cabra montés llegó desde los Puertos de Beceite hasta este lugar allá por el año 2000; expandiéndose simultáneamente por el Sistema Ibérico hasta hoy. 


Excelente resumen documental en vídeo sobre el celo del macho montés; por el autor Javier Abrego García.

















Coronarse con grandes cornamentas es sinónimo de muerte. De este modo absurdo, termina la mayor cantidad de cabras montesas sus aspiraciones en la naturaleza; con el disparo fulminante de un cazador aventajado.


lunes, 12 de noviembre de 2018

En el valle del río Mesa




Al comienzo de una excelente mañana, de momento calmada de fuerte viento, escogí un buen lugar para observar la actividad de los buitres leonados; especialistas en el ahorro de energía de largos desplazamientos mediante el planeo.
Para ello, tuve que esperar la larga sesión solar de estas necrófagas, útil para sintetizar la vitamina D. Además, el soleamiento con las alas abiertas se relaciona con la lucha contra ectoparásitos y el mantenimiento del plumaje; también, en condiciones meteorológicas adversas (lluvia y frío) para la termoregulación. 
El impresionante canal calizo que cerca al río Mesa, acoge en sus repisas, oquedades y anfractuosidades multitud de especies rupícolas que en él buscan cobijo y espacios para anidar. Los más visibles por su tamaño son los buitres leonados, cuya silueta destaca en cualquier altozano. 

Villa de Calmarza


Cuando la temperatura sea la adecuada para la formación de corrientes térmicas, los buitres comenzarán a abandonar los puntos de reunión donde toman el sol, y seguidamente, prospectarán desde el cielo el vasto territorio en busca de alimento.


Al chocar el viento contra laderas y cortados forma una fuerte corriente ascendente que eleva cómodamente a estas aves veleras; otro método añadido al de las térmicas, para ganar altura sin esfuerzo.




El cañón del río Mesa es uno de los ejemplos más bellos de arquitectura kárstica del territorio español.



El Villar, donde se concentran los almacenes y pajares. Antaño, en las eras, con la utilización de trillos provistos de cortantes piedras de pedernal y tirados por mulos, se machacaba la caña del cereal y las espigas para separarlas del grano. En los pajares se guardaba la herramienta y la paja.





Tumbado boca arriba, puedo estar horas mirando a estas grandes rapaces de vuelo parsimonioso surcar el cielo con sus amplias alas hasta que desaparecen.





Desde el páramo calmarceño puede observarse la cumbre del Moncayo, ahora como se aprecia, completamente nevada.


Joven buitre leonado del año en vuelo a la izquierda de un adulto. 
(Tompson, 1991) sugiere que, en líneas generales, un plumaje juvenil poco llamativo podría funcionar como una señal honesta que indica subordinación, lo cual puede evitar conflictos al joven ante la competencia por los recursos disponibles.




Poco a poco el espectáculo de las carroñeras tomando altura se va desvaneciendo. Cuando alcancen la altura necesaria, cada uno tomará su ruta más conveniente.





"La altura alcanzada en estos vuelos de remonte puede ser considerable. Pennycuick observó a todas las especies de buitres de su área de estudio volando a altitudes de hasta 4.000 metros. El ave que ostenta el récord de altitud en vuelo hasta ahora registrado, probablemente sea un buitre moteado Gyps rueppelli; el 29 de noviembre de 1973 un ejemplar de esta especie chocó con un avión en su ascensión, a más de 12.000 metros de altitud sobre Costa de Marfil."
El buitre moteado o de Rupell, es algo menor que el buitre leonado.



Chova piquirroja Pyrrhocorax pyrrhocorax, córvido habitual que forma bandos cuya voz atruena todos los rincones del cañón rocoso.



Una rapaz que puede pasar fácilmente desapercibida por su tamaño es el esmerejón Falco columbarius. Esta rapaz proveniente del norte de Europa inverna en espacios abiertos como páramos, etc. Hembra en vuelo.


Con la temporada de caza, las escopetas atruenan el monte convirtiéndolo en un lugar inestable. Los cazadores que escudriñan todos los espacios, levantan en este caso, al somnoliento búho real Bubo bubo cuyo descanso se ve interrumpido. Conocedor de su territorio, pronto se reubica entre los pinos.


La escasa águila de Bonelli no tiene buena relación con los buitres leonados a los que ataca, en ocasiones, con enorme violencia. Una de las razones teóricas de estos ataques es la del robo de sus nidos por parte de las necrófagas que crían con antelación.





No sólo los álamos entonados de amarillo son testigos del efecto otoñal. Además, hasta que no se escucha desde lo alto el coro de las grullas no percibo emocionalmente la sensación del otoño.


Puedo ver las grullas desde cualquier punto de la geografía española, sin embargo, ningún lugar motiva más mi admiración que su presencia sobre los cielos del cañón del río Mesa; allí sus voces resuenan amplificadas entre los laberintos calizos de grandes dimensiones.















LOS BUITRES IBÉRICOS
biología y conservación
José Antonio Donázar